lunes, 10 de noviembre de 2014

'Interstellar', hasta los mejores meten la pata.




Christopher Nolan parece ser un director de esos que dividen al público: muchos lo consideran un genio incapaz de errar, mientras que otros lo ven como un mediocre sobrevalorado. Yo, que me tengo por un cinéfilo pragmático (pero hasta cierto punto, ¿eh?), lo veo como un individuo con mucho talento cuyas películas siempre garantizan un nivel mínimo de calidad tirando a medio/alto. Sin embargo, conviene recordar que hasta gente como John Ford, Alfred Hitchcock o John Houston hicieron películas mediocres. Cierto es que ellos tuvieron filmografías mucho más extensas de lo que es habitual en los directores actuales. En la época dorada de Hollywood –las décadas de 1930, 1940 y 1950 –no era raro que un director pariese una o dos películas al año, o al menos una cada dos años. Hoy en día, el empeño de los grandes estudios en producir blockbusters cada vez más fastuosos y complejos, los cuales requieren una larga planificación y una todavía más larga postproducción, ha hecho que personas como James Cameron, Steven Spielberg o el propio Nolan se tiren años sacando adelante un proyecto. Nótese que a pesar de ello Nolan ha mantenido un ritmo bastante intenso, estrenando desde 2005 una media de dos películas cada tres años. Si además tenemos en cuenta que crítica y público las consideran como buenas o muy buenas e incluso una de ellas está etiquetada como obra maestra –si alguien no sabe cuál, que abandone este blog y busque empleo en Sálvame –, podríamos decir que sólo era cuestión de tiempo que el director británico sufriera un tropiezo. Y ese tropiezo al fin ha llegado.
Sospecho que los detractores de Nolan deben estar frotándose las manos, porque hace un par de años ya noté que algunos parecían estar afilando los cuchillos antes del estreno de El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace. Parecía como si el mero hecho de que Nolan quisiera completar su trilogía de Batman tras tocar el cielo con la segunda entrega fuera una especie de herejía, un desafío a los dioses que merecía ser castigado. Algunos de esos tipos no debieron extrañarse cuando un imbécil entró pegando tiros en un cine de Estados Unidos donde se proyectaba la película. Para ellos debió ser algo así como una señal de que, en efecto, el Olimpo del cine estaba furioso con aquel arrogante y pretencioso directorcillo.
No voy a negar que yo mismo soy un poco visceral en mis opiniones. Por ejemplo, soy uno de esos haters de los que tanto le gusta burlarse a Michael Bay. Pero no odio a ese tipo, como dicen algunos idiotas defensores del perpetrador de Transformers, porque gane mucho dinero con sus películas. Lo odio porque gana mucho dinero haciendo mierda. Bay es la clase de director que siempre busca el mínimo común denominador (originalidad cero, tópicos a mansalva, humor facilón, tías buenas de adorno, etc.). La gente como Cameron, Spielberg o Nolan, por el contrario, se esfuerza en huir de todo eso y dar al espectador algo que merezca la pena. Y ese esfuerzo se nota en la pantalla. Cuando ves sus películas, comprendes que esa clase de directores siente respeto por su público, mientras que Bay, cuando dirige, ni siquiera intenta hacer algo bueno, sólo la mierda de siempre. Por eso mismo Interstellar no es una mala película. Simplemente es una película fallida. E incluso fallando en su conjunto, tiene los suficientes aciertos parciales como para justificar una visita al cine para verla. Eso sí, yo la considero más una peli de día del espectador que una de fin de semana por la tarde/noche, pero su acabado visual merece apreciarse en la pantalla grande. Y no, no estoy cayendo en el tópico de decir “la fotografía es muy bonita”, para ignorar el hecho de que el guion es atroz. Alguien que coescribió Origen jamás creará un mal guion. Pero sí puede crear uno imperfecto, como es el caso de su última peli.
Interstellar transcurre en un futuro más o menos cercano en el que la Tierra se está volviendo inhabitable. El cambio climático ha hecho que los alimentos escaseen, de modo que la mayor parte de la población mundial ha dado la espalda a la tecnología para centrarse en la agricultura. Ya no hay teléfonos móviles ni televisores –o sea, que la mayoría de los adolescentes de hoy en día buscarían refugio en el suicido –, las carreras técnicas se consideran poco útiles y en los colegios se enseña que los vuelos a la Luna fueron un montaje para engañar a los soviéticos y hacerles gastar miles de millones en la carrera espacial hasta arruinar su economía. En este futuro vive Cooper (Matthew McConaughey), quien años atrás estuvo a punto de ser astronauta de la NASA, pero ahora vive con sus dos hijos y su suegro en una granja. Su hija Murph (Mackenzie Foy, que también actuó en Expediente Warren) está empeñada en que un fantasma se dedica a tirar los libros de su habitación para enviarle un mensaje. Al principio Cooper no la cree, pero pronto descubre que lo de los mensajes es cierto. Uno de ellos lo conduce hasta una instalación aparentemente abandonada, que resulta ser el lugar donde lo que queda de la NASA sigue operando en secreto. Aquí es donde el guion empieza a mostrar sus grietas, porque los mandamases de la agencia no sólo aceptan sin dudar lo de los mensajes, sino que además los interpretan como una señal de que Cooper debe liderar el vuelo espacial que preparan, del cual dependerá el futuro de la Humanidad. Para ayudar a que nos lo traguemos, Nolan cuenta con la inestimable ayuda de su actor fetiche Michael Caine, quien interpreta al jefe del proyecto. Caine está tan bien como cabía esperar, pero ni el Marlon Brando de La Ley del Silencio lograría evitar que muchos pensáramos que aquí todo está pasando sólo porque lo dice el guion. Esta es una sensación que yo nunca tuve –o que al menos no recuerdo haber tenido –en anteriores películas de Nolan. A pesar de todo, tanto su dirección como las interpretaciones y los diálogos mantienen  el nivel habitual, de modo que es fácil dejar pasar lo otro. Como era previsible, Cooper acepta viajar al espacio para que la generación de sus hijos no sea la última que habite la Tierra. A Murph no le hace ninguna gracia perder a su padre, lo que da lugar a una emotiva escena de despedida que en mi opinión funciona muy bien. El problema es que esa es la ÚNICA escena emotiva que funciona bien en toda la película.
 ¿Cómo que en Andalucía hay subvenciones para la agicultura y en Estados Unidos no? ¿Me está tomando el pelo?
Y aquí llegamos al gran fallo de Interstellar, en el que hacen hincapié todas las críticas que sobre ella se han escrito, o al menos todas las que yo he leído: esta película pretende ser a la vez una profunda reflexión filosófica sobre la inmensidad del universo, la necesidad que los humanos tenemos de explorarlo y los sacrificios que ello conlleva, pero también pretende ser una reflexión sobre cómo el amor es la fuerza que nos impulsa en nuestras vidas por encima de ninguna otra. Y ambos temas no encajan, porque el guion y la dirección fallan a la hora de conectarlos. La parte de exploración espacial tiene un tono que recuerda mucho al de 2001: Una odisea del espacio, de Stanley Kubrick, mientras que la parte sobre el amor se acerca peligrosamente a los peores excesos sensibleros de Steven Spielberg. Y si hay dos cosas en este mundo que se mezclan peor que el agua y el aceite son Kubrick y Spielberg. Ahí está para demostrarlo esa cosa llamada Inteligencia Artificial, la cual llevo más de una década intentando borrar de mi memoria. Por mucho que ambos cineastas sean judíos, Kubrick es frio, cínico y analítico, mientras que Spielberg se regodea en el sentimentalismo y en la manipulación emocional. Por eso Nolan fracasa cuando intenta jugar a dos bandas. Su intento es valiente y loable, pero resulta imposible tocar el piano y jugar al baloncesto a la vez.
No obstante, ya he dicho que la película tiene muchos aciertos parciales. Una vez que salimos con Cooper al espacio, la espectacularidad y el realismo se combinan de un modo muy eficaz. Casi todo tiene una base científica. Y para que os hagáis una idea, me acompañó al cine un amigo de toda la vida licenciado en Físicas, quien quedo muy satisfecho con ese apartado. La nave de Cooper, la Endurance –que en doblaje español todos pronuncian mal, olvidando o ignorando que hay que meter una “i” entre la “d” y la “u” –tiene que viajar durante dos años hasta la órbita de Saturno, donde 48 años atrás apareció un agujero de gusano, el cual conduce hasta otra galaxia. Misiones anteriores demostraron que allí hay un sistema con al menos tres planetas potencialmente habitables.  Los tripulantes de la Endurance deben descubrir si alguno sirve para ser el nuevo hogar de la Humanidad. Para complicar más las cosas, en dicho sistema hay un agujero negro bautizado Gargantúa, cuya proximidad a uno de los tres planetas hará que el tiempo se ralentice para quienes desciendan a explorarlo. Una hora en la superficie serán siete años en la Tierra. Y Cooper, que le prometió a Murph que volvería para reunirse con ella, quiere hacerlo antes de que su hija se muera de vieja.
Ya veis que la Teoría de la Relatividad de Einstein tiene mucho que ver en esta historia. El propio Cooper se lo comenta a Murph cuando ambos se despiden, de modo que cualquier espectador mínimamente inteligente puede anticipar bastantes cosas. Sin entrar en spoilers, no os costará ningún esfuerzo adivinar quién es el “fantasma” que le deja los mensajes a Murph. Algo parecido sucedía en otra película de Nolan, El Truco Final (El prestigio), donde era prácticamente imposible no anticipar la sorpresa final. La gran diferencia es que allí la historia estaba mucho mejor armada y sus partes encajaban perfectamente, hasta el punto de que la sorpresa final era algo muy secundario dentro del tercer acto. Aquí la historia avanza un poco a trompicones, alternando la misión de Cooper con la situación de sus hijos en la Tierra. Esta segunda trama tiene menos peso, pero aun así se me hizo un poco pesada porque ni Murph ni su hermano me interesaron lo más mínimo. Sé que a mucha gente le encanta Jessica Chastain, quien interpreta a la Murph adulta, pero a pesar de que suelen gustarme las pelirrojas, esa mujer tiene algo que me echa para atrás. También influyó el contraste entre ella y Mackenzie Foy, quien me pareció adorable como la Murph niña. Otro problema es que la versión adulta del personaje es demasiado simplona: Su único rasgo definido es que está cabreada con su padre por abandonarla y al parecer eso le da carta blanca para ser una borde. Que te jodan, Murph. De pequeña no eras así. Claro que lo del hermano es peor, porque crece para ser un capullo integral interpretado por el hermano de Ben Affleck. Como dicen en inglés: “It runs in the family” (“Es cosa de familia).
La trama principal funciona mucho mejor –al menos durante el segundo acto –gracias a que es la más espectacular. Para ser sinceros, no se llega al nivel de maestría ni implicación emocional de Gravity, pero tampoco hay demasiada distancia. Los mundos que visitan Cooper y sus compañeros son originales y dan lugar a problemas y a situaciones interesantes. Por cierto que entre esos compañeros hay dos robots llamados TARS y CASE que a menudo les roban la función a los astronautas humanos. Su diseño es muy original, ya que se trata básicamente de monolitos –otra referencia a 2001 –capaces de desplegarse en partes móviles y de adoptar la forma más adecuada tanto con gravedad como sin ella. TARS en particular está programado con sentido del humor y algunos de sus diálogos con Cooper son impagables. Lo malo es que ese humor acentúa negativamente el contraste con los momentos en que la peli se empeña en ponerse solemne y, sobre todo, profunda. A veces los personajes caen en soliloquios que, a pesar de estar bien escritos, resultan muy artificiales. Anne Hathaway tiene uno en el que intenta explicar la importancia del amor, pero por mucho que la chica se esfuerza, resulta imposible que funcione. Ése es otro fallo del guion: Tratar de verbalizar su discurso en vez de plasmarlo en las propias acciones de los personajes y en las consecuencias de éstas. Y es que las emociones humanas no se pueden analizar de un modo científico, especialmente una tan compleja como el amor. Por hacer una comparación, lo de Tim Robbins suicidándose en Misión a Marte era mil veces más explícito y eficaz que cualquier discurso. Y todos sabemos que Misión a Marte no era precisamente una obra maestra, ¿verdad?
Nolan y su hermano Jonathan –coescritores de la película –también caen en el estereotipo de introducir a un personaje cobarde, llorica y mierdoso para que la cague y ponga en peligro toda la misión. No os digo quién es ni quién lo interpreta porque en la publicidad lo han ocultado a propósito. La cuestión es que este recurso, que parece ligeramente inspirado en el tercer acto de Sunshine, de Danny Boyle, resulta aún más forzado y menos creíble que en aquella película.
Y al fin llegamos al tercer acto, que es donde se manifiesta con toda su crudeza la incapacidad de Interstellar para conjugar las dos películas atrapadas en su interior. Nolan se inspira de nuevo en los minutos finales de 2001, pero queriendo meter con calzador un fuerte componente emocional. Desde el punto de vista científico la cosa es interesante, pero la conexión emocional brilla por su ausencia. La escena ni conmueve ni emociona; tan sólo confirma nuestra sospecha de que “esto ya me lo sabía yo”. Los hermanos/guionistas tratan de darle más interés haciendo que discurra en paralelo con el clímax de la trama secundaria en la Tierra, pero este recurso, que tan bien funcionaba en Origen, aquí lo hace mucho peor, porque la trama secundaria es demasiado simplona. Tener a Jessica Chastain de pie en una habitación aguardando a que su “fantasma” envíe otro mensaje no es emocionante. Sobre todo porque la Murph adulta no tiene motivos para esperar que tal cosa suceda. Ése es otro fallo de guion. Y esa clase de fallos duelen más cuando los comete gente que sabes que es capaz de hacerlo mucho mejor. Éste doble clímax y el subsiguiente epílogo te dejan un mal sabor de boca. En el caso del epílogo, porque también es científicamente creativo pero emocionalmente hueco, además de un poquito demasiado largo. De nuevo se establece una comparación negativa con Gravity, donde la historia era mucho más simple –91 minutos frente a los 169 que dura Interstellar –pero sin embargo uno se sumerge más en ella y se siente más emocionalmente recompensado al llegar el final. Y eso que Matthew McConaughey me cae mejor que Sandra Bullock.
En resumen, que la película es tan interesante como decepcionante. Sin embargo, creo que en el fondo eso no es malo, ya que demuestra que Christopher Nolan es igual de humano que cualquier otro buen director. Tan sólo espero que la libertad creativa que le han dado varios años de éxitos no se traduzca en futuros tropezones como éste. Porque ya sabéis que después de Mayo de 1977 a George Lucas nadie le volvió a decir “no”, y el resultado fueron Jar Jar Binks, los midiclorianos y el puto Hayden Christensen.

lunes, 22 de septiembre de 2014

'The Signal 2014' ¡Sorpréndete, maldito!



 
 
Antes de nada, una advertencia: no confundáis esta película con otra del mismo título producida en 2007 y que también pertenece al género de Terror/Ciencia-ficción. Ambas son muy distintas, tanto en su argumento como en su desarrollo, pero poseen un tercer elemento en común: además de ser películas independientes – o sea, no realizadas por un gran estudio de Hollywood -, se empeñan en que demostrarlo con un estilo visual y una puesta en escena muy alejadas de lo acostumbrado en el cine comercial. Es muy probable que esto eche para atrás a algunos de vosotros, mientras que a otros os cause interés. Y es que el término “cine independiente americano” suele polarizar a los espectadores casi tanto como “cine español”. De hecho, una rápida visita a la IMDB indica que ésta es una de esas películas que dividen al público. O te encanta, o la odias. Yo, quizá como muestra de mi idiosincrasia, me quedo en un punto medio. Personalmente la definiría como “interesante”, pero también como “un poco pretenciosa y fallida”. ¿Por qué? Permitidme que entre en detalles.
Bueno, en realidad tampoco puedo dar demasiados detalles. Esta es la clase de historia sobre la que conviene saber lo menos posible antes de empezar a verla. Por eso no voy a revelaros gran cosa del argumento más allá de los primeros minutos. Éstos se centran en un viaje en coche realizado por los tres protagonistas, los cuales son Nick (Brenton Thwaites, jo que nombre), su novia Haley (Olivia Cooke, conocida por Bates Motel) y  su mejor amigo Jonah (Beau Knapp). Toda esta parte es casi un manual de tópicos del ya mencionado cine independiente americano, desde el frecuente uso de la cámara en mano, pasando por el montaje un pelín abrupto y terminando en innumerables planos del paisaje por el que se desplazan los personajes (Nuevo Méjico), el cual a menudo describe su estado emocional. A primera vista uno diría que estamos ante un dramón romántico, ya que Nick sufre una enfermedad que le hace perder poco a poco el uso de sus piernas y teme que Haley acabe dejándole cuando su estado empeore. Sin embargo, pronto queda claro que el motivo del viaje no es el descubrimiento interior ni una melancólica reflexión sobre el sentido de la vida. Nick y Jonah están siguiendo la pista a un conocido hacker llamado Nomad, el cual se ha cargado los servidores de su facultad, causándoles problemas tanto a ellos como a muchos otros alumnos. Gracias a que ambos amigos son también muy duchos en informática –Jonah es un estereotipo nerd (o friki, que diríamos nosotros), mientras que Nick es más guapito y tiene novia porque, claro, es el prota-, consiguen localizar la supuesta guarida de Nomad en una casucha aparentemente abandonada en mitad de ninguna parte. Tras llegar allí de noche, Haley se queda aguardándolos en el coche mientras Nick y Jonah se aventuran dentro. Esto da pie a una divertida parodia de los momentos finales de El Proyecto de la Bruja de Blair, pero las cosas pronto se ponen serias de nuevo cuando Haley empieza a gritar, los dos amigos corren en su ayuda y…
TRANQUILIZAOS: NO HAY SPOILERS
Un extraño montaje de imágenes nos indica que algo ha pasado, pero no sabemos qué. Tampoco lo sabe Nick, quien se despierta en una habitación de hospital, confuso y sin recordar cómo ha llegado allí. Pronto descubre que el personal utiliza siempre trajes de protección biológica –como los de Estallido, para que os hagáis una idea- y el enigmático doctor al mando (Laurence Fishburne), le informa de que ha sido abducido por extraterrestres. ¡Tachaaaan!
 
Futuro laboral de los jóvenes españoles
Naturalmente, Nick pronto empieza a tener dudas sobre lo que ocurre a su alrededor. Y es que hasta un tonto sospecharía enseguida de un Laurence Fishburne con una sonrisa más falsa que la de Artur Mas y que o bien responde con evasivas o bien ignora por completo tus preguntas. Vaya, también igual que Artur Mas. Bueno, mejor dejo de hacer comparaciones, porque cuando inicié este blog dije que aquí no se iba a hablar de política.
A partir de este punto, Nick intentará por todos los medios averiguar qué está sucediendo realmente y de paso escapar del extraño hospital junto con Haley, quien aparentemente está en coma. Por el camino habrá muchas sorpresas y giros argumentales, de modo que la película nunca se hace aburrida. Sin embargo…
Sin embargo, hay un par de cosas que funcionan como armas de doble filo. Para empezar, las ya mencionadas sorpresas – que no os voy a revelar para no estropearos un futuro visionado. Todas ellas generan varias preguntas, algunas de las cuales son respondidas en el curso de la historia. Pero otras quedan en el aire. Y aunque me gustan las películas que prefieren sugerir antes que subrayar y dejan ciertas cosas a la imaginación del espectador, para hacer eso se requiere una inteligencia y una sutileza mucho mayores que las que muestra The Signal. En cuanto la película termina, uno se da cuenta de que para sorprendente una y otra vez los tres guionistas han dejado demasiados interrogantes abiertos y más de un agujero en la trama. El caso más sangrante es quizá el de la misma escena final, inspirada al menos en otras dos películas mucho más conocidas y que no voy a mencionar para evitar spoilers. Da la sensación de que el desenlace queda deliberadamente abierto con vistas a una secuela que explique más cosas. Pero incluso de ser así, uno echa de menos una conclusión más elegante y que no parezca querer gritarte a la cara: “Sorpréndete o mataremos a toda tu familia”.
La otra arma de doble filo es la dirección de William Eubank, quien por cierto también es uno de los tres guionistas antes mencionados. Su trabajo es muy notable y además hace un gran uso de la fotografía, que aprovecha al máximo tanto los interiores del hospital como los exteriores de Nuevo Méjico. El problema es que en algunos momentos Eubank se empeña en ser tan “artístico” y en alejarse de las convenciones del cine comercial que llega a resultar un tanto irritante. Por eso, frente a escenas muy originales y bien resueltas, hay otras en las que se le va un poco la mano. Me atrevo a comparar su estilo con el de Nicolas Winding Refn en Drive, con la salvedad de que Eubank muestra menos autocontrol. A pesar de todo, prefiero mil veces a gente como él antes que a individuos como Michael Bay. Por cierto: Bay es el director de una de las películas en las que se inspira el final de esta. Y lo siento, pero por problemas de presupuesto no hay premio para quien acierte cuál.

                       ¡He, no disparéis! ¡Lo de las secuelas de Matrix no fue culpa mia!
El trabajo de los actores es en general bueno, aunque hubiera sido original que por una vez el prota y novio de la chica fuera el más bien feucho friki (Jonah) en vez del guapito de turno (Nick). Sospecho que el detalle de la enfermedad de éste último es una forma de hacerlo más vulnerable y de ayudar a que simpaticemos con él. Irónicamente, he leído alguna crítica cuyo autor se queja de que eso nunca ocurre y de que Nick resulta un poco inaguantable. Yo nunca tuve ese problema. También creo que es una buena idea que los tres protagonistas sean actores poco conocidos, ya que eso genera más incertidumbre acerca de si al final van a acabar bien o no. Fishburne está perfecto como el misterioso doctor, aunque resulta evidente que esta clase de papeles los sabe hacer hasta durmiendo. Entre los secundarios, destacar la aparición de Lin Shaye, a quien algunos recordaréis como investigadora de lo paranormal en la saga Insidious. Su personaje es bastante gracioso, aunque también un ejemplo de los varios elementos del guion que no se explican lo suficiente.
En conclusión, debo decir que los aciertos de esta película superan a sus debilidades. Sin embargo, insisto en que tiende a dividir al público. Sin duda la apreciareis más aquellos de vosotros a quienes les guste el cine independiente o busquen algo distinto de lo habitual. Por poner un ejemplo, os recomiendo que la veáis si os gustó más Looper que cualquier entrega de la saga Transformers. Y puesto que además hay una historia de amor –eso sí, mucho menos forzada que la de El Niño-, a vuestras novias es probable que también les guste. The Signal se estrena en España el próximo 12 de diciembre. Dudo que dure mucho en cartel, pero sí es cierto que la gran labor de fotografía debe de apreciarse aún mejor en el cine que en una pantalla de plasma. La decisión es vuestra.

viernes, 2 de mayo de 2014

Capítulo de muestra de 'Vientos de Invierno': Arya

Saludos a todos. De nuevo con retraso -cosas de la vida- os ofrezco mi traducción del tercer episodio de muestra de Vientos de Invierno. El episodio de titula Mercy, nombre falso que Arya utiliza para ocultar su verdadera identidad. Como George RR Martin hace varios juegos con el signficado de dicho nombre ("Piedad" en inglés), he preferido traducirlo también. Espero que disfruteis con él.


PIEDAD (ARYA)


            Despertó con un grito ahogado, no sabiendo quién era ni dónde estaba.
El olor a sangre era intenso en sus orificios nasales… ¿O era que la pesadilla persistía? Había vuelto a soñar con lobos, con que corría a través de un oscuro bosque de pinos con una gran manada en sus talones, siguiendo con ahínco el rastro de la presa.
La habitación estaba en penumbra, sombría y gris. Temblando, se sentó en la cama y se pasó una mano por el cuero cabelludo. La pelusilla se erizó en su palma.  <<Necesito afeitarme antes de que Izembaro me vea. Piedad, soy Piedad, y esta noche me violarán y me asesinarán.>> Su verdadero nombre era Mercedene, pero todos la llamaban Piedad...
<<Excepto en sueños.>> Respiró para tranquilizar los aullidos de su corazón, intentando recordar más de lo que había soñado, pero la mayor parte ya se había ido. Aunque en el sueño había sangre, una luna llena en lo alto y un árbol que la observaba mientras corría.
Abrió los postigos para que la luz de la mañana pudiera despertarla. Pero no había luz tras la ventana de la pequeña habitación de Piedad, sólo un muro de cambiante niebla gris. El aire se había vuelto frío… y eso era bueno. De lo contrario, habría dormido todo el día. <<Sería típico de Piedad dormir mientras la violaban.>>
Tenía las piernas en carne de gallina. Su colcha se había enroscado en torno a ella como una serpiente. La desenrolló, tiró la manta al suelo de simples tablas y anduvo desnuda hasta la ventana sin hacer ruido. Braavos estaba perdida en la niebla. Podía ver el agua verde del pequeño canal de abajo, la calle empedrada que pasaba bajo su edificio, dos arcos del puente musgoso… Pero el extremo puesto del puente se desvanecía en lo gris y de los edificios al otro lado del canal sólo quedaban unas pocas luces borrosas. Oyó un suave chapoteo cuando una barca serpiente emergió bajo el arco central del puente.
-        ¿Qué hora es? –preguntó Piedad al hombre que estaba en pie junto a la cola erguida de la serpiente, empujándola hacia delante con su pértiga.
El barquero levantó la vista, buscando la voz.
-        Por el rugido del Titán, las cuatro.
Sus palabras resonaron por las agitadas aguas verdes y por los muros de edificios ocultos.
No iba retrasada, aún no, pero no debía entretenerse. Piedad era un alma feliz y muy trabajadora, pero rara vez puntual. Eso no le serviría aquella noche. Al enviado de Poniente se lo esperaba en la Puerta esa tarde e Izembaro no estaría de humor para oír excusas ni aunque ella se las sirviera con una dulce sonrisa.
La noche anterior había llenado su cuenco en el canal antes de irse a dormir, prefiriendo el agua salobre al agua de lluvia verde y viscosa de la cisterna de fuera. Mojando un trapo, se lavó de la cabeza a los pies, sosteniéndose sobre una pierna cada vez para restregarse los pies encallecidos. Luego buscó su navaja. Izembaro afirmaba que un cuero cabelludo pelado ayudaba a que las pelucas se ajustaran mejor.
Se afeitó, se puso sus calzones y se metió de cabeza en un vestido informe de lana marrón. Al ponerse una de sus medias vio que hacía falta remendarla. Le pediría ayuda al Chasqueador. Su propia habilidad para coser era tan lamentable que la encargada del vestuario siempre se apiadaba de ella. <<También podría robar un par mejor del vestuario.>> Pero eso era arriesgado. Izembaro odiaba que los comediantes llevaran sus vestidos por las calles. <<Excepto Wendeyne. Dándole una chupadita a la polla de Izembaro, una chica puede llevar el vestido que quiera.>> Piedad no era tan tonta como para eso. Daena se lo había advertido.
-        Las chicas que toman ese camino acaban en el Barco, donde cada hombre del público sabe que si su bolsa está lo bastante llena puede tener cualquier cosa bonita que vea en el escenario.
Sus botas eran bultos de viejo cuero marrón moteados con manchas de sal y agrietados por el uso, su cinturón una tira de cuerda de cáñamo teñida de azul. Se la ató por la cintura, colgó un cuchillo de su cadera derecha y un monedero de la izquierda. Por último se echó la capa sobre los hombros. Era una verdadera capa de comediante, de lana púrpura rematada en seda roja, con capucha para guarecerse de la lluvia y también con tres bolsillos secretos. En uno de ellos solía esconder algunas monedas, en otro una llave de hierro y en el último una espada. Una verdadera espada, no un cuchillo para fruta como el de su cadera, pero que no pertenecía a Piedad, no más que los otros tesoros. El cuchillo para fruta sí pertenecía a Piedad. Ella estaba hecha para comer fruta, para sonreír y bromear, para trabajar duro y hacer lo que se le decía.
-        Piedad, piedad, piedad –cantó mientras descendía por la escalera de madera hasta la calle.
El pasamanos estaba astillado, los escalones eran empinados y había cinco tramos de ellos, pero por eso la habitación le había salido tan barata. <<Por eso y por la sonrisa de Piedad.>> Piedad podía ser calva y delgaducha, pero tenía una bonita sonrisa y una cierta gracia. Incluso Izembaro estaba de acuerdo en que era grácil. A vuelo de cuervo no estaba lejos de la Puerta, pero el camino era más largo para las muchachas con pies en vez de alas. Braavos era una ciudad retorcida. Las calles era retorcidas, los callejones eran más retorcidos y los canales eran lo más retorcidos de todo. La mayoría de los días prefería ir por el camino largo, bajando por la Calle del Trapero a lo largo del Puerto Exterior, donde tenía el mar ante ella, el cielo por encima y una vista clara a través de la Gran Laguna hasta el Arsenal y las pendientes llenas de pinos del Escudo de Senagoro. Los marineros solían saludarla cuando pasaba por los muelles, llamándola desde las cubiertas de balleneros de Ibben manchados de alquitrán y desde las de cogs de panza ancha de Poniente. Piedad no podía entender siempre sus palabras, pero sabía lo que decían. A veces solía sonreírles y decirles que podían encontrarla en la Puerta si tenían monedas.
El camino largo también la llevaba por el Puente de los Ojos con sus cabezas talladas en piedra. Desde su punto más alto podía mirar a través de los arcos y ver toda la ciudad: las verdes cúpulas de cobre de la Sala de la Verdad, los mástiles que se alzaban como un bosque en el Puerto Púrpura, las altas torres de los poderosos, el relámpago dorado que giraba en su aguja en lo alto del palacio del Señor del Mar… incluso los hombros de bronce del Titán, a través de las oscuras aguas verdes. Pero eso era sólo cuando el sol brillaba sobre Braavos. Si la niebla era espesa todo lo que se veía era gris, así que hoy Piedad escogió el camino corto para gastar menos sus agrietadas botas.
La bruma parecía abrirse ante ella y volver a cerrarse a su paso. Los adoquines estaban húmedos y lisos bajo sus pies. Oyó maullar lastimeramente a un gato. Braavos era una buena ciudad para los gatos, que vagaban por todas partes, especialmente de noche. <<En la niebla todos los gatos son grises>>, pensó Piedad. <<En la niebla todos los hombres son asesinos.>>
Nunca había visto una niebla tan espesa como aquella. En los canales más grandes, los barqueros harían chocar sus barcas serpiente unas con otras, incapaces de distinguir nada más que las tenues luces de los edificios a ambos lados.
Piedad pasó junto a un anciano con una linterna que caminaba en dirección opuesta y envidió su luz. La calle era tan sombría que apenas podía ver dónde pisaba. En las partes más humildes de la ciudad las casas, tiendas y almacenes se apiñaban juntos, apoyándose unos en otros como amantes borrachos, con sus pisos superiores tan próximos que se podía pasar de un balcón al siguiente. Las calles de abajo se convertían en oscuros túneles donde resonaba cada pisada. Los canales pequeños eran incluso más peligrosos, puesto que muchas de las casas que los surcaban tenían retretes que sobresalían justo por encima del agua. A Izembaro le encantaba dar la arenga del Señor del Mar en La Hija de la Melancolía del Mercader, acerca de cómo “aquí sigue aún en pie el último titán, sobre los hombros de piedra de sus hermanos”, pero Piedad prefería la escena en la que el gordo mercader cagaba sobre la cabeza del Señor del Mar cuando este pasaba por debajo en su barcaza púrpura y dorada. Algo así sólo podía ocurrir en Braavos, se decía, y sólo en Braavos tanto el Señor del Mar como el marinero darían alaridos de risa al verlo.
La Puerta se alzaba cerca del límite de la Ciudad Ahogada, entre el Puerto Exterior y el Puerto Púrpura. Allí había ardido un viejo almacén y el suelo se hundía un poco cada año, de modo que el suelo era barato. Sobre los inundados cimientos de piedra del almacén había levantado Izembaro su cavernoso teatro. La Cúpula y el Farol Azul podían disfrutar de alrededores más populares, decía él a sus comediantes, pero allí entre los puertos nunca les faltarían marineros y putas para llenar sus butacas. El Barco estaba cerca, decía, reuniendo aún a un cuantioso público en el muelle al que llevaba veinte años amarrado, y la Puerta también prosperaría.
El tiempo le había dado la razón. El escenario de la Puerta se había inclinado al asentarse el edificio, el vestuario tenía tendencia a enmohecerse y las serpientes de agua anidaban en el inundado sótano, pero nada de eso preocupaba a las comediantes siempre que el local estuviera lleno.
El último puente estaba hecho de cuerda y simples tablones y parecía disolverse dentro de la nada, pero era sólo por la niebla. Piedad  lo cruzó corriendo, con sus tacones repicando sobre la madera. La niebla se abrió ante ella como un telón gris hecho girones revelando el teatro. Una luz amarilla como la manteca se derramaba por las puertas y Piedad podía oír voces que venían de dentro. Junto a la entrada, Brusco el Grande había pintado sobre el título de la última función y escrito en su lugar La Mano Ensangrentada con grandes letras rojas. Estaba pintando una mano ensangrentada bajo las letras, para aquellos que no pudieran leer. Piedad se detuvo a echar un vistazo.
-        Es una bonita mano –le dijo.
-   El pulgar está torcido –Brusco le dio unos toques con su brocha-. El Rey de los Comediantes ha estado preguntando por ti.
-       Estaba tan oscuro que dormí y dormí.
Cuando Izembaro se había apodado a sí mismo el Rey de los Comediantes, la compañía había hallado en ello un retorcido placer, saboreando el ultraje de sus rivales desde la Cúpula hasta el Farol Azul. Últimamente, sin embargo, Izembaro había empezado a tomarse su título demasiado en serio.
-      Ahora sólo interpreta a reyes –decía Marro, poniendo los ojos en blanco- Y si en la obra no hay un rey, prefiere no representarla.
La Mano Ensangrentada ofrecía dos reyes, el gordo y el niño. Izembaro interpretaría al gordo. No era un papel largo, pero tenía un buen discurso mientras yacía moribundo, y antes de eso una espléndida lucha con un jabalí demoníaco. La había escrito Phario Forel, quien tenía la pluma más sangrienta de todo Braavos.
Piedad encontró a la compañía reunida tras el escenario y se deslizó sigilosamente por el fondo entre Daena y el Chasqueador, confiando en que nadie notara que llegaba tarde. Izembaro estaba diciendo a todos que esperaba que la Puerta se llenara esa noche hasta el techo a pesar de la niebla.
-      El Rey de Poniente va a mandar a un enviado esta noche para homenajear al Rey de los Comediantes –dijo a su compañía-. No decepcionaremos a otro monarca.
-   ¿”Decepcionaremos”? –dijo el Chasqueador, que hacía todo el vestuario para los Comediantes-. ¿Es que ahora hay más de uno?
-   Está lo bastante gordo para contar como dos –susurró Bobono. Cada compañía de comediantes debía tener un enano. Él era el suyo. Cuando vio a Piedad, le lanzó una mirada lasciva-. Oh –dijo-, ahí anda. ¿Está lista la muchachita para ser violada? –se relamió los labios.
El Chasqueador le dio un golpe en la cabeza.
-        Estate quieto.
El Rey de los Comediantes ignoró el pequeño alboroto. Aún seguía hablando, diciendo a los comediantes lo magníficos que debían estar. Además del enviado de Poniente, esa noche habría también portadores de llaves y cortesanos famosos entre el público. No tenía intención de que se fueran con una mala opinión de la Puerta.
-     Le irá mal a cualquier hombre que me falle –prometió, una amenaza que había tomado prestada del discurso dado por el Príncipe Garin en la víspera de la batalla de La Ira de los Señores Dragón, la primera obra de Phario Forel.
Para cuando al fin Izembaro hubo terminado de hablar, faltaba menos de una hora para la función y los comediantes pasaban por turnos de inquietos a frenéticos. Por toda la Puerta sonaba el nombre de Piedad.
-        Piedad –le imploró su amiga Daena-, Lady Stork ha vuelto a pisar otra vez el dobladillo de su vestido. Ayúdame a coserlo.
-        Piedad –llamó el Extraño-, trae la maldita cola, mi cuerno se está soltando.
-        Piedad –bramó el propio Izembaro el Grande-, ¿qué has hecho con mi corona, muchacha? No puedo hacer mi entrada sin la corona. ¿Cómo sabrán que soy un rey?
-       Piedad –chilló el enano Bobono-. Piedad, pasa algo con mis cordones, no deja de colgarme la polla.
Ella trajo la cola y volvió a pegar el cuerno izquierdo en la frente del Extraño.  Encontró la corona de Izembaro en el retrete, donde él siempre la olvidaba, y lo ayudó a prenderla a su peluca. Luego corrió a por aguja e hilo para que el Chasqueador pudiera coser el dobladillo del vestido de tela de oro que la reina llevaría en la escena de la boda.
Y a Bobono sí que le colgaba la polla. Estaba hecha así para la violación. <<Qué cosa tan repugnante>>, pensó Piedad mientras se arrodillaba delante del enano para arreglarla. La polla tenía un pie de largo y era tan gruesa como su brazo, lo bastante grande para ser vista desde la galería más alta. Pero el tintorero había hecho un mal trabajo con el cuero; estaba moteada de rosa y blanco, con una cabeza bulbosa del color de una ciruela. Piedad la empujó dentro de los calzones de Bobono mientras se los ataba
-    Piedad –cantaba él mientras lo hacía-. Piedad, Piedad, ven a mi habitación esta noche y hazme un hombre.
-        Te haré un eunuco si sigues desatándote tú mismo para que yo enrede con tu entrepierna.
-       Estamos destinados a estar juntos, Piedad –insistió Bobono-. Mira, tenemos justo la misma estatura.
-        Sólo cuando yo estoy de rodillas. ¿Recuerdas tu primera frase?
Hacía sólo dos semanas que el enano había subido dando tumbos al escenario y empezado La Angustia del Magistrado con el discurso del Grumkin en La Lujuriosa Dama del Mercader. Izembaro lo desollaría vivo si volvía a meter la pata de ese modo, sin importar lo difícil que fuera encontrar a un buen enano.
-        ¿Qué vamos a interpretar, Piedad? –preguntó Bobono inocentemente.
<<Se burla de mí>>, pensó Piedad. <<Esta noche no está borracho, conoce la obra perfectamente>>.
-       Vamos a hacer la nueva Mano Ensangrentada de Phario, en honor al enviado de los Siete Reinos.
-       Ahora recuerdo –Bonono bajó la voz hasta convertirla en un siniestro gruñido-. “El dios de los siete rostros me ha engañado” –dijo-. “A mi noble padre lo hizo del más puro oro y de oro hizo a mi hermano y hermana. Pero yo estoy moldeado de un material más oscuro, de huesos, sangre y barro, retorcidos en esta tosca forma que ves ante ti” –con esto echó mano al pecho de ella, tanteando en busca de un pezón-. No tienes tetas. ¿Cómo voy a violar a una muchacha sin tetas?
Ella le cogió la nariz entre el pulgar y el índice y se la retorció.
-        No tendrás nariz hasta que me quites tus manos de encima.
-        Owwwww –chilló el enano, soltándola.
-        Tendré tetas en uno o dos años –Piedad se levantó, más alta que al hombrecillo-. Pero a ti nunca te crecerá otra nariz. Piensa en eso antes de tocarme ahí.
Bobono se frotó su delicada nariz.
-        No hay por qué ser tan tímida. Voy a violarte muy pronto.
-        No hasta el segundo acto.
-        Siempre les doy un buen apretón a las tetas de Wendeyne cuando la violo en La Angustia del Magistrado –protestó el enano-. A ella le gusta y al público también. Tienes que complacer al público.
Aquella era una de las “sabidurías” de Izembano, como a él le gustaba llamarlas. “Tienes que complacer al público”.
-        Apuesto a que al público le complacería si le arranco la polla al enano y le golpeo con ella en la cabeza –respondió Piedad-. Eso es algo que no habrán visto antes
“Dales siempre algo que no hayan visto antes” era otra de las “sabidurías” de Izembano, y una para la que Bobono no tenía una respuesta fácil.
-        Ya está –anunció piedad-. A ver si ahora puedes mantenerla dentro de tus calzones hasta que la necesitemos.
Izembano la estaba llamando otra vez. Ahora no podía encontrar su lanza para jabalíes. Piedad la encontró por él, ayudó a Brusco el Grande a ponerse su traje de jabalí, comprobó las dagas trucadas sólo para asegurarse de que nadie había reemplazado alguna por otra de verdad (alguien lo había hecho una vez en la Cúpula y un comediante había muerto) y le sirvió a Lady Stork el sorbito de vino que a ella le gustaba tomar antes de cada función. Cuando todos los gritos de “Piedad, Piedad, Piedad” murieron al fin, se tomó un momento para echar una rápido vistazo a la sala.
Había más público del que había visto nunca y ya se lo estaban pasando bien, bromeando y empujándose unos a otros, comiendo y bebiendo. Vio a un vendedor ambulante vendiendo trozos de queso que arrancaba de la rueda con los dedos cada vez que encontraba a un comprador. Una mujer tenía una bolsa de manzanas arrugadas. Pellejos de vino pasaban de mano en mano, algunas muchachas vendían besos y un marinero tocaba la gaita marina. El hombrecillo de ojos tristes llamado Pluma estaba de pie al fondo, a ver qué podía robar para alguna de sus propias obras. Cossomo el Conjurador también había venido y llevaba del brazo a Yna, la puta tuerta de Puerto Feliz, pero Piedad no podía conocer a esos dos y ellos no podían conocer a Piedad. Daena reconoció a algunos habituales de la Puerta entre la multitud y se los señaló: El tintorero Dellono con su rostro blanco y demacrado y sus manos moteadas de púrpura, Galeo el salchichero con su grasiento delantal de cuero, el alto Tomarro con su rata domesticada en el hombro.
-        Más vale que Tomarro no deje que Galeo vea a su rata –advirtió Daena-. He oído que es la única carne que pone en sus salchichas –Piedad se tapó la boca y rio.
Las galerías también se estaban llenando. Los pisos primero y tercero eran para mercaderes, capitanes y otra gente respetable. Los de Braavos preferían el cuarto, que era el más alto, donde los asientos eran más baratos. Allí arriba había un tumulto de vivos colores, mientras que abajo dominaban los tonos más oscuros. La segunda galería estaba dividida en pequeños palcos donde los poderosos podían estar cómodos y en la intimidad, a salvo de la vulgaridad de encima y debajo. Tenía la mejor vista del escenario y los sirvientes les traían comida, vino, cojines y cualquier cosa que pudieran desear. En la Puerta era raro que la segunda galería se llenara más que hasta la mitad; los poderosos que disfrutaban con una noche de comediantes eran más propensos a visitar la Cúpula o el Farol Azul, donde la oferta se consideraba más sutil y poética.
Aquella noche, sin embargo, era distinta, sin duda debido a la visita del enviado de Poniente. En un palco se sentaban tres vástagos de Otharys, cada uno acompañado por una famosa cortesana; Prestayn se sentaba solo, un hombre tan anciano que uno se preguntaba cómo podía llegar hasta su asiento; Torone y Pranelis compartían un palco, igual que compartían una incómoda alianza; la Tercera Espada había invitado a media docena de amigos.
-        Cuento a cinco portadores de llaves –dijo Daena.
-        Bessaro está tan gordo que hay que contarlo dos veces –respondió Piedad con una risita.
Izembaro tenía barriga, pero comparado con Bessaro era tan flexible como un sauce. El portador de llaves era tan grande que necesitaba un asiento especial, tres veces más grande que una silla común.
-    Están todos gordos, esos Reyaan –dijo Daena-. Barrigas tan grandes como sus barcos. Deberías haber visto al padre. Hacía que éste pareciera pequeño. Una vez lo llamaron a la Sala de la Verdad para votar, pero cuando subió a su barcaza ésta se hundió –asió a Piedad del codo-. Mira, el palco del Señor del Mar -. El Señor del Mar nunca había visitado la Puerta, pero aun así Izembaro le había puesto su nombre a un palco, el más grande y opulento del local-. Ese debe ser el enviado de Poniente. ¿Alguna vez has visto a un anciano con un traje como ese? ¡Y mira, ha traído a la Perla Negra!
El enviado era pequeño y medio calvo, con un gracioso mechón de barba creciéndole desde la barbilla. Su capa y sus calzones eran de terciopelo amarillo. Su jubón era de un azul tan brillante que a Piedad casi le lloraron los ojos. Sobre su pecho había bordado en amarillo un escudo y en el escudo había un orgulloso gallo azul elaborado en lapislázuli. Uno de sus guardias lo ayudó a sentarse, mientras otros dos permanecían en pie tras él al fondo del palco.
La mujer que lo acompañaba no podía tener más que un tercio de su edad. Era tan hermosa que las lámparas parecían brillar más a su paso. Lucía un vestido largo y escotado de pálida seda amarilla que contrastaba con su piel marrón clara. Su cabello oscuro estaba sujeto en una red de tela dorada y un collar de azabache y oro rozaba la parte superior de sus pechos. Mientras la observaban, ella se inclinó hacia el enviado y le susurró algo al oído que lo hizo reír.
-        Deberían llamarla la Perla Marrón –dijo Piedad a Daena-. Es más marrón que negra.
-        La primera Perla Negra era como un tintero –dijo Daena-. Era una reina pirata engendrada por el hijo de un Señor del Mar y una princesa de las Islas de Verano. La tomó como amante un rey dragón de Poniente.
-      Me gustaría ver un dragón –dijo Piedad pensativa-. ¿Por qué lleva el enviado una gallina en el pecho?
Daena soltó un alarido.
-      Piedad, ¿es que no sabes nada? Es su emblema. En los reinos de Poniente todos los señores tienen emblemas. Algunos llevan flores, otros llevan peces, otros llevan osos y alces y otras cosas. Ves, los guardias del enviado llevan leones.
Era cierto. Había cuatro guardias; hombres grandes y de aspecto duro en cota de malla, con pesadas espadas de Poniente envainadas en sus caderas. Sus capas carmesí estaban rematadas con espirales de oro, y leones dorados con ojos de rojo granate sujetaban cada capa a un hombro. Cuando Piedad echó un vistazo a los rostros bajo los yelmos dorados con cresta de león, su vientre se estremeció. <<Los dioses me han traído un regalo.>> Sus dedos apretaron con fuerza el brazo de Daena.
-        Ese guardia. El del final, tras la Perla Negra.
-        ¿Qué le pasa? ¿Lo conoces?
-   No –Piedad había nacido y crecido en Braavos. ¿Cómo podía conocer a alguien de Poniente? Tuvo que pensar un momento-. Es sólo que… bueno, es agradable de ver, ¿no crees?
Lo era de un modo tosco, aunque sus ojos eran duros. Daena se encogió de hombros.
-        Es muy viejo. No tanto como los otros, pero… podría tener treinta años. Y es de Poniente. Son terribles salvajes, Piedad. Es mejor estar lejos de los de su clase.
-       ¿Estar lejos? –Piedad soltó una risa tonta. Era de la que clase de chicas que reían así- No. Tengo que acercarme más-. dio un abrazo a Daena y dijo- Si el Chasqueador viene a buscarme, dile que he ido a releer mis frases.
Sólo tenía unas pocas, y la mayoría eran sólo “Oh, no, no, no” o “No, oh no, no me toques” o “Por favor, mi Señor, aún soy una doncella”, pero aquella era la primera vez que Izembaro le había dado frases, así que era de esperar que la pobre Piedad quisiera decirlas bien.
El enviado de los Siete Reinos había llevado a dos de sus guardias dentro del palco para que permanecieran en pie tras él y la Perla Negra, pero los otros dos se habían apostado justo ante la puerta para dejar claro que no debía molestársele. Hablaban la Lengua Común de Poniente en voz baja mientras Piedad pasaba sigilosamente tras ellos en el oscuro pasillo. Aquella no era una lengua que Piedad conociera.
-    ¡Por los siete infiernos, qué húmedo es este sitio! –oyó quejarse a uno de los guardias- Tengo frío hasta en los huesos. ¿Dónde están los malditos naranjos? Siempre había oído que hay naranjos en las Ciudades Libres. Limones y limas. Granadas. Pimientos, noches cálidas, muchachas con el vientre desnudo. ¿Dónde están las muchachas con el vientre desnudo, pregunto yo?
-       Allá abajo en Lys, en Myr y en la Vieja Volantis –respondió el otro guardia. Era un hombre más viejo, entrecano y de barriga grande -. Una vez fui a Lys con Lord Twin, cuando él era la Mano de Aerys. Braavos está al norte de Desembarco del Rey, tonto. ¿No sabes leer un maldito mapa?
-        ¿Cuánto tiempo crees que estaremos aquí?
-     Más del que te gustaría –respondió el viejo-. Si él vuelve sin el oro la reina le cortará la cabeza. Además, he visto a esa esposa suya. Hay escaleras en Roca Casterly que no puede bajar por miedo a quedarse atascada. Así de gorda está. ¿Quién volvería con ella, teniendo a esta reina de hollín?
El guardia guapo sonrió.
-        ¿No crees que después la compartirá con nosotros?
-       ¿Qué, estás loco? ¿Crees que se fija en gente como nosotros? El maldito cabrón ni siquiera acierta con nuestros nombres la mitad de las veces. Quizá fuera distinto con Clegane.
-     El Señor no estaba hecho para espectáculos de comediantes ni putas de lujo. Cuando el Señor quería a una mujer la tomaba, pero a veces nos dejaba tenerla después. No me importaría probar a esa Perla Negra. ¿Crees que será de color rosa entre las piernas?
Piedad quería escuchar más, pero no había tiempo. La Mano Ensangrentada estaba a punto de empezar y el Chasqueador la estaría buscando para que lo ayudara con el vestuario. Izembaro podía ser el Rey de los Comediantes, pero era al Chasqueador a quien todos temían. Ya habría tiempo más tarde para su apuesto guardia.
La Mano Ensangrentada se iniciaba en un cementerio.
Cuando el enano apareció de repente desde detrás una lápida de madera, el público empezó a silbar y a maldecir. Bobono anduvo como un pato hasta la parte delantera del escenario y los miró con lascivia.
-        El dios de los siete rostros me ha engañado –empezó-. A mi noble padre lo hizo del más puro oro y de oro hizo a mi hermano y hermana. Pero yo estoy moldeado de un material más oscuro, de huesos, sangre y barro...
Para entonces Marro había aparecido tras él, sombrío y terrible en la larga y negra túnica del Extraño. Su rostro también era negro, sus dientes rojos y brillantes de sangre, mientras que sus cuernos de marfil apuntaban hacia arriba desde su frente. Bobono no podía verlo, pero los de las galerías sí, y ahora también el resto del público. La Puerta quedó mortalmente callada. Marro avanzó en silencio.
Lo mismo hizo Piedad. Todos los trajes estaban colgados y el Chasqueador estaba ocupado cosiendo a Daena en su vestido para la escena del cortejo, así que nadie debería notar la ausencia de Piedad. Silenciosa como una sombra, volvió sigilosamente atrás, a donde los estaban guardias junto al palco del enviado. De pie en un hueco a oscuras, quieta como una piedra, podía ver bien su rostro. Lo estudió con cuidado para estar segura. <<¿Soy demasiado joven para él?>>, se preguntó. <<¿Demasiado poco atractiva? ¿Demasiado delgada?>> Confió en que no fuera la clase de hombre al que le gustaban las muchachas de pechos grandes. Bobono tenía razón sobre su pecho. <<Sería mejor si pudiera llevármelo a casa y tenerlo para mí sola. ¿Pero vendrá él conmigo?>>
-        ¿Crees que puede ser él? –preguntó el apuesto.
-        ¿Qué, te han robado los Otros la inteligencia?
-        ¿Por qué no? Es un enano, ¿verdad?
-        El Gnomo no era el único enano del mundo.
-       Quizá no, pero mira, todo el mundo habla de lo listo que era, ¿cierto? Así que quizá se le ocurrió que el último lugar en el que su hermana lo buscaría es en un espectáculo de comediantes, burlándose de sí mismo. Así que hace exactamente eso, para pellizcarle a ella la nariz.
-        Ah, estás loco.
-     Bueno, quizá lo siga tras la comedia. Lo descubriré por mí mismo –el guardia puso una mano en el puño de su espada-. Si estoy en lo cierto, me harán Señor, y si estoy equivocado, bueno, qué más da, es sólo un enano –soltó un ladrido de risa.
En el escenario, Bobono estaba haciendo tratos con el siniestro Extraño de Marro. Para ser tan pequeño tenía una gran voz, y ahora la hacía sonar hasta el techo.
-      Dame la copa –dijo al Extraño-, porque beberé hasta el fondo. Y si sabe a oro y a sangre de Leon, mucho mejor. Ya que no puedo ser el héroe, déjame ser el monstruo, y darles una lección de miedo en vez de amor.
Piedad pronunció en silencio con él las últimas frases. Eran frases mejores que las suyas, y también apropiadas. <<O me querrá o no me querrá>>, pensó <<Así pues, que empiece la función.>> Rezó una silenciosa plegaria al Dios de Muchos Rostros, se deslizó fuera del hueco e hizo aspavientos a los guardias. <<Piedad, Piedad, Piedad.>>
-        Mis Señores –dijo-, ¿habláis Bravoosi? Oh, por favor, decide que sí.
Los dos guardias intercambiaron una mirada.
-        ¿De qué habla ésta? –preguntó el viejo- ¿Quién es?
-      Una de las comediantes –dijo el apuesto. Se apartó el cabello claro de la frente y le sonrió-. Lo siento, dulzura, no hablamos lo que farfullas.
<<Bulla y plumas>>, pensó Piedad, <<sólo conocen la Lengua Común.>> Aquello no era bueno. <<Ríndete o sigue adelante.>> No podía rendirse. Lo deseaba tanto.
-     Conozco vuestra lengua, un poco –mintió, con la sonrisa más dulce de Piedad- Vosotros sois señores de Poniente, dijo mi amigo.
El viejo rio.
-        ¿Señores? Sí, eso somos.
Piedad bajó la vista a sus pies, tan tímida
-        Izembaro dijo que complaciera a los señores –susurró- Si hay cualquier cosa que deseéis, lo que sea...
Los dos guardias intercambiaron una mirada. Luego el guapo alargó la mano y le tocó el pecho.
-        ¿Lo que sea?
-        Eres asqueroso –dijo el viejo.
-        ¿Por qué? Si ese Izembaro quiere ser hospitalario, sería grosero negarse –dio un pellizco a su pezón a través de la tela del vestido, justo como el enano había hecho mientras ella le arreglaba la polla-. Las comediantes son lo mejor que hay después de las putas.
-        Puede ser, pero ésta es una niña.
-        No lo soy –mintió Piedad-. Ya soy doncella.
-        No por mucho tiempo –dijo el guapo-. Soy Lord Rafford, dulzura, y sé exactamente lo que quiero. Súbete esas faldas y apóyate en la pared.
-    Aquí no –dijo Piedad, apartando sus manos –No donde hacemos el espectáculo. Puedo gritar, e Izembaro se enfadaría mucho.
-        Entonces, ¿dónde?
-        Conozco un sitio.
El guardia viejo tenía el ceño fruncido.
-       ¿Qué? ¿Crees que puedes escabullirte? ¿Y si su caballerosidad viene en tu busca?
-      ¿Por qué iba a hacerlo? Tiene un espectáculo que ver. Y tiene su propia puta. ¿Por qué no puedo tener yo la mía? Esto no me llevará mucho.
<<No>>, pensó ella, <<no mucho.>> Piedad lo cogió de la mano y lo guio por la parte de atrás, bajando las escaleras hasta salir a la brumosa noche.
-      Podríais ser un comediante, si quisierais –le dijo, mientras él la apretaba contra la pared del teatro.
-        ¿Yo? –resopló el guardia-. Yo no, muchacha. Toda esa maldita cháchara. No recordaría ni la mitad.
-    Al principio es difícil –admitió ella-. Pero tras un tiempo resulta más fácil. Yo podría enseñaros a decir una frase. Sí que podría.
Él le sujetó la muñeca.
-        Yo te enseñaré a ti. Hora de tu primera lección.
La atrajo hacia sí de un fuerte tirón y la besó en los labios, forzando su lengua dentro de la boca de ella. Estaba húmeda y viscosa, como una anguila. Piedad la lamió con su propia lengua. Luego se desprendió de él, sin aliento.
-      Aquí no. Alguien puede vernos. Mi habitación no está lejos, pero deprisa. Tengo que volver antes del segundo acto o  me perderé mi violación.
Él sonrió.
-        No tengas miedo de eso, muchacha –pero dejó que ella tirara de él.
Cogidos de la mano, corrieron a través de la niebla sobre puentes, por callejones y subieron cinco tramos de escalones de madera astillados. Para cuando entraron corriendo por la puerta de su pequeña habitación, el guardia estaba jadeando. Piedad encendió una vela de sebo y luego bailó alrededor de él, riendo como una tonta.
-      Oh, ahora estáis agotado. Olvidé lo viejo que erais, mi Señor. ¿Queréis dormir una pequeña siesta? Sólo tumbaos, cerrad los ojos y yo volveré después de que el Gnomo acabe de violarme.
-     No vas a irte a ninguna parte –la atrajo bruscamente hacia él-. Quítate esos harapos y te enseñaré lo viejo que soy, muchacha.
-        Piedad –dijo ella-. Mi nombre es Piedad. ¿Podéis decirlo?
-        Piedad –dijo él-. Mi nombre es Raff.
-        Lo sé.
Deslizó su mano entre las piernas de él y a través de la lana de sus calzones notó lo dura que la tenía.
-        Los cordones –insistió él-. Sé una buena chica y desátalos.
En vez de eso, ella deslizó su dedo por el interior de su muslo. Él gruñó.
-        ¡Maldita sea! Ten cuidado ahí, tú…
Piedad soltó un grito ahogado y retrocedió con el rostro confuso y asustado.
-        ¡Estáis sangrando!
-        ¡Qué…! –bajó la vista-. Dioses, sed buenos. ¿Qué me has hecho, pequeña puta?
La mancha roja se extendía por su muslo, empapando la gruesa tela.
-        Nada –chilló Piedad-. Yo nunca… oh, oh, hay tanta sangre. Para, para, me estás asustando.
Él sacudió la cabeza con una mirada aturdida en el rostro. Cuando apretó su mano contra su muslo, salió un chorro de sangre de entre sus dedos. Bajaba por su pierna hasta dentro de su bota. <<Ya no parece tan apuesto>>, pensó ella <<sólo parece blanco y asustado.>>
-    Una toalla –jadeó el guardia-. Tráeme una toalla, un trapo, apriétalo. Dioses. Me siento mareado.
Su pierna estaba empapada en sangre desde el muslo hasta abajo. Cuando trató de apoyarse en ella, su rodilla se torció y él cayó.
-     Ayúdame –suplicó, mientras la entrepierna de sus calzones se enrojecía-. Madre, ten piedad. Muchacha, un sanador… Corre a buscar a un sanador, deprisa.
-        Hay uno en el siguiente canal, pero no vendrá. Debéis ir vos hasta él. ¿Podéis andar?
-   ¿Andar? –sus dedos estaban manchados de sangre- ¿Estás ciega, muchacha? Estoy sangrando como un cerdo en una pica. No puedo andar con esto.
-        Bueno –dijo ella-, entonces no sé cómo llegareis allí.
-        Tienes que cargar conmigo.
<<¿Ves?>>, pensó Piedad. <<Te sabes tu frase y yo también.>>
-        ¿Eso crees? –preguntó Arya dulcemente.
Raff el Dulce levantó bruscamente la vista mientras la larga y delgada hoja se deslizaba fuera de la manga de ella. Se la introdujo en la garganta por debajo del mentón, la retorció y la sacó de un único y fluido tajo. A continuación hubo una lluvia fina y los ojos de él se apagaron.
-       Valar Morghulis –susurró Arya, pero Raff estaba muerto y no la oía. Ella se sorbió la nariz.
<<Debí haberle ayudado a bajar las escaleras antes de matarlo. Ahora tendré que arrastrarlo hasta el canal y hacerlo rodar dentro.>> Las anguilas harían el resto.
-        Piedad, Piedad, Piedad –cantó tristemente.
Había sido una muchacha tonta y atolondrada, pero de buen corazón. La echaría de menos y echaría de menos a Daena, al Chasqueador y a los demás, incluso a Izembaro y a Bobono. No dudó de que aquello le traería problemas al Señor del Mar y al enviado de la gallina en el pecho.
Sin embargo, pensaría en eso después. Ahora mismo no había tiempo. <<Es mejor que corra.>> Piedad aún tenía algunas frases que decir, serían sus primeras y últimas, e Izembaro le cortaría su bonita y vacía cabecita si llegaba tarde a su propia violación.