Christopher
Nolan parece ser un director de esos que dividen al público: muchos lo
consideran un genio incapaz de errar, mientras que otros lo ven como un
mediocre sobrevalorado. Yo, que me tengo por un cinéfilo pragmático (pero hasta
cierto punto, ¿eh?), lo veo como un individuo con mucho talento cuyas películas
siempre garantizan un nivel mínimo de calidad tirando a medio/alto. Sin
embargo, conviene recordar que hasta gente como John Ford, Alfred Hitchcock o
John Houston hicieron películas mediocres. Cierto es que ellos tuvieron filmografías
mucho más extensas de lo que es habitual en los directores actuales. En la época
dorada de Hollywood –las décadas de 1930, 1940 y 1950 –no era raro que un
director pariese una o dos películas al año, o al menos una cada dos años. Hoy
en día, el empeño de los grandes estudios en producir blockbusters cada vez más fastuosos y complejos, los cuales
requieren una larga planificación y una todavía más larga postproducción, ha
hecho que personas como James Cameron, Steven Spielberg o el propio Nolan se
tiren años sacando adelante un proyecto. Nótese que a pesar de ello Nolan ha
mantenido un ritmo bastante intenso, estrenando desde 2005 una media de dos
películas cada tres años. Si además tenemos en cuenta que crítica y público las
consideran como buenas o muy buenas e incluso una de ellas está etiquetada como
obra maestra –si alguien no sabe cuál, que abandone este blog y busque empleo
en Sálvame –, podríamos decir que
sólo era cuestión de tiempo que el director británico sufriera un tropiezo. Y
ese tropiezo al fin ha llegado.
Sospecho que
los detractores de Nolan deben estar frotándose las manos, porque hace un par
de años ya noté que algunos parecían estar afilando los cuchillos antes del
estreno de El Caballero Oscuro: La Leyenda
Renace. Parecía como si el mero hecho de que Nolan quisiera completar su
trilogía de Batman tras tocar el cielo con la segunda entrega fuera una especie
de herejía, un desafío a los dioses que merecía ser castigado. Algunos de esos
tipos no debieron extrañarse cuando un imbécil entró pegando tiros en un cine
de Estados Unidos donde se proyectaba la película. Para ellos debió ser algo
así como una señal de que, en efecto, el Olimpo del cine estaba furioso con
aquel arrogante y pretencioso directorcillo.
No voy a negar
que yo mismo soy un poco visceral en mis opiniones. Por ejemplo, soy uno de
esos haters de los que tanto le gusta
burlarse a Michael Bay. Pero no odio a ese tipo, como dicen algunos idiotas defensores
del perpetrador de Transformers,
porque gane mucho dinero con sus películas. Lo odio porque gana mucho dinero
haciendo mierda. Bay es la clase de director que siempre busca el mínimo común
denominador (originalidad cero, tópicos a mansalva, humor facilón, tías buenas
de adorno, etc.). La gente como Cameron, Spielberg o Nolan, por el contrario,
se esfuerza en huir de todo eso y dar al espectador algo que merezca la pena. Y
ese esfuerzo se nota en la pantalla. Cuando ves sus películas, comprendes que
esa clase de directores siente respeto por su público, mientras que Bay, cuando
dirige, ni siquiera intenta hacer
algo bueno, sólo la mierda de siempre. Por eso mismo Interstellar no es una mala película. Simplemente es una película
fallida. E incluso fallando en su conjunto, tiene los suficientes aciertos
parciales como para justificar una visita al cine para verla. Eso sí, yo la
considero más una peli de día del espectador que una de fin de semana por la
tarde/noche, pero su acabado visual merece apreciarse en la pantalla grande. Y
no, no estoy cayendo en el tópico de decir “la fotografía es muy bonita”, para
ignorar el hecho de que el guion es atroz. Alguien que coescribió Origen jamás creará un mal guion. Pero sí
puede crear uno imperfecto, como es el caso de su última peli.
Interstellar transcurre en un futuro más
o menos cercano en el que la Tierra se está volviendo inhabitable. El cambio
climático ha hecho que los alimentos escaseen, de modo que la mayor parte de la
población mundial ha dado la espalda a la tecnología para centrarse en la
agricultura. Ya no hay teléfonos móviles ni televisores –o sea, que la mayoría
de los adolescentes de hoy en día buscarían refugio en el suicido –, las
carreras técnicas se consideran poco útiles y en los colegios se enseña que los
vuelos a la Luna fueron un montaje para engañar a los soviéticos y hacerles
gastar miles de millones en la carrera espacial hasta arruinar su economía. En
este futuro vive Cooper (Matthew McConaughey), quien años atrás estuvo a punto
de ser astronauta de la NASA, pero ahora vive con sus dos hijos y su suegro en
una granja. Su hija Murph (Mackenzie Foy, que también actuó en Expediente Warren) está empeñada en que
un fantasma se dedica a tirar los libros de su habitación para enviarle un
mensaje. Al principio Cooper no la cree, pero pronto descubre que lo de los
mensajes es cierto. Uno de ellos lo conduce hasta una instalación aparentemente
abandonada, que resulta ser el lugar donde lo que queda de la NASA sigue
operando en secreto. Aquí es donde el guion empieza a mostrar sus grietas,
porque los mandamases de la agencia no sólo aceptan sin dudar lo de los
mensajes, sino que además los interpretan como una señal de que Cooper debe liderar
el vuelo espacial que preparan, del cual dependerá el futuro de la Humanidad. Para
ayudar a que nos lo traguemos, Nolan cuenta con la inestimable ayuda de su
actor fetiche Michael Caine, quien interpreta al jefe del proyecto. Caine está
tan bien como cabía esperar, pero ni el Marlon Brando de La Ley del Silencio lograría evitar que muchos pensáramos que aquí
todo está pasando sólo porque lo dice el guion. Esta es una sensación que yo nunca
tuve –o que al menos no recuerdo haber tenido –en anteriores películas de
Nolan. A pesar de todo, tanto su dirección como las interpretaciones y los diálogos
mantienen el nivel habitual, de modo que
es fácil dejar pasar lo otro. Como era previsible, Cooper acepta viajar al
espacio para que la generación de sus hijos no sea la última que habite la
Tierra. A Murph no le hace ninguna gracia perder a su padre, lo que da lugar a
una emotiva escena de despedida que en mi opinión funciona muy bien. El
problema es que esa es la ÚNICA escena emotiva que funciona bien en toda la
película.
¿Cómo que en Andalucía hay subvenciones para la agicultura y en Estados Unidos no? ¿Me está tomando el pelo?
Y aquí
llegamos al gran fallo de Interstellar,
en el que hacen hincapié todas las críticas que sobre ella se han escrito, o al
menos todas las que yo he leído: esta película pretende ser a la vez una
profunda reflexión filosófica sobre la inmensidad del universo, la necesidad
que los humanos tenemos de explorarlo y los sacrificios que ello conlleva, pero
también pretende ser una reflexión sobre cómo el amor es la fuerza que nos
impulsa en nuestras vidas por encima de ninguna otra. Y ambos temas no encajan,
porque el guion y la dirección fallan a la hora de conectarlos. La parte de
exploración espacial tiene un tono que recuerda mucho al de 2001: Una odisea del espacio, de Stanley
Kubrick, mientras que la parte sobre el amor se acerca peligrosamente a los
peores excesos sensibleros de Steven Spielberg. Y si hay dos cosas en este
mundo que se mezclan peor que el agua y el aceite son Kubrick y Spielberg. Ahí
está para demostrarlo esa cosa llamada Inteligencia
Artificial, la cual llevo más de una década intentando borrar de mi memoria.
Por mucho que ambos cineastas sean judíos, Kubrick es frio, cínico y analítico,
mientras que Spielberg se regodea en el sentimentalismo y en la manipulación
emocional. Por eso Nolan fracasa cuando intenta jugar a dos bandas. Su intento
es valiente y loable, pero resulta imposible tocar el piano y jugar al
baloncesto a la vez.
No obstante,
ya he dicho que la película tiene muchos aciertos parciales. Una vez que
salimos con Cooper al espacio, la espectacularidad y el realismo se combinan de
un modo muy eficaz. Casi todo tiene una base científica. Y para que os hagáis
una idea, me acompañó al cine un amigo de toda la vida licenciado en Físicas,
quien quedo muy satisfecho con ese apartado. La nave de Cooper, la Endurance –que en doblaje español todos
pronuncian mal, olvidando o ignorando que hay que meter una “i” entre la “d” y
la “u” –tiene que viajar durante dos años hasta la órbita de Saturno, donde 48
años atrás apareció un agujero de gusano, el cual conduce hasta otra galaxia.
Misiones anteriores demostraron que allí hay un sistema con al menos tres
planetas potencialmente habitables. Los
tripulantes de la Endurance deben
descubrir si alguno sirve para ser el nuevo hogar de la Humanidad. Para
complicar más las cosas, en dicho sistema hay un agujero negro bautizado Gargantúa, cuya proximidad a uno de los
tres planetas hará que el tiempo se ralentice para quienes desciendan a
explorarlo. Una hora en la superficie serán siete años en la Tierra. Y Cooper,
que le prometió a Murph que volvería para reunirse con ella, quiere hacerlo
antes de que su hija se muera de vieja.
Ya veis que la
Teoría de la Relatividad de Einstein tiene mucho que ver en esta historia. El
propio Cooper se lo comenta a Murph cuando ambos se despiden, de modo que cualquier
espectador mínimamente inteligente puede anticipar bastantes cosas. Sin entrar
en spoilers, no os costará ningún
esfuerzo adivinar quién es el “fantasma” que le deja los mensajes a Murph. Algo
parecido sucedía en otra película de Nolan, El Truco Final (El prestigio), donde era prácticamente imposible no
anticipar la sorpresa final. La gran diferencia es que allí la historia estaba
mucho mejor armada y sus partes encajaban perfectamente, hasta el punto de que
la sorpresa final era algo muy secundario dentro del tercer acto. Aquí la
historia avanza un poco a trompicones, alternando la misión de Cooper con la
situación de sus hijos en la Tierra. Esta segunda trama tiene menos peso, pero aun
así se me hizo un poco pesada porque ni Murph ni su hermano me interesaron lo
más mínimo. Sé que a mucha gente le encanta Jessica Chastain, quien interpreta
a la Murph adulta, pero a pesar de que suelen gustarme las pelirrojas, esa
mujer tiene algo que me echa para atrás. También influyó el contraste entre
ella y Mackenzie Foy, quien me pareció adorable como la Murph niña. Otro
problema es que la versión adulta del personaje es demasiado simplona: Su único
rasgo definido es que está cabreada con su padre por abandonarla y al parecer
eso le da carta blanca para ser una borde. Que te jodan, Murph. De pequeña no
eras así. Claro que lo del hermano es peor, porque crece para ser un capullo
integral interpretado por el hermano de Ben Affleck. Como dicen en inglés: “It
runs in the family” (“Es cosa de familia).
La trama
principal funciona mucho mejor –al menos durante el segundo acto –gracias a que
es la más espectacular. Para ser sinceros, no se llega al nivel de maestría ni
implicación emocional de Gravity,
pero tampoco hay demasiada distancia. Los mundos que visitan Cooper y sus
compañeros son originales y dan lugar a problemas y a situaciones interesantes.
Por cierto que entre esos compañeros hay dos robots llamados TARS y CASE que a
menudo les roban la función a los astronautas humanos. Su diseño es muy
original, ya que se trata básicamente de monolitos –otra referencia a 2001 –capaces de desplegarse en partes
móviles y de adoptar la forma más adecuada tanto con gravedad como sin ella. TARS
en particular está programado con sentido del humor y algunos de sus diálogos
con Cooper son impagables. Lo malo es que ese humor acentúa negativamente el contraste
con los momentos en que la peli se empeña en ponerse solemne y, sobre todo, profunda.
A veces los personajes caen en soliloquios que, a pesar de estar bien escritos,
resultan muy artificiales. Anne Hathaway tiene uno en el que intenta explicar
la importancia del amor, pero por mucho que la chica se esfuerza, resulta
imposible que funcione. Ése es otro fallo del guion: Tratar de verbalizar su
discurso en vez de plasmarlo en las propias acciones de los personajes y en las
consecuencias de éstas. Y es que las emociones humanas no se pueden analizar de
un modo científico, especialmente una tan compleja como el amor. Por hacer una
comparación, lo de Tim Robbins suicidándose en Misión a Marte era mil veces más explícito y eficaz que cualquier
discurso. Y todos sabemos que Misión a
Marte no era precisamente una obra maestra, ¿verdad?
Nolan y su
hermano Jonathan –coescritores de la película –también caen en el estereotipo
de introducir a un personaje cobarde, llorica y mierdoso para que la cague y
ponga en peligro toda la misión. No os digo quién es ni quién lo interpreta
porque en la publicidad lo han ocultado a propósito. La cuestión es que este
recurso, que parece ligeramente inspirado en el tercer acto de Sunshine, de Danny Boyle, resulta aún
más forzado y menos creíble que en aquella película.
Y al fin
llegamos al tercer acto, que es donde se manifiesta con toda su crudeza la
incapacidad de Interstellar para
conjugar las dos películas atrapadas en su interior. Nolan se inspira de nuevo
en los minutos finales de 2001, pero
queriendo meter con calzador un fuerte componente emocional. Desde el punto de
vista científico la cosa es interesante, pero la conexión emocional brilla por
su ausencia. La escena ni conmueve ni emociona; tan sólo confirma nuestra
sospecha de que “esto ya me lo sabía yo”. Los hermanos/guionistas tratan de
darle más interés haciendo que discurra en paralelo con el clímax de la trama
secundaria en la Tierra, pero este recurso, que tan bien funcionaba en Origen, aquí lo hace mucho peor, porque
la trama secundaria es demasiado simplona. Tener a Jessica Chastain de pie en
una habitación aguardando a que su “fantasma” envíe otro mensaje no es
emocionante. Sobre todo porque la Murph adulta no tiene motivos para esperar
que tal cosa suceda. Ése es otro fallo de guion. Y esa clase de fallos duelen
más cuando los comete gente que sabes que es capaz de hacerlo mucho mejor. Éste
doble clímax y el subsiguiente epílogo te dejan un mal sabor de boca. En el
caso del epílogo, porque también es científicamente creativo pero emocionalmente
hueco, además de un poquito demasiado largo. De nuevo se establece una comparación
negativa con Gravity, donde la historia
era mucho más simple –91 minutos frente a los 169 que dura Interstellar –pero sin embargo uno se sumerge más en ella y se
siente más emocionalmente recompensado al llegar el final. Y eso que Matthew
McConaughey me cae mejor que Sandra Bullock.
En resumen,
que la película es tan interesante como decepcionante. Sin embargo, creo que en
el fondo eso no es malo, ya que demuestra que Christopher Nolan es igual de
humano que cualquier otro buen director. Tan sólo espero que la libertad
creativa que le han dado varios años de éxitos no se traduzca en futuros tropezones
como éste. Porque ya sabéis que después de Mayo de 1977 a George Lucas nadie le
volvió a decir “no”, y el resultado fueron Jar Jar Binks, los midiclorianos y
el puto Hayden Christensen.