lunes, 10 de noviembre de 2014

'Interstellar', hasta los mejores meten la pata.




Christopher Nolan parece ser un director de esos que dividen al público: muchos lo consideran un genio incapaz de errar, mientras que otros lo ven como un mediocre sobrevalorado. Yo, que me tengo por un cinéfilo pragmático (pero hasta cierto punto, ¿eh?), lo veo como un individuo con mucho talento cuyas películas siempre garantizan un nivel mínimo de calidad tirando a medio/alto. Sin embargo, conviene recordar que hasta gente como John Ford, Alfred Hitchcock o John Houston hicieron películas mediocres. Cierto es que ellos tuvieron filmografías mucho más extensas de lo que es habitual en los directores actuales. En la época dorada de Hollywood –las décadas de 1930, 1940 y 1950 –no era raro que un director pariese una o dos películas al año, o al menos una cada dos años. Hoy en día, el empeño de los grandes estudios en producir blockbusters cada vez más fastuosos y complejos, los cuales requieren una larga planificación y una todavía más larga postproducción, ha hecho que personas como James Cameron, Steven Spielberg o el propio Nolan se tiren años sacando adelante un proyecto. Nótese que a pesar de ello Nolan ha mantenido un ritmo bastante intenso, estrenando desde 2005 una media de dos películas cada tres años. Si además tenemos en cuenta que crítica y público las consideran como buenas o muy buenas e incluso una de ellas está etiquetada como obra maestra –si alguien no sabe cuál, que abandone este blog y busque empleo en Sálvame –, podríamos decir que sólo era cuestión de tiempo que el director británico sufriera un tropiezo. Y ese tropiezo al fin ha llegado.
Sospecho que los detractores de Nolan deben estar frotándose las manos, porque hace un par de años ya noté que algunos parecían estar afilando los cuchillos antes del estreno de El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace. Parecía como si el mero hecho de que Nolan quisiera completar su trilogía de Batman tras tocar el cielo con la segunda entrega fuera una especie de herejía, un desafío a los dioses que merecía ser castigado. Algunos de esos tipos no debieron extrañarse cuando un imbécil entró pegando tiros en un cine de Estados Unidos donde se proyectaba la película. Para ellos debió ser algo así como una señal de que, en efecto, el Olimpo del cine estaba furioso con aquel arrogante y pretencioso directorcillo.
No voy a negar que yo mismo soy un poco visceral en mis opiniones. Por ejemplo, soy uno de esos haters de los que tanto le gusta burlarse a Michael Bay. Pero no odio a ese tipo, como dicen algunos idiotas defensores del perpetrador de Transformers, porque gane mucho dinero con sus películas. Lo odio porque gana mucho dinero haciendo mierda. Bay es la clase de director que siempre busca el mínimo común denominador (originalidad cero, tópicos a mansalva, humor facilón, tías buenas de adorno, etc.). La gente como Cameron, Spielberg o Nolan, por el contrario, se esfuerza en huir de todo eso y dar al espectador algo que merezca la pena. Y ese esfuerzo se nota en la pantalla. Cuando ves sus películas, comprendes que esa clase de directores siente respeto por su público, mientras que Bay, cuando dirige, ni siquiera intenta hacer algo bueno, sólo la mierda de siempre. Por eso mismo Interstellar no es una mala película. Simplemente es una película fallida. E incluso fallando en su conjunto, tiene los suficientes aciertos parciales como para justificar una visita al cine para verla. Eso sí, yo la considero más una peli de día del espectador que una de fin de semana por la tarde/noche, pero su acabado visual merece apreciarse en la pantalla grande. Y no, no estoy cayendo en el tópico de decir “la fotografía es muy bonita”, para ignorar el hecho de que el guion es atroz. Alguien que coescribió Origen jamás creará un mal guion. Pero sí puede crear uno imperfecto, como es el caso de su última peli.
Interstellar transcurre en un futuro más o menos cercano en el que la Tierra se está volviendo inhabitable. El cambio climático ha hecho que los alimentos escaseen, de modo que la mayor parte de la población mundial ha dado la espalda a la tecnología para centrarse en la agricultura. Ya no hay teléfonos móviles ni televisores –o sea, que la mayoría de los adolescentes de hoy en día buscarían refugio en el suicido –, las carreras técnicas se consideran poco útiles y en los colegios se enseña que los vuelos a la Luna fueron un montaje para engañar a los soviéticos y hacerles gastar miles de millones en la carrera espacial hasta arruinar su economía. En este futuro vive Cooper (Matthew McConaughey), quien años atrás estuvo a punto de ser astronauta de la NASA, pero ahora vive con sus dos hijos y su suegro en una granja. Su hija Murph (Mackenzie Foy, que también actuó en Expediente Warren) está empeñada en que un fantasma se dedica a tirar los libros de su habitación para enviarle un mensaje. Al principio Cooper no la cree, pero pronto descubre que lo de los mensajes es cierto. Uno de ellos lo conduce hasta una instalación aparentemente abandonada, que resulta ser el lugar donde lo que queda de la NASA sigue operando en secreto. Aquí es donde el guion empieza a mostrar sus grietas, porque los mandamases de la agencia no sólo aceptan sin dudar lo de los mensajes, sino que además los interpretan como una señal de que Cooper debe liderar el vuelo espacial que preparan, del cual dependerá el futuro de la Humanidad. Para ayudar a que nos lo traguemos, Nolan cuenta con la inestimable ayuda de su actor fetiche Michael Caine, quien interpreta al jefe del proyecto. Caine está tan bien como cabía esperar, pero ni el Marlon Brando de La Ley del Silencio lograría evitar que muchos pensáramos que aquí todo está pasando sólo porque lo dice el guion. Esta es una sensación que yo nunca tuve –o que al menos no recuerdo haber tenido –en anteriores películas de Nolan. A pesar de todo, tanto su dirección como las interpretaciones y los diálogos mantienen  el nivel habitual, de modo que es fácil dejar pasar lo otro. Como era previsible, Cooper acepta viajar al espacio para que la generación de sus hijos no sea la última que habite la Tierra. A Murph no le hace ninguna gracia perder a su padre, lo que da lugar a una emotiva escena de despedida que en mi opinión funciona muy bien. El problema es que esa es la ÚNICA escena emotiva que funciona bien en toda la película.
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Y aquí llegamos al gran fallo de Interstellar, en el que hacen hincapié todas las críticas que sobre ella se han escrito, o al menos todas las que yo he leído: esta película pretende ser a la vez una profunda reflexión filosófica sobre la inmensidad del universo, la necesidad que los humanos tenemos de explorarlo y los sacrificios que ello conlleva, pero también pretende ser una reflexión sobre cómo el amor es la fuerza que nos impulsa en nuestras vidas por encima de ninguna otra. Y ambos temas no encajan, porque el guion y la dirección fallan a la hora de conectarlos. La parte de exploración espacial tiene un tono que recuerda mucho al de 2001: Una odisea del espacio, de Stanley Kubrick, mientras que la parte sobre el amor se acerca peligrosamente a los peores excesos sensibleros de Steven Spielberg. Y si hay dos cosas en este mundo que se mezclan peor que el agua y el aceite son Kubrick y Spielberg. Ahí está para demostrarlo esa cosa llamada Inteligencia Artificial, la cual llevo más de una década intentando borrar de mi memoria. Por mucho que ambos cineastas sean judíos, Kubrick es frio, cínico y analítico, mientras que Spielberg se regodea en el sentimentalismo y en la manipulación emocional. Por eso Nolan fracasa cuando intenta jugar a dos bandas. Su intento es valiente y loable, pero resulta imposible tocar el piano y jugar al baloncesto a la vez.
No obstante, ya he dicho que la película tiene muchos aciertos parciales. Una vez que salimos con Cooper al espacio, la espectacularidad y el realismo se combinan de un modo muy eficaz. Casi todo tiene una base científica. Y para que os hagáis una idea, me acompañó al cine un amigo de toda la vida licenciado en Físicas, quien quedo muy satisfecho con ese apartado. La nave de Cooper, la Endurance –que en doblaje español todos pronuncian mal, olvidando o ignorando que hay que meter una “i” entre la “d” y la “u” –tiene que viajar durante dos años hasta la órbita de Saturno, donde 48 años atrás apareció un agujero de gusano, el cual conduce hasta otra galaxia. Misiones anteriores demostraron que allí hay un sistema con al menos tres planetas potencialmente habitables.  Los tripulantes de la Endurance deben descubrir si alguno sirve para ser el nuevo hogar de la Humanidad. Para complicar más las cosas, en dicho sistema hay un agujero negro bautizado Gargantúa, cuya proximidad a uno de los tres planetas hará que el tiempo se ralentice para quienes desciendan a explorarlo. Una hora en la superficie serán siete años en la Tierra. Y Cooper, que le prometió a Murph que volvería para reunirse con ella, quiere hacerlo antes de que su hija se muera de vieja.
Ya veis que la Teoría de la Relatividad de Einstein tiene mucho que ver en esta historia. El propio Cooper se lo comenta a Murph cuando ambos se despiden, de modo que cualquier espectador mínimamente inteligente puede anticipar bastantes cosas. Sin entrar en spoilers, no os costará ningún esfuerzo adivinar quién es el “fantasma” que le deja los mensajes a Murph. Algo parecido sucedía en otra película de Nolan, El Truco Final (El prestigio), donde era prácticamente imposible no anticipar la sorpresa final. La gran diferencia es que allí la historia estaba mucho mejor armada y sus partes encajaban perfectamente, hasta el punto de que la sorpresa final era algo muy secundario dentro del tercer acto. Aquí la historia avanza un poco a trompicones, alternando la misión de Cooper con la situación de sus hijos en la Tierra. Esta segunda trama tiene menos peso, pero aun así se me hizo un poco pesada porque ni Murph ni su hermano me interesaron lo más mínimo. Sé que a mucha gente le encanta Jessica Chastain, quien interpreta a la Murph adulta, pero a pesar de que suelen gustarme las pelirrojas, esa mujer tiene algo que me echa para atrás. También influyó el contraste entre ella y Mackenzie Foy, quien me pareció adorable como la Murph niña. Otro problema es que la versión adulta del personaje es demasiado simplona: Su único rasgo definido es que está cabreada con su padre por abandonarla y al parecer eso le da carta blanca para ser una borde. Que te jodan, Murph. De pequeña no eras así. Claro que lo del hermano es peor, porque crece para ser un capullo integral interpretado por el hermano de Ben Affleck. Como dicen en inglés: “It runs in the family” (“Es cosa de familia).
La trama principal funciona mucho mejor –al menos durante el segundo acto –gracias a que es la más espectacular. Para ser sinceros, no se llega al nivel de maestría ni implicación emocional de Gravity, pero tampoco hay demasiada distancia. Los mundos que visitan Cooper y sus compañeros son originales y dan lugar a problemas y a situaciones interesantes. Por cierto que entre esos compañeros hay dos robots llamados TARS y CASE que a menudo les roban la función a los astronautas humanos. Su diseño es muy original, ya que se trata básicamente de monolitos –otra referencia a 2001 –capaces de desplegarse en partes móviles y de adoptar la forma más adecuada tanto con gravedad como sin ella. TARS en particular está programado con sentido del humor y algunos de sus diálogos con Cooper son impagables. Lo malo es que ese humor acentúa negativamente el contraste con los momentos en que la peli se empeña en ponerse solemne y, sobre todo, profunda. A veces los personajes caen en soliloquios que, a pesar de estar bien escritos, resultan muy artificiales. Anne Hathaway tiene uno en el que intenta explicar la importancia del amor, pero por mucho que la chica se esfuerza, resulta imposible que funcione. Ése es otro fallo del guion: Tratar de verbalizar su discurso en vez de plasmarlo en las propias acciones de los personajes y en las consecuencias de éstas. Y es que las emociones humanas no se pueden analizar de un modo científico, especialmente una tan compleja como el amor. Por hacer una comparación, lo de Tim Robbins suicidándose en Misión a Marte era mil veces más explícito y eficaz que cualquier discurso. Y todos sabemos que Misión a Marte no era precisamente una obra maestra, ¿verdad?
Nolan y su hermano Jonathan –coescritores de la película –también caen en el estereotipo de introducir a un personaje cobarde, llorica y mierdoso para que la cague y ponga en peligro toda la misión. No os digo quién es ni quién lo interpreta porque en la publicidad lo han ocultado a propósito. La cuestión es que este recurso, que parece ligeramente inspirado en el tercer acto de Sunshine, de Danny Boyle, resulta aún más forzado y menos creíble que en aquella película.
Y al fin llegamos al tercer acto, que es donde se manifiesta con toda su crudeza la incapacidad de Interstellar para conjugar las dos películas atrapadas en su interior. Nolan se inspira de nuevo en los minutos finales de 2001, pero queriendo meter con calzador un fuerte componente emocional. Desde el punto de vista científico la cosa es interesante, pero la conexión emocional brilla por su ausencia. La escena ni conmueve ni emociona; tan sólo confirma nuestra sospecha de que “esto ya me lo sabía yo”. Los hermanos/guionistas tratan de darle más interés haciendo que discurra en paralelo con el clímax de la trama secundaria en la Tierra, pero este recurso, que tan bien funcionaba en Origen, aquí lo hace mucho peor, porque la trama secundaria es demasiado simplona. Tener a Jessica Chastain de pie en una habitación aguardando a que su “fantasma” envíe otro mensaje no es emocionante. Sobre todo porque la Murph adulta no tiene motivos para esperar que tal cosa suceda. Ése es otro fallo de guion. Y esa clase de fallos duelen más cuando los comete gente que sabes que es capaz de hacerlo mucho mejor. Éste doble clímax y el subsiguiente epílogo te dejan un mal sabor de boca. En el caso del epílogo, porque también es científicamente creativo pero emocionalmente hueco, además de un poquito demasiado largo. De nuevo se establece una comparación negativa con Gravity, donde la historia era mucho más simple –91 minutos frente a los 169 que dura Interstellar –pero sin embargo uno se sumerge más en ella y se siente más emocionalmente recompensado al llegar el final. Y eso que Matthew McConaughey me cae mejor que Sandra Bullock.
En resumen, que la película es tan interesante como decepcionante. Sin embargo, creo que en el fondo eso no es malo, ya que demuestra que Christopher Nolan es igual de humano que cualquier otro buen director. Tan sólo espero que la libertad creativa que le han dado varios años de éxitos no se traduzca en futuros tropezones como éste. Porque ya sabéis que después de Mayo de 1977 a George Lucas nadie le volvió a decir “no”, y el resultado fueron Jar Jar Binks, los midiclorianos y el puto Hayden Christensen.