jueves, 28 de enero de 2016

'Star Wars: El Despertar de la Fuerza (2015)', y de más de tres décadas de letargo.

AVISO: Spoilers por todas partes. Pero si aún no habéis visto la película, no sé qué estáis haciendo aquí.


Esta vez sí que ha pasado muuucho tiempo desde mi última entrada en el blog. Pero al menos puedo empezar con una buena noticia. Cuando publiqué mi crítica sobre Danza con Dragones, allá por marzo de 2012, comenté que me quedaban unos tres años para sacarme un título universitario en la lengua de Shakespeare. Afortunadamente, mis predicciones se cumplieron y el pasado 4 de julio supe que había aprobado mis últimos exámenes. Tras haber acudido en octubre a la ceremonia de graduación, puedo jactarme de que ya soy graduado en Estudios Ingleses, nombre éste que, gracias a los acuerdos de Bolonia, tiene el grado que ahora reemplaza a la antigua Filología Inglesa. ¡Y todo esto en 25 años de nada! Pero no, no penséis que soy tan mal estudiante. En realidad, sólo cursé mis estudios durante doce de esos años, siete al principio y cinco al final. Y sí, desde luego que me hubiera gustado terminar antes, pero a menudo las cosas no suceden cuando uno quiere, sino cuando tienen que suceder. Al fin y al cabo, un cuarto de siglo es un periodo de tiempo bastante redondo. Unas bodas de plata universitarias, por así decirlo. Terminar el grado en 24 o en 26 años hubiera tenido mucha menos gracia.
Siguiendo con eso del paso del tiempo, aún ha transcurrido más desde la primera vez que vi La Guerra de las Galaxias, ahora conocida como Star Wars: Una nueva esperanza. Fue en allá por el lejano 1981, en un cine de Oviedo cuyo nombre ya ni recuerdo, situado al final de la calle Silla del Rey. Lo que sí recuerdo es que en aquel entonces existían en mi ciudad natal varios cines de barrio como aquél, especializados en reposiciones. Todos ellos desaparecieron durante los años siguientes, sin duda porque la llegada del video doméstico los hizo obsoletos. Hoy en día ya sólo quedan en Oviedo dos multicines, situados ambos en centros comerciales bastante alejados del centro, y uno de ellos en particular en las afueras. Y es que en el negocio de las salas de cine, como en tantas otras cosas, hemos seguido el ejemplo de los Estados Unidos. Y como siempre con retraso, pues allí las multisalas comenzaron a popularizarse en los suburbios a principios de los años setenta. Lo más sorprendente es que en los USA las zonas residenciales suelen estar en los suburbios y no en el centro, como en la mayoría de las ciudades españolas. Por eso mismo, el que hayamos imitado esa reubicación de las salas de cine resulta un tanto extraño. Pero en fin, tengo edad suficiente para recordar cuando muy pocos en España sabían lo que era Halloween. Ahora lo celebramos encantados mientras nos quejamos amargamente de que los norteamericanos son una panda de despreciables fachas imperialistas. Y es que, como escribía Eduardo Mendoza en su magistral novela La verdad sobre el caso Savolta, “este país no tiene remedio”.
Volviendo a aquel día de 1981, recuerdo muy bien que me fastidió un poco ir al cine con mi padre y mi hermano porque en la tele estaban poniendo dibujos animados. Por supuesto, cuando salí de ver la película comprendí que perderme aquellos dibujos había sido una de las mejores cosas que me habían pasado en la vida. También recuerdo que al poco de volver a casa hubo un apagón, pero a mí no me importó porque mi imaginación estaba muy ocupada reviviendo todo cuanto acababa de ver. ¡Ah, que maravillosa es la niñez! ¡Como hace que cualquier película parezca genial y alucinante! Precisamente creo que es por eso por lo que el Episodio IV y sus secuelas se han convertido en el fenómeno de masas que son hoy en día. A diferencia de muchas otras películas que te fascinan de niño para luego decepcionarte cuando te haces adulto, ésta consigue que cada vez que la veas vuelvas a sentirte como el crío que fuiste. Es uno de esos casos tan especiales en la historia del cine donde todo encaja a la perfección, incluso cuando en teoría no debería hacerlo. Y para mí, no existe otra película donde esto ocurra de un modo tan puro y absoluto. Durante años, en los recreos del cole, mis amigos y yo jugamos a Star Wars más que a ninguna otra cosa, hasta el punto de que acabamos llamándolo “jugar a lo de siempre”. Y si algún día, en mi lecho de muerte –toquemos madera, pero espero que sea dentro de muchos años– tengo la oportunidad de ver una última película en mis momentos finales, muy probablemente será esta. De modo que, como veis, soy un fan absoluto de la saga. No de esos que se compran cualquier cosa relacionada con ella que salga a la venta. No de esos que se conocen de memoria todos los diálogos –porque creo que esa es la mejor manera de matar la magia de una película. Pero sí de los que a pesar de los Ewoks, de los midiclorianos y de Hayden Christensen,  siempre serán fieles a Star Wars.
Pasemos ahora a las secuelas. La primera vez que vi El imperio contraataca fue en una sala de los llamados Minicines, también en Oviedo, en el verano de 1983. Se da la circunstancia de que aquellos fueron los únicos cines de la ciudad cuya inauguración llegué a conocer (que yo sepa, todos los demás existían desde antes de que yo viviese allí) y por eso cuando los cerraron hace unos años comprendí que cierta forma de ver películas se había extinguido para siempre. Sin embargo, en aquel verano tan remoto, las cosas eran distintas. El Retorno del Jedi ya se había estrenado en los USA y se sabía que iba a llegar a España en unos meses. Es de suponer que fue precisamente por eso por lo que repusieron la segunda entrega de la saga, y yo me aproveché de ello. Personalmente, estoy de acuerdo con la opinión general de que El imperio… es una película mejor que Una nueva esperanza. Sin embargo, a mí me gusta un poco menos. El porqué de esta aparente contradicción se debe a que el Episodio V ya no es una película que te haga sentirte como un crío, sino que da un paso hacia la adolescencia y sus múltiples traumas: A partir de cierta edad tienes que enfrentarte a tu lado oscuro, a no saber comunicarte con la chica que te gusta, a que tus amigos te traicionen –o a verte obligado a traicionarlos tú– y a que el villano de la función resulte ser tu padre. De hecho, no se me ocurre una descripción más adecuada de lo que significa ser adolescente. Y con el paso de los años, cuando ya eres adulto, comprendes que para llegar a serlo necesitabas pasar por esa etapa, por mucho que ahora desees darle una bofetada al adolescente que una vez fuiste. Así que sin duda El imperio contraataca es una película mejor y más madura, pero eso es algo que solo llegas a apreciar realmente cuando ya tienes una cierta madurez…
…Y es precisamente esa madurez la que hace que El retorno del Jedi sea tan decepcionante. A partir de cierta edad –y de cierto punto argumental– ya no tiene gracia volver a la infancia. La magia que hace que te sientas como un crío viendo el Episodio IV está completamente ausente del Episodio VI. Recuerdo que cuando lo vi por primera vez durante su estrenó en España, allá por noviembre de 1983 –en los cines Brooklyn de Oviedo, también desaparecidos hace más de una década–, me lo pasé muy bien con los Ewoks, pero me aburrió toda la parte en la que Darth Vader y el emperador tratan de atraer a Luke al lado oscuro. Más aún, lo de que Darth Vader se volviera bueno al final y se despidiera afectuosamente de su hijo antes de morir me pareció una traición al personaje. Ahora que ya tengo cuarenta y tres tacos, sin embargo, mi opinión es radicalmente opuesta: Las escenas con Luke, su padre y el emperador en la nueva Estrella de la Muerte son de lo mejor de la peli, especialmente el momento en el que Darth Vader se da cuenta de que Luke tiene una hermana. Los Ewoks, en cambio… Bueno, ¿qué podemos decir de ellos que no se haya dicho ya? Incluso toda la parte inicial en la guarida de Jabba, que en otros tiempos me parecía lo más salvable de la película, me resulta ahora sosa y aburrida. En resumidas cuentas, considero que el Episodio VI está muy por debajo de los dos anteriores.
Lo peor de todo, lo que yo aún no sabía en 1983, es que El retorno del Jedi no sólo es el estándar de lo que le gusta a George Lucas, sino también la prueba más evidente de sus limitaciones como guionista. Lo comprendí años después, siendo ya veinteañero, cuando se estrenó La amenaza fantasma. Sobre esta película en general y sobre Jar Jar Binks en particular también está ya todo dicho. Ésta es con diferencia la entrega de la saga que menos he vuelto a ver a lo largo de los años, y cada vez que lo hago recuerdo porqué. De hecho, cuando vuelvo a ella lo hago sólo para revisar fragmentos como la carrera de vainas, el duelo de Obi-Wan y Qui-Gon Jinn contra Darth Maul y poco más. Si no fuera por eso y por las interpretaciones de Ewan McGregor y Liam Neeson, esta película sería casi imposible de soportar. Y es que, a diferencia de a muchos otros, Natalie Portman nunca me ha interesado demasiado. Claro que los ridículos trapitos que luce en muchas escenas y algunos diálogos con los que tiene que lidiar tampoco la ayudan demasiado.
El ataque de los clones, sin embargo, es mi favorita entre las precuelas. Sé que estoy en minoría frente a los muchos que prefieren el Episodio III, pero a mí personalmente el Episodio II me resulta más entretenido. Lo que más me gusta es la parte inicial, donde Obi-Wan y Anakin persiguen a la asesina que acaba de atentar contra Padmé. Cierto que toda la persecución recuerda mucho a otra similar vista pocos años antes en El quinto elemento, pero en mi opinión la que aparece aquí está más lograda. Coruscant es un escenario que siempre me ha encantado, y el que la escena transcurra de noche le da una atmósfera casi de cine negro que me fascina. Por desgracia, luego tenemos que sufrir toda la historia de amor entre Padmé y Annakin, aunque al menos la trama vuelve a  coger fuerza en la parte final. Hay escenas que yo personalmente cortaría, y el Conde Dooku es un personaje que desaprovecha por completo las habilidades de Christopher Lee. Ah, bueno, y su duelo con Yoda es ridículo. A pesar de todo, el Episodio II me sigue gustando más que el Episodio III. ¿Qué por qué?
Pues porque en mi humilde opinión, La Venganza de los Sith desaprovecha casi todo su gran potencial para ser la mejor de las precuelas. Todo la parte inicial sobre el rescate del canciller tras su “secuestro” me resulta aburrida. La muerte del conde Dooku es de traca. El paso de Anakin al lado oscuro está fatalmente vendido, en parte por el flojo guion y en parte por la mala interpretación de Christensen. Y el duelo final entre Anakin y Obi-Wan, que muchos llevábamos décadas esperando ver, me resultó mucho menos emocionante de lo esperado. Lo peor es que cuando Anakin se convierte al fin en Darth Vader, uno comprende que esta vez SI han traicionado al personaje: El que fuera uno de los villanos más geniales de la historia del cine resulta ser en realidad un crío inmaduro e inaguantable. Hay momentos aislados que funcionan muy bien, como cuando Padmé lamenta que la democracia termine “con un rotundo aplauso”, pero sólo son pequeños detalles dentro de un conjunto fallido. Por si fuera poco, George Lucas tuvo la genial idea de cortar las escenas donde se muestra el origen de la rebelión, las cuales deberían haber sido parte del meollo de la historia. En fin…
Un crítico escribió hace años en Internet que el mayor problema de Lucas es que desde 1977 nadie le ha dicho nunca “no”. Creo que este comentario define a la perfección las limitaciones de un creador que muchos califican justificadamente de visionario, pero que otros consideran –creo que también justificadamente– como alguien con mucho más talento para los negocios que para el cine. Tras concluir la trilogía original, Lucas acabó tan harto de Hollywood y de sus tejemanejes que se trasladó al Rancho Skywalker para dirigir Lucasfilm desde allí, lejos de la perniciosa influencia de una industria a la que despreciaba. Irónicamente, su control creativo sin precedentes sobre su propia franquicia terminó siendo el motivo de que ésta entrara en decadencia. La creación audiovisual es una labor de equipo, y aunque muchos grandes directores/guionistas/productores han hecho grandes películas pilotando con mano firme el timón de sus proyectos, a la larga es fundamental escuchar a los que te rodean y aceptar tanto sus críticas como su colaboración. Si esto lo sé yo, que tan sólo he dirigido tres modestos cortos grabados en video analógico, imaginaos hasta qué punto es verdad cuando se toma el control de una gran producción de cientos de millones de dólares. A menudo, la visión de alguien de fuera es mucho más limpia y objetiva que la de quien lo ve todo desde dentro –siempre que no se trate del clásico ejecutivo de un gran estudio que sabe mucho de estrategias comerciales pero nada de cine, claro. Y por eso fue necesario que Lucas se apartara y llegase J.J. Abrams para resucitar Star Wars.
Antes de nada, debo admitir que estoy de acuerdo con la mayor parte de los críticos: El despertar de la fuerza se parece demasiado a Una nueva esperanza. Afortunadamente, yo ya iba prevenido al respecto cuando la vi por vez primera. Eso me ayudó a digerirlo y a disfrutar más objetivamente de la película. Tengo la sospecha de que Abrams, quien andaba corto de tiempo para realizar el proyecto y sin duda un poco agobiado por las presiones de Disney –cuyos jefazos querían que la película se estrenara en mayo de 2015, aunque él logró sacarles seis meses más– optó por no correr riesgos y contar una historia que resultara familiar, siguiendo las pautas de los remakes/secuela que tan de moda se han puesto desde hace unos años. Hace poco leí unas declaraciones suyas en donde afirmaba que en el Episodio VII se limitó a tomar elementos del Episodio IV, igual que éste los tomaba de muchas otras películas anteriores. Yo no comparto su postura, ya que el Episodio IV conseguía que todos esos elementos parecieran nuevos, mientras que en el Episodio VII la sensación de repetición es demasiado acusada. Hubiera bastado con eliminar la sempiterna trama de “los malos tienen una súper arma de-la-leche-que-te-cagas” para evitar esa sensación, pero no se hizo así. Irónicamente, los primeros 40 minutos de la peli también recuerdan mucho a la primera mitad de Una nueva esperanza, pero no se me antojan ni de lejos tan repetitivos. El gran problema es el tercer acto, donde se entremezclan las dos partes más  emocionantes del Episodio IV –el rescate de Leia y el ataque de los cazas rebeldes a la Estrella de la muerte– haciendo que ambas transcurran a la vez. El resultado es que ambas pierden interés y no transmiten ni de lejos –sobre todo en el caso del ataque de los cazas– la misma sensación de peligro y amenaza. Por fortuna, hay dos escenas cruciales que salvan ese tercer acto: la muerte de Han Solo y el duelo de espadas luz entre los tres nuevos personajes principales. Ahí es donde la película tiene algo que para mí la hace innegablemente superior a todas las precuelas e incluso a El retorno del Jedi y que se resume en dos palabras: implicación emocional.

Rey y Finn son dos personajes a los que se les coge cariño enseguida, todo lo contrario de lo que pasaba con cualquiera de los protagonistas de las precuelas. Algunos se han quejado que Rey es una Mary Sue, nombre que se emplea genéricamente para referirse a los personajes femeninos que lo hacen todo bien y no tienen ni un defecto. Yo no estoy de acuerdo con eso. Rey es un personaje que de vez en cuando se muestra vulnerable y, como ella misma admite en algún momento, ni siquiera sabe por qué es capaz de pilotar tan bien o de usar la Fuerza. Finn, por otro lado, tiene mucho de geek (o friki, como diríamos por estos lares). El pobre chaval se enamora de Rey nada más verla y no duda en mentir para impresionarla –probablemente porque también se avergüenza de su pasado– pero aunque más tarde llega a jugarse la vida para rescatarla, ella sólo lo considera un amigo. Incluso el momento en que Finn le confiesa a Han Solo que trabajaba en saneamiento recuerda al clásico friki confesando que vive en casa de sus padres. Además, quizá debido a mi condición de fetichista irredento, siempre me han dado mucho morbo las parejas formadas por hombres negros y mujeres blancas. Si Rey fuese además rubia o pelirroja ya sería la caña, pero al fin y al cabo Daisy Ridley me parece más mona que Carrie Fisher (la de la trilogía original, porque la de ahora, la pobre…) y que Natalie Portman (una vez más, quien quiera odiarme por escribir esto que lo haga). En cuando a Poe Dameron, la verdad es que el personaje, sin caerme mal, tampoco me interesa demasiado. Me parece muy bien que algunos lo consideren casi un icono gay pero, sin ánimo de discriminar a nadie, si de veras lo es prefiero que siga siéndolo de un modo sutil. Ojo, tampoco me parecería bien que los de Disney, siempre tan conservadores ellos, se empeñaran en dejar claro que es heterosexual. En cualquier caso, confío en que en los próximos dos episodios siga ocupando un puesto secundario, para no quitar importancia a la pareja protagonista. Y es que, como han dicho algunos, no tiene sentido repetir el trío Luke-Leia-Han de la trilogía original, sobre todo cuando es prácticamente imposible hacerlo con la misma química y frescura (como muestra de ello, recordad el trío Jack-Elizabeth-Will en la saga Piratas del Caribe).

Tú me amas, tío. Examina tu sentimientos. Sabes que es cierto.
Y ya que hablamos de Luke, Leia y Han, creo que el Episodio VII utiliza muy bien a los tres, a pesar de que nunca los veamos a todos juntos. La idea de que el matrimonio entre Han y Leia hubiese fracasado me gustó. Si os paráis a pensarlo, conociéndolos a ambos resulta hasta lógico. Y por otra parte, encaja perfectamente con aquel diálogo en Una nueva esperanza, cuando Han le pregunta a Luke “¿Crees que una princesa y un tipo como yo…?” a lo que Luke responde inmediatamente “No”. Un detalle interesante es que no queda del todo claro si Han y Leia se separaron porque su hijo cayó en el lado oscuro o si éste cayó en el lado oscuro porque sus padres se separaron. En mi opinión, debió ser mitad una cosa y mitad la otra. Al fin y al cabo, la saga Skywalker siempre ha sido más bien disfuncional. Y resulta irónico que las personas de fuera que se unen a ella –primero Padmé y ahora Han– acaben muriendo por hacerlo. Afortunadamente, la muerte de Han funciona mil veces mejor que la de Padmé en La venganza de los Sith (porque hay que fastidiarse con lo de “Ha perdido las ganas de vivir”). Han tiene un recorrido en esta entrega muy similar al de Obi-Wan en el Episodio IV: aparece de pronto para convertirse en el mentor de los protas, se infiltra en la base de los malos y muere enfrentándose con un villano al que le une un lazo muy personal. Algunos se han quejado de que la muerte de Han estaba cantada porque Harrison Ford ya quiso que lo mataran en El retorno del Jedi y durante años se negó a volver a Star Wars. Admito que, por esas misma razones, yo lo di por muerto en cuanto llamó a su hijo por su verdadero nombre (“Ben”, otra referencia a Obi-Wan). Pero para mí, nada de eso le resta fuerza a la escena. Y la reacción de Chewbacca en particular me encantó. Como dije antes, la clave es la implicación emocional. ¿Que Padmé pierde las ganas de vivir? ¿Y por qué puñetas tiene que importarme eso? Pero si matan a Han Solo, ya nada volverá a ser lo mismo. Así como Kylo Ren necesita matar a su padre para ser un auténtico villano –lo mismo que Darth Vader cuando mata a su antiguo maestro–, Rey y Finn necesitan perder a su mentor para llegar a ser auténticos héroes –lo mismo que Luke cuando pierde al suyo. Algunos lo llaman “copia descarada”, pero yo lo llamo “relevo generacional” simplemente porque los personajes me importan.
El gran protagonismo de Han supone que Leia y Luke tienen poco que hacer en esta entrega –especialmente Luke, que sólo tiene un cameo al final–, pero ahora que Han ya no va a estar, ambos tienen el campo libre en las próximas dos películas. Leia sigue siendo general de la Rebelión (ahora llamada la Resistencia) por lo que no le faltarán cosas que hacer. Lástima que Carrie Fisher haya envejecido tan mal. Me pregunto si ha sido la cirugía estética, las drogas que, según dicen, no cesó de tomar en su juventud o una combinación de las dos cosas. Y respecto a Luke, tampoco le va a faltar trabajo entrenando a Rey. Como decían en el Episodio IV, el círculo se ha cerrado y ahora él es el maestro.
Hablando del autor de esa frase, ya he dicho que Darth Vader es uno de los villanos más geniales de la historia del cine. Crear otro a su altura es algo prácticamente imposible, por lo que me alegra que Abrams y Lawrence Kasdan fueran en otra dirección. Me atrevo a decir que Kylo Ren es algo parecido a lo que debió haber sido Anakin en las precuelas. Y sí, se puede criticar que su relación con el misterioso Snoke se parezca demasiado a la de Anakin y Palpatine en el Episodio III, pero al fin y al cabo los Sith suelen ser sólo dos: un maestro y un aprendiz. Como Vader y Palpatine. Como Malak y Revan.
Aquí llegamos a otro de los puntos problemáticos de El despertar de la Fuerza. Demasiadas cosas quedan sin respuesta: ¿Quién es realmente Snoke? ¿Cómo se convirtió en el maestro de Kylo Ren? ¿Quiénes son los padres de Rey? ¿Qué ha estado haciendo Luke todo este tiempo? Por un lado, está muy bien dejar tramas abiertas para las próximas dos entregas, pero siempre y cuando éstas se ocupen de dar respuestas satisfactorias. Bien es cierto que, como ya han dicho algunos, cuando se estrenó el Episodio IV ni sus creadores sabían que Darth Vader era el padre de Luke. El problema es que, cuando se dejan tantas cosas en el aire, a menudo no todas las respuestas satisfacen a todo el mundo. De todos modos, después de haber visto en las precuelas explicaciones como la de la paternidad de Anakin (“no hubo padre” y tal), yo ya casi me conformo con cualquier cosa que no sea directamente absurda. De hecho, casi prefiero que Rey no sea la hija de Luke, como cree casi todo el mundo, precisamente porque esa sería una explicación demasiado simple. Pero si al final lo es, tampoco por ello me voy a dar cabezazos contra la pared.
Respecto a los demás secundarios, estoy un poco menos contento. Maz Kanata no me cae mal aunque sea un reemplazo demasiado evidente del difunto maestro Yoda, pero por eso mismo me alegro de que no salga demasiado y de que incluso cortaran algunas de sus escenas. Además, ¿qué cabe pensar de alguien que tiene una estatua enorme de sí misma sobre de la entrada de su local? La cosa empeora en la Primera Orden. Para empezar, ¿por qué en España no tradujeron “The First Order” como “El Primer Orden”? Sospecho que quien lo hizo tardó menos de 25 años en graduarse en Estudios Ingleses. Y ya sabéis que la experiencia es un grado. El general Hux (Domhnall Gleeson), me parece demasiado joven y falto de carisma. Espero que en adelante permanezca en segundo plano, como el almirante Piett en los episodios V y VI, o que directamente se lo carguen en el Episodio VIII (por cierto, sería un puntazo que Piett y el general Veers siguieran vivos y sirviendo a la Nueva Orden). La Capitana Phasma me resulta más interesante por aquello de que es una mujer. El problema es que saber que la interpreta Gwendoline Christie, aunque no se le vea la cara, me echa un poco para atrás, porque hace tiempo que estoy hasta las narices de Brienne de Tarth en Juego de Tronos. Y por mucho que su nombre esté inspirado en la entrañable película de terror Phantasm (en España, Phantasma) de Don Coscarelli, me parece un puntín ridículo para una villana. Ojalá al menos le den más empaque en las secuelas.

Todos menos mi amado Renly son unos cerdos machistas.
Por cierto, al final de la peli no vemos a ninguno de los malos abandonar la base Starkiller antes de que ésta sea destruida. Snoke le dice a Hux que evacúe la base y se lleve a Kylo Ren, pero por lo que sabemos, ambos pueden haber perecido al colapsarse el planeta. Y de la Capitana Phasma directamente no se acuerda nadie. ¿Qué costaba meter un par de breve escenas con los tres escapando en una nave? Tendría gracia que hubieran muerto y no aparecieran en las secuelas, ¿verdad? ¿Os imagináis cómo reaccionarían los fans ante eso? Je, je, je.
George Lucas ya ha dicho que el Episodio VII le parece un Star Wars retro. Claro que sí, George, porque los grandes estudios de Hollywood, esos a los que tanto odiabas, llevan años siguiendo el camino que tú iniciaste en El Retorno del Jedi y luego seguiste con las precuelas: Mucho efecto digital, mucha espectacularidad, pero con personajes prescindibles y tramas intercambiables que te dejan completamente frío. Fíjate tan sólo en la saga Transformers, que no tiene nada que envidiar a La amenaza fantasma. Si todos los espectadores (sobre todo los que ya vamos teniendo añitos) quisiéramos ver dibujos animados, entonces veríamos una peli de Pixar, porque todas tienen guiones y personajes buenos (nótese que jamás es visto Cars ni su secuela). Pero cuando vamos a ver una peli de Star Wars, no queremos encontrarnos con las Fantasías animadas de Jar Jar Binks. Por eso mismo, cuando ves algo donde se toman tiempo para presentarte personajes de verdad, donde sólo recurren a los efectos digitales cuando no hay otra cosa que funcione mejor, entonces parece que estás viendo una peli “como las de antes”. Y fíjate que esto lo escribe un tío a quien le gustaron muchos episodios de The Clone Wars (no todos, pero muchos). Suponiendo que sepas leer español –cosa que dudo– y que algún día encuentres este blog por casualidad –cosa harto improbable–, quizá te entristezca leer que ser un visionario no significa que siempre hagas buenas películas. Y también que cuando la mayoría de espectadores se queja de algo, a menudo es porque ese algo no está bien. Ahora que ya te has retirado, supongo que todo esto te importará una caca. Pero es que literalmente millones de nosotros llevamos años pasando por taquilla para hacerte más rico, y eso no se paga con cosas como Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. Creo que nos merecemos un respeto, tío. Y cuando vi El despertar de la fuerza, me pareció que JJ Abrams, por mucho que cometiese algunos errores, se esforzaba en respetar a su público.
Hace unos días, algunos fans han iniciado una campaña en Internet para que Lucas dirija el Episodio IX. El motivo es que no les gusta el director previsto, Colin Trevorrow, porque les parece que hizo un trabajo demasiado mediocre en Jurasic World. Lo comprendo perfectamente. Yo también quiero que vuelva Francisco Franco a la jefatura del estado español, porque me da en la nariz que este Rajoy no lo está haciendo muy bien. Y además, hay mucho rojo en la oposición que quiere hacerse con el poder. Si vas a hacer una campaña en Internet, ¿por qué pedir que el Episodio IX lo dirija gente como Guillermo del Toro? Mejor volvamos a fórmulas ya conocidas, cuya orientación artística no ha variado desde 1983.
En resumen, quizá El despertar de la Fuerza debería titularse también Una nueva esperanza, y no tanto por el parecido entre ambas, sino porque ésa es la sensación que te deja después de verla. Desde luego que no es la mejor película de la saga, pero sí es un paso en la dirección correcta. Ya va siendo hora de que el vasto universo de Star Wars sea explorado y aprovechado en profundidad. Y aunque el Episodio VII no se distinga precisamente por hacerlo, el 16 de diciembre llegará Rogue One, que sí va a apostar por un tono distinto, sin Jedis y con personajes que puedan morir en cualquier momento. Porque en una galaxia entera no sólo van a existir la familia Skywalker y sus amigos, ¿verdad? Lo que no me atrae en absoluto es el proyecto que Lucasfilm preparara para 2018 sobre la juventud de Han Solo. Para empezar, cualquier actor al que escojan para interpretar al personaje será incapaz de librarse de la sombra de Harrison Ford. Y la historia de cómo Han conoció a Chewbacca y empezó a trabajar para Jabba el Hutt es algo que funciona mucho mejor en la imaginación de cada espectador. ¿Recordáis lo bien que queda la historia sobre Anakin Skywalker y su muerte a manos de Darth Vader que le cuenta Obi-Wan a Luke en Una Nueva Esperanza? ¿Verdad que la forma en que os la habíais imaginado –incluso teniendo en cuenta que luego resulta no ser del todo cierta– era algo mucho más emocionante que lo que visteis luego en las precuelas? Por eso mismo este proyecto tiene todos los números para decepcionar tanto como los Episodios I, II y III.
Soy consciente de que es posible –incluso muy probable– que jamás ninguna otra película me haga sentir igual que el Episodio IV, pero no importa. La ilusión de que quizás alguna sí lo haga no puede quitármela nadie, como nadie puede quitarme el recuerdo de aquella visita al cine en 1981. Y si no perdí la esperanza tras las precuelas, sería una estupidez hacerlo ahora, ¿no creéis? Que la fuerza os acompañe.