Lo que son las cosas. Apenas había terminado yo de colgar la traducción del capítulo anterior cuando George RR Martin va y lee uno nuevo en la Balticon. El capítulo gira en torno a Aeron Greyjoy, también conocido como Aeron Pelomojado, de quien no se sabía nada desde Festín de Cuervos. Según Martin, escribió este capítulo en 2010 con intención de que formara parte de Danza de Dragones, pero cuando el libro se hizo demasiado largo decidió reservarlo para Vientos de Invierno. Sin duda por ese motivo el capítulo parece ser el primero cronológicamente de todos cuantos se conocen del sexto libro. De hecho, la acción transcurre entre otros dos capítulos de Festín de Cuervos, el último del propio Aeron (El Hombre Ahogado) y el último de Victarión (El Saqueador).
Reconozco que la trama de las Islas de Hierro es quizá mi favorita de Canción de Hielo y Fuego. Ojo, no digo que sea la mejor, pero todo lo que tenga que ver con vikingos me encanta, y los Hombres de Hierro siempre han sido el equivalente de los vikingos en el universo de Poniente. Espero que el capítulo os guste tanto como a mí, sobre todo porque hasta donde yo sé, a diferencia del anterior (Arianne 2), hasta hace pocos días éste no se había leído ni estaba colgado en ninguna parte. Eso sí, la razón de que haya podido traducirlo es que tras su lectura pronto aparecieron transcripciones en la red. Dichas transcripciones probablemente contengan errores (algunas están mejor redactadas que otras) y no son del todo idénticas, por lo que en algún que otro detalle he tenido que fiarme de mi instinto. Aun así, confío en que disfrutéis de la lectura.
EL OLVIDADO (AERON)
Siempre
era medianoche en el vientre de la bestia.
Los mudos le
habían robado su túnica, sus zapatos y su taparrabos. Sólo llevaba encima
costras, cabello y cadenas. Sus piernas chapoteaban en agua marina cada vez que
venía la marea, subiendo hasta la altura de sus genitales solo para bajar de
nuevo cuando la marea retrocedía. Sus pies se habían vuelto enormes, blandos e
hinchados, cosas informes tan grandes como nalgas. Sabía que estaba en alguna
mazmorra, pero sabía no dónde ni desde cuándo.
Había habido
otra mazmorra antes de aquella. Entre ambas había habido un barco, el Silencio. La noche en que lo habían
trasladado, había visto la luna flotando sobre un mar como vino tinto, con una
expresión lasciva que le recordó a Euron.
Las ratas se
movían en la oscuridad, nadando por el agua. Lo mordían mientras dormía hasta
que se despertaba y las ahuyentaba con gritos y destrozos. La barba y el cuero
cabelludo de Aeron estaban plagados de piojos, pulgas y gusanos. Podía
sentirlos moviéndose por su cabello y sus mordeduras le picaban
intolerablemente. Sus cadenas eran tan cortas que no llegaba a rascarse. Los
grilletes que lo sujetaban a la pared eran viejos y oxidados y se le clavaban en
las muñecas. Cuando la marea se precipitaba dentro para besarlos, la sal se le
metía en las heridas y le hacía dar gritos ahogados.
Cuando dormía,
la oscuridad se levantaba y se lo tragaba, y entonces llegaba el sueño… y Urri
y el chirrido de una bisagra oxidada.
La única luz
en su húmedo mundo venía de los faroles que sus visitantes traían con ellos, y
lo hacía tan poco a menudo que empezaban a hacerle daño en los ojos. Un hombre
sin nombre y de rostro agrio le traía la comida: ternera salada tan dura como
tablas de madera, pan infestado de gorgojos y pescado viscoso y apestoso. Aeron
Pelomojado lo engullía y rogaba por recibir más, aunque la mitad de las veces
vomitaba la comida después. El hombre que se la traía la era oscuro, arisco y
mudo. Aeron no dudaba de que había perdido la lengua. Aquello era propio de
Euron. La luz se iba cuando lo hacía el mudo, y una vez más su mundo se tornaba
una húmeda oscuridad que olía a salmuera, moho y heces.
A veces Euron
venía en persona. Aeron se despertaba de algún sueño para encontrar a su
hermano de pie sobre él, con un farol en la mano. En una ocasión, a bordo del Silencio, colgó el farol de un poste y sirvió
dos copas de vino.
- Bebe conmigo, hermano –dijo.
Aquella noche
vestía una camisa de placas de hierro y una capa de seda color rojo sangre. El
parche de su ojo era de cuero rojo y sus labios eran azules.
- ¿Por qué estoy aquí? –carraspeó Aeron.
Los labios le crujían por las costras y su voz era áspera– ¿Hacia dónde
navegamos?
- Al Sur. En busca de conquista, botín,
dragones, hombres.
<<Locura.>>
- Mi lugar está en las islas.
- Tu lugar está donde yo quiera. Soy tu
rey.
- ¿Qué quieres de mí?
- ¿Qué puedes ofrecerme que no haya
tenido antes? –Euron sonrió– Dejé las islas en manos del viejo Erik Ironmaker y
sellé su lealtad con la mano de nuestra dulce Asha. No iba a permitir que
predicaras contra su gobierno, así que te traje con nosotros.
- Libérame. El dios te lo ordena.
- Bebe conmigo. El rey te lo ordena.
Euron agarró
con su puño el cabello oscuro y enmarañado del sacerdote, tiró de su cabeza
hacia atrás y levantó la copa de vino hasta sus labios. Pero lo que fluyó
dentro de su boca no era vino. Era denso y viscoso, con un sabor que parecía
cambiar a cada trago. Ora amargo, ora agrio, ora dulce. Cuando Aeron trató de
escupirlo, su hermano lo agarró con más fuerza y lo obligó a beber más.
- Eso es, sacerdote. Trágatelo. El vino
de los brujos. Más dulce que tu agua marina, y hay más verdad en él que en
todos los dioses de la tierra.
- Yo te maldigo –dijo Aeron cuando la
copa estuvo vacía. El líquido le goteaba de la barbilla y por su larga y negra
barba.
- Si tuviera las lenguas de todos los
hombres que me han maldecido, podría hacerme un abrigo con ellas.
Aeron le lanzó
un escupitajo. La saliva dio en la mejilla de su hermano y de allí colgó azul
oscura, reluciente. Euron se la quitó de la cara con su dedo índice y luego lamió
el dedo hasta limpiarlo.
- Tu dios vendrá a por ti esta noche. O
al menos lo hará algún dios.
Y cuando Pelomojado
durmió, colgado de sus cadenas, oyó el chirrido de una bisagra oxidada.
- ¡Urri! –gritó.
<<Aquí
no hay bisagra, ni puerta, ni Urri.>> Su hermano Urrigon había muerto
hacía mucho, y aun así allí estaba. Uno de sus brazos estaba negro e hinchado y
apestaba a gusanos, pero seguía siendo Urri, aún un muchacho, no más viejo que
el día en que había muerto.
- ¿Sabes lo que aguarda bajo el mar, hermano?
- El Dios Ahogado –dijo Aeron –, las
estancias acuosas.
Urri meneó la
cabeza.
- Gusanos… Te aguardan los gusanos,
Aeron.
Cuando rio se
le desprendió el rostro, y el sacerdote vio que no era Urri sino Euron, con su
ojo sonriente tapado. Ahora mostraba al mundo su ojo de sangre, oscuro y
terrible. Vestido de la cabeza a los pies con placas tan oscuras como el ónice,
se sentaba sobre un montón de cráneos ennegrecidos mientras enanos jugueteaban
alrededor de sus pies y un bosque ardía tras él.
- La estrella sangrante anunciaba el fin
–le dijo a Aeron–. Éstos son los últimos días, donde el mundo se quebrará y
será reconstruido. Un nuevo dios nacerá de las tumbas y de los osarios.
Entonces Euron
se llevó un gran cuerno a los labios y sopló, y dragones, krakens y esfinges
vinieron a su orden y se inclinaron ante él.
- Arrodíllate, hermano –ordenó Ojo de
Cuervo–. Yo soy tu rey. Yo soy tu dios. Adórame y te ascenderé hasta ser mi
sacerdote.
- Jamás. ¡Ningún hombre sin dios puede
sentarse en el Trono de Piedramar!
- ¿Por qué iba a querer yo esa roca dura
y negra? Hermano, mira otra vez y contempla dónde estoy sentado.
Aeron Pelomojado
miró. El montón de cráneos ya no estaba. Ahora había metal bajo Ojo de Cuervo:
un asiento alto, grande y retorcido, de hierro afilado, púas, hojas y espadas
rotas, todas goteando sangre. En las puntas más largas estaban empalados los
cuerpos de los dioses. Allí estaban la Doncella, el Padre, la Madre, el Guerrero,
la Anciana, el Herrero… incluso el Extraño. Colgaban unos junto a otros con
toda clase de raros dioses extranjeros: el Gran Pastor y la Cabra Negra, Trios
el de Tres Cabezas y el Niño Pálido Bakkalon, el Señor de la Luz y el Dios
Mariposa de Naath. Y allá, hinchado y verde, medio devorado por los cangrejos,
con el agua marina goteándole aún del cabello, el Dios Ahogado se pudría con
ellos. Entonces Euron Ojo de Cuervo rio de nuevo y el sacerdote se despertó
gritando en las entrañas del Silencio,
mientras el pis le resbalaba por la pierna. Sólo era un sueño, una visión
nacida del asqueroso vino negro.
Lo último que Pelomojado
recordaba con claridad era la asamblea de sucesión. Mientras los capitanes
subían a Euron sobre sus hombros para aclamarlo como su rey, el sacerdote se
había escabullido en busca de su hermano Victarion.
- Las blasfemias de Euron harán caer
sobre todos nosotros la ira del Dios Ahogado –le advirtió.
Pero Victarion
insistió tercamente en que su dios había encumbrado a su hermano y serían los
dioses quienes lo derribarían.
<<Él no
actuará>>, había comprendido entonces el sacerdote. <<Debo ser yo.>>
La asamblea de
sucesión había elegido a Euron Ojo de Cuervo, pero la asamblea estaba compuesta
de hombres y los hombres eran cosas estúpidas y débiles que se dejaban influir
demasiado fácilmente por el oro y las mentiras. <<Yo los convoqué aquí, a
los Huesos de Nagga en el Salón del Rey Gris. Los reuní a todos para elegir a
un rey justo, pero han pecado en su borracha locura.>> De él dependía
deshacer lo que ellos habían hecho.
- Los capitanes y reyes eligieron a
Euron, pero será la gente común la que lo derribe –prometió a Victarión–. Iré a
Gran Wyck, a Harlaw, a Monteorca, al mismísimo Pyke. Mis palabras se escucharán
en cada ciudad, en cada aldea.
<<¡Un
hombre sin dios no puede sentarse en el Trono de Piedramar!>>
Al separarse
de su hermano, había buscado consuelo en el mar. Algunos de sus hombres ahogados
se dispusieron a seguirlo, pero Aeron los despidió con ásperas palabras. No
quería más compañía que la del dios.
Allá abajo, donde
habían varado a los barcoluengos sobre la pedregosa arena, encontró las olas de
sal negra elevándose en un blanco espumoso al romper contra una roca medio
enterrada en la arena. El agua estaba helada como el hielo cuando se metió en
ella, pero Aeron no se inmutó ante la caricia de su dios. Las olas golpeaban su
pecho una tras otra, haciéndolo tambalearse, pero continuó adelante más y más
hondo hasta que las aguas rompieron sobre su cabeza. El sabor de la sal en sus
labios era más dulce que el de cualquier vino.
Mezclado con
el clamor lejano del canto y de la celebración que llegaban desde la playa, oyó
el tenue crujido de los barcoluengos varados sobre la arena. Oyó el lamento del
viento y sus gemidos. Oyó el batir de las olas, el martillo de su dios
llamándolo a la batalla.
Y allí, entonces, el Dios Ahogado vino
a él una vez y su voz brotó desde las profundidades del mar.
- Aeron, mi buen y fiel siervo, debes
decir a los Hombres de Hierro que Ojo de Cuervo no es el verdadero rey, que el
Trono de Piedramar pertenece por derecho a… a… a...
No a
Victarion. Victarion se había ofrecido a los capitanes y reyes, pero éstos lo
habían despreciado. No a Asha. En su corazón, Aeron siempre la había amado más
que a todos los hijos de su hermano Balon. El Dios Ahogado la había bendecido
con un espíritu guerrero y con la sabiduría de un rey… pero también la había
maldecido con un cuerpo de mujer. Ninguna mujer había gobernado jamás las Islas
de Hierro. Ella jamás debería haberlo reclamado. Debería haber hablado en favor
de Victarion, añadiendo su propia fuerza a la de él.
Aún no era
demasiado tarde, había decidido Aeron mientras tiritaba en el mar. Si Victarion
tomaba a Asha como esposa, aún podían reinar juntos como rey y reina. <<En
los antiguos días, cada isla tenía su Rey de Sal y su Rey de Roca. Que vuelva
la antigua costumbre.>>
Aeron Pelomojado
había regresado con esfuerzo a la costa lleno de una feroz determinación. Derribaría
a Euron no con la espada ni con el hacha, sino con el poder de la fe. Pisando
suavemente las piedras mientras el cabello negro y húmedo se le pegaba a la
frente y a las mejillas, se detuvo un momento para apartarlo de sus ojos.
Y fue entonces cuando lo cogieron ellos, los mudos que habían estado vigilándolo,
aguardándolo, acechándolo entre la arena y la espuma. Una mano le tapó la boca
y algo duro golpeó la parte posterior de su cráneo.
Cuando volvió
a abrir los ojos, Pelomojado se encontró encadenado en la oscuridad. Luego vino
la fiebre y el sabor a sangre en su boca mientras se retorcía en sus cadenas, en
lo profundo de las entrañas del Silencio.
Un hombre más débil quizá hubiera llorado, pero Aeron Pelomojado rezó.
Despierto, dormido e incluso en sus sueños febriles, rezó. <<Mi dios me
está poniendo a prueba. Debo ser fuerte. Debo ser leal.>>
Una vez, en la
mazmorra anterior a aquella, en lugar del mudo de Euron le trajo la comida una
mujer. Una mujer joven, rolliza y guapa. Vestía el atuendo de una dama de las
tierras verdes. A la luz del farol, era lo más hermoso que Aeron había visto
jamás.
- Mujer, –dijo él– soy un hombre de dios.
Te lo ordeno, libérame.
- Oh, no puedo hacer eso –dijo ella–. Te
traigo comida. Avena y miel –se sentó junto a él en un taburete y se la metió
en la boca con una cuchara.
- ¿Qué es este lugar? –preguntó él entre
cucharadas.
- El castillo de mi señor padre en Escudo
de Roble.
Las Islas
Escudo. A mil leguas de su hogar.
- ¿Y quién eres tú, niña?
- Falia Flores, la hija natural de Lord
Hewett. Voy a ser la esposa de sal del Rey Euron. Entonces tú y yo seremos
parientes.
Aeron Pelomojado
levantó sus ojos hacia los de ella. En sus labios llenos de costras crujió la
avena húmeda.
- Mujer –sus cadenas tintinearon cuando
se movió–, huye. Él te hará daño. Te matará.
Ella rio.
- Tonto. No lo hará. Soy su amor, su
dama. Él me da regalos, muchos regalos. Sedas, pieles y joyas. Él las llama trapos
y rocas.
<<Ojo de
Cuervo no da valor a esas cosas.>> Esa era una de las cosas que empujaban
a los hombres a ponerse a su servicio. La mayoría de los capitanes se quedaban
con la parte del león de sus botines, pero Euron no tomaba casi nada para sí.
- Me da cualquier vestido que yo quiera
–se jactaba alegremente la muchacha –Mis hermanas me hacían servirles la mesa,
pero Euron las hizo servir desnudas a todo el salón. ¿Por qué iba a hacer eso
más que por amor a mí? –puso una mano en su vientre y alisó la tela de su
vestido– Voy a darle hijos, muchos hijos.
- Él ya tiene hijos.
- Ilegítimos y mestizos, dice Euron. Mis
hijos estarán antes que ellos. ¡Él lo ha jurado por vuestro propio Dios
Ahogado!
Aeron hubiera
llorado por ella. <<Lágrimas de sangre>>, pensó.
- Debes llevarle un mensaje a mi hermano.
No a Euron, sino a Victarion, el Lord Capitán de la Flota de Hierro. ¿Conoces
al hombre al que me refiero?
Falia se
apartó un poco de él.
- Sí –dijo–, pero no puedo llevarle
ningún mensaje. Se ha ido.
- ¿Ido? –aquél fue el golpe más cruel de
todos– ¿Se ha ido adónde?
- Al Este –dijo ella–, con todos sus barcos.
Va a traer a Poniente a la reina de los
dragones. Yo voy a ser la esposa de sal de Euron, pero él debe tener también
una esposa de roca, una reina que gobierne todo Poniente a su lado. Dicen que ella
es la mujer más hermosa del mundo y que tiene dragones. ¡Las dos seremos tan
íntimas como hermanas!
Aeron Pelomojado
apenas la oyó. <<Victarion se ha ido a medio mundo de distancia o está
muerto>>. Sin duda el Dios Ahogado estaba poniéndolo a prueba. Aquella
era una lección para él. <<No debo poner confianza en los hombres. Ahora
sólo mi fe puede salvarme.>>
Aquella noche,
cuando la marea volvió a precipitarse dentro de la celda de su prisión, él rezó
para que subiera toda la noche lo suficiente como para poner fin a su tormento.
<<He sido tu verdadero y leal sirviente>>, rezó, retorciéndose en
sus cadenas. <<Ahora, arrebátame de las manos de mi hermano y llévame
bajo las olas para que me siente a tu lado.>>
Pero la
liberación no vino, sino sólo los mudos para quitarle las cadenas y arrastrarlo
bruscamente por una larga escalera de piedra hasta donde el Silencio flotaba sobre un mar negro y
frío. Y algunos días más tarde, mientras su casco se estremecía en el abrazo de
alguna tormenta, Ojo de Cuervo volvió a bajar con un farol en la mano. Esta vez
sostenía una daga en la otra.
- ¿Sigues rezando, sacerdote? Tu dios te
ha abandonado.
- Te equivocas.
- Fui yo quien te enseñó a rezar,
hermanito, ¿lo has olvidado? Solía visitar tu aposento por la noche cuando
había bebido demasiado. Compartías una habitación con Urrigon en lo alto de la Torre
del Mar. Yo podía oírte rezar desde detrás de la puerta. Siempre me pregunté:
¿rezabas para que te escogiera a ti o para que te ignorara?
Euron apretó el
cuchillo contra la garganta de Aeron.
- Rézame a mí. Suplícame que ponga fin a
tu tormento y lo haré.
- Ni siquiera tú te atreverías –dijo Pelomojado–.
Soy tu hermano. Ningún nombre está más maldito que un asesino de su propia
sangre.
- Y aun así, yo llevo una corona y tú te
pudres encadenado. ¿Cómo es que tu Dios Ahogado lo permite, cuando yo ya he
matado a tres de mis hermanos?
Aeron sólo
pudo mirarlo boquiabierto.
- ¿Tres?
- Bueno, si cuentas a los hermanastros.
¿Recuerdas al pequeño Robin? Una miserable criatura. ¿Recuerdas lo blanda que
era aquella enorme cabeza suya? Lo único que sabía hacer era lloriquear y
cagar. Él fue el segundo. Harlon fue el primero. Todo lo que tuve que hacer fue
cerrarle la nariz con los dedos. La psoriagrís le había vuelto la boca de piedra,
así que no pudo gritar. Pero sus ojos se pusieron frenéticos mientras moría. Me
suplicaban. Cuando la vida los abandonó, salí a mear en el mar, aguardando a
que el dios me fulminara. Ninguno lo hizo. Oh, y Balon fue el tercero, pero eso
ya lo sabías. No pude hacerlo yo mismo, pero fue mi mano la que lo empujó desde
el puente.
Ojo de Cuervo
apretó un poco más la daga y Aeron notó la sangre escurriéndose por su cuello.
- Si tu Dios Ahogado no me castigó por
matar a tres hermanos, ¿por qué iba a molestarse por el cuarto? ¿Porque eres su
sacerdote?
Se apartó y
enfundó su daga.
- No, no voy a matarte esta noche. Un
hombre santo con sangre santa. Puede que necesite esa sangre más tarde. Por
ahora, estás condenado a vivir.
<<Hombre
santo con sangre santa>>, pensó Aeron mientras su hermano volvía a subir
a cubierta. <<Se burla de mí y se burla del dios. Asesino de su propia
sangre. Blasfemo. Demonio con piel humana.>>
Esa noche rezó
por la muerte de su hermano.
Fue en la
segunda mazmorra donde empezaron a aparecer otros hombres santos para compartir
su tormento. Tres vestían túnicas de los septones de las tierras verdes, y uno las
prendas rojas de un sacerdote de R’Hllor. En aquél último era difícil reconocer
a un hombre. Le habían quemado ambas manos hasta el hueso y su rostro era un
horror carbonizado y ennegrecido donde dos ojos ciegos se movían sin ver sobre
las agrietadas mejillas, goteando pus. Murió unas horas después de que lo
encadenaran a la pared, pero los mudos dejaron allí su cuerpo para que se pudriera
durante los tres días siguientes. Por último había dos brujos del Este, con la
carne tan blanca como setas y los labios del mismo azul violáceo que un buen
moratón, ambos tan demacrados y muertos de hambre que sólo les quedaban la piel
y los huesos. Uno había perdido las piernas. Los mudos lo colgaron de una viga.
- Pree –gritaba mientras se balanceaba
adelante y atrás–. ¡Pree, pree!
<<Quizás ése es el nombre del
demonio al que adora. El Dios Ahogado me protege>>, se dijo a sí mismo el
sacerdote. <<Él es más fuerte que los falsos dioses a los que ellos
adoraban, más fuerte que sus negras hechicerías. El Dios Ahogado me liberará>>.
En sus momentos más lúcidos, Aeron se preguntaba por qué Ojo de Cuervo estaba
coleccionando sacerdotes, pero pensó que no le gustaría la respuesta.
Victarion se
había ido, y con él la esperanza. Los hombres ahogados de Aeron probablemente
pensaban que Pelomojado se estaba ocultando en el Viejo Wyck, o en el Gran Wyck
o en Pyke, y se preguntaban cuando emergería para hablar contra el rey impío.
Urrigon se le
aparecía en sus sueños febriles.
<<Estás
muerto, Urri>>, pensaba Aeron. <<Duerme ya, pequeño, y no me
molestes más. Pronto iré a reunirme contigo>>.
Siempre que
Areon rezaba, el brujo sin piernas hacía ruidos raros y su compañero parloteaba
como loco en su extraña lengua del Este, aunque el sacerdote no sabía decir si
maldecían o suplicaban. Los septones también hacían tenues ruidos de vez en
cuando, pero no en palabras que él pudiera entender. Aeron sospechó que les
habían cortado la lengua.
Cuando Euron
volvió, su cabello estaba peinado hacia atrás desde su frente y sus labios eran
tan azules que parecían casi negros. Se había quitado su corona de madera
flotante. En su lugar llevaba una corona de hierro cuyas puntas estaban hechas
de dientes de tiburón.
- Lo que está muerto no puede morir –dijo
Aeron ferozmente–. Porque ya ha saboreado la muerte una vez y nunca volverá a
temerla. Fue ahogado, pero reapareció una vez más con acero y fuego.
- ¿Harás tú lo mismo, hermano? –preguntó
Euron– Creo que no. Creo que si yo te ahogara, seguirías ahogado. Todos los
dioses son mentiras, pero el tuyo es risible. Una cosa pálida y blanca con la
apariencia de un hombre, con los miembros hinchados e inflamados y el cabello
flotando en el agua mientras los peces mordisquean su rostro… ¿Qué tonto
adoraría a eso?
- Él también es tu dios –insistió Pelomojado–.
Y cuando mueras, te juzgará duramente, Ojo de Cuervo. Pasarás la eternidad como
una babosa marina, arrastrándote sobre tu vientre y comiendo mierda. Si no
temes matar a tu propia sangre, córtame el cuello y acaba conmigo. Estoy
cansado de tus locas fanfarronadas.
- ¿Matar a mi propio hermanito, sangre de
mi sangre, nacido de la entrepierna de Quellon Greyjoy? ¿Y quién compartiría
mis triunfos? La victoria es más dulce con alguien amado junto a ti.
- Tus victorias son vacías. No puedes
conservar los Escudos.
- ¿Por qué iba a querer conservarlos? –el
ojo sonriente de su hermano brilló a la luz del farol, azul, descarado y lleno
de malicia– Los Escudos ya han servido a mis propósitos. Los tomé con una mano
y los entregué con la otra. Un gran rey es generoso, hermano. Ahora depende de
sus nuevos señores conservarlos. La gloria de conquistar esas rocas será mía
para siempre. Cuando se pierdan, la derrota pertenecerá a los cuatro tontos que
con tanto entusiasmo aceptaron mis regalos –se acercó más–. Nuestros barcoluengos
están haciendo incursiones por el Mander y por toda la costa, incluso hasta el Rejo
y los Estrechos del Tinto. A la manera antigua, hermano.
<<Locura.>>
- ¡Libérame –ordenó Aeron Pelomojado con
su voz más severa–, o arriésgate a la ira del dios!
Euron sacó una
botella de piedra tallada y una copa de vino.
- Tienes aspecto de estar sediento –dijo
mientras le servía –Necesitas un trago. Un sorbo de color del ocaso.
- No –Aeron apartó el rostro–. No, te he
dicho.
- Y yo he dicho que sí –Euron tiró hacia
atrás de su cabeza por el cabello y de nuevo le metió por la fuerza el vil
licor en la boca. Aunque Aeron cerró firmemente la boca retorciendo la cabeza
de lado a lado, al final tuvo que ahogarse o tragar.
Los sueños
fueron aún peores la segunda vez. Vio los barcos de los Hombres de Hierro a la
deriva, ardiendo en un mar hirviente y de color rojo sangre. Volvió a ver a su
hermano en el Trono de Hierro, pero Euron ya no era humano. Parecía más un
calamar que un hombre, un monstruo engendrado por un kraken de las
profundidades, cuyo rostro era una masa de tentáculos retorciéndose. Junto a él
estaba una sombra en forma de mujer, larga, alta y terrible, con las manos
encendidas en un pálido fuego blanco. Enanos brincaban para divertirlos,
hombres y mujeres, desnudos y deformes, entrelazados en abrazos carnales,
mordiéndose y arañándose unos a otros mientras Euron y su compañera reían y
reían y reían.
Aeron también
soñó que se ahogaba. No con la dicha que sin duda vendría después en las
estancias acuosas del Dios Ahogado, sino con el terror que incluso los fieles
sienten cuando el agua llena sus bocas, sus narices y sus pulmones y ya no
pueden respirar. Tres veces despertó Pelomojado, y las tres veces resultó no
ser un verdadero despertar, sino sólo otro capítulo de un sueño.
Pero al fin
llegó el día en que la puerta de la mazmorra se abrió y un mudo entró salpicando,
sin comida en las manos. En su lugar traía un manojo de llaves en una mano y un
farol en la otra. La luz era demasiado brillante para mirarla y Aeron temía lo
que significaba. Brillante y terrible. <<Algo ha cambiado. Algo ha
ocurrido.>>
- Tráelos –dijo una voz a medias familiar
en la desventurada penumbra–. Hazlo deprisa.
Ya sabes cómo se pone.
<<Oh, lo
sé. Lo he sabido desde que era un muchacho.>>
Un septón
emitió un ruido aterrador mientras le quitaban las cadenas, un sonido medio
ahogado que podía haber sido un intento de hablar. El brujo sin piernas miraba
fijamente el agua negra, moviendo silenciosamente los labios en una oración.
Cuando el mudo fue a por Aeron, él trató de debatirse, pero la fuerza había
abandonado sus miembros y un golpe fue todo lo que hizo falta para dejarlo
quieto. Le quitaron el grillete de una mano y luego el de la otra. <<Libre>>,
se dijo. <<Soy libre.>>
Pero cuando trató
de dar un paso, sus debilitadas piernas se doblaron debajo de él. Ninguno de
los prisioneros estaba en condiciones de andar. Al final, los mudos tuvieron
que llamar a más de los suyos. Dos de ellos agarraron a Aeron de los brazos y
lo arrastraron arriba por una escalera en espiral. Sus pies golpeaban los
escalones mientras ascendía, enviando punzantes dolores por su pierna. Se
mordió los labios para no gritar. El sacerdote podía oír a los brujos justo
detrás de él. Los septones cerraba la marcha, sollozando y jadeando. Con cada
vuelta de las escaleras los escalones se hacían más resplandecientes, hasta que
al fin apareció una ventana en la pared de la izquierda. Era sólo una hendidura
en la piedra con el ancho de una mano desnuda, pero aquello era suficiente como
para dejar pasar un rayo de luz del sol. <<Tan dorado>>, pensó Pelomojado.
<<Tan hermoso.>>
Cuando lo
sacaron de los escalones hasta la luz sintió su calidez sobre su rostro y cayeron
lágrimas por sus mejillas. <<El mar. Puedo oler el mar. El Dios Ahogado
no me ha abandonado. ¡El mar me hará completo de nuevo! Lo que está
muerto no puede morir, sino que se alza de nuevo, más duro y más fuerte.>>
- Llevadme al agua –ordenó, como si aún
estuviera en las Islas de Hierro, rodeado de sus hombres ahogados, pero los
mudos eran criaturas de su hermano y no le hicieron caso.
Lo arrastraron
por más escalones, a través de una galería iluminada por antorchas hasta una
lúgubre sala de piedra donde una docena de cuerpos colgaban de las vigas,
girando y balanceándose. Una docena de capitanes de Euron estaban reunidos en
la sala, bebiendo vino bajo los cadáveres. Lucas Codd el Zurdo se sentaba en el
lugar de honor, llevando como capa un pesado tapiz de seda. Junto a él estaba el
Remero Rojo, y más allá John Myre Carapicada, Mano de Piedra y Rogin
Barbasalada.
- ¿Quiénes son estos muertos? –exigió
saber Aeron. Tenía la lengua tan dura que las palabras le salieron en un
susurro oxidado, tan débiles como el pedo de un ratón.
- El señor que ocupaba este castillo y
sus parientes –la voz pertenecía a Torwold Dientenegro, uno de los capitanes de
su hermano y una criatura casi tan vil como el propio Ojo de Cuervo.
- Cerdos –dijo otra vil criatura, aquella
a la que llamaban el Remero Rojo–. Ésta era su isla. Una roca justo a la salida
del Rejo. Se atrevieron a gruñirnos amenazas. Gruñidos Redwyne, Gruñidos
Hightower, Gruñidos Tyrell. Así que los enviamos gruñendo al infierno.
<<El
Rejo.>> Desde que el Dios Ahogado lo había bendecido con una segunda
vida, Aeron Pelomojado no se había aventurado tan lejos de las Islas de Hierro.
<<Éste
no es mi sitio. No pertenezco aquí. Debería estar junto a mis hombres ahogados,
predicando contra Ojo de Cuervo>>.
- ¿Han sido vuestros dioses buenos con
vosotros en la oscuridad? –preguntó Lucas Codd el Zurdo.
Unos de los
brujos gruñó alguna respuesta en su fea lengua del Este.
- Os maldigo a todos –dijo Aeron.
- Tus maldiciones no tienen poder aquí,
sacerdote –dijo Lucas Codd el Zurdo–. Ojo de Cuervo ha alimentado bien a tu
Dios Ahogado y éste ha engordado con los sacrificios. Las palabras son viento,
pero la sangre es poder. ¡Hemos entregado a miles al mar, y él nos ha dado
victorias!
- Considérate bendecido, Pelomojado –dijo
Mano de Hierro–. Volvemos al mar. La flota de los Redwyne viene despacio hacia
nosotros. Han tenido los vientos en contra al rodear Dorne, pero al fin están
lo bastante cerca como para envalentonar a la Anciana de Antigua, así que ahora
los hijos de Leyton Hightower bajan por el Canal de los Susurros con la
esperanza de atraparnos por la espalda.
- Ya sabes lo que es que te atrapen por
la espalda, ¿verdad? –dijo el Remero Rojo, riendo.
- Llevadlos a los barcos –ordenó Torwold
Dientenegro.
Y así, Aeron Pelomojado
regresó al mar salado. Una docena de barcoluengos estaban dispuestos en el muelle
bajo el castillo y en la playa estaban varados dos veces más. Estandartes
familiares ondeaban en sus mástiles: el kraken de los Greyjoy, la luna
ensangrentada de los Winch, el cuerno de guerra de los Goodbrother, pero en sus
popas ondeaba una bandera que el sacerdote nunca había visto antes. Un ojo rojo
con una pupila negra bajo una corona de hierro sostenida por dos cuervos. Más
allá, una hueste de barcos mercantes flotaba sobre un tranquilo mar turquesa.
Cocas, carracas, barcos de pesca e incluso una coca grande como una puerca
hinchada y tan enorme como el Leviatán.
Pelomojado supo que eran trofeos de guerra.
Euron Ojo de
Cuervo estaba en pie sobre la cubierta del Silencio,
vestido con una armadura de placas negras que no se parecía a nada que Aeron
hubiera visto antes. Era oscura como el humo, pero Euron la llevaba con tanta
facilidad como si fuera de la más delgada seda. Las placas estaban ribeteadas
de oro rojizo y relucían y brillaban al moverse. Se podían ver dibujos en el
metal: espiras, glifos y símbolos arcanos moldeados en el acero. Pelomojado
supo que era acero valirio. <<Su armadura es de acero valirio.>> En
todos los siete reinos, ningún hombre poseía una armadura de acero valirio. Se
había sabido de cosas así hacía cuatrocientos años, en los días anteriores a la
Caída, e incluso entonces habían costado un reino.
Euron no
mentía. Había estado en Valiria. No era extraño que estuviera loco.
- Alteza –dijo Torwold Dientenegro–,
tengo a los sacerdotes. ¿Qué queréis que se haga con ellos?
-
Atadlos
a las proas –ordenó Euron–. A mi hermano en el Silencio. Quédate uno para ti. Que se jueguen los demás a los
dados, uno por cada barco. Que sientan la espuma, el beso húmedo y salado del
Dios Ahogado.
Esta vez los mudos no lo arrastraron abajo. En
lugar de ello, lo ataron a la proa del Silencio
junto al mascarón, una doncella desnuda, esbelta pero fuerte, con los brazos
extendidos y el cabello despeinado por
el viento… pero sin boca bajo la nariz. Ataron fuertemente a Aeron Pelomojado
con tiras de cuero que se encogían al humedecerse, vestido sólo con su barba y
su taparrabos.
Ojo de Cuervo dio una orden. Se izó una vela
negra, las amarras se soltaron y el Silencio
se retiró de la costa con el lento batir del tambor del maestro remero. Los
remos se alzaban, caían y se alzaban de nuevo, batiendo el agua. Sobre ellos,
el castillo ardía. Las llamas brincaban en las ventanas abiertas.
Cuando estuvieron bien mar adentro, Euron
volvió con él.
- Hermano –dijo–, pareces melancólico.
Tengo un regalo para ti.
Hizo una seña
y dos de sus hijos bastardos trajeron a rastras a una mujer y la ataron a la
proa al otro lado del mascarón. Desnuda como la doncella sin boca, su liso
vientre empezaba sólo a hincharse con el hijo que llevaba dentro y sus mejillas
estaban rojas por las lágrimas. No forcejeó mientras los muchachos tensaban las
ligaduras. El cabello le caía por delante del rostro, pero Aeron la reconoció
de todos modos.
- Falia Flores –la llamó–. Ten valor,
muchacha. Todo esto acabará pronto, y juntos nos daremos un festín en las
estancias acuosas del Dios Ahogado.
La muchacha levantó la cabeza, pero no respondió. Pelomojado supo que no tenía lengua con la que hacerlo. Él se relamió los labios y saboreó la sal.
La muchacha levantó la cabeza, pero no respondió. Pelomojado supo que no tenía lengua con la que hacerlo. Él se relamió los labios y saboreó la sal.