10 meses
sin actualizar el blog. Todos los blogueros se disculpan por estas cosas, pero
yo no voy a hacerlo por aquello de no caer en estereotipos. La verdad es que
parte del motivo (además de vacaciones, exámenes, escribir otras cosas y que
soy un maldito vago) es que no sabía a qué dedicar la próxima entrada. Este año
he ido poco al cine –cada vez lo hago menos, debido al precio de las entradas y
a mi escaso interés en los nuevos estrenos- y lo que he visto o bien no me ha llamado
demasiado la atención o bien ya se ha escrito hasta la saciedad sobre ello. Sin
embargo, el pasado viernes vi Bienvenidos
al fin del mundo (The World’s End),
la última parte de la llamada “trilogía del cornetto”, que se inició en 2004
con Shaun of the Dead (estrenada en
España con el horrible título de Zombies
Party) y continuó en 2007 con Hot
Fuzz (conocida por aquí como Arma
Fatal). La tres películas tienen en común el hecho de estar dirigidas por
Edgar Wright y protagonizadas por Simon Pegg y Nick Frost. También comparten el
hecho de ser comedias en las que se parodian varios géneros cinematográficos
(el de zombis, el policiaco y el de invasiones extraterrestres respectivamente),
el que los protagonistas degustan alguno de los tres sabores del helado
cornetto (de ahí el nombre de la saga), así como diversas reflexiones sobre la
Generación X, un poco al estilo de Kevin Smith.
Lo que
me ha impulsado a escribir sobre esta película es que me ha llegado mucho, en
gran parte porque por edad soy su espectador ideal. Quienes seáis más jóvenes o
más viejos quizá no os sintáis tan atraídos por ella, pero aun así creo que
muchos de vosotros pasareis un buen rato viéndola. La historia se inicia con un
prólogo situado en 1990, cuando los cinco jóvenes protagonistas deciden
celebrar que han terminado el bachillerato recorriendo los doce pubs de la
pequeña ciudad en la que viven, Newton Haven. Al final, dos de ellos se quedan
por el camino y el resto sólo logra recorrer diez pubs, pero uno de ellos, Gary
King (Pegg), guarda un recuerdo tan grato de aquel día que más de veinte años
después decide reunir a sus amigos para repetirlo y llegar esta vez al último
pub, apropiadamente llamado “The World’s End”.
Como
veis, el argumento no es demasiado original. Todos hemos visto muchas películas
sobre viejos colegas que se reencuentran para descubrir lo mucho que han
cambiado al cabo de los años y lo poco que la realidad se parece a sus sueños
de juventud. Hace ya 30 años que Lawrence Kasdan inició este subgénero con Reencuentro (The Big Chill), en donde los protas se habían conocido como universitarios
a finales de los sesenta y se reencontraban como treintañeros en los ochenta. Ahora
el tiempo ha rodado, como decía Messala (Stephen Boyd) en Ben Hur, de modo que somos los de la Generación X quienes nos hemos
convertido en cuarentones. Incluso yo mismo terminé el bachillerato (o lo que
entonces se llamaba COU) en 1990. Antes mencioné a Kevin Smith porque gracias a
las películas que forman su conocido “Ciclo de Nueva Jersey” se ha convertido
en algo así como el cronista oficial de nuestra generación. Sin embargo, las
comedias de Wright se parecen poco a las de Smith. Para empezar, son
británicas, no americanas, con lo que algunas de sus referencias culturales son
distintas (aunque sigue habiendo muchos guiños al cine y a la televisión). Lo
más importante, sin embargo, es que Wright se aleja de los interminables diálogos
de Smith para crear un humor mucho más físico y dar un ritmo mucho más rápido a
la historia, incluyendo de vez en cuando varias escenas de acción. En lo que si
hay coincidencia es en que se aprecia una clara evolución en los personajes a
lo largo de las películas, a pesar de que estos no sean nunca los mismos (como
si ocurre en las pelis de Smith).
En Shaun of the Dead, el tal Shaun (Pegg)
tiene 29 años y se encuentra dividido
entre la lealtad a su impresentable mejor amigo Ed (Frost), el clásico eterno
adolescente, y los deseos de su novia Liz (Kate Ashfield), quien le exige que
madure de una vez. En Bienvenidos al fin
del Mundo, el Gary King de Pegg se ha hecho cuarentón sin haber madurado, a
pesar de que sus amigos, especialmente Andy (Frost) si lo han hecho. Esta inversión
de los personajes no es nada casual, ya que en Hott Fuzz era Pegg el que quería cambiar las cosas, mientras que
Frost era el conformista (al igual que en Shaun
of the Dead). La diferencia es que en Hot
Fuzz el elemento generacional estaba casi ausente, mientras que Bienvenidos… es en ese aspecto una
secuela mucho más directa de Shaun…
Quizá por eso sea Hot Fuzz la que
menos me gusta de las tres, aunque no quiero decir con eso que no sea
igualmente recomendable. Este cambio en los personajes repercute también en que
Bienvenidos… tenga un tono marcadamente
distinto a sus predecesoras. Seguimos estando ante una comedia, pero por debajo
se aprecia un elemento de amargura y melancolía que va creciendo a medida que
avanza la historia. Poco a poco somos conscientes, como Gary King, de que el
mundo ha cambiado y el pasado se ha perdido para siempre, llevándose consigo
nuestros sueños y esperanzas. La cuestión es si podemos soportar ese cambio y
adaptarnos a él o no. King se empeña en no hacerlo, como si el prota de Shaun of the Dead hubiera optado por no
madurar, a pesar de que en dicha película termina llegando a un cierto
compromiso entre su mejor amigo y su novia. Otra muestra de ello es el personaje
de Sam (Rosamund Pike), antiguo rollito de Gary y hermana de uno de sus amigos,
Oliver (Martin Freeman, más conocido como el joven Frodo Bolsón). Sam es algo
así como una versión alternativa de la novia de Shaun si éste la hubiera
abandonado en la primera película de la saga (e incluso Rosamund Pike guarda un
cierto parecido físico con Kate Ashfield). Cuando Gary se reencuentra con ella
y le sugiere que se enrollen en los lavabos, como hicieron en 1990, Sam le
manda al carajo, recordándole que ya no son adolescentes.
Todo lo
anterior culmina en una simbólica escena donde Gary se enfrenta a un adolescente
similar a él mismo en los lavabos de un pub. Ante la aparente apatía del
muchacho, Gary intenta conectar con él, aunque en el fondo sabemos que intenta
hacerlo con el adolescente que pervive en su interior. La cosa termina de un
modo tan estrambótico que no quiero estropearos la sorpresa. Es a partir de
entonces cuando se manifiesta el elemento de invasión extraterrestre que
mencioné antes y la historia da un giro. Pero un giro relativo, porque los
temas centrales siguen estando ahí. Los invasores resultan se parte de La Red,
una comunidad extraterrestre que se ha apoderado de varios pueblos y ciudades
de las Tierra para enseñarnos a mejorar y hacer que seamos dignos de formar
parte de una Federación Galáctica. El problema es que “mejorar” significa que
nos volvamos todos iguales: apáticos, aburridos, esclavos de Internet, de los
iPods y de los Smart Phones (todos ellos obra de La Red, según se nos explica).
Quienes no lo hacen son reemplazados por copias de sí mismos perfectamente adaptadas
al nuevo entorno (en el mejor estilo de La
invasión de los ladrones de cuerpos). Es fácil ver a La Red como un símbolo
del mundo de hoy en día: Los pubs de Newton Haven son todos iguales (como las
franquicias) o se han convertido en discotecas con música tecno. Los habitantes no tienen personalidad propia y recurren a
menudo a la más sosa corrección política. Naturalmente, los cinco amigos (y Sam)
se rebelan contra esto, lo que da pie a un par de fantásticas peleas entre
ellos y las copias extraterrestres. En dichas escenas la cámara no se está
quieta, pero nos enteramos perfectamente de todo lo que sucede, al contrario
que en muchas películas de acción actuales.
Hay
quienes han criticado la película por perder fuerza en su tercer acto, un
defecto que muchos le encuentran a toda la saga. Personalmente yo creo que el
tercer acto funciona bien, ya que es justo ahí donde los protas supervivientes
se enfrentan a La Red y asistimos al conflicto central de la película: Renunciar
a tu libertad para ser un mindundi satisfecho o conservarla aunque sólo seas un
perdedor anclado en la adolescencia. Naturalmente, Gary King sólo puede escoger
lo segundo. Creo que parte de las críticas a este tercer acto vienen de su
epílogo, que a algunos les sobra pero a otros les encanta. Sin entrar en
demasiados detalles, la película se pone totalmente del lado de su protagonista,
aunque antes nos haya mostrado las consecuencias de que éste se niegue a madurar.
Ya al final del prólogo descubrimos que Gary lo está narrando en una terapia de
grupo. El por qué asiste a esa terapia se nos revelará cerca del climax. En
este sentido, creo que la película logra mantener un equilibrio muy delicado
entre su contexto humorístico y su subtexto dramático. Y es que hay un poco de
Gary King en todos nosotros, los de la Generación X, por mucho que algunos se
parezcan más a Andy, Oliver o a alguno de sus otros amigos. Todos hemos
comprendido que aquel momento de plenitud –ser joven- fue sólo un efímero instante
seguido de una larga y desencantada cuesta abajo. Pero también hemos aprendido
que la vida no se acaba al llegar a la cuarentena. Aún se pueden hacer muchas
cosas después, a pesar de los achaques, la crisis y el desempleo.
En
resumen, que os recomiendo la peli incluso aunque estéis lejos de cumplir los
cuarenta. Llegaréis a ellos algún día, creedme. Y si eso os asusta, recordad
que la alternativa es mucho peor, así que menos temores y más mirar p’adelante.