martes, 3 de diciembre de 2013

'Bienvenidos al fin del mundo', o quizá sólo al principio del fin.








10 meses sin actualizar el blog. Todos los blogueros se disculpan por estas cosas, pero yo no voy a hacerlo por aquello de no caer en estereotipos. La verdad es que parte del motivo (además de vacaciones, exámenes, escribir otras cosas y que soy un maldito vago) es que no sabía a qué dedicar la próxima entrada. Este año he ido poco al cine –cada vez lo hago menos, debido al precio de las entradas y a mi escaso interés en los nuevos estrenos- y lo que he visto o bien no me ha llamado demasiado la atención o bien ya se ha escrito hasta la saciedad sobre ello. Sin embargo, el pasado viernes vi Bienvenidos al fin del mundo (The World’s End), la última parte de la llamada “trilogía del cornetto”, que se inició en 2004 con Shaun of the Dead (estrenada en España con el horrible título de Zombies Party) y continuó en 2007 con Hot Fuzz (conocida por aquí como Arma Fatal). La tres películas tienen en común el hecho de estar dirigidas por Edgar Wright y protagonizadas por Simon Pegg y Nick Frost. También comparten el hecho de ser comedias en las que se parodian varios géneros cinematográficos (el de zombis, el policiaco y el de invasiones extraterrestres respectivamente), el que los protagonistas degustan alguno de los tres sabores del helado cornetto (de ahí el nombre de la saga), así como diversas reflexiones sobre la Generación X, un poco al estilo de Kevin Smith.
Lo que me ha impulsado a escribir sobre esta película es que me ha llegado mucho, en gran parte porque por edad soy su espectador ideal. Quienes seáis más jóvenes o más viejos quizá no os sintáis tan atraídos por ella, pero aun así creo que muchos de vosotros pasareis un buen rato viéndola. La historia se inicia con un prólogo situado en 1990, cuando los cinco jóvenes protagonistas deciden celebrar que han terminado el bachillerato recorriendo los doce pubs de la pequeña ciudad en la que viven, Newton Haven. Al final, dos de ellos se quedan por el camino y el resto sólo logra recorrer diez pubs, pero uno de ellos, Gary King (Pegg), guarda un recuerdo tan grato de aquel día que más de veinte años después decide reunir a sus amigos para repetirlo y llegar esta vez al último pub, apropiadamente llamado “The World’s End”.

Como veis, el argumento no es demasiado original. Todos hemos visto muchas películas sobre viejos colegas que se reencuentran para descubrir lo mucho que han cambiado al cabo de los años y lo poco que la realidad se parece a sus sueños de juventud. Hace ya 30 años que Lawrence Kasdan inició este subgénero con Reencuentro (The Big Chill), en donde los protas se habían conocido como universitarios a finales de los sesenta y se reencontraban como treintañeros en los ochenta. Ahora el tiempo ha rodado, como decía Messala (Stephen Boyd) en Ben Hur, de modo que somos los de la Generación X quienes nos hemos convertido en cuarentones. Incluso yo mismo terminé el bachillerato (o lo que entonces se llamaba COU) en 1990. Antes mencioné a Kevin Smith porque gracias a las películas que forman su conocido “Ciclo de Nueva Jersey” se ha convertido en algo así como el cronista oficial de nuestra generación. Sin embargo, las comedias de Wright se parecen poco a las de Smith. Para empezar, son británicas, no americanas, con lo que algunas de sus referencias culturales son distintas (aunque sigue habiendo muchos guiños al cine y a la televisión). Lo más importante, sin embargo, es que Wright se aleja de los interminables diálogos de Smith para crear un humor mucho más físico y dar un ritmo mucho más rápido a la historia, incluyendo de vez en cuando varias escenas de acción. En lo que si hay coincidencia es en que se aprecia una clara evolución en los personajes a lo largo de las películas, a pesar de que estos no sean nunca los mismos (como si ocurre en las pelis de Smith).
En Shaun of the Dead, el tal Shaun (Pegg) tiene  29 años y se encuentra dividido entre la lealtad a su impresentable mejor amigo Ed (Frost), el clásico eterno adolescente, y los deseos de su novia Liz (Kate Ashfield), quien le exige que madure de una vez. En Bienvenidos al fin del Mundo, el Gary King de Pegg se ha hecho cuarentón sin haber madurado, a pesar de que sus amigos, especialmente Andy (Frost) si lo han hecho. Esta inversión de los personajes no es nada casual, ya que en Hott Fuzz era Pegg el que quería cambiar las cosas, mientras que Frost era el conformista (al igual que en Shaun of the Dead). La diferencia es que en Hot Fuzz el elemento generacional estaba casi ausente, mientras que Bienvenidos… es en ese aspecto una secuela mucho más directa de Shaun… Quizá por eso sea Hot Fuzz la que menos me gusta de las tres, aunque no quiero decir con eso que no sea igualmente recomendable. Este cambio en los personajes repercute también en que Bienvenidos… tenga un tono marcadamente distinto a sus predecesoras. Seguimos estando ante una comedia, pero por debajo se aprecia un elemento de amargura y melancolía que va creciendo a medida que avanza la historia. Poco a poco somos conscientes, como Gary King, de que el mundo ha cambiado y el pasado se ha perdido para siempre, llevándose consigo nuestros sueños y esperanzas. La cuestión es si podemos soportar ese cambio y adaptarnos a él o no. King se empeña en no hacerlo, como si el prota de Shaun of the Dead hubiera optado por no madurar, a pesar de que en dicha película termina llegando a un cierto compromiso entre su mejor amigo y su novia. Otra muestra de ello es el personaje de Sam (Rosamund Pike), antiguo rollito de Gary y hermana de uno de sus amigos, Oliver (Martin Freeman, más conocido como el joven Frodo Bolsón). Sam es algo así como una versión alternativa de la novia de Shaun si éste la hubiera abandonado en la primera película de la saga (e incluso Rosamund Pike guarda un cierto parecido físico con Kate Ashfield). Cuando Gary se reencuentra con ella y le sugiere que se enrollen en los lavabos, como hicieron en 1990, Sam le manda al carajo, recordándole que ya no son adolescentes.


Todo lo anterior culmina en una simbólica escena donde Gary se enfrenta a un adolescente similar a él mismo en los lavabos de un pub. Ante la aparente apatía del muchacho, Gary intenta conectar con él, aunque en el fondo sabemos que intenta hacerlo con el adolescente que pervive en su interior. La cosa termina de un modo tan estrambótico que no quiero estropearos la sorpresa. Es a partir de entonces cuando se manifiesta el elemento de invasión extraterrestre que mencioné antes y la historia da un giro. Pero un giro relativo, porque los temas centrales siguen estando ahí. Los invasores resultan se parte de La Red, una comunidad extraterrestre que se ha apoderado de varios pueblos y ciudades de las Tierra para enseñarnos a mejorar y hacer que seamos dignos de formar parte de una Federación Galáctica. El problema es que “mejorar” significa que nos volvamos todos iguales: apáticos, aburridos, esclavos de Internet, de los iPods y de los Smart Phones (todos ellos obra de La Red, según se nos explica). Quienes no lo hacen son reemplazados por copias de sí mismos perfectamente adaptadas al nuevo entorno (en el mejor estilo de La invasión de los ladrones de cuerpos). Es fácil ver a La Red como un símbolo del mundo de hoy en día: Los pubs de Newton Haven son todos iguales (como las franquicias) o se han convertido en discotecas con música tecno. Los habitantes no tienen personalidad propia y recurren a menudo a la más sosa corrección política. Naturalmente, los cinco amigos (y Sam) se rebelan contra esto, lo que da pie a un par de fantásticas peleas entre ellos y las copias extraterrestres. En dichas escenas la cámara no se está quieta, pero nos enteramos perfectamente de todo lo que sucede, al contrario que en muchas películas de acción actuales.


Hay quienes han criticado la película por perder fuerza en su tercer acto, un defecto que muchos le encuentran a toda la saga. Personalmente yo creo que el tercer acto funciona bien, ya que es justo ahí donde los protas supervivientes se enfrentan a La Red y asistimos al conflicto central de la película: Renunciar a tu libertad para ser un mindundi satisfecho o conservarla aunque sólo seas un perdedor anclado en la adolescencia. Naturalmente, Gary King sólo puede escoger lo segundo. Creo que parte de las críticas a este tercer acto vienen de su epílogo, que a algunos les sobra pero a otros les encanta. Sin entrar en demasiados detalles, la película se pone totalmente del lado de su protagonista, aunque antes nos haya mostrado las consecuencias de que éste se niegue a madurar. Ya al final del prólogo descubrimos que Gary lo está narrando en una terapia de grupo. El por qué asiste a esa terapia se nos revelará cerca del climax. En este sentido, creo que la película logra mantener un equilibrio muy delicado entre su contexto humorístico y su subtexto dramático. Y es que hay un poco de Gary King en todos nosotros, los de la Generación X, por mucho que algunos se parezcan más a Andy, Oliver o a alguno de sus otros amigos. Todos hemos comprendido que aquel momento de plenitud –ser joven- fue sólo un efímero instante seguido de una larga y desencantada cuesta abajo. Pero también hemos aprendido que la vida no se acaba al llegar a la cuarentena. Aún se pueden hacer muchas cosas después, a pesar de los achaques, la crisis y el desempleo.
En resumen, que os recomiendo la peli incluso aunque estéis lejos de cumplir los cuarenta. Llegaréis a ellos algún día, creedme. Y si eso os asusta, recordad que la alternativa es mucho peor, así que menos temores y más mirar p’adelante.

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