Perdón por el retraso en publicar este segundo episodio, pero supongo que má vale tarde que nunca. Ahora que acaba de comenzar la tercera temporada de Juego de Tronos en Estados Unidos, supongo que es un buen momento para subirlo. Además, en el momento de escribir estas líneas se acaba de anunciar que habrá cuarta temporada, lo que sin duda merece una celebración.
ARIANNE
La mañana en que dejó los Jardines del Agua, su
padre se levantó de su silla para besarla en ambas mejillas.
-
El destino
de Dorne va contigo, hija -dijo, mientras ponía el pergamino en su mano-. Viaja
rápidamente. Viaja sin percances. Sé mis ojos, mis oídos y mi voz.... Pero
sobre todo, ten cuidado.
-
Lo tendré,
padre.
Ella
no derramó ni una lágrima. Arianne Martell era una princesa de Dorne, y la
gente de Dorne no gastaba el agua a la ligera. Aunque estuvo a punto de
hacerlo. No fueron ni los besos de su padre ni sus roncas palabras las que le
humedecieron los ojos, sino el esfuerzo que a él le supuso ponerse en pie, con
las piernas temblándole y las articulaciones hinchadas e inflamadas por la
gota. Mantenerse en pie era un acto de amor. Mantenerse en pie era un acto de
fe.
<<Él
cree en mí. No le fallaré.>>
Los
siete partieron juntos en siete corceles de arena de Dorne. Un grupo pequeño
viaja más ligero que uno grande, pero la heredera de Dorne no cabalga sola. De
Bondadivina vino Ser Daemon Arena, el bastardo; en otro tiempo escudero del
príncipe Oberyn, ahora escudo juramentado de Arianne. De Lanza del Sol vinieron
dos jóvenes y audaces caballeros, Joss Hood y Garibald Shells, para unir sus
espadas a la de él. De los Jardines del Agua vinieron siete cuervos y un
muchacho alto que cuidaba de ellos. Su nombre era Nate, pero llevaba tanto
tiempo trabajando con pájaros que nadie le llamaba otra cosa que Plumas. Y
puesto que una princesa debe tener mujeres cuidando de ella, sus acompañantes
también incluían a la guapa Jayne Ladybright y a la salvaje Elia Arena,
doncella de catorce años.
Se
dirigieron al nornoroeste, a través de tierras secas, llanuras abrasadas y
arenas pálidas hacia Colina Fantasma, el baluarte de la Casa Toland, donde les
aguardaba el barco que los llevaría a través del Mar de Dorne.
-
Envía un
cuervo cuando tengas noticias -había dicho el príncipe Doran-. Pero informa
sólo de lo que sepas que es cierto. Aquí estamos perdidos en la niebla,
asediados por rumores, falsedades y cuentos de viajeros. No me atrevo a actuar
hasta que sepa con certeza lo que sucede.
<<Lo que sucede es la Guerra>>, pensó
Arianne, <<y esta vez Dorne no se librará de ella.>>
-
Se acercan
la perdición y la muerte -les había advertido Ellaria Arena antes de despedirse
ella misma del príncipe Doran-. Es hora de que mis pequeñas serpientes se
dispersen. Será lo mejor para sobrevivir a la carnicería.
Ellaria
regresaba a la residencia de su padre en Sotoinferno. Con ella iba su hija
Loreza, que acababa de cumplir los siete. Dorea se quedaba en los Jardines del
Agua, una niña más entre cientos. Obella iba a ser enviada a Lanza del Sol,
para servir como camarera de la esposa del castellano, Manfrey Martell.
Y
Elia Arena, la mayor de las cuatro hijas que el príncipe Oberyn había
engendrado con Ellaria, cruzaría el Mar de Dorne con Arianne.
-
Como una
dama, no como una lanza -dijo su madre firmemente
Pero
como todas las Serpientes de Arena, Elia tenía ideas propias.
Cruzaron
las arenas en dos largos días y en la mayor parte de dos noches, parando tres
veces para cambiar de caballos. Fue un tiempo solitario para Arianne, rodeada
de tantos extraños. Elia era su prima, pero casi una niña, y Daemon Arena...
Las cosas no habían vuelto a ser lo mismo entre ella y el Bastardo de Bondadivina
desde que su padre rehusara la petición que él hizo de su mano. <<Entonces
él era un muchacho, un bastardo, un consorte inadecuado para una princesa de
Dorne. Debió haberlo comprendido. Y fue la voluntad de mi padre, no la
mía.>> Apenas conocía al resto de sus acompañantes.
Arianne
echaba de menos a sus amigos. Drey y Garin y su dulce Sylva Pintas habían sido
parte de ella desde que era pequeña, confidentes que habían compartido sus
sueños y secretos, la habían animado cuando estaba triste y la habían ayudado a
hacer frente a sus temores. Uno de ellos la había traicionado, pero los echaba
de menos igualmente. <<Fue culpa mía.>> Arianne los había hecho
partícipes de su conjura para llevarse a Myrcella Baratheon y coronarla reina,
un acto de rebelión que obligaría a su padre a actuar, pero la lengua suelta de
alguien lo había estropeado. La torpe conspiración no había conseguido nada,
excepto costarle a la pobre Myrcella parte de su cara, y a ser Arys Oakheart la
vida.
Aryanne
también echaba de menos a Ser Arys, más de lo que jamás había imaginado.
<<Me amaba con locura>>, se dijo, <<y aún así yo nunca le
tuve más que cariño. Lo utilicé en mi cama y en mi conjura, tomé su amor y su
honor y no le di nada más que mi cuerpo. Al final no pudo vivir con lo que
habíamos hecho.>> ¿Por qué si no había cargado su caballero blanco
derecho hacia el hacha de Areo Hotah, para morir de la forma en que lo hizo?
<<Fui una cría tonta y testaruda, jugando al juego de tronos como un
borracho juega a los dados.>>
El
precio de su locura había sido caro. Drey había sido enviado al otro lado del
mundo, a Novos, Garin exiliado a Tyrosh durante dos años, su dulce Sylva de
sonrisa tonta, casada con Eldon Estermont, un hombre lo bastante viejo para ser
su abuelo. Ser Arys había pagado con toda su sangre, Myrcella con una oreja.
Sólo
Ser Gerold Dayne había escapado ileso. <<Estrellaoscura.>> Si el
caballo de Myrcella no se hubiera asustado en el último momento, la espada
larga de él la hubiera abierto desde el pecho hasta la cintura en vez de
cortarle sólo una oreja. Dayne era su pecado más grave, el que Arianne más
lamentaba. Con un golpe de su espada, había convertido la fallida conjura en
algo sucio y sangriento. Si los dioses eran benévolos, para entonces Obara
Arena le habría acorralado en su fortaleza de las montañas y acabado con él.
Le
contó todo eso a Daemon Arena la primera noche, cuando acamparon.
-
Tened cuidado con lo que rogáis, princesa -respondió él-. Estrellaoscura
podría acabar con Lady Obara igual de fácilmente.
-
Ella lleva
consigo a Areo Hotah.
El
capitán de la guardia del príncipe Doran había despachado a Ser Arys Oakheart
de un solo golpe, a pesar de que se suponía que los miembros de la Guardia Real
eran los mejores caballeros en todo el reino.
-
Ningún
hombre puede hacer frente a Hotah.
-
¿Estrellaoscura
es eso? ¿Un hombre? -Ser Deamon hizo una mueca- Un hombre no hubiera hecho lo
que él le hizo a la princesa Myrcella. Ser Gerold es más una víbora de lo que
vuestro tío llego a serlo nunca. El príncipe Oberyn supo ver que él era veneno,
lo dijo más de una vez. Es una pena que nunca lograra matarlo.
<<Veneno>>,
pensó Arianne. <<Si>>, aunque un veneno hermoso. Así era
como la había engañado. Gerold Dayne era duro y cruel, pero tan agradable de
ver que la princesa no había creído ni la mitad de las historias que había oído
sobre él. Los muchachos guapos siempre había sido su debilidad, y en particular
los que también eran oscuros y peligrosos. <<Eso fue antes, cuando yo era
sólo una cría>>, se dijo. <<Ahora soy una mujer, la hija de mi
padre. He aprendido esa lección.>>
Al
romper el día, estaban de nuevo en marcha. Elia Arena les dirigía, con su
trenza negra volando tras ella mientras corría a través de las secas y
agrietadas llanuras y arriba, hacia las
colinas. La muchacha estaba loca por los caballos, y debía ser por eso que a
menudo olía como uno, para desesperación de su madre. A veces Arianne sentía
pena por Ellaria. Cuatro hijas, y cada una hija de su padre.
El
resto del grupo mantenía una ritmo más calmado. La princesa se encontró
cabalgando junto a Ser Daemon, recordando otras cabalgadas cuando eran más
jóvenes, cabalgadas que a menudo terminaban en abrazos. Cuando se descubrió a
si misma mirándole fugazmente, alto y gallardo en la silla de montar, Arianne
se recordó que ella era la heredera de Dorne y él nada más que su escudo.
-
Dime lo
que sabes de ese Jon Connington -le ordenó.
-
Está
muerto -dijo Daemon Arena- Murió en las Tierras Disputadas. Por la bebida, oí
decir.
-
¿Así que
es un borracho muerto el que guía ese ejército?
-
Quizá este
Jon Connington sea hijo de aquel. O sólo algún mercenario listo que ha tomado
el nombre de un muerto.
-
O nunca
llegó a morir.
¿Podía
Connington haber fingido estar muerto todos esos años? Eso requeriría una
paciencia digna de un padre. La idea inquietó a Arianne. Tratar con un hombre
tan perspicaz podía ser peligroso.
-
¿Cómo era
él antes de... antes de morir?
-
Yo era un
muchacho en Bondadivina cuando lo enviaron al exilio. Nunca lo conocí.
-
Entonces
dime qué has oído sobre él de otros.
-
Como
ordene mi princesa. Connington era señor de Nido del Grifo cuando Nido del Grifo era aún un señorío digno de
tenerse. Era escudero del príncipe Rhaegar, o uno de ellos. Más tarde, fue
amigo y compañero del príncipe. El Rey Loco lo nombró Mano durante la rebelión
de Robert, pero fue derrotado en Septo de Piedra durante la Batalla de las
Campanas, y Robert se le escabulló. El rey Aerys se puso furioso y envió a
Connington al exilio. Allí murió.
-
O no.
El
príncipe Doran le había contado todo aquello. <<Debe haber más.>>
-
Esas son
sólo las cosas que hizo. Todo eso lo sé. ¿Qué clase de hombre era? ¿Honesto y
honorable, venal y codicioso, orgulloso?
-
Orgulloso,
con certeza. Incluso arrogante. Un amigo fiel de Rheagar, pero quisquilloso con
los demás. Robert era su señor, pero he oído decir que a Connington le irritaba
servir a un señor así. Incluso entonces, Robert era conocido por su afición al
vino y a las putas.
-
¿Entonces,
no había putas para Ser Jon?
-
No sabría
decirlo. Algunos hombres mantienen su puterío en secreto.
-
¿Tenía
esposa? ¿O amante?
Ser
Daemon se encogió de hombros.
-
Que yo
haya oído, no.
Aquello
también era preocupante. Ser Arys Oakheart habría roto sus votos por ella, pero
no parecía que a Jon Connington se le pudiera influenciar igualmente. <<¿Puedo
estar a la altura de un hombre así sólo con palabras?>>
La
princesa quedó en silencio, reflexionando sobre lo que encontraría al final del
viaje. Aquella noche, cuando acamparon, se arrastró dentro de la tienda que
compartía con Jayne Ladybright y Elia Arena y deslizó el pedazo de pergamino
fuera de su manga para leer de nuevo las palabras.
Para
el príncipe Doran de la Casa Martell,
Rezo
para que me recordéis. Conocí bien a vuestra hermana,
y
fui un leal servidor de vuestro cuñado. Lloro
su
pérdida tanto como vos. Yo no morí, como tampoco
el
hijo de vuestra hermana. Para salvar su vida lo mantuvimos oculto,
pero
el tiempo de que se oculte ha terminado. Un dragón ha vuelto
a
Poniente para reclamar su derecho de nacimiento y buscar
venganza
por su padre y por la princesa Elia, su madre.
En
su nombre me dirijo a Dorne. No nos abandonéis.
Jon
Connington
Señor
de Nido del Grifo
Mano
del Verdadero Rey
Arianne
leyó la carta tres veces. Luego la enrolló y la devolvió a su manga. Un dragón
ha vuelto a Poniente, pero no el dragón que esperaba mi padre. En aquellas
palabras no había ninguna mención a Daenerys de la Tormenta... ni al príncipe
Quentyn, su hermano, que había sido enviado en busca de la reina dragón. La
princesa recordaba cómo su padre había puesto la pieza de cyvasse en su palma, mientras con voz ronca
y grave le confesaba su plan. “Un viaje largo y peligroso, con una bienvenida
incierta al final”, había dicho. “Ha ido a traernos nuestro mayor deseo.
Venganza. Justicia. Fuego y sangre.”
Fuego
y sangre era lo que Jon Connington (si realmente lo era) les ofrecía también.
¿O no?
-
Viene con
mercenarios, pero sin dragones -le había dicho el príncipe Doran la noche en
que llegó el cuervo-. La Compañía Dorada es la mejor y más grande de las
compañías libres, pero diez mil mercenarios no pueden esperar conquistar los
Siete Reinos. El hijo de Elia... lloraría de alegría si una parte de mi hermana
hubiera sobrevivido, ¿pero qué pruebas tenemos de que ése es Aegon? -su voz se
rompió cuando dijo aquello- ¿Dónde están los dragones? -preguntó- ¿Dónde está
Daeneris? -y Arianne supo que realmente estaba diciendo “¿Dónde está mi hijo?.”
En
Camino de Huesos y en el Paso del Príncipe se habían concentrado dos huestes de
Dornieneses. Allí estaban sentados, afilando sus lanzas, limpiando sus
armaduras, jugando a los dados, bebiendo, riñendo, menguando en número cada
día, esperando, esperando, esperando a que el príncipe de Dorne los soltara
contra los enemigos de la Casa Martell. <<Esperando por los dragones. Por
el fuego y por la sangre. Por mí.>> Una palabra de Arianne y aquellos
ejércitos marcharían... mientras la palabra fuera “dragón”. Si en vez de eso
enviaba la palabra “guerra”, Lord Yronwood, Lord Fowler y sus ejércitos
seguirían en su sitio. El principe de Dorne era ante todo sutil; aquí “guerra”
significaba “esperar”.
A
media mañana del tercer día Colina Fantasma surgió ante ellos, con sus muros
blancos como la tiza brillando frente al profundo azul del Mar de Dorne. En las
torres cuadradas de las esquinas del castillo ondeaban los estandartes de la
Casa Toland; un dragón verde mordiendo su propia cola sobre un campo dorado. El
sol y la lanza de la Casa Martell ondeaban en lo alto de la gran fortaleza
central, dorado y rojo y naranja, desafiantes.
Los
cuervos habían volado con antelación para avisar a Lady Toland de su llegada,
así que las puertas del castillo estaban abiertas y la hija mayor de Nymella
cabalgó con su mayordomo para reunirse con ellos junto al pie de la colina.
Alta y feroz, con una llamarada de cabello rojo brillante cayéndole sobre los
hombros, Valena Toland saludó a Arianne al grito de:
-
¿Habéis
venido al fin? ¿Tan lentos son esos caballos?
-
Lo
bastante rápidos para llegar antes que los tuyos hasta las puertas del castillo.
-
Eso ya lo
veremos.
Valena
dio la vuelta a su gran caballo rojizo, le apretó los talones y comenzó la
carrera a través de las polvorientas callejuelas de la aldea al pie de la
colina, mientras gallinas y aldeanos se esforzaban en apartarse de su camino. Para
cuando Arianne puso al galope a su yegua, ya iba la longitud de tres caballos
por detrás, pero la redujo a la de uno al subir la cuesta. Las dos estaban lado
a lado mientras avanzaban con estruendo hacia la casa de guardia, pero a cinco
yardas de las puertas Elia Arena llegó volando desde la nube de polvo que las
seguía para rebasarlas a ambas a toda prisa en su potra negra.
-
¿Eres
medio caballo, niña? -preguntó Valena riendo en el patio- Princesa, ¿habéis
traído una moza de establo?
-
Soy Elia
-anunció la muchacha- Lady Lanza.
<<Quienquiera
que le colgara ese nombre tiene mucho de lo que responder.>> Aunque era
probable que hubiese sido el príncipe Oberyn, y la Víbora Negra nunca había
respondido de nada más que a sí mismo.
-
La
muchacha de las justas -dijo Valena- Si, he oído hablar de ti. Puesto que has
llegado la primera al patio, te has ganado el honor de quitar las bridas y
abrevar a los caballos.
-
Y después
busca la casa de baños -dijo la princesa Arianne.
Elia
estaba llena de tiza y polvo desde el cabello hasta los talones.
Aquella
noche Arianne y sus caballeros cenaron con Lady Nymella y sus hijas en el gran
salón del castillo. Teora, la hija más joven, tenía el mismo cabello rojo que
su hermana, pero aparte de eso no podía ser más distinta. Baja, rechoncha, y
tan tímida que podía haber pasado por muda, mostró más interés en la carne
especiada y en el pavo con miel que en los guapos y jóvenes caballeros de la
mesa, y parecía contenta con dejar que su madre y hermana hablasen por la Casa
Toland.
-
Hemos oído
por aquí las mismas historias que habéis oído en Lanza del Sol -les contó Lady
Nymella mientras su criado servía el vino-. Mercenarios desembarcando en el
Cabo de la Ira, castillos bajo asedio que son tomados, cosechas incautadas o
quemadas. De dónde vienen esos hombres y quienes son, nadie lo sabe con
seguridad.
-
Al
principio oímos que piratas y aventureros -dijo Valena-. Luego se supuso que
era la Compañía Dorada. Ahora se dice que es Jon Connington, la Mano del Rey
Loco, que ha vuelto de la tumba para reclamar su derecho de nacimiento. Sean
quienes sean, Nido del Grifo ha caído en sus manos. Aguasmil, Nido del Cuervo,
Niebla, incluso Piedraverde en su isla. Todos capturados.
Los
pensamientos de Arianne fueron inmediatamente hacia su dulce Sylva Pintas.
-
¿Quién
puede querer Piedraverde? ¿Hubo batalla?
-
Según
hemos oído, no. Pero todas las historias son confusas.
-
Tarth
también ha caído, según algunos pescadores -dijo Valena-. Ahora esos
mercenarios controlan casi todo el Cabo de la Ira y la mitad de los Peldaños de
Piedra. Hemos oído hablar de elefantes en el bosque.
-
¿Elefantes?
-Arianne no sabía que pensar de eso- ¿Estás segura? ¿No dragones?
-
Elefantes
-dijo Lady Nymella con firmeza.
-
Y krakens
junto al Brazo Roto, llevándose al fondo galeras dañadas -dijo Valena-. Nuestro
maestre afirma que la sangre los atrae a la superficie. Hay cuerpos en el agua.
Algunos han llegado hasta nuestras costas. Y eso no es ni la mitad. Un nuevo
rey pirata se ha instalado en el Abismo de los Torturadores. Se llama a sí mismo
El Señor de las Aguas. Éste tiene auténticos barcos de guerra, con tres
cubiertas, monstruosamente grandes. Hicisteis bien no viniendo por mar. Desde
que la flota de Redwyne paso por los Peldaños de Piedra, esas aguas están
llenas de velas extrañas hacia el norte hasta los estrechos de Tarth y la Bahía
de los Naufragios. Hombres de Myr, de Volantis, de Lys, incluso saqueadores de
las Islas del Hierro. Algunos han entrado en el Mar de Dorne para desembarcar
hombres en la costa sur del Cabo de la Ira. Hemos encontrado un barco bueno y
rápido para ti, como ordenó tu padre, pero aún así... ten cuidado.
<<Es
cierto, entonces.>> Arianne quería preguntar por su hermano, pero su
padre había insistido en que vigilara cada palabra. Si aquellos barcos no
habían traído a Quentyn de vuelta a casa con su reina dragón, mejor no
mencionarle. Sólo su padre y algunos de sus hombres de confianza conocían la
misión de su hermano en la Bahía de los Esclavos. Lady Toland y sus hijas no
estaban entre ellos. Si fuera Quentyn, habría traído a Daenerys de vuelta a
Dorne, sin duda. ¿Por qué iba a arriesgarse a desembarcar en el Cabo de la Ira,
entre los señores de la tormenta?
-
¿Está
Dorne en peligro? -preguntó Lady Nymella- Confieso que cada vez que veo alguna
vela extraña, el corazón se me sube a la garganta. ¿Y si esos barcos vienen
hacia el sur? La mayor parte de las fuerzas de los Toland están con Lord
Yronwood en el Camino de Huesos. ¿Quién defenderá Colina Fantasma si esos
extraños desembarcan en nuestras costas? ¿Debería llamar a mis hombres a casa?
-
A vuestro
hombres se los necesita donde están, mi señora -le aseguró Daemon Arena.
Arianne
se apresuró a asentir. Cualquier otro consejo podía llevar a que las huestes de
Lord Yronwood se desenredaran como un viejo tapiz si cada hombre volvía
corriendo a casa para defender sus propias tierras contra supuestos enemigos
que podían venir o no venir nunca.
-
Una vez
que sepamos fuera de duda si estos son amigos o enemigos, mi padre sabrá lo que
hacer -dijo la princesa.
Fue
entonces cuando la empanada y mofletuda Teora levantó los ojos de los pasteles
de crema de su plato.
-
Son
dragones.
-
¿Dragones?
-dijo su madre- Teora, no seas mala.
-
No lo soy.
Ya vienen.
-
¿Cómo es
posible que puedas saberlo? -preguntó su hermana con una nota de menosprecio en
su voz-. ¿Uno de tus pequeños sueños?
Teora
asintió levemente, con la barbilla temblándole.
-
Estaban
danzando. En mi sueño. Y en todas partes donde los dragones danzaban la gente
moría.
-
Los Siete
nos salven -Lady Nymella suspiró con exasperación-. Si no comieras tantos
pasteles de crema no tendrías esos sueños. Las comidas abundantes no son para
muchachas de tu edad, cuando vuestro humores están tan desequilibrados. El
maestre Toman dice...
-
Odio al maestre Toman -dijo Teora.
Entonces
huyó de la mesa, dejando a su madre para que se disculpara por ella.
-
Sed mansa
con ella, mi señora -dijo Arianne- Recuerdo cuando yo tenía su edad. Mi padre
se desesperaba conmigo, estoy segura.
-
Puedo
atestiguarlo- Ser Daemon tomó un sorbo de vino y dijo-. La Casa Toland tiene un
dragón en su estandarte.
-
Un dragón
mordiendo su propia cola, si -dijo Valena-. De los días de la conquista de
Aegon. Aquí no conquistó. En otros lugares, él y sus hermanas quemaron a sus
enemigos, pero aquí nos escabullimos antes, dejándoles sólo piedra y arena para
quemar. Y vueltas y vueltas dieron los dragones, tratando de morderse las colas
por falta de otra comida, hasta que quedaron atados en nudos.
-
Nuestros
antepasados jugaron su papel en eso -dijo con orgullo Lady Nymella-. Hubo
grandes hazañas y hombres valientes murieron. Todo esto lo pusieron por escrito
los maestres que nos servían. Tenemos libros, si a mi princesa le apetece saber
más.
-
Quizás en
otro momento -dijo Arianne.
Mientras
Colina Fantasma dormía esa noche, la princesa se ciñó una capa con capucha para
defenderse del frío y paseó por las almenas del castillo para aclarar sus
ideas. Daemon Arena la encontró apoyada en el parapeto y con la mirada fija en
el mar, donde la luna danzaba sobre el agua.
-
Princesa
-dijo-, deberíais estar en la cama.
-
Podría
decir lo mismo de ti.
Arianne se volvió para mirarle
fijamente a la cara. <<Una buena cara>>, decidió. <<El
muchacho que conocí se ha convertido en un hombre apuesto.>> Sus ojos
eran tan azules como el cielo del desierto, su cabello del marrón pálido de las
arenas que acababan de cruzar. Una barba cortada al rape bordeaba el mentón de
una fuerte mandíbula, pero no podía ocultar del todo sus hoyuelos cuando
sonreía. <<Siempre me encantó su sonrisa.>>
El
Bastardo de Bondadivina era también una de las mejores espadas de Dorne, como
era de esperar en alguien que había sido escudero del príncipe Oberyn y a quien
la propia Víbora Roja había hecho caballero. Algunos decían que también había
sido el amante de su tío, aunque rara vez se lo decían a la cara. Arianne no
sabía si era cierto. Sin embargo, él había sido su amante. Ella le había entregado su virginidad a los catorce.
Daemon no era mucho mayor, de modo que sus cópulas habían sido tan torpes como
ardientes. Aún así, había sido agradable.
Arianne
le mostró su sonrisa más seductora.
-
Podríamos
compartir una cama.
El
rostro de Ser Deamon era de piedra.
-
¿Lo habéis
olvidado, princesa? Soy un bastardo -tomó la mano de ella en la suya-. Si no
soy digno de esta mano, ¿cómo voy a ser digno de vuestro coño?
Ella
apartó rápidamente la mano.
-
Mereces
una bofetada por eso.
-
Mi rostro
es vuestro. Haced lo que deseéis.
-
Lo que yo
deseo tú no lo deseas, según parece. Así sea. Habla conmigo, entonces. ¿Podría
de veras ser ése el príncipe Aegon?
-
Gregor
Clegane arrancó a Aegon de los brazos de Elia y le aplastó la cabeza contra una
pared -dijo Ser Daemon-. Si el príncipe de Lord Connington tienen el craneo
aplastado, creeré que Aegon Targaryen ha vuelto de la tumba. De otro modo, no.
Ése es un impostor. La estratagema de un mercenario para conseguir apoyos.
<<Mi
padre teme lo mismo.>>
-
Pero si
no... si éste es realmente Jon Connington, si el muchacho es el hijo de
Rhaegar...
-
¿Tenéis
esperanzas de que lo sea o de que no?
-
Yo...
sería una gran alegría para mi padre que el hijo de Elia estuviera vivo.
-
Os he
preguntado sobre vos, no sobre vuestro padre.
<<Así
fue.>>
-
Yo tenía
siete años cuando Elia murió. Dicen que sostuve una vez a su hija Rhaenys
cuando era demasiado joven para recordarlo. Aegon será un extraño para mí, sea
el verdadero o el falso -la princesa hizo una pausa-. Buscábamos a la hermana
de Rhaegar, no a su hijo -su padre había confiado en Ser Daemon cuando lo
escogió como escudo de su hija; con él al menos podía hablar libremente-.
Preferiría que hubiera sido Quentyn el que hubiera regresado.
-
O eso
decís -dijo Daemon Arena- Buenas noches, princesa.
Se
inclinó ante ella y la dejó allí de pie.
<<¿Qué
quería decir con eso?>> Arianne le observó alejarse. <<¿Qué
clase de hermana sería yo si no quisiera que mi hermano volviese?>> Era
cierto. Había sentido resentimiento hacia Quentyn durante todos aquellos años
en los que había creído que su padre tenía intención de nombrarlo su heredero
en lugar de ella, pero eso había resultado ser solo un malentendido. Ella era
la heredera de Dorne. Su padre le había dado su palabra de ello. Quentyn
tendría a su reina dragón, Daenerys.
En
Lanza del Sol colgaba un retrato de la princesa Daenerys que había venido a
Dorne a casarse con uno de los antepasados de Arianne. Siendo más joven,
Arianne había pasado horas mirándolo fijamente, cuando era sólo una muchachita
mofletuda de pecho plano en la cúspide de su virginidad, que rezaba cada noche
para que los dioses la hicieran bella. <<Hace cien años, Daenerys
Targaryen vino a Dorne para hacer las paces. Ahora viene otra para hacer la
guerra, y mi hermano será su rey y consorte. El rey Quentin.>> ¿Por qué
sonaba eso tan absurdo?
Tan
absurdo como Quentyn cabalgando en un dragón. Su hermano era un muchacho serio,
obediente y que se portaba bien, pero aburrido. <<Y poco atractivo, tan
poco atractivo.>> Los dioses le habían dado a Arianne la belleza por la
que había rezado, pero Quentyn debía de haber rezado pidiendo otra cosa. Su
cabeza era demasiado grande y más bien cuadrada, su cabello del color del barro
seco. Además, tenía los hombros hundidos y era demasiado grueso por la mitad.
<<Se parece demasiado a Padre.>>
-
Amo a mi
hermano -dijo Arianne, aunque sólo la luna podía oírla.
Aunque,
para ser sincera, apenas lo conocía. Quentyn había sido criado por Lord Anders
de la Casa Yronwood, el de la Sangre Real, hijo de lord Ormond Yronwood y nieto
de Lord Edgar. En su juventud, su tío Oberyn se había batido en un duelo con
Edgar y le había causado una herida que se gangrenó y lo mató. Después de eso,
los hombres lo llamaron “La Víbora Roja” y hablaron del venero de su espada.
Los Yronwood eran una antigua casa, orgullosos y poderosos. Antes de la llegada
de Rhoynar habían sido reyes de la mitad de Dorne, con dominios que
empequeñecían a los de la Casa Martell. Seguramente la enemistad y la rebelión
hubieran seguido a la muerte de Lord Edgar, si su padre no hubiera actuado de
inmediato. La Víbora Roja se fue a Antigua y desde allí a través del Mar
Angosto hasta Lys, aunque nadie se atrevió a llamarlo exilio. Y a su debido
tiempo, como símbolo de confianza, Quentyn fue entregado a Lord Anders para que
lo criara. Eso ayudó a curar la brecha entre Lanza del Sol y los Yronwood, pero
había abierto otras nuevas ente Quentyn y las Serpientes de Arena... y Arianne
siempre había estado más próxima a sus primas que a su distante hermano.
-
Aún así,
seguimos siendo de la misma sangre -murmuró-. Por supuesto que deseo que mi
hermano vuelva. Lo deseo.
El
viento que venía del mar le estaba poniendo los brazos de carne de gallina.
Arianne se envolvió en la capa y fue en busca de su cama.
El
barco se llamaba el Peregrino. Partieron con la marea de la mañana. Los
dioses fueron bondadosos con ellos, el mar estaba en calma. Incluso con vientos
favorables, la travesía llevaba un día y una noche. Jayne Ladybright se mareó y
pasó la mayor parte del viaje vomitando, lo que a Elia Arena pareció resultarle
graciosísimo.
-
Esa cría
necesita que la azoten -se oyó decir a Joss Hood... pero Elia estaba entre los
que le oyeron decirlo.
-
Soy casi
una mujer adulta, señor -respondió altivamente- Aunque dejaré que me azotéis...
pero primero necesitareis batiros conmigo en una justa y derribarme de mi
caballo.
-
Estamos en
un barco, y sin caballos -respondió Joss.
-
Y las
damas no se baten en justas -insistió Ser Garibald Shells, un joven mucho más
serio y formal que su compañero.
-
Yo si. Soy
Lady Lanza.
Arianne
ya había oído bastante.
-
Puedes ser
una lanza, pero no eres una dama. Vete abajo y quédate allí hasta que lleguemos
a tierra.
Aparte
de eso, la travesía transcurrió sin incidentes. Al anochecer divisaron una
galera en la distancia, con sus remos subiendo y bajando frente a las estrellas
de la última tarde, pero se alejaba de ellos, y pronto empequeñeció y
desapareció. Arianne jugó una partida de Cyvasse con Ser Daemon y otra
con Garibald Shells, y de algún modo logró perder ambas. Ser Garibald fue lo
bastante amable para decir que había jugado con valentía, pero Daemon se burló
de ella.
-
Tenéis
otras piezas además del dragón, princesa. Intentad moverlas alguna vez.
-
Me gusta
el dragón -deseaba borrar su sonrisa de una bofetada. O besarla, quizás. Aquél
hombre era tan engreído como guapo. <<De todos los caballeros de Dorne,
¿por qué escogió mi padre a éste para que fuera mi escudo? Conoce lo
nuestro>>-. Sólo es un juego. Habladme del príncipe Viserys.
-
¿El Rey
Mendigo? -Ser Deamon pareció sorprendido.
-
Todos
dicen que el príncipe Rhaegar era bien parecido. ¿Lo era también Viserys?
-
Supongo
que si. Era un Targaryen. Yo nunca lo vi.
El
pacto secreto que el príncipe Doran había hecho durante aquellos años requería
que Arianne se casara con el príncipe Viserys, no Quentyn con Daenerys. Todo se
había estropeado en el Mar Dothraki, cuando él fue asesinado. <<Coronado
con un caldero de oro derretido.>>
-
Lo mató un
kahl Dothraki -dijo Arianne-. El propio marido de la reina dragón.
-
Eso he
oído. ¿Y qué?
-
Sólo
que... ¿por qué dejó Daenerys que ocurriera? Viserys era su hermano. Todo lo
que quedaba de su propia sangre.
-
Los
Dothraki son gente salvaje. ¿Quién puede saber por qué matan? Quizá Viserys se
limpió el culo con la mano equivocada.
<<Quizás -pensó Arianne-, o quizás Daenerys se dio cuenta de que cuando
su hermano fuera coronado y se casara conmigo, ella estaría condenada a pasar
el resto de su vida durmiendo en una tienda y oliendo a caballo.>>
-
Ella es la
hija del Rey Loco -dijo la princesa-. ¿Cómo sabemos...?
-
No podemos
saberlo -dijo Ser Daemon-. Sólo podemos confiar.
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