martes, 2 de abril de 2013

2º Capítulo de muestra de 'Vientos de Invierno': Ariadne

Perdón por el retraso en publicar este segundo episodio, pero supongo que má vale tarde que nunca. Ahora que acaba de comenzar la tercera temporada de Juego de Tronos en Estados Unidos, supongo que es un buen momento para subirlo. Además, en el momento de escribir estas líneas se acaba de anunciar que habrá cuarta temporada, lo que sin duda merece una celebración.


ARIANNE


La mañana en que dejó los Jardines del Agua, su padre se levantó de su silla para besarla en ambas mejillas.
-        El destino de Dorne va contigo, hija -dijo, mientras ponía el pergamino en su mano-. Viaja rápidamente. Viaja sin percances. Sé mis ojos, mis oídos y mi voz.... Pero sobre todo, ten cuidado.
-        Lo tendré, padre.
            Ella no derramó ni una lágrima. Arianne Martell era una princesa de Dorne, y la gente de Dorne no gastaba el agua a la ligera. Aunque estuvo a punto de hacerlo. No fueron ni los besos de su padre ni sus roncas palabras las que le humedecieron los ojos, sino el esfuerzo que a él le supuso ponerse en pie, con las piernas temblándole y las articulaciones hinchadas e inflamadas por la gota. Mantenerse en pie era un acto de amor. Mantenerse en pie era un acto de fe.
            <<Él cree en mí. No le fallaré.>>
            Los siete partieron juntos en siete corceles de arena de Dorne. Un grupo pequeño viaja más ligero que uno grande, pero la heredera de Dorne no cabalga sola. De Bondadivina vino Ser Daemon Arena, el bastardo; en otro tiempo escudero del príncipe Oberyn, ahora escudo juramentado de Arianne. De Lanza del Sol vinieron dos jóvenes y audaces caballeros, Joss Hood y Garibald Shells, para unir sus espadas a la de él. De los Jardines del Agua vinieron siete cuervos y un muchacho alto que cuidaba de ellos. Su nombre era Nate, pero llevaba tanto tiempo trabajando con pájaros que nadie le llamaba otra cosa que Plumas. Y puesto que una princesa debe tener mujeres cuidando de ella, sus acompañantes también incluían a la guapa Jayne Ladybright y a la salvaje Elia Arena, doncella de catorce años.
            Se dirigieron al nornoroeste, a través de tierras secas, llanuras abrasadas y arenas pálidas hacia Colina Fantasma, el baluarte de la Casa Toland, donde les aguardaba el barco que los llevaría a través del Mar de Dorne.
-        Envía un cuervo cuando tengas noticias -había dicho el príncipe Doran-. Pero informa sólo de lo que sepas que es cierto. Aquí estamos perdidos en la niebla, asediados por rumores, falsedades y cuentos de viajeros. No me atrevo a actuar hasta que sepa con certeza lo que sucede.
            <<Lo que sucede es la Guerra>>, pensó Arianne, <<y esta vez Dorne no se librará  de ella.>>
-        Se acercan la perdición y la muerte -les había advertido Ellaria Arena antes de despedirse ella misma del príncipe Doran-. Es hora de que mis pequeñas serpientes se dispersen. Será lo mejor para sobrevivir a la carnicería.
            Ellaria regresaba a la residencia de su padre en Sotoinferno. Con ella iba su hija Loreza, que acababa de cumplir los siete. Dorea se quedaba en los Jardines del Agua, una niña más entre cientos. Obella iba a ser enviada a Lanza del Sol, para servir como camarera de la esposa del castellano, Manfrey Martell.
            Y Elia Arena, la mayor de las cuatro hijas que el príncipe Oberyn había engendrado con Ellaria, cruzaría el Mar de Dorne con Arianne.
-        Como una dama, no como una lanza -dijo su madre firmemente
            Pero como todas las Serpientes de Arena, Elia tenía ideas propias.
            Cruzaron las arenas en dos largos días y en la mayor parte de dos noches, parando tres veces para cambiar de caballos. Fue un tiempo solitario para Arianne, rodeada de tantos extraños. Elia era su prima, pero casi una niña, y Daemon Arena... Las cosas no habían vuelto a ser lo mismo entre ella y el Bastardo de Bondadivina desde que su padre rehusara la petición que él hizo de su mano. <<Entonces él era un muchacho, un bastardo, un consorte inadecuado para una princesa de Dorne. Debió haberlo comprendido. Y fue la voluntad de mi padre, no la mía.>> Apenas conocía al resto de sus acompañantes.
            Arianne echaba de menos a sus amigos. Drey y Garin y su dulce Sylva Pintas habían sido parte de ella desde que era pequeña, confidentes que habían compartido sus sueños y secretos, la habían animado cuando estaba triste y la habían ayudado a hacer frente a sus temores. Uno de ellos la había traicionado, pero los echaba de menos igualmente. <<Fue culpa mía.>> Arianne los había hecho partícipes de su conjura para llevarse a Myrcella Baratheon y coronarla reina, un acto de rebelión que obligaría a su padre a actuar, pero la lengua suelta de alguien lo había estropeado. La torpe conspiración no había conseguido nada, excepto costarle a la pobre Myrcella parte de su cara, y a ser Arys Oakheart la vida.
            Aryanne también echaba de menos a Ser Arys, más de lo que jamás había imaginado. <<Me amaba con locura>>, se dijo, <<y aún así yo nunca le tuve más que cariño. Lo utilicé en mi cama y en mi conjura, tomé su amor y su honor y no le di nada más que mi cuerpo. Al final no pudo vivir con lo que habíamos hecho.>> ¿Por qué si no había cargado su caballero blanco derecho hacia el hacha de Areo Hotah, para morir de la forma en que lo hizo? <<Fui una cría tonta y testaruda, jugando al juego de tronos como un borracho juega a los dados.>>
            El precio de su locura había sido caro. Drey había sido enviado al otro lado del mundo, a Novos, Garin exiliado a Tyrosh durante dos años, su dulce Sylva de sonrisa tonta, casada con Eldon Estermont, un hombre lo bastante viejo para ser su abuelo. Ser Arys había pagado con toda su sangre, Myrcella con una oreja.
            Sólo Ser Gerold Dayne había escapado ileso. <<Estrellaoscura.>> Si el caballo de Myrcella no se hubiera asustado en el último momento, la espada larga de él la hubiera abierto desde el pecho hasta la cintura en vez de cortarle sólo una oreja. Dayne era su pecado más grave, el que Arianne más lamentaba. Con un golpe de su espada, había convertido la fallida conjura en algo sucio y sangriento. Si los dioses eran benévolos, para entonces Obara Arena le habría acorralado en su fortaleza de las montañas y acabado con él.
            Le contó todo eso a Daemon Arena la primera noche, cuando acamparon.
-        Tened cuidado con lo que rogáis, princesa -respondió él-. Estrellaoscura podría acabar con Lady Obara igual de fácilmente.
-        Ella lleva consigo a Areo Hotah.
            El capitán de la guardia del príncipe Doran había despachado a Ser Arys Oakheart de un solo golpe, a pesar de que se suponía que los miembros de la Guardia Real eran los mejores caballeros en todo el reino.
-        Ningún hombre puede hacer frente a Hotah.
-        ¿Estrellaoscura es eso? ¿Un hombre? -Ser Deamon hizo una mueca- Un hombre no hubiera hecho lo que él le hizo a la princesa Myrcella. Ser Gerold es más una víbora de lo que vuestro tío llego a serlo nunca. El príncipe Oberyn supo ver que él era veneno, lo dijo más de una vez. Es una pena que nunca lograra matarlo.
            <<Veneno>>, pensó Arianne. <<Si>>, aunque un veneno hermoso. Así era como la había engañado. Gerold Dayne era duro y cruel, pero tan agradable de ver que la princesa no había creído ni la mitad de las historias que había oído sobre él. Los muchachos guapos siempre había sido su debilidad, y en particular los que también eran oscuros y peligrosos. <<Eso fue antes, cuando yo era sólo una cría>>, se dijo. <<Ahora soy una mujer, la hija de mi padre. He aprendido esa lección.>>
            Al romper el día, estaban de nuevo en marcha. Elia Arena les dirigía, con su trenza negra volando tras ella mientras corría a través de las secas y agrietadas llanuras y arriba, hacia  las colinas. La muchacha estaba loca por los caballos, y debía ser por eso que a menudo olía como uno, para desesperación de su madre. A veces Arianne sentía pena por Ellaria. Cuatro hijas, y cada una hija de su padre.
            El resto del grupo mantenía una ritmo más calmado. La princesa se encontró cabalgando junto a Ser Daemon, recordando otras cabalgadas cuando eran más jóvenes, cabalgadas que a menudo terminaban en abrazos. Cuando se descubrió a si misma mirándole fugazmente, alto y gallardo en la silla de montar, Arianne se recordó que ella era la heredera de Dorne y él nada más que su escudo.
-        Dime lo que sabes de ese Jon Connington -le ordenó.
-        Está muerto -dijo Daemon Arena- Murió en las Tierras Disputadas. Por la bebida, oí decir.
-        ¿Así que es un borracho muerto el que guía ese ejército?
-        Quizá este Jon Connington sea hijo de aquel. O sólo algún mercenario listo que ha tomado el nombre de un muerto.
-        O nunca llegó a  morir.
            ¿Podía Connington haber fingido estar muerto todos esos años? Eso requeriría una paciencia digna de un padre. La idea inquietó a Arianne. Tratar con un hombre tan perspicaz podía ser peligroso.
-        ¿Cómo era él antes de... antes de morir?
-        Yo era un muchacho en Bondadivina cuando lo enviaron al exilio. Nunca lo conocí.
-        Entonces dime qué has oído sobre él de otros.
-        Como ordene mi princesa. Connington era señor de Nido del Grifo cuando  Nido del Grifo era aún un señorío digno de tenerse. Era escudero del príncipe Rhaegar, o uno de ellos. Más tarde, fue amigo y compañero del príncipe. El Rey Loco lo nombró Mano durante la rebelión de Robert, pero fue derrotado en Septo de Piedra durante la Batalla de las Campanas, y Robert se le escabulló. El rey Aerys se puso furioso y envió a Connington al exilio. Allí murió.
-        O no.
            El príncipe Doran le había contado todo aquello. <<Debe haber más.>>
-        Esas son sólo las cosas que hizo. Todo eso lo sé. ¿Qué clase de hombre era? ¿Honesto y honorable, venal y codicioso, orgulloso?
-        Orgulloso, con certeza. Incluso arrogante. Un amigo fiel de Rheagar, pero quisquilloso con los demás. Robert era su señor, pero he oído decir que a Connington le irritaba servir a un señor así. Incluso entonces, Robert era conocido por su afición al vino y a las putas.
-        ¿Entonces, no había putas para Ser Jon?
-        No sabría decirlo. Algunos hombres mantienen su puterío en secreto.
-        ¿Tenía esposa? ¿O amante?
            Ser Daemon se encogió de hombros.
-        Que yo haya oído, no.
            Aquello también era preocupante. Ser Arys Oakheart habría roto sus votos por ella, pero no parecía que a Jon Connington se le pudiera influenciar igualmente. <<¿Puedo estar a la altura de un hombre así sólo con palabras?>>
            La princesa quedó en silencio, reflexionando sobre lo que encontraría al final del viaje. Aquella noche, cuando acamparon, se arrastró dentro de la tienda que compartía con Jayne Ladybright y Elia Arena y deslizó el pedazo de pergamino fuera de su manga para leer de nuevo las palabras.

            Para el príncipe Doran de la Casa Martell,
            Rezo para que me recordéis. Conocí bien a vuestra hermana,
            y fui un leal servidor de vuestro cuñado. Lloro
            su pérdida tanto como vos. Yo no morí, como tampoco
            el hijo de vuestra hermana. Para salvar su vida lo mantuvimos oculto,
            pero el tiempo de que se oculte ha terminado. Un dragón ha vuelto
            a Poniente para reclamar su derecho de nacimiento y buscar
            venganza por su padre y por la princesa Elia, su madre.
            En su nombre me dirijo a Dorne. No nos abandonéis.
                                                           Jon Connington
                                                           Señor de Nido del Grifo
                                                           Mano del Verdadero Rey

            Arianne leyó la carta tres veces. Luego la enrolló y la devolvió a su manga. Un dragón ha vuelto a Poniente, pero no el dragón que esperaba mi padre. En aquellas palabras no había ninguna mención a Daenerys de la Tormenta... ni al príncipe Quentyn, su hermano, que había sido enviado en busca de la reina dragón. La princesa recordaba cómo su padre había puesto la pieza de cyvasse en su palma, mientras con voz ronca y grave le confesaba su plan. “Un viaje largo y peligroso, con una bienvenida incierta al final”, había dicho. “Ha ido a traernos nuestro mayor deseo. Venganza. Justicia. Fuego y sangre.”
            Fuego y sangre era lo que Jon Connington (si realmente lo era) les ofrecía también. ¿O no?
-        Viene con mercenarios, pero sin dragones -le había dicho el príncipe Doran la noche en que llegó el cuervo-. La Compañía Dorada es la mejor y más grande de las compañías libres, pero diez mil mercenarios no pueden esperar conquistar los Siete Reinos. El hijo de Elia... lloraría de alegría si una parte de mi hermana hubiera sobrevivido, ¿pero qué pruebas tenemos de que ése es Aegon? -su voz se rompió cuando dijo aquello- ¿Dónde están los dragones? -preguntó- ¿Dónde está Daeneris? -y Arianne supo que realmente estaba diciendo “¿Dónde está mi hijo?.”
            En Camino de Huesos y en el Paso del Príncipe se habían concentrado dos huestes de Dornieneses. Allí estaban sentados, afilando sus lanzas, limpiando sus armaduras, jugando a los dados, bebiendo, riñendo, menguando en número cada día, esperando, esperando, esperando a que el príncipe de Dorne los soltara contra los enemigos de la Casa Martell. <<Esperando por los dragones. Por el fuego y por la sangre. Por mí.>> Una palabra de Arianne y aquellos ejércitos marcharían... mientras la palabra fuera “dragón”. Si en vez de eso enviaba la palabra “guerra”, Lord Yronwood, Lord Fowler y sus ejércitos seguirían en su sitio. El principe de Dorne era ante todo sutil; aquí “guerra” significaba “esperar”.
            A media mañana del tercer día Colina Fantasma surgió ante ellos, con sus muros blancos como la tiza brillando frente al profundo azul del Mar de Dorne. En las torres cuadradas de las esquinas del castillo ondeaban los estandartes de la Casa Toland; un dragón verde mordiendo su propia cola sobre un campo dorado. El sol y la lanza de la Casa Martell ondeaban en lo alto de la gran fortaleza central, dorado y rojo y naranja, desafiantes.
            Los cuervos habían volado con antelación para avisar a Lady Toland de su llegada, así que las puertas del castillo estaban abiertas y la hija mayor de Nymella cabalgó con su mayordomo para reunirse con ellos junto al pie de la colina. Alta y feroz, con una llamarada de cabello rojo brillante cayéndole sobre los hombros, Valena Toland saludó a Arianne al grito de:
-        ¿Habéis venido al fin? ¿Tan lentos son esos caballos?
-        Lo bastante rápidos para llegar antes que los tuyos hasta las puertas del castillo.
-        Eso ya lo veremos.
            Valena dio la vuelta a su gran caballo rojizo, le apretó los talones y comenzó la carrera a través de las polvorientas callejuelas de la aldea al pie de la colina, mientras gallinas y aldeanos se esforzaban en apartarse de su camino. Para cuando Arianne puso al galope a su yegua, ya iba la longitud de tres caballos por detrás, pero la redujo a la de uno al subir la cuesta. Las dos estaban lado a lado mientras avanzaban con estruendo hacia la casa de guardia, pero a cinco yardas de las puertas Elia Arena llegó volando desde la nube de polvo que las seguía para rebasarlas a ambas a toda prisa en su potra negra.
-        ¿Eres medio caballo, niña? -preguntó Valena riendo en el patio- Princesa, ¿habéis traído una moza de establo?
-        Soy Elia -anunció la muchacha- Lady Lanza.
            <<Quienquiera que le colgara ese nombre tiene mucho de lo que responder.>> Aunque era probable que hubiese sido el príncipe Oberyn, y la Víbora Negra nunca había respondido de nada más que a sí mismo.
-        La muchacha de las justas -dijo Valena- Si, he oído hablar de ti. Puesto que has llegado la primera al patio, te has ganado el honor de quitar las bridas y abrevar a los caballos.
-        Y después busca la casa de baños -dijo la princesa Arianne.
            Elia estaba llena de tiza y polvo desde el cabello hasta los talones.
            Aquella noche Arianne y sus caballeros cenaron con Lady Nymella y sus hijas en el gran salón del castillo. Teora, la hija más joven, tenía el mismo cabello rojo que su hermana, pero aparte de eso no podía ser más distinta. Baja, rechoncha, y tan tímida que podía haber pasado por muda, mostró más interés en la carne especiada y en el pavo con miel que en los guapos y jóvenes caballeros de la mesa, y parecía contenta con dejar que su madre y hermana hablasen por la Casa Toland.
-        Hemos oído por aquí las mismas historias que habéis oído en Lanza del Sol -les contó Lady Nymella mientras su criado servía el vino-. Mercenarios desembarcando en el Cabo de la Ira, castillos bajo asedio que son tomados, cosechas incautadas o quemadas. De dónde vienen esos hombres y quienes son, nadie lo sabe con seguridad.
-        Al principio oímos que piratas y aventureros -dijo Valena-. Luego se supuso que era la Compañía Dorada. Ahora se dice que es Jon Connington, la Mano del Rey Loco, que ha vuelto de la tumba para reclamar su derecho de nacimiento. Sean quienes sean, Nido del Grifo ha caído en sus manos. Aguasmil, Nido del Cuervo, Niebla, incluso Piedraverde en su isla. Todos capturados.
            Los pensamientos de Arianne fueron inmediatamente hacia su dulce Sylva Pintas.
-        ¿Quién puede querer Piedraverde? ¿Hubo batalla?
-        Según hemos oído, no. Pero todas las historias son confusas.
-        Tarth también ha caído, según algunos pescadores -dijo Valena-. Ahora esos mercenarios controlan casi todo el Cabo de la Ira y la mitad de los Peldaños de Piedra. Hemos oído hablar de elefantes en el bosque.
-        ¿Elefantes? -Arianne no sabía que pensar de eso- ¿Estás segura? ¿No dragones?
-        Elefantes -dijo Lady Nymella con firmeza.
-        Y krakens junto al Brazo Roto, llevándose al fondo galeras dañadas -dijo Valena-. Nuestro maestre afirma que la sangre los atrae a la superficie. Hay cuerpos en el agua. Algunos han llegado hasta nuestras costas. Y eso no es ni la mitad. Un nuevo rey pirata se ha instalado en el Abismo de los Torturadores. Se llama a sí mismo El Señor de las Aguas. Éste tiene auténticos barcos de guerra, con tres cubiertas, monstruosamente grandes. Hicisteis bien no viniendo por mar. Desde que la flota de Redwyne paso por los Peldaños de Piedra, esas aguas están llenas de velas extrañas hacia el norte hasta los estrechos de Tarth y la Bahía de los Naufragios. Hombres de Myr, de Volantis, de Lys, incluso saqueadores de las Islas del Hierro. Algunos han entrado en el Mar de Dorne para desembarcar hombres en la costa sur del Cabo de la Ira. Hemos encontrado un barco bueno y rápido para ti, como ordenó tu padre, pero aún así... ten cuidado.
            <<Es cierto, entonces.>> Arianne quería preguntar por su hermano, pero su padre había insistido en que vigilara cada palabra. Si aquellos barcos no habían traído a Quentyn de vuelta a casa con su reina dragón, mejor no mencionarle. Sólo su padre y algunos de sus hombres de confianza conocían la misión de su hermano en la Bahía de los Esclavos. Lady Toland y sus hijas no estaban entre ellos. Si fuera Quentyn, habría traído a Daenerys de vuelta a Dorne, sin duda. ¿Por qué iba a arriesgarse a desembarcar en el Cabo de la Ira, entre los señores de la tormenta?
-        ¿Está Dorne en peligro? -preguntó Lady Nymella- Confieso que cada vez que veo alguna vela extraña, el corazón se me sube a la garganta. ¿Y si esos barcos vienen hacia el sur? La mayor parte de las fuerzas de los Toland están con Lord Yronwood en el Camino de Huesos. ¿Quién defenderá Colina Fantasma si esos extraños desembarcan en nuestras costas? ¿Debería llamar a mis hombres a casa?
-        A vuestro hombres se los necesita donde están, mi señora -le aseguró Daemon Arena.
            Arianne se apresuró a asentir. Cualquier otro consejo podía llevar a que las huestes de Lord Yronwood se desenredaran como un viejo tapiz si cada hombre volvía corriendo a casa para defender sus propias tierras contra supuestos enemigos que podían venir o no venir nunca.
-        Una vez que sepamos fuera de duda si estos son amigos o enemigos, mi padre sabrá lo que hacer -dijo la princesa.
            Fue entonces cuando la empanada y mofletuda Teora levantó los ojos de los pasteles de crema de su plato.
-        Son dragones.
-        ¿Dragones? -dijo su madre- Teora, no seas mala.
-        No lo soy. Ya vienen.
-        ¿Cómo es posible que puedas saberlo? -preguntó su hermana con una nota de menosprecio en su voz-. ¿Uno de tus pequeños sueños?
            Teora asintió levemente, con la barbilla temblándole.
-        Estaban danzando. En mi sueño. Y en todas partes donde los dragones danzaban la gente moría.
-        Los Siete nos salven -Lady Nymella suspiró con exasperación-. Si no comieras tantos pasteles de crema no tendrías esos sueños. Las comidas abundantes no son para muchachas de tu edad, cuando vuestro humores están tan desequilibrados. El maestre Toman dice...
-        Odio al maestre Toman -dijo Teora.
            Entonces huyó de la mesa, dejando a su madre para que se disculpara por ella.
-        Sed mansa con ella, mi señora -dijo Arianne- Recuerdo cuando yo tenía su edad. Mi padre se desesperaba conmigo, estoy segura.
-        Puedo atestiguarlo- Ser Daemon tomó un sorbo de vino y dijo-. La Casa Toland tiene un dragón en su estandarte.
-        Un dragón mordiendo su propia cola, si -dijo Valena-. De los días de la conquista de Aegon. Aquí no conquistó. En otros lugares, él y sus hermanas quemaron a sus enemigos, pero aquí nos escabullimos antes, dejándoles sólo piedra y arena para quemar. Y vueltas y vueltas dieron los dragones, tratando de morderse las colas por falta de otra comida, hasta que quedaron atados en nudos.
-        Nuestros antepasados jugaron su papel en eso -dijo con orgullo Lady Nymella-. Hubo grandes hazañas y hombres valientes murieron. Todo esto lo pusieron por escrito los maestres que nos servían. Tenemos libros, si a mi princesa le apetece saber más.
-        Quizás en otro momento -dijo Arianne.
            Mientras Colina Fantasma dormía esa noche, la princesa se ciñó una capa con capucha para defenderse del frío y paseó por las almenas del castillo para aclarar sus ideas. Daemon Arena la encontró apoyada en el parapeto y con la mirada fija en el mar, donde la luna danzaba sobre el agua.
-        Princesa -dijo-, deberíais estar en la cama.
-        Podría decir lo mismo de ti.
            Arianne se volvió para mirarle fijamente a la cara. <<Una buena cara>>, decidió. <<El muchacho que conocí se ha convertido en un hombre apuesto.>> Sus ojos eran tan azules como el cielo del desierto, su cabello del marrón pálido de las arenas que acababan de cruzar. Una barba cortada al rape bordeaba el mentón de una fuerte mandíbula, pero no podía ocultar del todo sus hoyuelos cuando sonreía. <<Siempre me encantó su sonrisa.>>
            El Bastardo de Bondadivina era también una de las mejores espadas de Dorne, como era de esperar en alguien que había sido escudero del príncipe Oberyn y a quien la propia Víbora Roja había hecho caballero. Algunos decían que también había sido el amante de su tío, aunque rara vez se lo decían a la cara. Arianne no sabía si era cierto. Sin embargo, él había sido su amante. Ella le había entregado su virginidad a los catorce. Daemon no era mucho mayor, de modo que sus cópulas habían sido tan torpes como ardientes. Aún así, había sido agradable.
            Arianne le mostró su sonrisa más seductora.
-        Podríamos compartir una cama.
            El rostro de Ser Deamon era de piedra.
-        ¿Lo habéis olvidado, princesa? Soy un bastardo -tomó la mano de ella en la suya-. Si no soy digno de esta mano, ¿cómo voy a ser digno de vuestro coño?
            Ella apartó rápidamente la mano.
-        Mereces una bofetada por eso.
-        Mi rostro es vuestro. Haced lo que deseéis.
-        Lo que yo deseo tú no lo deseas, según parece. Así sea. Habla conmigo, entonces. ¿Podría de veras ser ése el príncipe Aegon?
-        Gregor Clegane arrancó a Aegon de los brazos de Elia y le aplastó la cabeza contra una pared -dijo Ser Daemon-. Si el príncipe de Lord Connington tienen el craneo aplastado, creeré que Aegon Targaryen ha vuelto de la tumba. De otro modo, no. Ése es un impostor. La estratagema de un mercenario para conseguir apoyos.
            <<Mi padre teme lo mismo.>>
-        Pero si no... si éste es realmente Jon Connington, si el muchacho es el hijo de Rhaegar...
-        ¿Tenéis esperanzas de que lo sea o de que no?
-        Yo... sería una gran alegría para mi padre que el hijo de Elia estuviera vivo.
-        Os he preguntado sobre vos, no sobre vuestro padre.
            <<Así fue.>>
-        Yo tenía siete años cuando Elia murió. Dicen que sostuve una vez a su hija Rhaenys cuando era demasiado joven para recordarlo. Aegon será un extraño para mí, sea el verdadero o el falso -la princesa hizo una pausa-. Buscábamos a la hermana de Rhaegar, no a su hijo -su padre había confiado en Ser Daemon cuando lo escogió como escudo de su hija; con él al menos podía hablar libremente-. Preferiría que hubiera sido Quentyn el que hubiera regresado.
-        O eso decís -dijo Daemon Arena- Buenas noches, princesa.
            Se inclinó ante ella y la dejó allí de pie.
            <<¿Qué quería decir con eso?>> Arianne le observó alejarse. <<¿Qué clase de hermana sería yo si no quisiera que mi hermano volviese?>> Era cierto. Había sentido resentimiento hacia Quentyn durante todos aquellos años en los que había creído que su padre tenía intención de nombrarlo su heredero en lugar de ella, pero eso había resultado ser solo un malentendido. Ella era la heredera de Dorne. Su padre le había dado su palabra de ello. Quentyn tendría a su reina dragón, Daenerys.
            En Lanza del Sol colgaba un retrato de la princesa Daenerys que había venido a Dorne a casarse con uno de los antepasados de Arianne. Siendo más joven, Arianne había pasado horas mirándolo fijamente, cuando era sólo una muchachita mofletuda de pecho plano en la cúspide de su virginidad, que rezaba cada noche para que los dioses la hicieran bella. <<Hace cien años, Daenerys Targaryen vino a Dorne para hacer las paces. Ahora viene otra para hacer la guerra, y mi hermano será su rey y consorte. El rey Quentin.>> ¿Por qué sonaba eso tan absurdo?
            Tan absurdo como Quentyn cabalgando en un dragón. Su hermano era un muchacho serio, obediente y que se portaba bien, pero aburrido. <<Y poco atractivo, tan poco atractivo.>> Los dioses le habían dado a Arianne la belleza por la que había rezado, pero Quentyn debía de haber rezado pidiendo otra cosa. Su cabeza era demasiado grande y más bien cuadrada, su cabello del color del barro seco. Además, tenía los hombros hundidos y era demasiado grueso por la mitad. <<Se parece demasiado a Padre.>>
-        Amo a mi hermano -dijo Arianne, aunque sólo la luna podía oírla.
            Aunque, para ser sincera, apenas lo conocía. Quentyn había sido criado por Lord Anders de la Casa Yronwood, el de la Sangre Real, hijo de lord Ormond Yronwood y nieto de Lord Edgar. En su juventud, su tío Oberyn se había batido en un duelo con Edgar y le había causado una herida que se gangrenó y lo mató. Después de eso, los hombres lo llamaron “La Víbora Roja” y hablaron del venero de su espada. Los Yronwood eran una antigua casa, orgullosos y poderosos. Antes de la llegada de Rhoynar habían sido reyes de la mitad de Dorne, con dominios que empequeñecían a los de la Casa Martell. Seguramente la enemistad y la rebelión hubieran seguido a la muerte de Lord Edgar, si su padre no hubiera actuado de inmediato. La Víbora Roja se fue a Antigua y desde allí a través del Mar Angosto hasta Lys, aunque nadie se atrevió a llamarlo exilio. Y a su debido tiempo, como símbolo de confianza, Quentyn fue entregado a Lord Anders para que lo criara. Eso ayudó a curar la brecha entre Lanza del Sol y los Yronwood, pero había abierto otras nuevas ente Quentyn y las Serpientes de Arena... y Arianne siempre había estado más próxima a sus primas que a su distante hermano.
-        Aún así, seguimos siendo de la misma sangre -murmuró-. Por supuesto que deseo que mi hermano vuelva. Lo deseo.
            El viento que venía del mar le estaba poniendo los brazos de carne de gallina. Arianne se envolvió en la capa y fue en busca de su cama.
            El barco se llamaba el Peregrino. Partieron con la marea de la mañana. Los dioses fueron bondadosos con ellos, el mar estaba en calma. Incluso con vientos favorables, la travesía llevaba un día y una noche. Jayne Ladybright se mareó y pasó la mayor parte del viaje vomitando, lo que a Elia Arena pareció resultarle graciosísimo.
-        Esa cría necesita que la azoten -se oyó decir a Joss Hood... pero Elia estaba entre los que le oyeron decirlo.
-        Soy casi una mujer adulta, señor -respondió altivamente- Aunque dejaré que me azotéis... pero primero necesitareis batiros conmigo en una justa y derribarme de mi caballo.
-        Estamos en un barco, y sin caballos -respondió Joss.
-        Y las damas no se baten en justas -insistió Ser Garibald Shells, un joven mucho más serio y formal que su compañero.
-        Yo si. Soy Lady Lanza.
            Arianne ya había oído bastante.
-        Puedes ser una lanza, pero no eres una dama. Vete abajo y quédate allí hasta que lleguemos a tierra.
            Aparte de eso, la travesía transcurrió sin incidentes. Al anochecer divisaron una galera en la distancia, con sus remos subiendo y bajando frente a las estrellas de la última tarde, pero se alejaba de ellos, y pronto empequeñeció y desapareció. Arianne jugó una partida de Cyvasse con Ser Daemon y otra con Garibald Shells, y de algún modo logró perder ambas. Ser Garibald fue lo bastante amable para decir que había jugado con valentía, pero Daemon se burló de ella.
-        Tenéis otras piezas además del dragón, princesa. Intentad moverlas alguna vez.
-        Me gusta el dragón -deseaba borrar su sonrisa de una bofetada. O besarla, quizás. Aquél hombre era tan engreído como guapo. <<De todos los caballeros de Dorne, ¿por qué escogió mi padre a éste para que fuera mi escudo? Conoce lo nuestro>>-. Sólo es un juego. Habladme del príncipe Viserys.
-        ¿El Rey Mendigo? -Ser Deamon pareció sorprendido.
-        Todos dicen que el príncipe Rhaegar era bien parecido. ¿Lo era también Viserys?
-        Supongo que si. Era un Targaryen. Yo nunca lo vi.
            El pacto secreto que el príncipe Doran había hecho durante aquellos años requería que Arianne se casara con el príncipe Viserys, no Quentyn con Daenerys. Todo se había estropeado en el Mar Dothraki, cuando él fue asesinado. <<Coronado con un caldero de oro derretido.>>
-        Lo mató un kahl Dothraki -dijo Arianne-. El propio marido de la reina dragón.
-        Eso he oído. ¿Y qué?
-        Sólo que... ¿por qué dejó Daenerys que ocurriera? Viserys era su hermano. Todo lo que quedaba de su propia sangre.
-        Los Dothraki son gente salvaje. ¿Quién puede saber por qué matan? Quizá Viserys se limpió el culo con la mano equivocada.
            <<Quizás -pensó Arianne-, o quizás Daenerys se dio cuenta de que cuando su hermano fuera coronado y se casara conmigo, ella estaría condenada a pasar el resto de su vida durmiendo en una tienda y oliendo a caballo.>>
-        Ella es la hija del Rey Loco -dijo la princesa-. ¿Cómo sabemos...?
-        No podemos saberlo -dijo Ser Daemon-. Sólo podemos confiar.

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