jueves, 17 de enero de 2013

Capitulo de muestra de 'Vientos de Invierno': Theon


            Como prometí hace meses en mi crítica de Danza de Dragones, os ofrezco mi traducción de uno de los primeros capítulos de Vientos de Invierno, protagonizado por Theon Greyjoy, el cual fue colgado por George R.R. Martin en su página oficial de Internet hace algo más de un año. La tardanza se debe en parte a que he querido hacerla lo más perfecta posible -puesto que algún día me gustaría dedicarme profesionalmente a esto-, y también a que me he esforzado en utilizar el mismo estilo que las traducciones oficiales de los libros anteriores. Por ejemplo, en la versión original inglesa los pensamientos de cada personaje aparecen en cursiva (o “letra bastardilla”, como le gusta decir a un colega mío), mientras que en la edición española de Gigamesh lo hacen entre cuñas (<<...>>). Igualmente, he tenido que recurrir en muchas ocasiones tanto a la Wiki de Hielo y Fuego en Castellano (o en Español, que leches) como a su versión en Inglés para traducir muchos nombres de lugares, así como algunos apodos. Espero que mi esfuerzo haya valido la pena, ya que muchas de las traducciones no oficiales que pululan por la Red son bastante flojillas, por no decir que algunas directamente hacen daño a la vista. Ni que decir tiene que quienes no hayan leído hasta el quinto libro de la saga inclusive deberían abstenerse de leer este capítulo. Para el resto, me complace anunciar que ya tengo casi lista la traducción de un nuevo capítulo protagonizado por Arianne Martell que George R.R. Martin colgó en su página el pasado 8 de enero. Podréis leerla aquí en los próximos días.

 THEON
   

               La voz del rey estaba entrecortada por la ira.
-        Sois peor pirata que Salladhor Saan.
           Theon Greyjoy abrió los ojos. Le ardían los hombros y no podía mover las manos. Durante medio latido temió estar de vuelta en su antigua celda bajo Fuerte Terror, que la maraña de recuerdos en su cabeza no fuera más que el residuo de algún sueño febril. <<Estaba dormido>>, comprendió. Eso, o inconsciente por el dolor. Cuando intentó moverse, se balanceó de lado a lado, mientras su espalda rozaba con piedra. Estaba colgando de un muro dentro de la torre, con las muñecas encadenadas a un par de oxidados aros de hierro.
            El aire apestaba a turba quemada. El suelo estaba cubierto de mugre. Una escalera de madera subía en espiral hasta el tejado. No vio ventanas. La torre era húmeda, oscura y carecía de comodidades. Los únicos muebles eran una silla de respaldo alto y una mesa mellada que descansaba sobre tres caballetes. No había excusado a la vista, aunque Theon vio un orinal en un hueco en sombras. La única luz provenía de las velas sobre la mesa. Sus pies colgaban a seis pies sobre el suelo.
-   Las deudas de mi hermano -murmuraba el rey-, las de Joffrey también, aunque esa abominación bastarda no fuera de mi sangre.
            Theon se retorció en sus cadenas. Conocía esa voz. <<Stannis.>>
            Theon Greyjoy se rió alegremente. Una puñalada de dolor subió por sus brazos, desde los hombros hasta las muñecas. Todo lo que había hecho, todo lo que había sufrido, Foso Cailin, Fuerte Túmulo, Invernalia, Carroña y los Umber, Abel y sus lavanderas, el viaje a través de la nieve, todo aquello solo había servido para cambiar a un torturador por otro.
-        Alteza -dijo suavemente una segunda voz-. Perdón, pero vuestra tinta se ha congelado.
            <<El Bravoosi>>, reconoció Theon. ¿Cuál era su nombre? <<Tycho... Tycho algo...>>
-        ¿Quizás un poco de calor...?
-        Conozco una forma más rápida.
            Stannis desenvainó su daga. Por un instante, Theon pensó que iba a apuñalar al banquero. <<A ese nunca le sacareis ni una gota de sangre, mi señor>>, le hubiera dicho. El rey apoyó la hoja en la punta del dedo medio de su mano izquierda e hizo un corte.
-        Ahí. Firmaré con mi propia sangre. Eso debería alegrar a vuestros amos.
-        Si complace a Su Alteza, complacerá al Banco de Hierro.
            Stannis mojó una pluma en la sangre que manaba de su dedo y escribió su nombre en el pergamino.
-      Partiréis hoy. Lord Bolton puede estar pronto sobre nosotros. No quiero que quedéis cogido en la lucha.
-        Eso preferiría yo también -el bravoosi deslizó el rollo de pergamino dentro de un tubo de madera-. Espero tener el honor de hablar de nuevo con Su Alteza cuando esté sentado en su Trono de Hierro.
-      Queréis decir que esperáis tener vuestro oro. Ahorraos vuestras galanterías. Lo que necesito de Braavos son monedas, no cortesía vacía. Decidle al guardia de fuera que necesito a Justin Massey.
-        Será un placer. Al Banco de Hierro siempre le alegra servir de algo.
            El banquero hizo una reverencia. Mientras salía, entró otro; un caballero. Theon recordó vagamente que los caballeros del rey llevaban toda la noche entrando y saliendo. Éste parecía un pariente del rey. Enjuto, cabello oscuro, ojos duros, rostro marcado por la viruela y por viejas cicatrices, llevaba una deslucida cota con tres polillas bordadas.
-    Señor -anunció-, el maestre está fuera. Y Lord Arnolf envía recado de que le gustaría mucho desayunar con vos.
-        ¿Su hijo también?
-        Y sus nietos. Lord Wull también pide audiencia. Quiere...
-        Ya sé lo que quiere -el rey señaló a Theon-. A él. Wull lo quiere muerto. Flint, Norrey... todos lo querrán muerto. Por los críos que mató. Venganza por su precioso Ned.
-        ¿Les complaceréis?
-     Ahora mismo, el cambiacapas me es más útil vivo. Sabe cosas que podemos necesitar. Traed al maestre.
            El rey cogió un pergamino de la mesa y entrecerró los ojos para mirarlo. <<Una carta>>, adivinó Theon. El sello roto era de cera negra, dura y reluciente. <<Sé lo que dice.>>
            El rey levantó la vista.
-        El cambiacapas se agita.
-        Theon. Mi nombre es Theon -tenía que recordar su nombre.
-        Ya sé tu nombre. Sé lo que hiciste.
-        La salvé.
            La muralla exterior de Invernalia tenía ochenta pies de alto, pero bajo el punto desde donde había saltado, la nieve se había acumulado hasta más de cuarenta. <<Una almohada blanca y fría.>> La chica se había llevado la peor parte. <<Jeyne, se llama Jeyne, pero ella nunca se lo dirá.>> Theon había aterrizado sobre ella, rompiéndole algunas costillas.
-        Salvé a la chica -dijo-. Escapamos.
-     Caísteis -resopló Stannis-. Umber la salvó. Si Mors Carroña y sus hombres no hubieran estado fuera del castillo, Bolton os hubiera vuelto a coger en un momento.
            <<Carroña.>> Theon recordó. Un hombre viejo, grande y fuerte, de cabeza rubicunda y barba desgreñada. Estaba sentado sobre un caballo castrado y vestido con la piel de un gigantesco oso de las nieves, cuya cabeza era su capucha. Bajo ésta, llevaba en un ojo un sucio parche de cuero blanco, que le recordó a su tío Umber. Hubiera deseado arrancárselo para asegurarse de que debajo sólo había una cuenca vacía, y no un ojo negro resplandeciendo con malicia. En vez de eso, gimoteó a través de sus dientes rotos, diciendo:
-        Soy...
-    ...Un cambiacapas y un parricida -terminó Carroña-. Sujeta esa lengua mentirosa o la perderás.
            Pero Umber miró de cerca a la chica, entrecerrando su ojo bueno.
-        ¿Eres la hija pequeña?
            Y Jeyne asintió.
-        Arya. Mi nombre es Arya.
-        Arya de Invernalia, si. La última vez que estuve tras esos muros, tu cocinero nos sirvió un filete y pastel de riñón. Hecho con cerveza, creo. El mejor que he probado. ¿Cómo se llamaba aquel cocinero?
-      Gage - dijo Jeyne enseguida -. Era un buen cocinero. Hacía tartas de limón para Sansa siempre que teníamos limones.
            Carroña se toqueteó la barba.
-        Ahora estará muerto, supongo. También aquel herrero vuestro. Un hombre que conocía su acero. ¿Cómo se llamaba?
            Jeyne dudó. <<Mikken>>, pensó Theon. <<Su nombre era Mikken.>> El herrero del castillo nunca había hecho tartas de limón para Sansa, lo que lo hacía mucho menos importante que el cocinero en el dulce y pequeño mundo que ella había compartido con su amiga Jeyne Poole. <<Recuerda, maldita seas. Tu padre era el mayordomo; estaba a cargo de toda la servidumbre. El nombre del herrero era Mikken, Mikken, Mikken. Hice que lo mataran delante de mí.>>
-        Mikken - dijo Jeyne.
-        Si - gruño Mors Umber. Lo que iba a decir o hacer a continuación, Theon nunca lo supo, pues entonces llegó corriendo un muchacho que asía una lanza y gritaba que estaban levantando el rastrillo del portón principal de Invernalia. <<Y cómo había hecho eso sonreír a Carroña.>>
            Theon se retorció en sus cadenas y parpadeó ante el rey.
-        Carroña nos encontró, si. Nos envió aquí, a vos, pero fui yo quien la salvó. Preguntádselo vos mismo.
            Ella se lo diría. <<Tú me salvaste>>, susurró Jeyne mientras él cargaba con ella a través de la nieve. Estaba pálida de miedo, pero rozó su mejilla con una mano y sonrió.
Salvé a Lady Arya -le susurró él. Y de pronto, los rodeaban las lanzas de Mors Umber.
-        ¿Así me lo agradecéis? -preguntó a Stannis, pateando febrilmente contra la pared. Sus hombros lo atormentaban. Su propio peso los estaba sacando de sus cuencas. ¿Cuánto tiempo llevaba allí colgado? ¿Aún era de noche afuera? La torre carecía de ventanas, así que no tenía forma de saberlo.
-        Quitadme las cadenas y os serviré.
-        ¿Como serviste a Roose Bolton y a Robb Stark? -resopló Stannis-. Creo que no. Tenemos en mente un final más cálido para ti, cambiacapas. Pero no hasta que hayamos terminado contigo.
            <<Piensa matarme.>> La idea era extrañamente reconfortante. La muerte no asustaba a Theon Greyjoy. La muerte significaba el fin del dolor.
-        Acabad conmigo, entonces -apremió al rey-. Arrancadme la cabeza y clavadla en una pica. Maté a los hijos de Lord Eddard. Debo morir. Pero hacedlo rápido. Él se acerca.
-        ¿Quién se acerca? ¿Bolton?
-        Lord Ramsay -siseó Theon-. El hijo, no el padre. No debéis dejar que me coja. Roose... Roose está a salvo tras los muros de Invernalia, con su nueva y gorda esposa. Ramsay se acerca.
-        Ramsay Nieve, quieres decir. El bastardo.
-      Nunca le llaméis así -los labios de Theon rociaban saliva-. Ramsay Bolton, no Ramsay Nieve, nunca Nieve, nunca. Debéis recordar su nombre, o el os hará daño.
-        Está invitado a intentarlo. Con cualquier nombre que use.
            La puerta se abrió con una ráfaga de viento negro y frío y un remolino de nieve. El caballero de las polillas había vuelto con el maestre que el rey le había enviado a buscar. La túnica gris de éste estaba oculta bajo una pesada piel de oso. Tras ellos venían otros dos caballeros, cada uno llevando una jaula con un cuervo. Uno era el hombre que había estado con Asha cuando el banquero lo entregó a ella; un hombre fornido con un cerdo alado en su cota de malla. El otro era más alto, de hombros anchos y musculoso. El peto del hombre grande era de acero bañado en plata e incrustado con niel. Aunque rayado y abollado, aún brillaba a la luz de las velas. La capa que llevaba encima estaba abrochada con un corazón ardiente.
-        El maestre Tybald -anunció el caballero de las polillas.
            El maestre cayó de rodillas. Era pelirrojo y de hombros redondeados, con ojos muy juntos que no dejaban de parpadear hacia donde Theon colgaba de la pared.
-        Alteza, ¿en qué puedo serviros?
            Stannis no respondió enseguida. Con el ceño fruncido, estudió al hombre que tenía delante.
-        Levantaos -el maestre se alzó-. Sois el maestre de Fuerte Terror. ¿Cómo es que estáis aquí con nosotros?
-        Lord Arnolf me trajo para atender a sus heridos.
-        ¿A sus heridos? ¿O a sus cuervos?
-        A ambos, Alteza.
-        A ambos -Stannis  se sacudió la palabra de encima-. Los cuervos de un maestre vuelan a un lugar, y sólo a uno. ¿Es correcto?
            El maestre se limpió el sudor de la frente con la manga.
-        N-no del todo, Alteza. La mayoría, si. A algunos se les puede enseñar a volar entre dos castillos. Esos pájaros son muy valiosos. Y alguna vez, cada muy largo tiempo, se encuentra a un cuervo que puede aprender los nombres de tres o cuatro o cinco castillos, y volar a cada uno si se le ordena. Pájaros tan listos sólo aparecen una vez cada cien años.
            Stannis hizo un gesto hacia los pájaros negros de la jaulas.
-        Esos no son tan listos, imagino.
-        No, Alteza. Ojala lo fueran.
-        Decidme, entonces. ¿Adónde están entrenados para volar estos dos?
            El maestro Tybald no respondió. Theon Greyjoy agitó los pies febrilmente y se rió por lo bajo. <<¡Cogido!>>
-        Respondedme. Si soltáramos a estos pájaros, ¿volverían a Fuerte Terror? -el rey se inclinó hacia delante -¿O volarían a Invernalia?
            El maestre Tybald se meó en su túnica. Desde donde colgaba, Theon no pudo ver extenderse la mancha oscura, pero el olor a orina era fuerte y claro.
-      El maestre Tybald ha perdido la lengua -comento Stannis a sus caballeros-. Godry, ¿cuántas jaulas habéis encontrado?
-        Tres, Alteza -dijo el caballero grande con el peto bañado en plata-. Una estaba vacía.
-        S-su Alteza, mi orden ha jurado servir, nosotros...
-       Lo sé todo sobre vuestros votos. Lo que quiero saber es qué había en la carta que enviasteis a Invernalia. ¿Por casualidad le dijisteis a Lord Bolton dónde encontrarnos?
-      S-señor -Hombros Redondeados Tybald se levantó orgullosamente-. Las reglas de mi orden me prohíben divulgar el contenido de las cartas de Lord Arnolf.
-        Vuestros votos son más fuertes que vuestra vejiga, según parece.
-        Su Alteza debe comprender...
-        ¿Debo? -el rey se encogió de hombros- Si vos lo decís. Después de todo, sois un hombre de estudios. Tuve un maestre en Piedra Dragón que fue casi un padre para mí. Tengo un gran respeto por vuestra orden y por vuestros votos. Aunque Ser Clayton no comparte mis sentimientos. Aprendió todo lo que sabe en las callejuelas del Lecho de Pulgas. Si os pusiera a su cargo, podría estrangularos con vuestra propia cadena o sacaros un ojo con una cuchara.
-        Sólo uno, Alteza -se ofreció el caballero medio calvo, el del cerdo alado-. Le dejaré el otro.
-        ¿Cuántos ojos necesita un maestre para leer una carta? -preguntó Stannis-. Uno debería bastar, creo. No desearía incapacitaros para cumplir vuestros deberes hacia vuestro señor. Sin embargo, ahora mismo los hombres de Roose Bolton podrían muy bien estar en camino para atacarnos, así que vos debéis entenderlo si me ahorro algunas cortesías. Os lo preguntaré una vez más. ¿Qué había en el mensaje que enviasteis a Invernalia?
            El maestre tembló.
-        Un m-mapa, Alteza.
            El rey se reclinó en su silla.
-        Sacadlo de aquí -ordenó-. Dejad los cuervos -una vena le palpitaba en el cuello-. Confinad a este granuja gris en una de las cabañas hasta que decida qué hacer con él.
-        Así se hará -declaró el caballero grande. El maestre desapareció en otra ráfaga de frío y nieve. Sólo quedó el caballero de las tres polillas.
            Stannis frunció el ceño hacia donde Theon colgaba de la pared.
-        Parece que no eres el único cambiacapas aquí. Ojala todos los señores de los siete reinos tuvieran un solo cuello... -se volvió hacia su caballero- Ser Richard, mientras desayuno con Arnolf, debéis desarmar a sus hombres y ponerlos bajo custodia. La mayoría estarán durmiendo. No les hagáis daño a menos que se resistan. Puede ser que no lo supieran. Preguntad a algunos sobre ello... pero amablemente. Si no tenían conocimiento de esta traición, se les dará la oportunidad de demostrar su lealtad -chasqueó la mano para despedirle-. Enviadme a Justin Massey.
            <<Otro caballero>>, pensó Theon cuando entró Massey. Éste era de piel clara, con una barba rubia cuidadosamente cortada y con el cabello grueso y liso, tan pálido que parecía más blanco que dorado. Su túnica llevaba una triple espiral, un antiguo emblema para una antigua casa.
-        Me han dicho que Su Alteza me necesitaba -dijo, tras hincar una rodilla.
            Stannis asintió.
-     Escoltareis al banquero bravoosi de vuelta al Muro. Escoged a seis buenos hombres y llevaos doce caballos.
-        ¿Para cabalgar o para comer?
            Al rey no le hizo gracia.
-        Quiero que os vayáis antes de mediodía, ser. Lord Bolton podría estar sobre nosotros en cualquier momento y es imperativo que el banquero regrese a Braavos. Le acompañareis a través del Mar Angosto.
-        Si va a haber batalla, mi lugar está aquí con vos.
-      Vuestro lugar está donde yo diga. Tengo quinientas espadas tan buenas o mejores que la vuestra, pero vos sois de trato agradable y lengua elocuente, y eso me será más útil en Braavos que aquí. El Banco de Hierro me ha abierto sus cofres. Cogeréis sus monedas y contratareis barcos y mercenarios. Una compañía de buena reputación, si podéis encontrarla. La Compañía Dorada sería mi primera elección, a no ser que ya estén bajo contrato. Buscadlos en las Tierras Disputadas si es necesario. Pero primero, contratad tantas espadas como podáis encontrar en Braavos y enviádmelas por Guardia Oriente. Arqueros también. Necesitamos más arcos.
            A ser Justin le había caído algo de cabello delante de un ojo. Lo apartó y dijo:
-        Alteza, los capitanes de las compañías libres se unirán a un señor más fácilmente que a un caballero. Yo no poseo tierras ni título. ¿Por qué deberían alquilarme sus espadas?
-     Id a ellos con ambas manos llenas de dragones de oro -dijo el rey en tono ácido-. Eso debería persuadirles. Bastarán veinte mil hombres. No volváis con menos.
-        Mi Señor, ¿puedo hablar libremente?
-        Sólo mientras lo hagáis deprisa.
-        Su Alteza debería ir a Braavos con el banquero.
-      ¿Eso me aconsejáis? ¿Que huya? -el rostro del rey se oscureció- Recuerdo que ése fue también vuestro consejo en Aguas Negras. Cuando la batalla se volvió contra nosotros, dejé que vos y Horpe me empujarais hasta Roca Dragón como a un perro apaleado.
-        Todo estaba perdido, Alteza.
-        Si, eso fue lo que dijisteis. “Todo está perdido, mi señor. Retiraos ahora, para que podáis volver a luchar”. Y ahora queréis que me escabulla a través del Mar Angosto...
-        ...Para reunir un ejército, si. Como hizo Bittersteel tras la batalla del Campo Rojo, donde cayó Daemon Blackfyre.
-     No me deis charlas de historia, Ser. Daemon Blackfyre era un rebelde y un usurpador. Bittersteel, un bastardo. Cuando huyó, juró que volvería para poner a un hijo de Daemon en el Trono de Hierro. Nunca lo hizo. Las palabras son viento, y el viento que lleva a los exiliados a través del Mar Angosto rara vez los trae de vuelta. Ese muchacho, Viserys Targaryen, también habló de volver. Se me escapó de entre los dedos en Roca Dragón, sólo para pasar su vida engatusando a mercenarios. “El Rey Mendigo” lo llamaban en las Ciudades Libres. Bien, pues yo no mendigo, ni volveré a huir. Soy el heredero de Robert, el legítimo rey de Poniente. Mi lugar está con mis hombres. El vuestro está en Braavos. Id con el banquero y haced lo que os mando.
-        Como ordenéis -dijo Ser Justin.
-      Puede que perdamos esta batalla -dijo el rey gravemente-. Puede que en Braavos oigáis que estoy muerto. Puede que incluso sea verdad. Aún así, contrataréis a mis mercenarios.
            El caballero dudó.
-        Alteza, si estáis muerto...
-      ...Vengareis mi muerte y sentareis a mi hija en el Trono de Hierro. O moriréis intentándolo.
            Ser Justin puso una mano en la empuñadura de su espada.
-        Por mi honor como caballero, tenéis mi palabra.
-       Oh, y llevaos con vos a la muchacha de los Stark. Entregádsela al Lord Comandante Nieve de camino a Guadia Oriente -Stannis toqueteó el pergamino que tenía delante-. Un verdadero rey paga sus deudas.
            <<Las paga, si>>, pensó Theon. <<Las paga con moneda falsa.>> John Nieve se daría cuenta del engaño enseguida. El triste bastardo de Lord Stark había conocido a Jeyne Poole y siempre le había tenido cariño a su pequeña hermanastra Arya.
-   La Hermandad Negra os acompañará hasta el Castillo Negro -continuó el rey-. Los Hombres del Hierro permanecerán aquí, supuestamente para luchar de nuestro lado. Otro regalo de Tycho Nestoris. Además, sólo os retrasarían. Los Hombres del Hierro están hechos para viajar en barco, no a caballo. Lady Arya debería tener también una acompañante femenina. Llevaos a Alysane Mormont.
            Ser Justin volvió a apartarse el pelo.
-        ¿Y Lady Asha?
            El rey lo pensó durante un momento.
-        No.
-       Algún día, Su Alteza necesitará tomar las Islas del Hierro. Será mucho más fácil utilizando a la hija de Balon Greyjoy, con uno de vuestros leales como su marido y señor.
-        ¿Vos? -el rey frunció el ceño- La mujer ya está casada, Justin.
-        Un matrimonio por poderes, nunca consumado. Y fácil de ignorar. Además, el novio es un anciano. Puede que muera pronto.
            <<De una espada en el vientre si os salís con la vuestra, ser gusano.>> Theon sabía como pensaban estos caballeros.
            Stannis apretó los labios.
-     Servidme bien es este asunto de los mercenarios y quizá tengáis lo que queréis. Hasta entonces, la mujer necesita seguir siendo mi cautiva.
            Ser Justin inclinó la cabeza.
-        Comprendo.
            Aquello sólo pareció irritar al rey.
-        Vuestra comprensión no es necesaria. Sólo vuestra obediencia. Poneos en camino, ser.
            Esta vez, cuando el caballero se fue, el mundo más allá de la puerta parecía más blanco que negro.
            Stannis Baratheon paseó de un lado a otro. La torre era pequeña, húmeda y estrecha. Unos pocos pasos llevaron al rey de vuelta a Theon.
-        ¿Cuántos hombres tiene Bolton en Invernalia?
-        Cinco mil. Seis mil. Más -le dedicó al rey una horrible sonrisa, llena de dientes rotos y hechos astillas-. Más que vos.
-        ¿Cuántos de ellos enviaría contra nosotros?
-      No más de la mitad -había que admitir que eso era una suposición, pero se sintió con derecho a hacerla. Roose Bolton no era un hombre que se aventurara a ciegas en la nieve, con o sin mapas. Mantendría su fuerza principal en reserva, dejando a sus mejores hombres con él, confiados en el enorme salón doble de Invernalia-. El castillo estaba demasiado atestado. Los hombres casi se echaban las manos al cuello, especialmente los Manderly y los Frey. Fue a ellos a quien Su Señoría envió tras vos, a los que quería quitarse de encima.
-        Wyman Manderly -la boca del rey se retorció de desprecio-. El Señor Demasiado Gordo Para Montar A Caballo. Demasiado gordo para venir a mi y sin embargo va a Invernalia. Demasiado gordo para doblar la rodilla y prestarme su espada y sin embargo la blande para Bolton. Envié a mi Señor de la Cebolla para tratar con él y el Señor Demasiado Gordo lo despedazó y colgó su cabeza y sus manos de los muros de Puerto Blanco, para que los Frey se recrearan con ellas. Y los Frey...¿ha olvidado todo el mundo la Boda Roja?
-        El Norte recuerda. La Boda Roja, los dedos de Lady Hornwood, el saqueo de Invernalia, Bosquespeso y la plaza de Torrhen, lo recuerda todo.
            <<Bran y Rickon. Sólo eran los hijos del molinero.>>
-        Frey y Manderly nunca combinarán sus fuerzas. Vendrán a por vos, pero por separado. Lord Ramsay no estará lejos de ellos. Quiere recuperar a su novia. Quiere a su Hediondo -la risa de Theon era mitad risa tonta, mitad gemido-. Lord Ramsay es el único a quien Su Alteza debe temer.
            El rey se resintió con aquello.
-        La primera vez que tu padre se coronó a sí mismo, derroté a tu tío Victarion y a su Flota del Hierro junto a la Isla Bella. Conservé Bastión de Tormentas durante un año frente al poder del Tridente y les quité Roca Dragón a los Targaryen. Aplasté a Mance Ryder en el Muro, aunque él tenía veinte veces más hombres. Dime, cambiacapas, ¿qué batallas ha ganado el bastardo de Bolton para que deba temerle?
            <<¡No debéis llamarle así!>> Una oleada de pánico recorrió a Theon Greyjoy. Cerró los ojos e hizo una mueca. Cuando los abrió de nuevo, dijo:
-        Vos no lo conocéis.
-        No más de lo que él me conoce a mí.
-        Me conoce a mí -gritó uno de los cuervos que el maestre había dejado. Batió sus grandes alas negras contra los barrotes de la jaula-. Me conoce -gritó de nuevo.
            Stannis se volvió.
-        Deja de hacer ruido.
            Tras él, la puerta se abrió. Los Karstark habían llegado.
            Doblado y retorcido, el castellano de Karhold se inclinaba pronunciadamente sobre su bastón mientras se abría paso hasta la mesa. La capa de Lord Arnolf era de buena lana gris, rematada en negro y abrochada con una estrella plateada. <<Una lujosa indumentaria>>, pensó Theon, <<en una pobre excusa de hombre.>> Había visto aquella capa antes, lo sabía, igual que había visto al hombre que la llevaba. <<En Fuerte Terror. Lo recuerdo. Se sentó a cenar con Lord Ramsay y Mataputas Umber, la noche en que sacaron a Hediondo de su celda.>>
            El hombre junto a él sólo podía ser su hijo. Cincuenta años, juzgó Theon, con un rostro redondo y suave como el de su padre, si Lord Arnolf engordara. Tras él caminaban tres hombres jóvenes. <<Los nietos>>, supuso. Uno llevaba una cota de malla. El resto iban vestidos para el desayuno, no para la batalla. <<Tontos.>>
-       Alteza -Arnolf Karstark inclinó la cabeza-. Es un honor -buscó un asiento. En lugar de ello, sus ojos encontraron a Theon- ¿Y quién es éste? -lo reconoció un latido después. Lord Arnold palideció.
            Su estúpido hijo permaneció ignorante.
-        No hay sillas -comentó el zoquete. Uno de los cuervos gritó en su jaula.
-        Sólo la mía -el rey Stannis se sentó-. No es el Trono de Hierro, pero aquí y ahora me basta -una docena de hombres habían desfilado por la puerta de la torre, dirigidos por el caballero de las polillas y el hombre grande con el peto bañado en plata-. Sois hombres muertos, comprendedlo -continuó el rey-. Sólo queda por determinar el modo en que moriréis. Haríais bien en no hacerme perder el tiempo con negativas. Confesad y tendréis el  final rápido que el Joven Lobo le dio a Lord Rickard. Mentid y arderéis. Elegid.
-        ¡Yo elijo esto!
            Un de los nietos agarró la empuñadura de su espada e intentó desenvainarla. Aquella resultó ser una mala elección. La espada del nieto aún no había salido de la vaina cuando dos caballeros del rey se le echaron encima. Todo acabó con su antebrazo caído en la mugre mientras la sangre manaba a chorros del muñón y uno de sus hermanos dando traspiés hacia las escaleras, sujetándose una herida en el vientre. Subió tambaleándose seis escalones antes de caer y estrellarse contra el suelo.
            Ni Arnolf Karstark ni su hijo se habían movido.
-        Lleváoslos -ordenó el rey-. Verlos me agria el estómago.
            En unos momentos, los cinco hombres habían sido atados y sacados de allí. El que había perdido el brazo de la espada se desmayó por la pérdida de sangre, pero su hermano de la herida en el vientre gritó lo bastante fuerte por ambos.
-        Así es como me ocupo de la traición, cambiacapas -informó Stannis a Theon.
-        Mi nombre es Theon.
-        Como desees. Dime, Theon, ¿cuántos hombres tenía Mors Umber con él en Invernalia?
-       Ninguno. Ningún hombre -su propio ingenio lo hizo sonreír-. Tenía niños. Yo los vi -aparte de un puñado de sargentos medio tullidos, los guerreros que Carroña había traído desde Último Hogar apenas tenían edad para afeitarse-. Sus lanzas y hachas eran más viejas que las manos que las sujetaban. Era Mataputas Umber quien tenía hombres dentro del castillo. Los vi también. Hombres viejos, todos -Theon se rió tontamente-. Mors se llevó a los que estaban verdes y Hother a los de barba gris. Todos los hombres de verdad se fueron con el Gran Jon y murieron en la Boda Roja. ¿Es eso lo que queríais saber, Alteza?
            El rey Stannis ignoró la burla.
-        Niños -fue todo lo que dijo, asqueado-. Los niños no contendrán mucho tiempo a Lord Bolton.
-        No mucho -convino Theon-. Nada en absoluto.
-        No mucho, gritó el cuervo desde su jaula.
            El rey le dedicó al pájaro una mirada de irritación.
-        Ese banquero bravoosi afirma que Ser Aenys Frey está muerto. ¿Eso lo hizo algún niño?
-      Veinte niños novatos, con palas -le dijo Theon-. Cayó mucha nieve durante días. Tanta, que no se podían ver los muros del castillo a diez yardas, ni los hombres de las almenas podían ver tampoco lo que ocurría más allá de esos muros. Así que Carroña envió a sus muchachos a cavar pozos junto a los portones del castillo. Luego hizo sonar su cuerno para atraer fuera a Lord Bolton. En vez de a él, atrajo a los Frey. La nieve había cubierto los pozos, así que cabalgaron justo hacia ellos. Oí que Aenys se rompió el cuello, pero Ser Hosteen sólo perdió su caballo, lo que es peor. Ahora estará furioso.
            Extrañamente, Stannis sonrió.
-        Los enemigos furiosos no me preocupan. La furia hace estúpidos a los hombres y Hossten Frey ya era estúpido desde antes, si la mitad de lo que he oído sobre él es cierto. Que venga.
-        Lo hará.
-     Bolton ha errado -afirmó el rey-. Todo lo que tenía que hacer era sentarse en el castillo mientras nosotros nos moríamos de hambre. En vez de eso, ha enviado una parte de sus fuerzas para que nos planten batalla. Sus caballeros irán a caballo, los nuestros combaten a pie. Sus hombres estarán bien alimentados, los nuestros van a luchar con los estómagos vacíos. Da lo mismo. Ser Estúpido, Lord Demasiado Gordo, el Bastardo, que vengan. Ocupamos el terreno y pienso hacer que eso se vuelva en nuestro favor.
-        ¿El terreno? -dijo Theon- ¿Qué terreno? ¿Aquí? ¿Esta condenada torre? ¿Esta miserable y pequeña aldea? Aquí no tenéis suelo elevado, ni muros tras los que esconderos, ni defensas naturales.
-        Aún.
-        Aún -ambos cuervos gritaron al unísono. Luego uno graznó y el otro murmuró: Tres, tres, tres.
            La puerta se abrió. Más allá, el mundo era blanco. El caballero de las tres polillas entró, con las piernas cubiertas de nieve. Pisoteó con fuerza para quitársela y dijo:
-        Alteza, hemos cogido a la gente de Karstark. Algunos se resistieron y murieron por ello. La mayoría estaban confundidos y se rindieron sin hacer ruido. Los hemos llevado hasta la sala grande y están allí confinados.
-        Bien hecho.
-        Los que hemos interrogado dicen que no lo sabían.
-        Deberían saberlo.
-        Los interrogaremos más duramente.
-      No, les creo. Kastark nunca hubiera esperado mantener su traición en secreto compartiendo sus planes con cualquier bastardo a su servicio. Se le podía haber escapado a algún lancero borracho una noche, mientras yacía con una puta. No necesitaban saberlo. Son hombres de Karhold. Cuando llegara el momento habrían obedecido a sus señores, como han hecho toda su vida.
-        Como digáis, señor.
-        ¿Qué hay de vuestras bajas?
-        Mataron a uno de los hombres de Lord Peasebury e hirieron a dos de los míos. Aunque, si le place a Su Alteza, los hombres se están poniendo nerviosos. Hay cientos de ellos reunidos alrededor de la torre, preguntándose qué ocurre. Cada boca habla de traición. Nadie sabe en quién confiar, ni quién será el siguiente en ser arrestado. Los del Norte en particular...
-        Necesito hablar con ellos. ¿Aún aguarda Wull?
-        Él y Arnost Flint. ¿Los recibiréis?
-        Pronto. El Kraken primero.
-        Como ordenéis -el caballero salió.
            <<Mi hermana>>, pensó Theon, <<mi dulce hermana.>> Aunque no sentía nada en los brazos, sintió un nudo en el vientre, el mismo que cuando aquél banquero bravoosi sin sangre le presentó a Asha como “un regalo”. El recuerdo aún lo irritaba. El caballero corpulento y medio calvo que estaba con ella no había perdido tiempo en gritar pidiendo ayuda, así que no habían tenido más que unos pocos momentos antes de que a Theon lo arrastraran ante el rey. <<No fue suficiente.>> Odió la expresión en el rostro de Asha cuando ella se dio cuenta de quién era; la consternación en sus ojos, la compasión en su voz, la forma en que su boca se había retorcido de disgusto. En vez de apresurarse a abrazarle, había dado medio paso atrás.
-        ¿Te hizo esto el bastardo? -preguntó.
-        No lo llames así.
            Luego las palabras salieron de Theon apresuradamente. Intentó contarle todo sobre Hediondo y Fuerte Terror y Kyra y las llaves, sobre cómo Lord Ramsay no le quitaba nada excepto la piel, a menos que él lo suplicara. Le contó cómo había salvado a la chica, saltando desde el muro del castillo a la nieve.
-        Volamos. Que Abel componga una canción sobre ello. <<Volamos.>>
            Después tuvo que contarle quién era Abel y hablarle de las lavanderas que no eran realmente lavanderas. Para entonces, Theon sabía lo extraño e incoherente que sonaba todo aquello, pero de algún modo las palabras no cesaban. Tenía frío y estaba enfermo y cansado...y débil, tan débil, tan, tan débil.
            <<Tiene que entenderlo. Es mi hermana.>> Nunca quiso hacer daño a Bran ni a Rickon. Hediondo le hizo matar a aquellos niños. No su Hediondo, sino el otro.
            - No soy un parricida -insistió
            Le contó cómo dormía con las perras de Ramsay. Le advirtió que Invernalia estaba llena de fantasmas.
-     Faltaban las espadas. Cuatro, creo, o cinco. No recuerdo. Los reyes de piedra están furiosos.
            Para entonces estaba temblando, agitándose como una hoja otoñal.
-      El árbol corazón sabía mi nombre. Los antiguos dioses. Theon, les oí susurrar. No había viento pero las hojas se movían. Theon, decían. Mi nombre es Theon.
            Estaba bien decir su nombre. Cuanto más lo dijera, más difícil sería que lo olvidara.
-       Tienes que conocer tu nombre -le dijo a su hermana-. Tu...tu me dijiste que eras Esgred, pero era mentira. Tu nombre es Asha.
-        Lo es -dijo su hermana, tan suavemente que él tuvo miedo de que llorara.
            Theon odiaba eso. Odiaba a las mujeres lloronas. Jeyne Poole había llorado todo el camino desde Invernalia hasta allí, hasta que su rostro se había vuelto púrpura y las lágrimas se habían congelado en sus mejillas. Y todo porque él le dijo que debía ser Arya, o si no los lobos la enviarían de vuelta.
-     Te entrenaron en un burdel -le recordó, susurrándole al oído para que los otros no lo oyeran- Jeyne es casi una puta. Debes seguir siendo Arya.
            No quería hacerle daño. Era por su propio bien y por el de él. <<Tiene que recordar su nombre.>> Cuando la punta de su nariz se congeló y se volvió negra y uno de los jinetes de la Guardia de la Noche le dijo que podía perderla, Jayne había llorado por eso también.
-      A nadie le importará qué aspecto tenga Arya, mientras sea la heredera de Invernalia -le aseguró-. Un centenar de hombres querrán casarse con ella. Un Millar.
            El recuerdo dejó a Theon retorciéndose en sus cadenas.
-        Bajadme -imploró-. Sólo por un rato, luego podéis colgarme de nuevo.
            Stannis Baratheon miró hacia él, pero no respondió.
-        Árbol -gritó un cuervo-. Árbol, árbol, árbol.
            El otro pájaro dijo ”Theon” con toda claridad, mientras Asha entraba a grandes zancadas por la puerta.
            Con ella estaban Quarl la Doncella y Tristifer Botley. Theon había conocido a Botley desde que eran niños, allá en Pyke.
            <<¿Por qué ha traído a sus mascotas? ¿Piensa liberarme?>> Acabarían igual que los Krastark si lo intentaban.
            Al rey también le desagradó su presencia.
-       Vuestros guardias pueden esperar fuera. Si tuviera intención de haceros daño, dos hombres no me disuadirían.
            Los Hombres del Hierro se inclinaron y retrocedieron. Asha hincó una rodilla.
-        Alteza, ¿debe mi hermano estar encadenado así? Parece una pobre recompensa por traeros a la muchacha de los Stark.
            La boca del rey se torció.
-        Tenéis una lengua atrevida, mi señora. Como la de vuestro hermano el cambiacapas.
-        Gracias, Alteza.
-        No era un cumplido -Stannis echó un vistazo a Theon-. La aldea no tiene calabozo y yo tengo más prisioneros de los que esperaba cuando nos detuvimos aquí -indicó a Asha que se pusiera en pie-. Podéis levantaros.
            Ella lo hizo.
-        El bravoosi pagó rescate a Lady Glover por siete de mis hombres. Yo pagaría con gusto un rescate por mi hermano.
-     No hay oro suficiente en vuestras Islas del Hierro. Las manos de vuestro hermano están manchadas de sangre. Farring me apremia para que se lo dé a R'hllor.
-        Y Clayton Suggs también. No lo dudo.
-     Él, Corliss Penny y el resto. Incluso aquí Ser Richard, que sólo ama al Dios de la Luz cuando sirve a sus propósitos.
-        El coro del dios rojo sólo conoce una canción.
-      Mientras la canción agrade los oídos del dios, que sigan cantando. Los hombres de Lord Bolton estarán aquí antes de lo que querríamos. Sólo queda Mors Umber entre ellos y nosotros. Y vuestro hermano me dice que sus tropas sólo están compuestas de niños novatos. A los hombres les gusta saber que su dios está con ellos cuando van a la batalla.
-        No todos vuestros hombres adoran al mismo dios.
-        Estoy enterado. No soy un tonto, como mi hermano.
-        Theon es el único hijo vivo de mi madre. Cuando sus hermanos murieron, eso la destrozó. Su muerte destruirá lo que queda de ella... pero no he venido a suplicaros por su vida.
-       Algo sensato. Lo siento por vuestra madre, pero no perdono la vida a cambiacapas. No a éste en particular. Asesinó a dos hijos de Eddar Stark. Todos los norteños a mi servicio me abandonarían si le mostrara clemencia. Vuestro hermano debe morir.
-    Entonces hacedlo vos mismo, Alteza -la frialdad en la voz de Asha hizo que Theon temblara en sus cadenas-. Llevadlo a través del lago hasta la isleta donde crece el arciano y cortadle la cabeza con esa espada que lleváis. Así es como Eddar Stark lo hubiera hecho. Theon asesinó a los hijos de Lord Eddard. Entregádselo a los dioses de Lord Eddard. Los antiguos dioses del Norte. Entregádselo al árbol.
            Y de repente, llegó un potente viento, mientras los cuervos del maestre brincaban y aleteaban en sus jaulas, haciendo volar sus negras plumas al golpear los barrotes con sonoros y estridentes graznidos.
-        El árbol -graznó uno-, el árbol, el árbol.
            Mientras que el segundo sólo gritó:
-        Theon, Theon, Theon.
            Theon Greyjoy sonrió. <<Saben mi nombre>>, pensó.

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