Y ya van cuatro. Bueno, cuatro publicados en la página oficial de George RR Martin. Hay otros que él ha leído en convenciones y de los cuales se pueden encontrar transcripciones y traducciones en la red. Sin embargo, esos los he ignorado porque suelen estar incompletos y además resulta muy difícil traducir un texto que alguien lee en un vídeo de Youtube.
Como en el capítulo anterior sobre Arya, éste no se titula Sansa sino Alayne, ya que como recordaréis, Sansa lleva desde Festín de Cuervos haciéndose pasar por Alayne Piedra, la supuesta hija bastarda de Meñique. Al leerlo, tened en cuenta que el texto original no parece ser la versión definitiva del capítulo. Algunas palabras parecen estar fuera de contexto -como el verbo "shutter", que muchos creen que debería ser "shudder"- y en la parte final los pensamientos de Arya dejan de aparecer subrayados (yo los he puesto con cuñas, como en la edición española de los anteriores libros). También notaréis algún detalle extraño, como que al hijo menor de Lady Waynwood se le describa como "el caballero que había hablado"... antes de que diga ni una palabra. Espero que Martin y sus editores corrijan todo esto antes de publicar el libro. Y también espero que se publique antes de 2020, que ya empezamos todos a tener una cierta edad.
SANSA (ALAYNE)
Estaba leyéndole a su pequeño señor un
cuento sobre el Caballero Alado cuando Mya Piedra, vestida con botas y cuero de montar y con un fuerte olor a establo, vino a llamar a la puerta del aposento.
Mya tenía paja en el cabello y llevaba el ceño fruncido. <<Ese ceño fruncido es por tener a
Mychel Redfort cerca>>, supo Alayne.
-
Señoría
–informó Mya a Lord Robert–, se han visto los estandartes de Lady Waynwood a
una hora de camino. Pronto estará aquí con vuestro primo Harry. ¿Deseáis
recibirlos?
<<¿Por
qué tenía que mencionar a Harry?>> pensó Alayne. <<Ahora jamás
sacaremos a Robalito de la cama>>. El muchacho dio un manotazo a una
almohada.
-
Haced
que se vayan. Yo jamás les pedí que vinieran.
Mya pareció desconcertada.
No había en el Valle quien manejara mejor una mula, pero un joven señor era
otra cosa.
-
Fueron
invitados al torneo –dijo ella, indecisa–. Yo no…
Alayne cerró
su libro.
-
Gracias,
Mya. Permíteme hablar con Lord Robert, si no te importa.
Con claro
alivio en su rostro, Mya se fue sin más palabras.
-
Odio
a ese Harry –dijo Robalito cuando ella se hubo ido–. Me llama primo, pero sólo
está esperando a que yo muera para apoderarse del Nido de Águilas. Cree que no
lo sé, pero se equivoca.
-
Vuestra
señoría no debería creer esas tonterías –dijo Alayne–. Estoy segura de que Ser
Harrold os quiere bien. <<Y si los dioses son buenos, también me querrá a
mí>>.
Sintió un
pequeño aleteo en la barriga.
-
No
me quiere –insistió Lord Robert–. Quiere el castillo de mi padre, eso es todo,
así que finge quererme –el muchacho apretó la manta contra su pecho cubierto de
granos–. No quiero que te cases con él, Alayne. Soy el Señor del Nido de
Águilas y lo prohíbo –sonaba como si estuviera a punto de llorar–. Deberías
casarte conmigo, en vez de con él. Podríamos dormir en la misma cama todas las
noches y tú podrías leerme historias.
<<Ningún
hombre podrá casarse conmigo mientras mi esposo enano siga vivo en alguna parte
del mundo>>. La reina Cersei había reunido las cabezas de una docena de
enanos, afirmaba Petyr, pero ninguna era la de Tyrion.
-
Robalito,
no debéis decir esas cosas. Sois el Señor del Nido de Águilas y el Defensor del
Valle, y debéis casaros con una dama de alcurnia y tener un hijo que se siente
en el gran salón de la casa Arryn cuando os hayáis ido.
Robert se
limpió la nariz.
-
Pero
yo quiero…
Ella puso un
dedo en sus labios.
-
Sé
lo que queréis, pero no puede ser. No soy la esposa adecuada para vos. Nací
siendo bastarda.
-
No
me importa. Os amo más que a nadie.
<<Sois
tan tontito>>
-
A
vuestros banderizos sí les importará. Algunos llaman a mi padre presumido y
ambicioso. Si me tomarais por esposa, dirán que él os obligó a hacerlo, que no
fue vuestro deseo. Los Señores Recusadores podrían volver a empuñar las armas
contra él, y nos ejecutarían a él y a mí.
-
¡No
les permitiré que te hagan daño! –dijo Lord Robert– Si lo intentan, los haré
volar a todos –su mano empezó a temblar.
Alayne le
cogió los dedos.
-
Vamos,
mi Robalito, calmaos ahora –cuando el temblor pasó, ella dijo –Debéis tener una
esposa apropiada, una doncella legítima y de noble cuna.
-
No.
Quiero casarme contigo, Alayne.
<<Vuestra
madre tuvo esa misma intención una vez, pero entonces yo era legítima y
noble>>.
-
Mi
señor es amable al decirlo –Alayne le alisó el cabello. Lady Lysa nunca había
permitido que los sirvientes se lo tocaran. Después de que ella muriera, Robert
había sufrido temblores terribles cada vez que alguien se le acercaba con una
navaja, de modo que lo habían dejado crecer hasta que le calló sobre sus
redondeados hombros y hasta la mitad de su blanco y flácido pecho <<Tiene
el cabello bonito. Si los dioses son buenos y vive lo bastante para casarse, seguro
que su esposa admirará su cabello. Es lo único que amará de él>>–.
Cualquier hijo que tuviéramos sería plebeyo. Sólo un hijo legítimo de la casa
Arryn puede reemplazar a Ser Harrold como vuestro heredero. Mi padre encontrará
a una esposa adecuada para vos, alguna muchacha de alta cuna mucho más guapa
que yo. Cazareis y usaréis halcones juntos, y ella os dará su prenda para que
la llevéis en los torneos. En poco tiempo, me habréis olvidado por completo.
-
No
lo haré.
-
Lo
haréis. Debéis hacerlo –su voz era firme, pero dulce.
-
El
Señor del Nido de Águilas puede hacer lo que le plazca. ¿No puedo seguir
amándote, incluso si tengo que casarme con ella? Ser Harrold tiene una mujer
plebeya. Benjicot dice que ella lleva dentro a su bastardo.
<<Benjicot
debería aprender a tener cerrada esa boca de tonto>>.
-
¿Es
eso lo que tendríais conmigo? ¿Un bastardo? –apartó los dedos de la mano de él–
¿Me deshonraríais de ese modo?
El muchacho
pareció afligido.
-
No.
Nunca tuve intención…
Alayne se puso
en pie.
-
Si
le place a mi señor, debo ir a buscar a mi padre. Alguien debe recibir a Lady
Waynwood.
Antes de que
su pequeño Lord pudiera encontrar palabras para protestar, le hizo una rápida
reverencia y salió del aposento, corriendo por el pasillo y a través de un puente
cubierto hacia las habitaciones del Lord Protector.
Cuando había
dejado a Petyr Baelish aquella mañana, él estaba desayunando con el viejo
Oswell, quien había llegado de Puerto Gaviota en un sudoroso caballo la noche
anterior. Confió en que aún siguieran hablando, pero el solar de Petyr resultó
estar vacío. Alguien había dejado una ventana abierta y una pila de papeles
había volado hasta el suelo. El Sol entraba oblicuamente por las gruesas
ventanas amarillas y motas de polvo danzaban a la luz como diminutos insectos
dorados. Aunque arriba la nieve había cubierto las cumbres de la Lanza del
Gigante, bajo la montaña el otoño persistía y el trigo invernal maduraba en los
campos. Tras la ventana podía oír las risas de las lavanderas en el pozo y el
estruendo de acero contra acero en el pabellón donde se ejercitaban los
caballeros. <<Buenos sonidos>>.
A Alayne le
encantaba estar allí. Se sentía viva de nuevo, por primera vez desde que su
padre… desde que Lord Eddard Stark había muerto.
Cerró la
ventana, recogió los papeles caídos y los apiló sobre la mesa. Uno era una
lista de competidores. Sesenta y cuatro caballeros habían sido invitados a
competir por puestos en la nueva Hermandad de Caballeros Alados de Robert
Arryn, y los sesenta y cuatro habían venido al torneo por el derecho a llevar
alas de halcón sobre sus yelmos y guardar a su señor.
Los
competidores venían de todo el Valle, desde las montañas hasta la costa, desde Puerto
Gaviota, la Puerta de la Sangre e incluso las Tres Hermanas. Aunque algunos
estaban comprometidos, sólo tres estaban casados; se esperaba que los ochos
vencedores pasaran los próximos tres años junto a Lord Robert como su guardia
personal (Alayne había sugerido siete, como la Guardia Real, pero Robalito
había insistido en que él debía tener más guardias que el rey Tommen), de modo
que los hombres más maduros con esposas e hijos no habían sido invitados.
<<Y han
venido>>, pensó Alayne con orgullo. <<Todos han venido>>.
Había salido
justo como Petyr había dicho que saldría el día en que los cuervos volaron.
-
Son
jóvenes, entusiastas y ansiosos de aventura y de renombre. Lisa no les permitió
ir a la guerra. Esta es su mejor alternativa. Una oportunidad para servir a su
señor y demostrar sus habilidades. Vendrán. Incluso Harry el Heredero –le había
alisado el pelo y besado en la frente–. Qué hija tan ingeniosa eres.
<<Fue
ingenioso>>. El torneo, los premios, los caballeros alados, todo había
sido idea de ella. La madre de Lord Robert lo había llenado de temores, pero él
siempre encontraba valor para los cuentos que ella le leía sobre Ser Artys
Arryn, el Caballero Alado de la leyenda, fundador de su linaje. <<¿Por
qué no rodearlo de Caballeros Alados?>> había pensado ella una noche,
después de que al fin Robalito se quedara dormido. Y apenas le hubo contado a
Petyr su idea, él se dispuso a hacerla realidad. <<Querrá estar allí para
recibir a Ser Harrold. ¿Dónde puede haber ido?>>
Alayne bajó
corriendo las escaleras de la torre para entrar en la galería al final del Gran
Salón. Frente a ella, los sirvientes estaban colocando mesas de caballete para
el banquete de por la tarde, mientras sus esposas e hijas barrían la paja vieja
y esparcían paja nueva. Lord Nestor le estaba mostrando a Lady Waxley sus
preciados tapices, con sus escenas de cacería y persecución. Los mismos paneles
habían colgado una vez en la Fortaleza Roja de Desembarco del Rey, cuando
Robert se sentaba en el Trono de Hierro. Joffrey los había hecho retirar y
habían languidecido en algún sótano hasta que Petyr Baelish se ocupó de que
fueran llevados al Valle como regalo para Nestor Royce. Los tapices no sólo
eran bonitos, sino que el Mayordomo Jefe se deleitaba diciéndole a quienquiera
que le oyese que una vez habían pertenecido a un rey.
Petyr no
estaba en el Gran Salón. Alayne cruzó la galería y descendió por la escalera
construida en la gruesa pared occidental para salir al pabellón interior, donde
se celebrarían las justas. Se habían levantado tribunas para todos aquellos que
vinieran a verlas, con cuatro largas barreras de torneo entre ellas. Los
hombres de Lord Nestor estaban pintando las barreras de blanco, cubriendo las
tribunas con coloridas banderas y colgando escudos del portón por el que
pasarían los competidores cuando hicieran su entrada.
En el extremo
norte del patio se habían dispuesto tres estafermos y algunos de los
competidores cargaban a caballo contra ellos. Alayne los reconoció por sus
escudos; las campanas de Belmore, las víboras verdes de Lynderlys, el trineo rojo
de Breakstone y las piras negras y grises de la Casa Tollett. Ser Mychel
Redfort hizo girar un estafermo con un golpe perfectamente dado. Era uno de los
favoritos para ganar las alas.
Petyr no
estaba en los estafermos ni en ningún otro lugar del patio, pero cuando ella se
volvía para irse la llamó una voz de mujer:
-
¡Alayne!
–gritó Myranda Royce desde un banco de piedra tallada debajo de un haya, donde
estaba sentada entre dos hombres. Parecía necesitar que la rescataran.
Sonriendo, Alayne anduvo hacia su amiga.
Myranda lucía
un bonito vestido de lana gris, una capa verde con capucha y una mirada
bastante desesperada. A cada lado de ella se sentaba un caballero. El de su
derecha tenía la barba canosa, la cabeza calva, y donde debería haber estado su
regazo, una barriga que se derramaba por encima del cinturón de su espada. El
de su izquierda era no mayor de dieciocho años y flaco como una lanza. Sus
bigotes colorados sólo servían para ocultar parcialmente los granos vivamente
rojos que puntuaban su rostro.
El caballero
calvo vestía un sobretodo azul oscuro engalanado con un enorme par de labios
rosados. El muchacho pelirrojo de los granos respondía con nueve gaviotas
blancas sobre un fondo marrón, que lo señalaban como un Shett de Puerto
Gaviota. Observaba tan intensamente los pechos de Myranda que apenas notó a
Alayne hasta que Myranda se levantó para abrazarla.
-
Gracias,
gracias, gracias –murmuró Randa en su oído, antes de volverse para decir –Sers,
¿me permitís que os presente a Lady Alayne Piedra?
-
La
hija del Lord Protector –anunció el caballero calvo, lleno de cordial
galantería. Se levantó pesadamente–. Veo que tan rolliza y tan hermosa como se dice
de ella.
Para no
quedarse atrás, el caballero de los granos se levantó de un salto y dijo:
-
Ser
Ossifer dice la verdad. Sois la doncella más hermosa de todos los Siete Reinos.
Quizá hubiera
sido una gentileza más dulce si él no la hubiera dirigido a sus pechos.
-
¿Y
vos habéis visto a todas esas doncellas, ser? –le preguntó Alayne– Sois joven
para haber viajado tanto.
Él se sonrojó,
lo cual hizo que sus granos fueran aún más llamativos.
-
No,
mi señora. Soy de Puerto Gaviota.
<<Y yo
no, aunque Alayne nació allí>>. Tendría que tener cuidado cuando
estuviera cerca de él.
-
Recuerdo
Puerto Gaviota con cariño –le dijo, con una sonrisa tan vaga como agradable.
Preguntó a Myranda:
-
¿Por
casualidad sabes dónde ha ido mi padre?
-
Dejad
que os lleve con él, mi señora.
-
Confío
en que me perdonéis por privaros de la compañía de Lady Myranda –dijo Alayne a
los caballeros. No aguardó una respuesta, sino que tomó del brazo a la muchacha
mayor y la alejó del banco. Sólo cuando estuvieron lejos de sus oídos murmuró–
¿Realmente sabes dónde está mi padre?
-
Por
supuesto que no. Camina más deprisa. Mis nuevos pretendientes pueden seguirnos–
Myranda hizo una mueca–. Ossifer Labios es el caballero más soso del Valle,
pero Uther Shett aspira a sus laureles. Rezo para que se batan en duelo por mi
mano y se maten entre sí.
Alayne soltó
una risita.
-
Seguro
que Lord Nestor no tomaría en serio una petición de mano de tales hombres.
-
Oh,
podría hacerlo. Mi padre está molesto conmigo por matar a mi anterior esposo y
causarle tantos problemas.
-
No
es culpa tuya que él muriera.
-
Que
yo recuerde, no había nadie más en la cama.
Alayne no pudo
evitar estremecerse. El marido de Myranda había muerto cuando hacía el amor con
ella.
-
Aquellos
hombres de las Hermanas que vinieron ayer eran galantes –dijo, para cambiar de
tema–. Si no te gustan Ser Ossifer o ser Uther, cásate con uno de ellos. El más
joven me pareció muy guapo.
-
¿El
de la capa de piel de foca? –dijo Randa, incrédula.
-
Uno
de sus hermanos, entonces.
Myranda puso
los ojos en blanco.
-
Son
de las Hermanas. ¿Alguna vez has conocido a un hombre de las Hermanas que
supiera luchar en un torneo? Limpian sus espadas con aceite de bacalao y se
lavan en cubas de agua de mar fría.
-
Bueno
–dijo Alayne–, al menos son limpios.
-
Algunos
tienes membranas entre los dedos de los pies. Antes me casaría con Lord Petyr. Entonces
sería tu madre. ¿Cómo es de pequeño
su meñique, te pregunto?
Alayne no consideró
la pregunta digna de respuesta.
-
Lady
Waynwood estará aquí pronto con sus hijos.
-
¿Es
eso una promesa o una amenaza? –dijo Myranda– Creo que la primera Lady Waynwood
debe haber sido una yegua. ¿Cómo se explica si no que todos los Waynwood
varones tengan cara de caballo? Si alguna vez me casara con un Waynwood, él
tendría que prometer ponerse su casco cuando deseara follarme, y mantener el
visor cerrado –le dio a Alayne un
pellizco en el brazo–. Aunque mi Harry estará con ellos. Me doy cuenta de que
no lo has mencionado. Nunca te perdonaré que me lo robaras. Es el muchacho con
el que quiero casarme.
-
El
compromiso fue obra de mi padre –protestó Alayne, como había hecho un centenar
de veces antes. <<Solo está mofándose>>, se dijo… pero tras las
burlas, podía oír su dolor.
Myranda se
detuvo para mirar a los caballeros que practicaban en el otro extremo del
patio.
-
Ésa
es justo la clase de marido que necesito.
A algunos pies
de distancia, dos caballeros luchaban con espadas romas de práctica. Sus hojas
chocaron dos veces y luego se deslizaron entre sí, sólo para ser bloqueadas por
escudos alzados, pero el hombre más grande cedió terreno con el impacto. Desde
donde estaba, Alayne no podía ver la parte frontal de su escudo, pero su
atacante llevaba tres cuervos volando, cada uno aferrando un corazón rojo entre
sus garras. <<Tres corazones y tres cuervos>>.
Justo entonces
supo cómo acabaría la lucha.
Unos momentos
más y el grandullón se derrumbó aturdido en el suelo con el yelmo torcido.
Cuando su escudero desató las correas para descubrir su cabeza, le caían gotas
de sangre por la cabellera. <<Si las espadas no hubieran sido romas,
habría sesos también>>. Aquel último golpe en la cabeza había sido tan
fuerte que Alayne se había estremecido por simpatía al sentirlo. Myranda Royce
observó al vencedor pensativamente.
-
¿Crees
que si se lo pidiera educadamente Ser Lyn mataría a mis pretendientes por mí?
-
Quizás
por una gruesa bolsa de oro –Ser Lyn Corbray siempre estaba desesperadamente
corto de dinero, todo el Valle lo sabía.
-
Por
desgracia, todo lo que tengo es un grueso par de tetas. Aunque con ser Lyn, me
serviría mejor una gruesa salchicha bajo mis faldas.
La risa tonta
de Alayne atrajo la atención de Corbray. Pasó su escudo a su escudero con
aspecto de patán y se quitó su yelmo y su cofia acolchada.
-
Señoras.
Su largo
cabello castaño estaba pegado a su frente por el sudor.
-
Buen
golpe, Ser Lyn –dijo Alayne–. Aunque me temo que habéis dejado al pobre Ser
Owen sin sentido.
-
No
lo tenía desde el principio, o si no, no me habría puesto a prueba.
En eso hay
algo de verdad, pensó Alayne, pero aquella mañana había algún demonio travieso
dentro de ella, de modo que le dio a Ser Lyn su propia estocada. Sonriendo
dulcemente, dijo:
-
Mi
señor padre me dice que la nueva esposa de vuestro hermano espera un hijo.
Corbray le
echó una mirada sombría.
-
Lyonel
manda sus disculpas. Sigue en Hogar con su hija de buhonero, viendo hincharse
su barriga como si fuera el primer hombre que jamás ha dejado preñada a una
moza.
<<Oh,
esa herida sigue abierta>>, pesó Alayne. La primera esposa de Lyonel
Corbray no le había dado más que una frágil y enfermiza criatura que murió en
la infancia, y durante todos aquellos años Ser Lyn había seguido siendo el
heredero de su hermano. Sin embargo, cuando la pobre mujer murió al fin, Petyr
Baelish se había ofrecido a negociar un nuevo matrimonio para Lord Corbray. La
Segunda Lady Corbray tenía dieciséis años y era hija de un rico comerciante de
Puerto Gaviota, pero había llegado con una inmensa dote y los hombres decían que
era una muchacha alta, robusta, sana, de grandes pechos y de buenas y anchas
caderas. Y al parecer, también fértil.
-
Todos
rezamos para que la Madre conceda a Lady Corbray un parto fácil y un hijo sano
–dijo Myranda.
Alayne no pudo
resistirse. Sonrió y dijo:
-
A
mi padre siempre le alegra servir a uno de los leales banderizos de Ser Robert.
Estoy segura de que también estará encantado de ayudar a negociar un matrimonio
para vos, Ser Lyn.
-
Qué
amable por su parte –los labios de Corbray se retrajeron en algo que podía
haber pretendido ser una sonrisa, aunque a Alayne le produjo un escalofrío–.
¿Pero qué necesidad tengo de herederos cuando carezco de tierras y es probable
que así siga, gracias al Lord Protector? No. Decid a vuestro señor padre que no
necesito a ninguna de sus yeguas de cría.
El veneno de
su voz era tan espeso que por un momento ella casi olvidó que Lyn Corbray era
en realidad un esbirro comprado y pagado por su padre. <<¿O no lo era?>>
Quizá en vez de ser el hombre de Petyr que fingía ser su enemigo, en realidad
era su enemigo que fingía ser su hombre fingiendo ser su enemigo.
Sólo pensar en
ello bastó para que le diera vueltas la cabeza. Alayne se apartó bruscamente
del patio… y tropezó con un hombre bajo de rostro afilado, con una mata de
cabello color naranja, que había aparecido tras ella. Su mano se alargó
rápidamente y la asió del brazo antes de que cayera.
-
Mi
señora. Perdonadme si os he cogido de improviso.
-
La
culpa es mía. No es he visto ahí de pie.
-
Los
ratones somos criaturas silenciosas.
Ser Shadrich
era tan bajo que se le podía tomar por un escudero, pero su rostro pertenecía a
un hombre mucho mayor. Ella vio largas leguas en las arrugas de la comisura de
su boca, antiguas batallas en la cicatriz debajo de su oreja y una dureza tras
sus ojos que ningún muchacho tendría jamás. Aquél era un hombre adulto. Aunque
incluso Randa era más alta que él.
-
¿Intentareis
conseguir alas? –dijo la joven Royce.
-
Un
ratón con alas tendría un aspecto ridículo.
-
Quizá
en vez de eso podríais probar con el cuerpo a cuerpo –sugirió Alayne.
El cuerpo a
cuerpo era un añadido de última hora, una concesión a todos los hermanos, tíos,
padres y amigos que habían acompañado a los competidores hasta las Puertas de
la Luna para verlos ganar las alas de plata. Pero habría premios para los
campeones y la oportunidad de obtener rescates.
-
Un
buen cuerpo a cuerpo es todo lo que puede esperar un caballero errante. A menos
que tropiece con una bolsa de dragones. Y eso no es probable, ¿verdad?
-
Supongo
que no. Pero ahora debéis excusarnos, ser. Necesitamos encontrar a mi señor
padre.
Sonaron
cuernos desde lo alto de la muralla.
-
Demasiado
tarde –dijo Myranda–. Ya están aquí. Necesitaremos hacer los honores nosotras
mismas –puso una sonrisa burlona–. La
última en llegar al portón deberá casarse con Uther Shett.
Echaron a
correr, precipitándose de cabeza a través del patio y pasando junto a los
establos, con las faldas ondeando mientras caballeros y sirvientes las miraban
y cerdos y pollos se apartaban ante ellas. Era de lo más impropio en una dama,
pero Alayne pronto se encontró riendo. Durante sólo un breve rato, mientras
corría, olvidó quién era y dónde estaba y se descubrió recordando días fríos y
soleados en Invernalia, cuando solía echar carreras junto a su amiga Jeyne
Poole, con Arya corriendo tras ellas, tratando de mantener su ritmo.
Para cuando
llegaron a las torres del portón, ambas estaban coloradas y jadeando. Myranda
había perdido su capa en algún lugar por el camino. Llegaban justo a tiempo. El
rastrillo se había levantado y una columna de veinte jinetes pasaba por debajo.
A la cabeza cabalgaba Lady Waynwood, la Señora de Roble de Hierro, esbelta y
severa, con su cabello castaño y gris recogido en un pañuelo. Su capa de montar
era de gruesa lana verde adornada con piel marrón y abrochada en la garganta
por un broche de niel con el contorno de la rueda rota de su Casa.
Myranda Royce
se adelantó y esbozó una reverencia.
-
Lady
Anya. Bienvenida a las Puertas de la Luna.
-
Lady
Myranda. Lady Alayne –Anya Waynwood inclinó la cabeza hacia cada una por turnos–.
Es bueno por vuestra parte que nos recibáis. Permitidme que os presente a mi
nieto, Ser Roland Waynwood –señaló con la cabeza al caballero que había
hablado–. Y éste es mi hijo menor, Ser Wallace Waynwood. Y por supuesto mi pupilo,
Ser Harrold Hardyng.
<<Harry
el Heredero>>, pensó Alayne. <<Mi futuro esposo>>, si me
acepta. La invadió un súbito terror. Se preguntó si su rostro estaba colorado.
<<No lo mires fijamente>>, se recordó a sí misma, <<no mires
fijamente, no te quedes boquiabierta. Aparta la vista>>. Después de tanto
correr, su cabello debía ser una maraña horrorosa. Necesitó toda su fuerza de
voluntad para no tratar de ponerse los mechones sueltos en su sitio.
<<Olvida tu estúpido pelo. Tu pelo no importa. Es él quien importa. Él y
los Waynwood>>.
Ser Roland era
el mayor de los tres, aunque no pasaba de los veinticinco. Era más alto y
musculoso que Ser Wallace, pero ambos tenían el rostro alargado y la mandíbula
prominente, el cabello castaño y fibroso y la nariz demacrada. Feúchos y con
caras de caballo, pensó Alayne.
Harry, en
cambio…
<<Mi
Harry, mi señor, mi amado, mi prometido>>.
Cada pulgada
de Ser Harrold Hardyng parecía un auténtico caballero; guapo y bien
proporcionado, erguido como una lanza y de músculos firmes. Ella sabía que
hombres lo bastante viejos para haber conocido a Jon Arryn en su juventud
decían que Ser Harrold se le parecía. Tenía una maraña de cabello rubio
arenoso, ojos azul pálido y nariz aguileña. <<Aunque Joffrey también era
apuesto>>, se recordó a sí misma. <<Un monstruo apuesto, eso es lo
que era. El pequeño Lord Tyrion era más bondadoso, aunque fuese
deforme>>.
Harry la
estaba mirando. <<Sabe quién soy>>, se percató, <<y no parece
contento de verme>>. Sólo entonces
se fijó en su heráldica. Aunque su sobretodo y los arreos de su caballo estaban
decorados con los diamantes rojos y blancos de la Casa Hardyng, su escudo
estaba cuarteado. Las armas de Hardyng y Waynwood aparecían en el primer y en
el tercer cuarto respectivamente, pero en el segundo y último cuarto llevaba la
luna y el halcón de la casa Arryn en azul celeste y blanco. A Robalito no le
gustaría.
Ser Wallace
dijo:
-
¿Somos
los u-u-últimos?
-
Lo
sois, sers –respondió Myranda Royce, sin tener en absoluto en cuenta su
tartamudeo.
-
¿C-c-cuándo
comenzará el torneo?
-
Oh,
pronto, espero –dijo Randa–. Algunos de los competidores llevan aquí casi una
luna, compartiendo la carne y el hidromiel de mi padre. Todos buenos muchachos,
y muy valientes… pero bastante tragones.
Los Waynwood
rieron e incluso Harry el Heredero mostró una leve sonrisa.
-
Nevaba
en los pasos. Si no, habríamos llegado antes –dijo Lady Anya.
-
De
haber sabido que nos aguardaba tal belleza en las Puertas, habríamos volado
–dijo Ser Roland. Aunque sus palabras iban dirigidas a Myranda Royce, mientras
las decía sonrió a Alayne.
-
Para
volar necesitaríais alas –respondió Randa–, y hay algunos caballeros aquí que
podrían tener algo que decir al respecto.
-
Estoy
deseando tener una animada discusión –Ser Roland bajó columpiándose de su
caballo, se volvió hacia Alayne y sonrió–. Había oído que de la hija de Lord
Meñique era hermosa de rostro y llena de gracia, pero nadie me dijo que era una
ladrona.
-
Sois
injusto conmigo, ser. ¡No soy una ladrona!
Ser Roland
puso una mano sobre su corazón.
-
Entonces,
¿cómo explicáis este agujero en mi pecho, de donde me habéis robado el corazón?
-
Sólo
está m-mofándose de vos, mi señora –tartamudeó Ser Wallace–. Mi sobrino nunca
ha tenido corazón.
-
La
rueda de los Waynwood tiene un radio roto, y nosotros tenemos aquí a mi tío
–Ser Rolan le dio a Wallace un coscorrón detrás de la oreja–. Los escuderos
deben callarse cuando los caballeros hablan.
Ser Wallace
enrojeció.
-
Ya
no soy e-escudero, mi señora. Mi s-sobrino sabe muy bien que fui
a-a-arm-a-a-arm…
-
¿Armado
caballero? –sugirió Alayne amablemente.
-
Armado
–dijo Wallace Waynwood, agradecido.
<<Robb
tendría su edad si siguiera vivo>>, no pudo evitar pensar ella,
<<pero Robb murió siendo rey, y éste es sólo un muchacho>>.
-
Mi
señor padre os ha asignado habitaciones en la Torre Oriental –decía Lady Myranda
a Lady Waynwood–, pero temo que vuestros caballeros necesitarán compartir cama.
Las Puertas de la Luna jamás se hicieron para alojar a tantos nobles
visitantes.
-
Vos
estáis en la Torre del Halcón, Ser Harrold –intervino Alayne. <<Muy lejos
de Robalito>>. Sabía que eso era intencionado. Petyr Baelish no dejaba
esas cosas al azar–. Si os place, yo misma os mostraré vuestros aposentos.
Esta vez sus
ojos se encontraron con los de Harry. Sonrió sólo para él y dijo una silenciosa
oración a la Doncella. <<Por favor, no necesita amarme, sólo haz que yo
le guste, sólo un poco, eso será suficiente por ahora>>.
Ser Harrold la
miró fríamente.
-
¿Por
qué debería placerme que me acompañe a ninguna parte la bastarda de Meñique?
Los tres
Waynwood lo miraron con desconfianza.
-
Eres
un invitado aquí, Harry –le recordó Lady Anya con voz glacial–- Asegúrate de
recordarlo.
<<La
armadura de una dama es su cortesía>>. Alayna pudo sentir la sangre
subiendo a su rostro. <<Sin lágrimas>>, rezó. <<Por favor,
por favor, no debo llorar>>.
-
Como
deseéis, ser. Y ahora, si me excusáis, la bastarda de Meñique debe encontrar a
su señor padre y hacerle saber que habéis venido, para que podamos comenzar
mañana el torneo.
<<Y
ojalá dé un traspiés vuestro caballo, Harry el Heredero, para que os caigáis sobre
vuestra estúpida cabeza en el primer combate>>. Mostró a los Waynwood una
mirada de piedra mientras ellos soltaban incómodas disculpas por su
acompañante. Cuando acabaron, ella se dio la vuelta y se marchó.
Junto a la
torre del homenaje, tropezó de cabeza con Ser Lothor Brune y casi lo hizo caer.
-
¿Harry
el Heredero? Harry el Asno, dijo yo. Sólo es un escudero con pretensiones.
Alayne le
estuvo tan agradecida que lo abrazó.
-
Gracias.
¿Habéis visto a mi padre, ser?
-
Abajo,
en los sótanos –dijo ser Lothar–, inspeccionando los graneros de Lord Nestor
con Lord Grafton y Lord Belmore.
Los sótanos
eran grandes, oscuros y sucísimos. Alayne encendió una vela y se sujetó la
falda mientras descendía. Cerca del fondo, oyó retumbar la voz de Lord Grafton
y la siguió.
-
Los
mercaderes claman por comprar y los señores por vender –decía el de Puerto
Gaviota cuando ella los encontró. Aunque no era alto, Grafton era ancho, de
brazos y hombros gruesos. Su cabello era una maraña rubia oscura–. ¿Cómo voy a
detenerlos, mi señor?
-
Poned
guardias en los muelles. Si es necesario, incautad los barcos. No importa cómo,
mientras no salga comida del Valle.
-
Esos
precios, sin embargo –protestó el gordo Lord Belmore–, esos precios son más que
justos.
-
Decís
más que justos, mi señor. Yo digo que menos de lo que queremos. Esperad. Si es
necesario, comprad vos mismo la comida y mantenedla almacenada. Se acerca el
invierno. Los precios deben subir.
-
Quizás
–dijo Belmore, sin estar convencido.
-
Yohn
Bronce no esperará –protestó Grafton–. No necesita mandar barcos desde Puerto
Gaviota. Tiene sus propios puertos. Mientras guardamos nuestra cosecha, Royce y
los demás Señores Recusadores convertirán la suya en plata, podéis estar
seguro.
-
Confiemos
en que sí –dijo Petyr–. Cuando sus graneros estén vacíos, necesitarán cada
retazo de plata para comprarnos sustento. Y ahora si me excusáis, mis señores,
parece que mi hija me necesita.
-
Lady
Alayne –dijo Lord Grafton–. Os brillan los ojos esta mañana.
-
Sois
amable al decirlo, mi señor. Padre, siento molestaros, pero pensé que querríais
saber que los Waynwood han llegado.
-
¿Y
está Ser Harrold con ellos?
<<El
horrible Ser Harrold>>.
-
Está.
Lord Belmure
rió.
-
Nunca
creí que Royce le permitiría venir. ¿Es ciego, o meramente estúpido?
-
Es
honorable. A veces equivale a lo mismo. Si le negaba al muchacho la oportunidad
de demostrar su valía, podía abrir una grieta entre ellos, ¿así que por qué no
permitirle combatir? El muchacho no es de ningún modo lo bastante diestro como
para ganarse un puesto entre los Caballeros Alados.
-
Supongo
que no –dijo Belmore a regañadientes. Lord Grafton besó a Alayne en la mano y
ambos señores se fueron, dejándola a solas con su señor padre.
-
Ven
–dijo Petyr–, camina conmigo –la cogió del brazo y la llevó más hacia el fondo
de los sótanos, pasando junto a una mazmorra vacía–. ¿Y cómo fue tu primer
encuentro con Harry el Heredero?
-
Es
horrible.
-
El
mundo está lleno de horrores, cariño. Ahora ya deberías saberlo. Has visto
suficientes de ellos.
-
Sí
–dijo ella–, ¿pero por qué tiene él que ser tan cruel? Me llamó tu bastarda.
Justo en el patio, enfrente de todos.
-
Hasta
donde él sabe, eso es lo que eres. Este compromiso nunca fue idea suya, y sin
duda Yohn Bronze le ha advertido acerca de mis ardides. Tú eres mi hija. No
confía en ti, y cree que no eres digna de él.
-
Bueno,
no lo soy. Puede pensar que es un gran caballero, pero Ser Lothor dice que sólo
es un escudero con pretensiones.
Petyr la rodeó
con su brazo.
-
Así
es, pero también es el heredero de Robert. Traer a Harry aquí fue el primer
paso de nuestro plan, pero ahora necesitamos que se quede, y sólo tú puedes
hacerlo. Tiene debilidad por los rostros bonitos, ¿y qué rostros es más bonito
que el tuyo? Encántalo. Embelésalo. Hechízalo.
-
No
sé cómo –dijo ella tristemente.
-
Oh,
yo creo que sí –dijo Meñique, con una de aquellas sonrisas que no llegaban a
sus ojos–. Esta noche serás la mujer más hermosa del salón, tan bella como tu
señora madre a tu edad. No puedo sentarte en el estrado, pero tendrás un lugar
de honor por encima de la sal y bajo un candelabro de pared. El fuego
resplandecerá en tu pelo, para que todos vean lo guapo que es tu rostro. Mantén
una cuchara larga en tu mano para ahuyentar a golpes a los escuderos, cariñito
mío. No querrás a muchachos verdes a tus pies cuando los caballeros vengan a
suplicarte una prenda.
-
¿Quién
pedirá llevar la prenda de una bastarda?
-
Harry,
si tiene la inteligencia que los dioses darían a un ganso… pero no se la des a
él. Escoge a otro galán y concédesela. No querrás parecer demasiado impaciente.
-
No
–dijo Alayne.
-
Lady
Waynwood insistirá en que Harry baile contigo, eso puedo prometértelo. Esa será
tu oportunidad. Sonríe al muchacho. Tócalo cuando habléis. Mófate de el para
picar su orgullo. Si parece responder, dile que te sientes débil y pídele que
te lleve afuera a por una bocanada de aire fresco. Ningún caballero podría
rechazar tal petición de una guapa doncella.
-
Sí
–dijo ella –, pero él piensa que soy una bastarda.
-
Una
hermosa bastarda, y la hija del Lord Protector –Petyr la hizo acercarse y la
besó en ambas mejillas–. La noche te pertenece, cariñito. Recuérdalo siempre.
-
Lo
intentaré, padre –dijo ella.
El banquete
resultó ser todo cuanto su padre había prometido.
Se sirvieron
sesenta y cuatro platos en honor a los sesenta y cuatro competidores que habían
venido desde tan lejos para competir ante su señor por las alas de plata. De
los ríos y lagos vinieron lucios, truchas y salmones, de los mares cangrejos,
bacalao y arenque. Hubo patos y capones, pavos reales con sus plumas y cisnes
en leche de almendra. Se sirvieron lechones crujientes con manzanas en la boca,
y tres inmensos uros fueron asados enteros sobre hogueras en el patio del
castillo, pues eran demasiado grandes para entrar por las puertas de la cocina.
Barras de pan caliente llenaban las mesas de caballete del salón de Lord
Nestor, e inmensas bolas de queso fueron subidas de los sótanos. La manteca
estaba recién batida y había puerros y zanahorias, cebollas asadas, remolachas,
nabos y chirivías. Y lo mejor de todo, los cocineros de Lord Nestor prepararon
una espléndida exquisitez, una tarta de limón con la forma de la Lanza del
Gigante, de doce pies de altura y adornada con un Nido de Águilas hecho de
azúcar.
<<Para
mí>>, penso Alayne mientras la sacaban. A Robalito también le encantaban
las tartas de limón, pero sólo después de que ella le dijera que eran sus
favoritas. La tarta había requerido todos los limones del valle, pero Petyr
había prometido que enviaría a buscar más a Dorne.
También hubo
regalos, espléndidos regalos. Cada uno de los competidores recibió una capa de
tela de plata y un broche de lapislázuli con la forma de un par de alas de
halcón. Se entregaron dagas de fino acero a los hermanos, padres y amigos que
habían venido a verlos combatir. Para sus madres, hermanas y damas hubo rollos
de seda y encajes de Myr.
-
Nestor
tiene la mano generosa –oyó Alayne decir a Ser Edmund Breakstone.
-
La
mano generosa y un meñique –respondió Lady Waynwood, inclinando la cabeza hacia
Petyr Baelish.
Breakstone no tardó
en captar a qué se refería. La verdadera fuente de aquella generosidad no era
Lord Nestor, sino el Lord Protector.
Cuando se hubo
servido y retirado el último plato, las mesas fueron levantadas de sus
caballetes para despejar el suelo para el baile, y se hizo entrar a los
músicos.
-
¿No
hay cantantes? –preguntó Ben Coldwater.
-
El
pequeño lord no puede soportarlos –respondió Ser Lymond Lynderly–. No desde lo
de Marillion.
-
Ah…
ése fue el hombre que asesinó a Lady Lysa, ¿verdad?
Alayne explicó:
-
Sus
canciones la agradaban mucho, y ella le mostró quizás demasiado favoritismo.
Cuando se casó con mi padre, él se volvió loco y la empujó por la Puerta de la
Luna. Desde entonces Lord Robert odia oír cantar. Sin embargo, aún le tiene
cariño a la música.
-
Como
yo –dijo Coldwater. Levantándose, ofreció su mano a Alayne–. ¿Me honrareis con
este baile, mi señora?
-
Sois
muy amable –dijo ella, mientras él la conducía a la zona de danza.
Fue su primera
pareja de baile de la tarde, pero ni mucho menos la última. Tal y como Petyr
había prometido, los jóvenes cabañeros se apiñaron a su alrededor. Después de
Ben vino Andrew Tollett, el guapo Ser Byron, Ser Morgath el de la nariz colorada
y Ser Shadrich el Ratón Loco. Luego Ser Albar Royce, el gordo y aburrido
hermano de Myranda y heredero de Lord Nestor. Bailó con los tres Sunderland,
ninguno de los cuales tenía membranas entre los dedos de las manos, aunque ella
no pudo garantizar que no las tuvieran entre los de sus pies. Uther Shett apareció
para hacerle zalameros cumplidos mientras le pisaba los pies, pero fue Ser
Targon el Medio Salvaje quien demostró ser el espíritu de la cortesía. Tras
eso, Ser Roland Waynwood la arrastró con él y la hizo reír con comentarios
burlones sobre la mitad de los demás caballeros del salón. A su tío Wallace le llegó
también el turno y trató de hacer lo mismo, pero no le vinieron las palabras.
Al final Alayne se apiadó de él y comenzó a charlar alegremente para ahorrarle la
vergüenza. Cuando el baile terminó, ella se excusó y volvió a su sitio para
tomar un trago de vino.
Y allí estaba
él, Harry el Heredero; alto, guapo y con el ceño fruncido.
-
Lady
Alayne, ¿puedo acompañaros en este baile?
Ella se lo
pensó durante un momento.
-
No,
creo que no.
A él se le
subió el color a las mejillas.
-
Fui
imperdonablemente grosero con vos en el patio. Debéis perdonarme.
-
¿Debo?
–se sacudió el cabello, bebió un sorbo de vino y lo hizo esperar–. ¿Cómo se
puede perdonar a alguien que es imperdonablemente grosero? ¿Me lo explicaríais,
ser?
Ser Harrold pareció
confuso.
-
Por
favor. Un baile.
<<Encántalo.
Embelésalo. Hechízalo>>.
-
Si
insistís.
Él asintió con
la cabeza, le ofreció su brazo y la condujo a la zona de danza. Mientras
aguardaban a que se reanudara la música, Alayne echó una mirada al estrado,
donde Lord Robert estaba sentado mirándolos fijamente. <<Por favor>>,
rezó ella, <<que no empiece a temblar y a retorcerse. No aquí. No ahora>>.
El Maestre Coleman se habría asegurado de que él bebiera una fuerte dosis de sueño
dulce antes del banquete, pero aun así…
Los músicos
iniciaron una canción y ella se encontró bailando.
<<Di
algo>>, se instó a sí misma. <<Nunca harás que Ser Harry te ame si no tienes el coraje de hablarle>>. ¿Debía
decirle lo buen bailarín que era? <<No. Probablemente ha oído eso una
docena de veces esta noche. Además, Petyr dijo que no debo parecer impaciente>>.
En vez de eso dijo:
-
He
oído que estáis a punto de ser padre.
No era algo
que la mayoría de las muchachas dijeran a su casi prometido, pero ella quería
ver si Ser Harry mentía.
-
Por
segunda vez. Mi hija Alys tiene dos años.
<<Vuestra
hija bastarda Alys>>, pensó Alayne, pero lo que dijo fue:
-
Aunque
ésa tuvo una madre distinta.
-
Sí,
Cissy era guapa cuando me revolqué con ella, pero el parto la dejó tan gorda
como una vaca, así que Lady Anya dispuso que se casara con uno de sus hombres
de armas. Con Saffron es distinto.
-
¿Saffron?
–Alayne trató de no reír–. ¿De veras?
-
Su
padre dice que para él ella es más preciada que el oro. Es rico; el hombre más
rico de Puerto Gaviota. Una fortuna en especias.
-
¿Cómo
llamareis a la criatura? –preguntó ella– ¿Canela si es una niña? ¿Clavo si es
un niño?
Aquello casi
lo hizo dar un traspié.
-
Os
burláis, mi señora.
-
Oh,
no.
<<Petyr dará alaridos cuando le cuente lo que he dicho>>.
-
Saffron
es muy hermosa. Os la describiré. Alta y esbelta, de grandes ojos marrones y
cabello como la miel.
Alayne levantó
la cabeza.
-
¿Más
hermosa que yo?
Ser Harrold
estudió su rostro.
-
Sois
bastante atractiva, os lo concedo. Cuando Lady Anya me habló por primera vez de
este compromiso, temí que pudierais tener el mismo aspecto que vuestro padre.
-
¿Con
mi pequeña barba puntiaguda y todo? –rió Alayne.
-
Nunca
quise decir…
-
Confío
en que luchéis mejor de lo que habláis.
Por un momento
él pareció estupefacto. Pero al terminar la canción, rompió a reír.
-
Nadie
me dijo que erais ingeniosa.
<<Tiene
buenos dientes, pensó ella, rectos y blancos. Y cuando sonríe, sus hoyuelos son
de lo más bonito>>. Deslizó un dedo por su mejilla.
-
Si
llegamos a casarnos, tendréis que enviar a Saffron de vuelta con su padre. Yo
seré la única especia que querréis.
Él sonrió burlonamente.
-
Os
haré cumplir esa promesa, mi señora. Hasta ese día, ¿puedo llevar vuestra
prenda en el torneo?
-
No
podéis. Ya está prometida… a otro.
Aún no estaba
segura de a quien, pero sabía que encontraría a alguien.