sábado, 11 de abril de 2015

Capítulo de muestra de `Vientos de Invierno´: Sansa

Y ya van cuatro. Bueno, cuatro publicados en la página oficial de George RR Martin. Hay otros que él ha leído en convenciones y de los cuales se pueden encontrar transcripciones y traducciones en la red. Sin embargo, esos los he ignorado porque suelen estar incompletos y además resulta muy difícil traducir un texto que alguien lee en un vídeo de Youtube.
Como en el capítulo anterior sobre Arya, éste no se titula Sansa sino Alayne, ya que como recordaréis, Sansa lleva desde Festín de Cuervos haciéndose pasar por Alayne Piedra, la supuesta hija bastarda de Meñique. Al leerlo, tened en cuenta que el texto original no parece ser la versión definitiva del capítulo. Algunas palabras parecen estar fuera de contexto -como el verbo "shutter", que muchos creen que debería ser "shudder"- y en la parte final los pensamientos de Arya dejan de aparecer subrayados (yo los he puesto con cuñas, como en la edición española de los anteriores libros). También notaréis algún detalle extraño, como que al hijo menor de Lady Waynwood se le describa como "el caballero que había hablado"... antes de que diga ni una palabra. Espero que Martin y sus editores corrijan todo esto antes de publicar el libro. Y también espero que se publique antes de 2020, que ya empezamos todos a tener una cierta edad.


SANSA (ALAYNE)

           Estaba leyéndole a su pequeño señor un cuento sobre el Caballero Alado cuando Mya Piedra, vestida con botas y cuero de montar y con un fuerte olor a establo, vino a llamar a la puerta del aposento. Mya tenía paja en el cabello y llevaba el ceño fruncido.  <<Ese ceño fruncido es por tener a Mychel Redfort cerca>>, supo Alayne.
-        Señoría –informó Mya a Lord Robert–, se han visto los estandartes de Lady Waynwood a una hora de camino. Pronto estará aquí con vuestro primo Harry. ¿Deseáis recibirlos?
<<¿Por qué tenía que mencionar a Harry?>> pensó Alayne. <<Ahora jamás sacaremos a Robalito de la cama>>. El muchacho dio un manotazo a una almohada.
-        Haced que se vayan. Yo jamás les pedí que vinieran.
Mya pareció desconcertada. No había en el Valle quien manejara mejor una mula, pero un joven señor era otra cosa.
-        Fueron invitados al torneo –dijo ella, indecisa–. Yo no…
Alayne cerró su libro.
-        Gracias, Mya. Permíteme hablar con Lord Robert, si no te importa.
Con claro alivio en su rostro, Mya se fue sin más palabras.
-        Odio a ese Harry –dijo Robalito cuando ella se hubo ido–. Me llama primo, pero sólo está esperando a que yo muera para apoderarse del Nido de Águilas. Cree que no lo sé, pero se equivoca.
-        Vuestra señoría no debería creer esas tonterías –dijo Alayne–. Estoy segura de que Ser Harrold os quiere bien. <<Y si los dioses son buenos, también me querrá a mí>>.
Sintió un pequeño aleteo en la barriga.
-        No me quiere –insistió Lord Robert–. Quiere el castillo de mi padre, eso es todo, así que finge quererme –el muchacho apretó la manta contra su pecho cubierto de granos–. No quiero que te cases con él, Alayne. Soy el Señor del Nido de Águilas y lo prohíbo –sonaba como si estuviera a punto de llorar–. Deberías casarte conmigo, en vez de con él. Podríamos dormir en la misma cama todas las noches y tú podrías leerme historias.
<<Ningún hombre podrá casarse conmigo mientras mi esposo enano siga vivo en alguna parte del mundo>>. La reina Cersei había reunido las cabezas de una docena de enanos, afirmaba Petyr, pero ninguna era la de Tyrion.
-        Robalito, no debéis decir esas cosas. Sois el Señor del Nido de Águilas y el Defensor del Valle, y debéis casaros con una dama de alcurnia y tener un hijo que se siente en el gran salón de la casa Arryn cuando os hayáis ido.
Robert se limpió la nariz.
-        Pero yo quiero…
Ella puso un dedo en sus labios.
-        Sé lo que queréis, pero no puede ser. No soy la esposa adecuada para vos. Nací siendo bastarda.
-        No me importa. Os amo más que a nadie.
<<Sois tan tontito>>
-        A vuestros banderizos sí les importará. Algunos llaman a mi padre presumido y ambicioso. Si me tomarais por esposa, dirán que él os obligó a hacerlo, que no fue vuestro deseo. Los Señores Recusadores podrían volver a empuñar las armas contra él, y nos ejecutarían a él y a mí.
-        ¡No les permitiré que te hagan daño! –dijo Lord Robert– Si lo intentan, los haré volar a todos –su mano empezó a temblar.
Alayne le cogió los dedos.
-        Vamos, mi Robalito, calmaos ahora –cuando el temblor pasó, ella dijo –Debéis tener una esposa apropiada, una doncella legítima y de noble cuna.
-        No. Quiero casarme contigo, Alayne.
<<Vuestra madre tuvo esa misma intención una vez, pero entonces yo era legítima y noble>>.
-        Mi señor es amable al decirlo –Alayne le alisó el cabello. Lady Lysa nunca había permitido que los sirvientes se lo tocaran. Después de que ella muriera, Robert había sufrido temblores terribles cada vez que alguien se le acercaba con una navaja, de modo que lo habían dejado crecer hasta que le calló sobre sus redondeados hombros y hasta la mitad de su blanco y flácido pecho <<Tiene el cabello bonito. Si los dioses son buenos y vive lo bastante para casarse, seguro que su esposa admirará su cabello. Es lo único que amará de él>>–. Cualquier hijo que tuviéramos sería plebeyo. Sólo un hijo legítimo de la casa Arryn puede reemplazar a Ser Harrold como vuestro heredero. Mi padre encontrará a una esposa adecuada para vos, alguna muchacha de alta cuna mucho más guapa que yo. Cazareis y usaréis halcones juntos, y ella os dará su prenda para que la llevéis en los torneos. En poco tiempo, me habréis olvidado por completo.
-        No lo haré.
-        Lo haréis. Debéis hacerlo –su voz era firme, pero dulce.
-        El Señor del Nido de Águilas puede hacer lo que le plazca. ¿No puedo seguir amándote, incluso si tengo que casarme con ella? Ser Harrold tiene una mujer plebeya. Benjicot dice que ella lleva dentro a su bastardo.
<<Benjicot debería aprender a tener cerrada esa boca de tonto>>.
-        ¿Es eso lo que tendríais conmigo? ¿Un bastardo? –apartó los dedos de la mano de él– ¿Me deshonraríais de ese modo?
El muchacho pareció afligido.
-        No. Nunca tuve intención…
Alayne se puso en pie.
-        Si le place a mi señor, debo ir a buscar a mi padre. Alguien debe recibir a Lady Waynwood.
Antes de que su pequeño Lord pudiera encontrar palabras para protestar, le hizo una rápida reverencia y salió del aposento, corriendo por el pasillo y a través de un puente cubierto hacia las habitaciones del Lord Protector.
Cuando había dejado a Petyr Baelish aquella mañana, él estaba desayunando con el viejo Oswell, quien había llegado de Puerto Gaviota en un sudoroso caballo la noche anterior. Confió en que aún siguieran hablando, pero el solar de Petyr resultó estar vacío. Alguien había dejado una ventana abierta y una pila de papeles había volado hasta el suelo. El Sol entraba oblicuamente por las gruesas ventanas amarillas y motas de polvo danzaban a la luz como diminutos insectos dorados. Aunque arriba la nieve había cubierto las cumbres de la Lanza del Gigante, bajo la montaña el otoño persistía y el trigo invernal maduraba en los campos. Tras la ventana podía oír las risas de las lavanderas en el pozo y el estruendo de acero contra acero en el pabellón donde se ejercitaban los caballeros. <<Buenos sonidos>>.
A Alayne le encantaba estar allí. Se sentía viva de nuevo, por primera vez desde que su padre… desde que Lord Eddard Stark había muerto.
Cerró la ventana, recogió los papeles caídos y los apiló sobre la mesa. Uno era una lista de competidores. Sesenta y cuatro caballeros habían sido invitados a competir por puestos en la nueva Hermandad de Caballeros Alados de Robert Arryn, y los sesenta y cuatro habían venido al torneo por el derecho a llevar alas de halcón sobre sus yelmos y guardar a su señor.
Los competidores venían de todo el Valle, desde las montañas hasta la costa, desde Puerto Gaviota, la Puerta de la Sangre e incluso las Tres Hermanas. Aunque algunos estaban comprometidos, sólo tres estaban casados; se esperaba que los ochos vencedores pasaran los próximos tres años junto a Lord Robert como su guardia personal (Alayne había sugerido siete, como la Guardia Real, pero Robalito había insistido en que él debía tener más guardias que el rey Tommen), de modo que los hombres más maduros con esposas e hijos no habían sido invitados.
<<Y han venido>>, pensó Alayne con orgullo. <<Todos han venido>>.
Había salido justo como Petyr había dicho que saldría el día en que los cuervos volaron.
-        Son jóvenes, entusiastas y ansiosos de aventura y de renombre. Lisa no les permitió ir a la guerra. Esta es su mejor alternativa. Una oportunidad para servir a su señor y demostrar sus habilidades. Vendrán. Incluso Harry el Heredero –le había alisado el pelo y besado en la frente–. Qué hija tan ingeniosa eres.
<<Fue ingenioso>>. El torneo, los premios, los caballeros alados, todo había sido idea de ella. La madre de Lord Robert lo había llenado de temores, pero él siempre encontraba valor para los cuentos que ella le leía sobre Ser Artys Arryn, el Caballero Alado de la leyenda, fundador de su linaje. <<¿Por qué no rodearlo de Caballeros Alados?>> había pensado ella una noche, después de que al fin Robalito se quedara dormido. Y apenas le hubo contado a Petyr su idea, él se dispuso a hacerla realidad. <<Querrá estar allí para recibir a Ser Harrold. ¿Dónde puede haber ido?>>
Alayne bajó corriendo las escaleras de la torre para entrar en la galería al final del Gran Salón. Frente a ella, los sirvientes estaban colocando mesas de caballete para el banquete de por la tarde, mientras sus esposas e hijas barrían la paja vieja y esparcían paja nueva. Lord Nestor le estaba mostrando a Lady Waxley sus preciados tapices, con sus escenas de cacería y persecución. Los mismos paneles habían colgado una vez en la Fortaleza Roja de Desembarco del Rey, cuando Robert se sentaba en el Trono de Hierro. Joffrey los había hecho retirar y habían languidecido en algún sótano hasta que Petyr Baelish se ocupó de que fueran llevados al Valle como regalo para Nestor Royce. Los tapices no sólo eran bonitos, sino que el Mayordomo Jefe se deleitaba diciéndole a quienquiera que le oyese que una vez habían pertenecido a un rey.
Petyr no estaba en el Gran Salón. Alayne cruzó la galería y descendió por la escalera construida en la gruesa pared occidental para salir al pabellón interior, donde se celebrarían las justas. Se habían levantado tribunas para todos aquellos que vinieran a verlas, con cuatro largas barreras de torneo entre ellas. Los hombres de Lord Nestor estaban pintando las barreras de blanco, cubriendo las tribunas con coloridas banderas y colgando escudos del portón por el que pasarían los competidores cuando hicieran su entrada.
En el extremo norte del patio se habían dispuesto tres estafermos y algunos de los competidores cargaban a caballo contra ellos. Alayne los reconoció por sus escudos; las campanas de Belmore, las víboras verdes de Lynderlys, el trineo rojo de Breakstone y las piras negras y grises de la Casa Tollett. Ser Mychel Redfort hizo girar un estafermo con un golpe perfectamente dado. Era uno de los favoritos para ganar las alas.
Petyr no estaba en los estafermos ni en ningún otro lugar del patio, pero cuando ella se volvía para irse la llamó una voz de mujer:
-        ¡Alayne! –gritó Myranda Royce desde un banco de piedra tallada debajo de un haya, donde estaba sentada entre dos hombres. Parecía necesitar que la rescataran. Sonriendo, Alayne anduvo hacia su amiga.
Myranda lucía un bonito vestido de lana gris, una capa verde con capucha y una mirada bastante desesperada. A cada lado de ella se sentaba un caballero. El de su derecha tenía la barba canosa, la cabeza calva, y donde debería haber estado su regazo, una barriga que se derramaba por encima del cinturón de su espada. El de su izquierda era no mayor de dieciocho años y flaco como una lanza. Sus bigotes colorados sólo servían para ocultar parcialmente los granos vivamente rojos que puntuaban su rostro.
El caballero calvo vestía un sobretodo azul oscuro engalanado con un enorme par de labios rosados. El muchacho pelirrojo de los granos respondía con nueve gaviotas blancas sobre un fondo marrón, que lo señalaban como un Shett de Puerto Gaviota. Observaba tan intensamente los pechos de Myranda que apenas notó a Alayne hasta que Myranda se levantó para abrazarla.
-        Gracias, gracias, gracias –murmuró Randa en su oído, antes de volverse para decir –Sers, ¿me permitís que os presente a Lady Alayne Piedra?
-        La hija del Lord Protector –anunció el caballero calvo, lleno de cordial galantería. Se levantó pesadamente–. Veo que tan rolliza y tan hermosa como se dice de ella.
Para no quedarse atrás, el caballero de los granos se levantó de un salto y dijo:
-        Ser Ossifer dice la verdad. Sois la doncella más hermosa de todos los Siete Reinos.
Quizá hubiera sido una gentileza más dulce si él no la hubiera dirigido a sus pechos.
-        ¿Y vos habéis visto a todas esas doncellas, ser? –le preguntó Alayne– Sois joven para haber viajado tanto.
Él se sonrojó, lo cual hizo que sus granos fueran aún más llamativos.
-        No, mi señora. Soy de Puerto Gaviota.
<<Y yo no, aunque Alayne nació allí>>. Tendría que tener cuidado cuando estuviera cerca de él.
-        Recuerdo Puerto Gaviota con cariño –le dijo, con una sonrisa tan vaga como agradable. Preguntó a Myranda:
-        ¿Por casualidad sabes dónde ha ido mi padre?
-        Dejad que os lleve con él, mi señora.
-        Confío en que me perdonéis por privaros de la compañía de Lady Myranda –dijo Alayne a los caballeros. No aguardó una respuesta, sino que tomó del brazo a la muchacha mayor y la alejó del banco. Sólo cuando estuvieron lejos de sus oídos murmuró– ¿Realmente sabes dónde está mi padre?
-        Por supuesto que no. Camina más deprisa. Mis nuevos pretendientes pueden seguirnos– Myranda hizo una mueca–. Ossifer Labios es el caballero más soso del Valle, pero Uther Shett aspira a sus laureles. Rezo para que se batan en duelo por mi mano y se maten entre sí.
Alayne soltó una risita.
-        Seguro que Lord Nestor no tomaría en serio una petición de mano de tales hombres.
-        Oh, podría hacerlo. Mi padre está molesto conmigo por matar a mi anterior esposo y causarle tantos problemas.
-        No es culpa tuya que él muriera.
-        Que yo recuerde, no había nadie más en la cama.
Alayne no pudo evitar estremecerse. El marido de Myranda había muerto cuando hacía el amor con ella.
-        Aquellos hombres de las Hermanas que vinieron ayer eran galantes –dijo, para cambiar de tema–. Si no te gustan Ser Ossifer o ser Uther, cásate con uno de ellos. El más joven me pareció muy guapo.
-        ¿El de la capa de piel de foca? –dijo Randa, incrédula.
-        Uno de sus hermanos, entonces.
Myranda puso los ojos en blanco.
-        Son de las Hermanas. ¿Alguna vez has conocido a un hombre de las Hermanas que supiera luchar en un torneo? Limpian sus espadas con aceite de bacalao y se lavan en cubas de agua de mar fría.
-        Bueno –dijo Alayne–, al menos son limpios.
-        Algunos tienes membranas entre los dedos de los pies. Antes me casaría con Lord Petyr. Entonces sería tu madre. ¿Cómo es de pequeño su meñique, te pregunto?
Alayne no consideró la pregunta digna de respuesta.
-        Lady Waynwood estará aquí pronto con sus hijos.
-        ¿Es eso una promesa o una amenaza? –dijo Myranda– Creo que la primera Lady Waynwood debe haber sido una yegua. ¿Cómo se explica si no que todos los Waynwood varones tengan cara de caballo? Si alguna vez me casara con un Waynwood, él tendría que prometer ponerse su casco cuando deseara follarme, y mantener el visor cerrado –le dio a Alayne un pellizco en el brazo–. Aunque mi Harry estará con ellos. Me doy cuenta de que no lo has mencionado. Nunca te perdonaré que me lo robaras. Es el muchacho con el que quiero casarme.
-        El compromiso fue obra de mi padre –protestó Alayne, como había hecho un centenar de veces antes. <<Solo está mofándose>>, se dijo… pero tras las burlas, podía oír su dolor.
Myranda se detuvo para mirar a los caballeros que practicaban en el otro extremo del patio.
-        Ésa es justo la clase de marido que necesito.
A algunos pies de distancia, dos caballeros luchaban con espadas romas de práctica. Sus hojas chocaron dos veces y luego se deslizaron entre sí, sólo para ser bloqueadas por escudos alzados, pero el hombre más grande cedió terreno con el impacto. Desde donde estaba, Alayne no podía ver la parte frontal de su escudo, pero su atacante llevaba tres cuervos volando, cada uno aferrando un corazón rojo entre sus garras. <<Tres corazones y tres cuervos>>.
Justo entonces supo cómo acabaría la lucha.
Unos momentos más y el grandullón se derrumbó aturdido en el suelo con el yelmo torcido. Cuando su escudero desató las correas para descubrir su cabeza, le caían gotas de sangre por la cabellera. <<Si las espadas no hubieran sido romas, habría sesos también>>. Aquel último golpe en la cabeza había sido tan fuerte que Alayne se había estremecido por simpatía al sentirlo. Myranda Royce observó al vencedor pensativamente.
-        ¿Crees que si se lo pidiera educadamente Ser Lyn mataría a mis pretendientes por mí?
-        Quizás por una gruesa bolsa de oro –Ser Lyn Corbray siempre estaba desesperadamente corto de dinero, todo el Valle lo sabía.
-        Por desgracia, todo lo que tengo es un grueso par de tetas. Aunque con ser Lyn, me serviría mejor una gruesa salchicha bajo mis faldas.
La risa tonta de Alayne atrajo la atención de Corbray. Pasó su escudo a su escudero con aspecto de patán y se quitó su yelmo y su cofia acolchada.
-        Señoras.
Su largo cabello castaño estaba pegado a su frente por el sudor.
-        Buen golpe, Ser Lyn –dijo Alayne–. Aunque me temo que habéis dejado al pobre Ser Owen sin sentido.
-        No lo tenía desde el principio, o si no, no me habría puesto a prueba.
En eso hay algo de verdad, pensó Alayne, pero aquella mañana había algún demonio travieso dentro de ella, de modo que le dio a Ser Lyn su propia estocada. Sonriendo dulcemente, dijo:
-        Mi señor padre me dice que la nueva esposa de vuestro hermano espera un hijo.
Corbray le echó una mirada sombría.
-        Lyonel manda sus disculpas. Sigue en Hogar con su hija de buhonero, viendo hincharse su barriga como si fuera el primer hombre que jamás ha dejado preñada a una moza.
<<Oh, esa herida sigue abierta>>, pesó Alayne. La primera esposa de Lyonel Corbray no le había dado más que una frágil y enfermiza criatura que murió en la infancia, y durante todos aquellos años Ser Lyn había seguido siendo el heredero de su hermano. Sin embargo, cuando la pobre mujer murió al fin, Petyr Baelish se había ofrecido a negociar un nuevo matrimonio para Lord Corbray. La Segunda Lady Corbray tenía dieciséis años y era hija de un rico comerciante de Puerto Gaviota, pero había llegado con una inmensa dote y los hombres decían que era una muchacha alta, robusta, sana, de grandes pechos y de buenas y anchas caderas. Y al parecer, también fértil.
-        Todos rezamos para que la Madre conceda a Lady Corbray un parto fácil y un hijo sano –dijo Myranda.
Alayne no pudo resistirse. Sonrió y dijo:
-        A mi padre siempre le alegra servir a uno de los leales banderizos de Ser Robert. Estoy segura de que también estará encantado de ayudar a negociar un matrimonio para vos, Ser Lyn.
-        Qué amable por su parte –los labios de Corbray se retrajeron en algo que podía haber pretendido ser una sonrisa, aunque a Alayne le produjo un escalofrío–. ¿Pero qué necesidad tengo de herederos cuando carezco de tierras y es probable que así siga, gracias al Lord Protector? No. Decid a vuestro señor padre que no necesito a ninguna de sus yeguas de cría.
El veneno de su voz era tan espeso que por un momento ella casi olvidó que Lyn Corbray era en realidad un esbirro comprado y pagado por su padre. <<¿O no lo era?>> Quizá en vez de ser el hombre de Petyr que fingía ser su enemigo, en realidad era su enemigo que fingía ser su hombre fingiendo ser su enemigo.
Sólo pensar en ello bastó para que le diera vueltas la cabeza. Alayne se apartó bruscamente del patio… y tropezó con un hombre bajo de rostro afilado, con una mata de cabello color naranja, que había aparecido tras ella. Su mano se alargó rápidamente y la asió del brazo antes de que cayera.
-        Mi señora. Perdonadme si os he cogido de improviso.
-        La culpa es mía. No es he visto ahí de pie.
-        Los ratones somos criaturas silenciosas.
Ser Shadrich era tan bajo que se le podía tomar por un escudero, pero su rostro pertenecía a un hombre mucho mayor. Ella vio largas leguas en las arrugas de la comisura de su boca, antiguas batallas en la cicatriz debajo de su oreja y una dureza tras sus ojos que ningún muchacho tendría jamás. Aquél era un hombre adulto. Aunque incluso Randa era más alta que él.
-        ¿Intentareis conseguir alas? –dijo la joven Royce.
-        Un ratón con alas tendría un aspecto ridículo.
-        Quizá en vez de eso podríais probar con el cuerpo a cuerpo –sugirió Alayne.
El cuerpo a cuerpo era un añadido de última hora, una concesión a todos los hermanos, tíos, padres y amigos que habían acompañado a los competidores hasta las Puertas de la Luna para verlos ganar las alas de plata. Pero habría premios para los campeones y la oportunidad de obtener rescates.
-        Un buen cuerpo a cuerpo es todo lo que puede esperar un caballero errante. A menos que tropiece con una bolsa de dragones. Y eso no es probable, ¿verdad?
-        Supongo que no. Pero ahora debéis excusarnos, ser. Necesitamos encontrar a mi señor padre.
Sonaron cuernos desde lo alto de la muralla.
-        Demasiado tarde –dijo Myranda–. Ya están aquí. Necesitaremos hacer los honores nosotras mismas –puso una sonrisa burlona–.  La última en llegar al portón deberá casarse con Uther Shett.
Echaron a correr, precipitándose de cabeza a través del patio y pasando junto a los establos, con las faldas ondeando mientras caballeros y sirvientes las miraban y cerdos y pollos se apartaban ante ellas. Era de lo más impropio en una dama, pero Alayne pronto se encontró riendo. Durante sólo un breve rato, mientras corría, olvidó quién era y dónde estaba y se descubrió recordando días fríos y soleados en Invernalia, cuando solía echar carreras junto a su amiga Jeyne Poole, con Arya corriendo tras ellas, tratando de mantener su ritmo.
Para cuando llegaron a las torres del portón, ambas estaban coloradas y jadeando. Myranda había perdido su capa en algún lugar por el camino. Llegaban justo a tiempo. El rastrillo se había levantado y una columna de veinte jinetes pasaba por debajo. A la cabeza cabalgaba Lady Waynwood, la Señora de Roble de Hierro, esbelta y severa, con su cabello castaño y gris recogido en un pañuelo. Su capa de montar era de gruesa lana verde adornada con piel marrón y abrochada en la garganta por un broche de niel con el contorno de la rueda rota de su Casa.
Myranda Royce se adelantó y esbozó una reverencia.
-        Lady Anya. Bienvenida a las Puertas de la Luna.
-        Lady Myranda. Lady Alayne –Anya Waynwood inclinó la cabeza hacia cada una por turnos–. Es bueno por vuestra parte que nos recibáis. Permitidme que os presente a mi nieto, Ser Roland Waynwood –señaló con la cabeza al caballero que había hablado–. Y éste es mi hijo menor, Ser Wallace Waynwood. Y por supuesto mi pupilo, Ser Harrold Hardyng.
<<Harry el Heredero>>, pensó Alayne. <<Mi futuro esposo>>, si me acepta. La invadió un súbito terror. Se preguntó si su rostro estaba colorado. <<No lo mires fijamente>>, se recordó a sí misma, <<no mires fijamente, no te quedes boquiabierta. Aparta la vista>>. Después de tanto correr, su cabello debía ser una maraña horrorosa. Necesitó toda su fuerza de voluntad para no tratar de ponerse los mechones sueltos en su sitio. <<Olvida tu estúpido pelo. Tu pelo no importa. Es él quien importa. Él y los Waynwood>>.
Ser Roland era el mayor de los tres, aunque no pasaba de los veinticinco. Era más alto y musculoso que Ser Wallace, pero ambos tenían el rostro alargado y la mandíbula prominente, el cabello castaño y fibroso y la nariz demacrada. Feúchos y con caras de caballo, pensó Alayne.
Harry, en cambio…
<<Mi Harry, mi señor, mi amado, mi prometido>>.
Cada pulgada de Ser Harrold Hardyng parecía un auténtico caballero; guapo y bien proporcionado, erguido como una lanza y de músculos firmes. Ella sabía que hombres lo bastante viejos para haber conocido a Jon Arryn en su juventud decían que Ser Harrold se le parecía. Tenía una maraña de cabello rubio arenoso, ojos azul pálido y nariz aguileña. <<Aunque Joffrey también era apuesto>>, se recordó a sí misma. <<Un monstruo apuesto, eso es lo que era. El pequeño Lord Tyrion era más bondadoso, aunque fuese deforme>>.
Harry la estaba mirando. <<Sabe quién soy>>, se percató, <<y no parece contento de verme>>.  Sólo entonces se fijó en su heráldica. Aunque su sobretodo y los arreos de su caballo estaban decorados con los diamantes rojos y blancos de la Casa Hardyng, su escudo estaba cuarteado. Las armas de Hardyng y Waynwood aparecían en el primer y en el tercer cuarto respectivamente, pero en el segundo y último cuarto llevaba la luna y el halcón de la casa Arryn en azul celeste y blanco. A Robalito no le gustaría.
Ser Wallace dijo:
-        ¿Somos los u-u-últimos?
-        Lo sois, sers –respondió Myranda Royce, sin tener en absoluto en cuenta su tartamudeo.
-        ¿C-c-cuándo comenzará el torneo?
-        Oh, pronto, espero –dijo Randa–. Algunos de los competidores llevan aquí casi una luna, compartiendo la carne y el hidromiel de mi padre. Todos buenos muchachos, y muy valientes… pero bastante tragones.
Los Waynwood rieron e incluso Harry el Heredero mostró una leve sonrisa.
-        Nevaba en los pasos. Si no, habríamos llegado antes –dijo Lady Anya.
-        De haber sabido que nos aguardaba tal belleza en las Puertas, habríamos volado –dijo Ser Roland. Aunque sus palabras iban dirigidas a Myranda Royce, mientras las decía sonrió a Alayne.
-        Para volar necesitaríais alas –respondió Randa–, y hay algunos caballeros aquí que podrían tener algo que decir al respecto.
-        Estoy deseando tener una animada discusión –Ser Roland bajó columpiándose de su caballo, se volvió hacia Alayne y sonrió–. Había oído que de la hija de Lord Meñique era hermosa de rostro y llena de gracia, pero nadie me dijo que era una ladrona.
-        Sois injusto conmigo, ser. ¡No soy una ladrona!
Ser Roland puso una mano sobre su corazón.
-        Entonces, ¿cómo explicáis este agujero en mi pecho, de donde me habéis robado el corazón?
-        Sólo está m-mofándose de vos, mi señora –tartamudeó Ser Wallace–. Mi sobrino nunca ha tenido corazón.
-        La rueda de los Waynwood tiene un radio roto, y nosotros tenemos aquí a mi tío –Ser Rolan le dio a Wallace un coscorrón detrás de la oreja–. Los escuderos deben callarse cuando los caballeros hablan.
Ser Wallace enrojeció.
-        Ya no soy e-escudero, mi señora. Mi s-sobrino sabe muy bien que fui a-a-arm-a-a-arm…
-        ¿Armado caballero? –sugirió Alayne amablemente.
-        Armado –dijo Wallace Waynwood, agradecido.
<<Robb tendría su edad si siguiera vivo>>, no pudo evitar pensar ella, <<pero Robb murió siendo rey, y éste es sólo un muchacho>>.
-        Mi señor padre os ha asignado habitaciones en la Torre Oriental –decía Lady Myranda a Lady Waynwood–, pero temo que vuestros caballeros necesitarán compartir cama. Las Puertas de la Luna jamás se hicieron para alojar a tantos nobles visitantes.
-        Vos estáis en la Torre del Halcón, Ser Harrold –intervino Alayne. <<Muy lejos de Robalito>>. Sabía que eso era intencionado. Petyr Baelish no dejaba esas cosas al azar–. Si os place, yo misma os mostraré vuestros aposentos.
Esta vez sus ojos se encontraron con los de Harry. Sonrió sólo para él y dijo una silenciosa oración a la Doncella. <<Por favor, no necesita amarme, sólo haz que yo le guste, sólo un poco, eso será suficiente por ahora>>.
Ser Harrold la miró fríamente.
-        ¿Por qué debería placerme que me acompañe a ninguna parte la bastarda de Meñique?
Los tres Waynwood lo miraron con desconfianza.
-        Eres un invitado aquí, Harry –le recordó Lady Anya con voz glacial–- Asegúrate de recordarlo.
<<La armadura de una dama es su cortesía>>. Alayna pudo sentir la sangre subiendo a su rostro. <<Sin lágrimas>>, rezó. <<Por favor, por favor, no debo llorar>>.
-        Como deseéis, ser. Y ahora, si me excusáis, la bastarda de Meñique debe encontrar a su señor padre y hacerle saber que habéis venido, para que podamos comenzar mañana el torneo.
<<Y ojalá dé un traspiés vuestro caballo, Harry el Heredero, para que os caigáis sobre vuestra estúpida cabeza en el primer combate>>. Mostró a los Waynwood una mirada de piedra mientras ellos soltaban incómodas disculpas por su acompañante. Cuando acabaron, ella se dio la vuelta y se marchó.
Junto a la torre del homenaje, tropezó de cabeza con Ser Lothor Brune y casi lo hizo caer.
-        ¿Harry el Heredero? Harry el Asno, dijo yo. Sólo es un escudero con pretensiones.
Alayne le estuvo tan agradecida que lo abrazó.
-        Gracias. ¿Habéis visto a mi padre, ser?
-        Abajo, en los sótanos –dijo ser Lothar–, inspeccionando los graneros de Lord Nestor con Lord Grafton y Lord Belmore.
Los sótanos eran grandes, oscuros y sucísimos. Alayne encendió una vela y se sujetó la falda mientras descendía. Cerca del fondo, oyó retumbar la voz de Lord Grafton y la siguió.
-        Los mercaderes claman por comprar y los señores por vender –decía el de Puerto Gaviota cuando ella los encontró. Aunque no era alto, Grafton era ancho, de brazos y hombros gruesos. Su cabello era una maraña rubia oscura–. ¿Cómo voy a detenerlos, mi señor?
-        Poned guardias en los muelles. Si es necesario, incautad los barcos. No importa cómo, mientras no salga comida del Valle.
-        Esos precios, sin embargo –protestó el gordo Lord Belmore–, esos precios son más que justos.
-        Decís más que justos, mi señor. Yo digo que menos de lo que queremos. Esperad. Si es necesario, comprad vos mismo la comida y mantenedla almacenada. Se acerca el invierno. Los precios deben subir.
-        Quizás –dijo Belmore, sin estar convencido.
-        Yohn Bronce no esperará –protestó Grafton–. No necesita mandar barcos desde Puerto Gaviota. Tiene sus propios puertos. Mientras guardamos nuestra cosecha, Royce y los demás Señores Recusadores convertirán la suya en plata, podéis estar seguro.
-        Confiemos en que sí –dijo Petyr–. Cuando sus graneros estén vacíos, necesitarán cada retazo de plata para comprarnos sustento. Y ahora si me excusáis, mis señores, parece que mi hija me necesita.
-        Lady Alayne –dijo Lord Grafton–. Os brillan los ojos esta mañana.
-        Sois amable al decirlo, mi señor. Padre, siento molestaros, pero pensé que querríais saber que los Waynwood han llegado.
-        ¿Y está Ser Harrold con ellos?
<<El horrible Ser Harrold>>.
-        Está.
Lord Belmure rió.
-        Nunca creí que Royce le permitiría venir. ¿Es ciego, o meramente estúpido?
-        Es honorable. A veces equivale a lo mismo. Si le negaba al muchacho la oportunidad de demostrar su valía, podía abrir una grieta entre ellos, ¿así que por qué no permitirle combatir? El muchacho no es de ningún modo lo bastante diestro como para ganarse un puesto entre los Caballeros Alados.
-        Supongo que no –dijo Belmore a regañadientes. Lord Grafton besó a Alayne en la mano y ambos señores se fueron, dejándola a solas con su señor padre.
-        Ven –dijo Petyr–, camina conmigo –la cogió del brazo y la llevó más hacia el fondo de los sótanos, pasando junto a una mazmorra vacía–. ¿Y cómo fue tu primer encuentro con Harry el Heredero?
-        Es horrible.
-        El mundo está lleno de horrores, cariño. Ahora ya deberías saberlo. Has visto suficientes de ellos.
-        Sí –dijo ella–, ¿pero por qué tiene él que ser tan cruel? Me llamó tu bastarda. Justo en el patio, enfrente de todos.
-        Hasta donde él sabe, eso es lo que eres. Este compromiso nunca fue idea suya, y sin duda Yohn Bronze le ha advertido acerca de mis ardides. Tú eres mi hija. No confía en ti, y cree que no eres digna de él.
-        Bueno, no lo soy. Puede pensar que es un gran caballero, pero Ser Lothor dice que sólo es un escudero con pretensiones.
Petyr la rodeó con su brazo.
-        Así es, pero también es el heredero de Robert. Traer a Harry aquí fue el primer paso de nuestro plan, pero ahora necesitamos que se quede, y sólo tú puedes hacerlo. Tiene debilidad por los rostros bonitos, ¿y qué rostros es más bonito que el tuyo? Encántalo. Embelésalo. Hechízalo.
-        No sé cómo –dijo ella tristemente.
-        Oh, yo creo que sí –dijo Meñique, con una de aquellas sonrisas que no llegaban a sus ojos–. Esta noche serás la mujer más hermosa del salón, tan bella como tu señora madre a tu edad. No puedo sentarte en el estrado, pero tendrás un lugar de honor por encima de la sal y bajo un candelabro de pared. El fuego resplandecerá en tu pelo, para que todos vean lo guapo que es tu rostro. Mantén una cuchara larga en tu mano para ahuyentar a golpes a los escuderos, cariñito mío. No querrás a muchachos verdes a tus pies cuando los caballeros vengan a suplicarte una prenda.
-        ¿Quién pedirá llevar la prenda de una bastarda?
-        Harry, si tiene la inteligencia que los dioses darían a un ganso… pero no se la des a él. Escoge a otro galán y concédesela. No querrás parecer demasiado impaciente.
-        No –dijo Alayne.
-        Lady Waynwood insistirá en que Harry baile contigo, eso puedo prometértelo. Esa será tu oportunidad. Sonríe al muchacho. Tócalo cuando habléis. Mófate de el para picar su orgullo. Si parece responder, dile que te sientes débil y pídele que te lleve afuera a por una bocanada de aire fresco. Ningún caballero podría rechazar tal petición de una guapa doncella.
-        Sí –dijo ella –, pero él piensa que soy una bastarda.
-        Una hermosa bastarda, y la hija del Lord Protector –Petyr la hizo acercarse y la besó en ambas mejillas–. La noche te pertenece, cariñito. Recuérdalo siempre.
-        Lo intentaré, padre –dijo ella.
El banquete resultó ser todo cuanto su padre había prometido.
Se sirvieron sesenta y cuatro platos en honor a los sesenta y cuatro competidores que habían venido desde tan lejos para competir ante su señor por las alas de plata. De los ríos y lagos vinieron lucios, truchas y salmones, de los mares cangrejos, bacalao y arenque. Hubo patos y capones, pavos reales con sus plumas y cisnes en leche de almendra. Se sirvieron lechones crujientes con manzanas en la boca, y tres inmensos uros fueron asados enteros sobre hogueras en el patio del castillo, pues eran demasiado grandes para entrar por las puertas de la cocina. Barras de pan caliente llenaban las mesas de caballete del salón de Lord Nestor, e inmensas bolas de queso fueron subidas de los sótanos. La manteca estaba recién batida y había puerros y zanahorias, cebollas asadas, remolachas, nabos y chirivías. Y lo mejor de todo, los cocineros de Lord Nestor prepararon una espléndida exquisitez, una tarta de limón con la forma de la Lanza del Gigante, de doce pies de altura y adornada con un Nido de Águilas hecho de azúcar.
<<Para mí>>, penso Alayne mientras la sacaban. A Robalito también le encantaban las tartas de limón, pero sólo después de que ella le dijera que eran sus favoritas. La tarta había requerido todos los limones del valle, pero Petyr había prometido que enviaría a buscar más a Dorne.
También hubo regalos, espléndidos regalos. Cada uno de los competidores recibió una capa de tela de plata y un broche de lapislázuli con la forma de un par de alas de halcón. Se entregaron dagas de fino acero a los hermanos, padres y amigos que habían venido a verlos combatir. Para sus madres, hermanas y damas hubo rollos de seda y encajes de Myr.
-        Nestor tiene la mano generosa –oyó Alayne decir a Ser Edmund Breakstone.
-        La mano generosa y un meñique –respondió Lady Waynwood, inclinando la cabeza hacia Petyr Baelish.
Breakstone no tardó en captar a qué se refería. La verdadera fuente de aquella generosidad no era Lord Nestor, sino el Lord Protector.
Cuando se hubo servido y retirado el último plato, las mesas fueron levantadas de sus caballetes para despejar el suelo para el baile, y se hizo entrar a los músicos.
-        ¿No hay cantantes? –preguntó Ben Coldwater.
-        El pequeño lord no puede soportarlos –respondió Ser Lymond Lynderly–. No desde lo de Marillion.
-        Ah… ése fue el hombre que asesinó a Lady Lysa, ¿verdad?
Alayne explicó:
-        Sus canciones la agradaban mucho, y ella le mostró quizás demasiado favoritismo. Cuando se casó con mi padre, él se volvió loco y la empujó por la Puerta de la Luna. Desde entonces Lord Robert odia oír cantar. Sin embargo, aún le tiene cariño a la música.
-        Como yo –dijo Coldwater. Levantándose, ofreció su mano a Alayne–. ¿Me honrareis con este baile, mi señora?
-        Sois muy amable –dijo ella, mientras él la conducía a la zona de danza.
Fue su primera pareja de baile de la tarde, pero ni mucho menos la última. Tal y como Petyr había prometido, los jóvenes cabañeros se apiñaron a su alrededor. Después de Ben vino Andrew Tollett, el guapo Ser Byron, Ser Morgath el de la nariz colorada y Ser Shadrich el Ratón Loco. Luego Ser Albar Royce, el gordo y aburrido hermano de Myranda y heredero de Lord Nestor. Bailó con los tres Sunderland, ninguno de los cuales tenía membranas entre los dedos de las manos, aunque ella no pudo garantizar que no las tuvieran entre los de sus pies. Uther Shett apareció para hacerle zalameros cumplidos mientras le pisaba los pies, pero fue Ser Targon el Medio Salvaje quien demostró ser el espíritu de la cortesía. Tras eso, Ser Roland Waynwood la arrastró con él y la hizo reír con comentarios burlones sobre la mitad de los demás caballeros del salón. A su tío Wallace le llegó también el turno y trató de hacer lo mismo, pero no le vinieron las palabras. Al final Alayne se apiadó de él y comenzó a charlar alegremente para ahorrarle la vergüenza. Cuando el baile terminó, ella se excusó y volvió a su sitio para tomar un trago de vino.
Y allí estaba él, Harry el Heredero; alto, guapo y con el ceño fruncido.
-        Lady Alayne, ¿puedo acompañaros en este baile?
Ella se lo pensó durante un momento.
-        No, creo que no.
A él se le subió el color a las mejillas.
-        Fui imperdonablemente grosero con vos en el patio. Debéis perdonarme.
-        ¿Debo? –se sacudió el cabello, bebió un sorbo de vino y lo hizo esperar–. ¿Cómo se puede perdonar a alguien que es imperdonablemente grosero? ¿Me lo explicaríais, ser?
Ser Harrold pareció confuso.
-        Por favor. Un baile.
<<Encántalo. Embelésalo. Hechízalo>>.
-        Si insistís.
Él asintió con la cabeza, le ofreció su brazo y la condujo a la zona de danza. Mientras aguardaban a que se reanudara la música, Alayne echó una mirada al estrado, donde Lord Robert estaba sentado mirándolos fijamente. <<Por favor>>, rezó ella, <<que no empiece a temblar y a retorcerse. No aquí. No ahora>>. El Maestre Coleman se habría asegurado de que él bebiera una fuerte dosis de sueño dulce antes del banquete, pero aun así…
Los músicos iniciaron una canción y ella se encontró bailando.
<<Di algo>>, se instó a sí misma. <<Nunca harás que Ser Harry te ame si  no tienes el coraje de hablarle>>. ¿Debía decirle lo buen bailarín que era? <<No. Probablemente ha oído eso una docena de veces esta noche. Además, Petyr dijo que no debo parecer impaciente>>. En vez de eso dijo:
-        He oído que estáis a punto de ser padre.
No era algo que la mayoría de las muchachas dijeran a su casi prometido, pero ella quería ver si Ser Harry mentía.
-        Por segunda vez. Mi hija Alys tiene dos años.
<<Vuestra hija bastarda Alys>>, pensó Alayne, pero lo que dijo fue:
-        Aunque ésa tuvo una madre distinta.
-        Sí, Cissy era guapa cuando me revolqué con ella, pero el parto la dejó tan gorda como una vaca, así que Lady Anya dispuso que se casara con uno de sus hombres de armas. Con Saffron es distinto.
-        ¿Saffron? –Alayne trató de no reír–. ¿De veras?
-        Su padre dice que para él ella es más preciada que el oro. Es rico; el hombre más rico de Puerto Gaviota. Una fortuna en especias.
-        ¿Cómo llamareis a la criatura? –preguntó ella– ¿Canela si es una niña? ¿Clavo si es un niño?
Aquello casi lo hizo dar un traspié.
-        Os burláis, mi señora.
-        Oh, no.
<<Petyr dará alaridos cuando le cuente lo que he dicho>>.
-        Saffron es muy hermosa. Os la describiré. Alta y esbelta, de grandes ojos marrones y cabello como la miel.
Alayne levantó la cabeza.
-        ¿Más hermosa que yo?
Ser Harrold estudió su rostro.
-        Sois bastante atractiva, os lo concedo. Cuando Lady Anya me habló por primera vez de este compromiso, temí que pudierais tener el mismo aspecto que vuestro padre.
-        ¿Con mi pequeña barba puntiaguda y todo? –rió Alayne.
-        Nunca quise decir…
-        Confío en que luchéis mejor de lo que habláis.
Por un momento él pareció estupefacto. Pero al terminar la canción, rompió a reír.
-        Nadie me dijo que erais ingeniosa.
<<Tiene buenos dientes, pensó ella, rectos y blancos. Y cuando sonríe, sus hoyuelos son de lo más bonito>>. Deslizó un dedo por su mejilla.
-        Si llegamos a casarnos, tendréis que enviar a Saffron de vuelta con su padre. Yo seré la única especia que querréis.
Él sonrió burlonamente.
-        Os haré cumplir esa promesa, mi señora. Hasta ese día, ¿puedo llevar vuestra prenda en el torneo?
-        No podéis. Ya está prometida… a otro.
Aún no estaba segura de a quien, pero sabía que encontraría a alguien.

1 comentario:

  1. Impagable aportación, Mr. Friki. De cualquier forma espero que también aportéis a estas páginas vuestras propias criaturas. Ansiamos leer sus sagaces aportaciones literarias. Gracias, gracias, gracias.

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