domingo, 22 de abril de 2012

'Los Juegos del Hambre' No hay güevecillos.


No, no los hay. Una historia como esta necesitaba mucha más violencia y mala leche de las que el estudio (Lionsgate) estaba dispuesto a permitirse. Admito que no he leído las novelas originales de Suzanne Collins, pero quienes si lo han hecho coinciden en que tienen momentos bastante brutales. Para los que hayáis estado en coma o atrapados en una isla desierta durante las últimas semanas, la historia transcurre en un futuro en el que la nación de Panem (se supone que lo que una vez fue Estados Unidos, aunque la peli tampoco lo deja muy claro) está dividida entre el Capitolio y otros 12 distritos bajo su control. Como castigo por una insurrección contra el Capitolio sucedida tiempo atrás, cada distrito debe elegir anualmente por sorteo a un chico y a una chica de entre 12 y 18 años y entregarlos como “tributos” para que compitan en los juegos del título. Dichos juegos son un espectáculo televisado a escala nacional, donde además de matarse entre si (“sólo puede quedar uno”, como en cierta saga que todos recordamos), los tributos deben ganarse la simpatía del público para que los patrocinadores les envíen objetos útiles durante la competición.
Como veis, semejante historia tenía un montón de posibilidades, empezando por un agudo comentario social sobre Gran Hermano y sus clones, la opresión militar y económica que los estados ricos (como el Capitolio) ejercen sobre los pobres (los otros 12 distritos), la obsesión mediática con la juventud, la belleza y la fama e incluso la mentalidad del “éxito a cualquier precio”, parcialmente responsable de la crisis en la que nos encontramos. Estoy seguro de que alguien como Paul Verhoeven hubiera hecho maravillas con este material. Por desgracia, los tiempos de películas como Robocop o Starship Troopers terminaron hace mucho. La mayor parte del publico que acude hoy en día a las salas de cine son adolescentes y veinteañeros, los cuales no quieren comerse el coco con ciertas cosas, en parte porque nuestra sociedad cada vez les estimula menos para que se hagan preguntas. Ojo, tampoco pretendo meter a todos los adolescentes y veinteañeros en el mismo saco. La cantidad de ellos que hace tres años puso a parir Mentiras y Gordas, señalando de paso que no se veían reflejados en aquel bodrio, es una muestra de que aún hay esperanza. El verdadero problema es que a los de Lionsgate obviamente les preocupaba que el profundizar demasiado en ciertos temas alienara al público joven, sobre todo a los muchos fans de los libros que esperaban una adaptación lo más fiel posible. El estudio buscaba un éxito en taquilla similar al de la saga Crepúsculo, a pesar de que todo el mundo insiste en que ambas sagas son muy, muy distintas. Por eso mismo han hecho lo que tan a menudo se hace en Hollywood: Jugar sobre seguro y sin correr riesgos.

Anteanoche mismo, justo después de ver la película, visioné un reportaje sobre ella en una repetición de Dias de Cine, donde auguraban que se convertirá en una obra de culto para los jóvenes rebeldes de hoy en día. “¡Y una leche!”, pensé yo. Soy casi un cuarentón, por lo que no estoy demasiado puesto en cómo piensan los jóvenes actuales. Sin embargo, una vez fui adolescente y más tarde veinteañero, lo que me permite aventurar que muy pocos jóvenes se van a sentir conmovidos ni mucho menos empujados a las barricadas por esta película. Otra cosa es que les guste o no, pero para llegar al corazón de los jóvenes hace falta mucho más. A principios de los noventa, El Club de los Poetas Muertos fue prácticamente un fenómeno sociológico al transmitir un mensaje similar, pero con una temática y en un contexto histórico y socio-económico completamente distintos. Aquella película nos transportaba al pasado (la América de los 50) para mostrarnos a un grupo de adolescentes que se revelaban contra la moral y las normas de la época mediante la poesía. Yo soy de la minoría a quien la peli les pareció demasiado melodramática (y además no aguanto a Robin Williams). Aún así, reconozco que tenía algo que Los Juegos del Hambre no tiene ni por asomo, y es que había momentos que te emocionaban (o al menos, como en mi caso, te generaban empatía). Y no digamos ya El club de los Cinco (The Breaksfast Club), película que no incita exactamente a la rebelión, pero que me hace sentirme adolescente cada vez que la veo, sobre todo cuando Emilio Estevez pregunta en voz alta lo que todos nos hemos preguntado alguna vez cuando éramos adolescentes: “¿Vamos a ser como nuestros padres?”. En Los Juegos del Hambre no hay ningún momento así. De hecho, no hay nada de lo que funcionaba tan bien en las otras dos películas. Para empezar, no se nos presenta a un grupo de jóvenes dándonos tiempo para conocerlos. Aquí sólo hay una prota absoluta, Katniss Everdeen, y a todos los demás personajes los conocemos desde su punto de vista, lo que limita mucho nuestra capacidad para empatizar con ellos y sumergirnos en la historia. Los que halláis leído La Larga Marcha de Stephen King (que Frank Darabont lleva años intentado llevar al cine), recordareis que allí sucede lo mismo y sin embargo los secundarios son variopintos e interesantes. Aquí, en cambio, casi todos son estereotipos que existen para definir mejor a Katniss: La madre está medio ida desde la muerte de su padre (TRADUCCIÓN: Katniss es una luchadora que saca adelante a su familia). La hermana pequeña es frágil, tan llorona que dan ganas de hostiarla y tiene pesadillas donde la eligen como tributo (TRADUCCIÓN: Por su puesto, la eligen. Y como ella es lo más importante para Katniss, ella se ofrece voluntaria en su lugar). El interés amoroso es un chaval bueno, desinteresado y se parece a Taylor Lautner (TRADUCCIÓN: Katniss tendrá que elegir entre él y otro tío). El Otro Tío es un pringado miedica, secretamente enamorado de Katniss (TRADUCCIÓN: Ella se va a plantear si quizá no siente algo por él). La tributo que ayuda a Katniss es medio negra y se parece a la hermana pequeña (TRADUCCIÓN: La matan. Y por si no había quedado claro antes, Katniss hace todo esto por su hermana).

Soy rebelde porque si no, estoy muerta.

Por favor, no me vengáis conque acabo de soltar muchos spoilers. Por si no lo habéis pillado ya, esta es la clase de peli donde siempre tienes muy claro lo que va a pasar. Todos sabemos desde el principio que Katniss va a ganar, no sólo por todo lo anterior, sino porque además el libro tiene dos secuelas (la primera de las cuales se va a adaptar al cine este otoño). Por lo tanto, la verdadera emoción y el verdadero interés tendrían que venir no del qué sino del cómo. Ahí entramos en el otro gran problema de la peli, el cual tiene nombre propio: Gary Ross. El que fuera director de Pleasantville (dicen que está bien, aunque no la vio casi nadie) y de El Regreso de Lassie (evidente indicio de que algo está podrido en Dinamarca), recurre constantemente a la cámara en mano, de esa que apenas te deja ver nada -o “shaky cam”, como la llaman en inglés-, además de abusar de los cortes bruscos y de los primeros planos. Coincido con Rafa Martín de Las Horas Perdidas en que probablemente lo hace para luego no mostrar casi nada de violencia durante la competición sin que quede raro (porque la idea es que los mayores de 13 años pasen por taquilla y todo eso). El problema es que su estilo visual tipo “¿A que esto parece casi una peli independiente e introspectiva?” no le pega ni con cola este tipo de historia, precisamente porque todos sabemos que estamos viendo una peli comercial de gran presupuesto. Hay breves flashbacks (algunos de los cuales se repiten) en el peor estilo MTV. Cuando Katniss sufre alucinaciones por la picadura de unas abejas, en vez de sentir su desorientación sientes que quieren marearte. Por cierto, esto no es coña: Mientras veía la película en los cines Ábaco Alcobendas de Madrid, una chica sufrió un ataque epiléptico. Mis acompañantes discutieron más tarde sobre si se lo había provocado o no la película (por supuesto, hay otros factores médicos a considerar). El mayor problema es que este estilo despoja de emoción a los momentos que deberían tenerla. Un buen ejemplo es el comienzo mismo de los juegos: Cada participante es elevado en una plataforma hasta un claro en medio de un bosque. Todos se encuentran dispuestos en semicírculo, aguardando a que un contador llegue a cero para lanzarse a por una pila de armas y suministros que tienen delante. Cuando lo hacen y empiezan a luchar por ellos, la cámara empieza a temblar más que nunca (de modo que no vemos quién está matando a quién) y el sonido ambiente desaparece, reemplazado por una musiquilla de fondo para que entendamos que es un momento muy dramático, porque hay adolescentes matándose entre si y tal. Las demás escenas de acción sufren un problema similar, incluido el climax, donde te da un poco igual quien viva o quien muera. Al fin y al cabo, está cantadísimo que Katniss va a salvarse. Y los demás, como dije antes, son secundarios prescindibles.

Llegados a este punto, pensareis que Los Juegos del Hambre no me ha gustado nada. La verdad es que no me parece una mala película, sino más bien una muy fallida. Lo mejor con diferencia es Jennifer Lawrence. Esta chica no sólo promete mucho, sino que ella es el esparadrapo que mantiene unido todo el conjunto. Katniss no es un personaje muy simpático -lo que irónicamente la hace más interesante-, pero ella le da el punto justo para que no nos caiga mal y queramos saber si sobrevive o no... Aunque en el fondo ya sabemos que lo hará. Los secundarios cumplen, aunque ninguno tiene mucho que hacer, porque sus personajes son bastante limitados. Liam Hensworth y Josh Hutcherson existen sólo para que nos preguntemos con cuál de los dos se va a quedar Katniss al final de la saga (sin haber leído los libros, apuesto a que uno muere fijo). Donald Sutherland actúa claramente con el piloto automático, porque sabe que esta historia no necesita más. Stanley Tucci y Woody Harrelson si tienen algún margen de maniobra. En el caso de Harrelson, te quedas con ganas de saber más sobre él, ya que interpreta a un antiguo ganador de los juegos, ahora cínico y alcoholizado. El personaje de Eizabeth Banks, en camino, es directamente inaguantable, por lo que su poca importancia se agradece. Parte de esa inaguantabilidad se debe a su ridículo atuendo y maquillaje, aspecto este que comparten la mayoría de los secundarios del Capitolio. No sé si están sacados de los libros o fueron creados expresamente para la película, pero hacen que resulte más difícil tomarte en serio lo que estás viendo. Si era un intento de mostrar que las masas opulentas son superficiales y estúpidas, había otras formas más eficaces de hacerlo.

"Por favor, que los responsables de maquillaje y vestuario salgan de la fila para se azotados."

En definitiva, quien haya visto Battle Royale, que no espere algo ni la mitad de bueno (aunque admito que Los Juegos del Hambre si está por encima de la vergonzosa Battle Royale 2). El verdadero fallo es que se ha intentado hacer algo que satisfaga tanto a chicos como a chicas de cierta edad (acción+amor+adolescentes), un poco como las series de televisión españolas buscan satisfacer a todos sin lograr satisfacer a casi nadie. Y por mucho que Jennifer Lawrence se esfuerce, una buena interpretación no puede salvar 142 minutos de mediocridad. Eso si, el punto en el que acaba la historia genera interés sobre lo que vendrá luego. Y también lo genera el anuncio, hecho hoy mismo, de que el director de la segunda parte, En Llamas (Catching Fire), será Francis Lawrence (ya van dos Lawrences), quien lo hizo muy bien en Constantine y en Soy Leyenda, a pesar de la presencia de Keanu Reeves en la primera y del flojo guion de la segunda. Quizá nos encontremos dentro de un año o dos con una secuela superior al original (y sin shakycam). Pero eso, sólo el tiempo lo dirá.

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