Ya sé que esta crítica llega con casi tres años de retraso. La
verdad es que me costó mucho empezar a escribirla y aún más terminarla, por la
sencilla razón de que esta película me dejó tan frío que apenas tuve ánimos
para hacer una entrada sobre ella. Decidí esperar a verla por segunda vez para
ver si mi opinión mejoraba, pero el resultado terminó siendo exactamente el
opuesto: cada nuevo visionado me resultaba más tedioso que el anterior, hasta
el punto de que pronto empecé a ver solo las partes que me parecían más
entretenidas. Y entonces descubrí que esas partes suman muy pocos minutos de
metraje.
Lo peor de todo es que Rogue
One tenía un potencial enorme. Por primera vez íbamos a ver una historia
sobre los héroes olvidados de la Rebelión, gente anónima sin apellidos famosos
como Skywalker, Organa o Solo, obligada a luchar contra el Imperio sin ayuda de
la Fuerza, sin un carisma de nivel 10 y sin un millón de puntos en las
habilidades de disparar blaster y pilotar naves espaciales. Y por fin íbamos a
ver a gente al menos un poco parecida a los personajes que una vez tuvimos en Star Wars, el juego de rol: no muy
guapos –a veces, feos de narices–, sobrepasados por
las circunstancias, propensos a meter la pata y a merced de un Director de
Juego implacable, que nos guardaba rencor por haber matado a su personaje en El Señor de los Anillos o La llamada de Cthulhu. En otras
palabras, que la fantasía épica iba a dar paso a un cierto y moderado realismo.
Pero no. Aquí lo único que hay es una recopilación del Manual de trucos para guionistas vagos de
Hollywood. El primer truco se manifiesta nada más empezar la película:
conocemos a la prota, Jyn Erso, cuando es una sólo una cría y sufre el trauma
emocional de ver morir a su madre. Nótese que la madre podía haberse salvado,
pero ella misma se hace matar de manera estúpida solo para que su hija lo vea.
Se supone que eso debería hacernos sentir pena por el personaje y simpatizar
con ella, pero todo es tan forzado y se ha visto ya en tantas otras pelis que a
mí personalmente me parece muy cutre. A continuación, y durante gran parte del
primer acto, asistimos a una serie de escenas muy mal engarzadas unas con otras
donde se nos presenta al resto de los personajes principales.
Cassian Andor es un tipo torturado por todas las cosas horribles
que ha hecho por la Rebelión. Como muestra, lo vemos matando a un contacto para
evitar que los imperiales lo capturen vivo y lo hagan hablar. El problema es
que el contacto en cuestión es tan quejica e insoportable que su muerte más
bien nos produce un cierto alivio. Además, la escena tampoco transmite la
urgencia y la tensión necesarias para indicarnos que matar al muy llorica era
la única solución posible. De hecho, después de matarlo, Cassian escapa
escalando una pared y ni siquiera vemos a los soldados de asalto dándole caza.
Su huida se da por supuesta, lo que hace que toda la escena parezca aún más
aburrida e innecesaria. ¡Y esa es la única “cosa horrible” que le vemos hacer
en toda la peli! En varios comics de Star Wars se puede ver a los buenos
haciendo cosas mucho peores y quedando marcados por ellas. Me refiero a los
comics de Dark Horse, por supuesto, porque los de Marvel arriesgan mucho menos
en ese sentido. Como tampoco se arriesga esta película, desgraciadamente.
Luego conocemos a Bodhi Rook, un piloto imperial a quien el padre
de Jyn ha convencido para que cambie de bando y lleve información crucial al
líder rebelde Saw Gerrera. Rook es un personaje de lo más plano, aunque no lo
sería tanto si lo hubiéramos conocido cuando aún era fiel al Imperio y además hubiéramos
presenciado cómo Galen Erso le hizo ver que estaba trabajando para los malos.
En vez de mostrárnoslo, la peli simplemente lo explica con unas pocas líneas de
diálogo. Algunos dirán que eso es economía narrativa, pero en realidad es una
muestra de que esta peli desconoce una de las claves del relato audiovisual:
las cosas importantes se cuentan con imágenes, no con palabras. Y si ya hemos
perdido varios minutos viendo por enésima vez cómo la prota pierde a su madre,
¿por qué no vemos algo más interesante, como un personaje principal descubriendo
que en realidad él es el malo? En
lugar de ello, tenemos que aburrirnos viendo cómo un paranoico Saw Gerrera lo
entrega a un bicho con tentáculos para que le lea la mente y lo deje medio
tarado en el proceso (aunque más adelante se recupera como si nada). Lo más
irónico es que esa lectura mental no nos aporta ninguna información sobre ambos
personajes, sólo confirma que Rook dice la verdad y que Guerrera no confía en
nadie. Esos son los únicos rasgos que a definen respectivamente a ambos
personajes durante toda la historia.
Más tarde, cuando nos reencontramos con Jyn Erso, ésta ya es
adulta y está interpretada por una Felicity Jones con cara de mala leche. Esta
cara es la que tendrá durante tres cuartas partes de la peli, porque es una
putada que mataran a su madre, secuestraran a su padre y que Saw Gerrera la
tomara bajo su protección para luego abandonarla tras mil y una aventuras.
Aventuras que, por supuesto, nunca vemos, sino que se nos explican con unas
líneas de diálogo –otra vez– cuando ella y Gerrera
se reúnen al fin. A esto hay que añadir que la floja interpretación de ambos
actores no ayuda a que nos interesemos en ellos. En mi humilde opinión, Jones
está muy por debajo de lo que Daisy Ridley hizo en El despertar de la Fuerza. Claro que esa película se toma varios
minutos para presentarnos a Rey en condiciones, a través de lo que ella hace y no de lo que dice. Y ya puestos,
también creo que Ridley es mucho más guapa que Jones, lo cual es innegable que
ayuda un poco. Forest Whitaker, por su parte, interpreta a Gerrera recurriendo
a sus habituales excesos interpretativos, los cuales lo hacen bastante
cargante. Hay que matizar que este personaje ya apareció en cuatro episodios de
la serie Star Wars: The Clone Wars,
donde se narraban los sucesos que lo convirtieron en el capullo irascible y
amargado que aparece aquí. Rogue One
asume que todos hemos visto esos episodios –yo sí los
había visto, pero apenas los recordaba–, lo cual no deja de ser una cierta
falta de respeto hacia el público, por mucho que a algunos nos encante The Clone Wars. Tampoco se exploran
para nada las diferencias entre Gerrera y la Rebelión, a pesar de que hubiera
sido interesantísimo mostrar cómo algunos de quienes luchan contra el Imperio
lo hacen utilizando sus mismos métodos y una ética peligrosamente similar, pero
está claro que Lucasfilm –o Disney, o ambos– no querían meterse en camisa de
once varas y prefirieron jugar sobre seguro. El resultado es que las escenas
con el personaje apenas aportan nada a la película y solo sirven para lastrar
el ritmo de la historia. De hecho, el propio guion parece ser consciente de ello,
pues cuando la Estrella de la Muerte destruye la guarida del personaje, éste ni
siquiera intenta escapar y opta simplemente por dejar que lo liquiden.
Por cierto, ¿recordáis que al principio dije que al fin íbamos a
ver a personajes que luchaban contra el Imperio sin ayuda de la Fuerza? Eso fue
lo que en su día nos vendieron, pero resulta que al final les entro el
canguelo. En vez de jedis, tenemos a un monje, Chirrut Imwe, y a su
guardaespaldas, Baze Malbus. El primero cumple las mismas funciones que
cumpliría un jedi en cualquier otra peli de Star Wars, pero sin sables de luz ni duelos espectaculares. En vez
de eso, el tipo es ciego y lucha con una vara –copia descarada de decenas de
pelis de samuráis, empezando por la saga Zatoichi– y además se comporta como un
miembro de una secta destructiva: en su escena cumbre, se expone como un pato
de feria al fuego de las tropas imperiales mientras repite sin cesar el mantra
“Soy uno con la fuerza, la fuerza está conmigo”, consiguiendo que no le
acierten hasta justo después de haber cumplido su misión. Malbus, por su parte,
solo cuenta con dos rasgos particulares: lleva barba y tiene un blaster de
repetición mucho más poderoso que los de los malos (¿por qué ningún soldado
imperial usa armas así?). Lo más triste es que la verdadera función de ambos
personajes no es servir al argumento, sino tratar de hacer atractiva la
película para los espectadores chinos. Para aquellos de vosotros que no estéis
al tanto, desde hace ya unos años China es uno de los principales mercados
internacionales del cine de Hollywood. El problema es que la trilogía original
de Star Wars no se estrenó en su día
en los cines de ese país, y durante mucho tiempo solo se pudo ver a través del
vídeo pirata. Las precuelas sí que se estrenaron en salas, al igual que las
películas más recientes, pero aun hoy en día Star Wars tiene muchos menos fans en China que otras sagas como The Fast and the Furious. Para
solucionar ese problema, Lucasfilm y Disney recurrieron al viejo truco de meter
en la película a dos actores bien conocidos por el público chino: Donnie Yeng (Chirrut)
y Wen Jiang (Malbus). El resultado fue el mismo que si hubieran metido a
Antonio Banderas y Paz Vega en una película sobre fútbol americano con la
intención de que triunfara en España.
Toda esta vagancia a la hora de crear a los personajes aparece
también en el villano principal, el comandante Krennic. Al menos él tiene un
rasgo interesante, y es que su objetivo principal es medrar dentro del Imperio.
Eso sí que recuerda a otros villanos más carismáticos del universo expandido de
Star Wars, pero las similitudes
acaban ahí. Krennic tiene muy poca personalidad, lo que se acentúa en las
escenas en las que aparece junto a Darth Vader y el Moff Tarkin. Y eso a pesar
de que el segundo es una creación digital, porque Peter Cushing falleció en
1994. Temo que parte de la culpa es del doblaje, no solo en el caso de Krennic,
sino también en el de los otros dos villanos. Constantino Romero y José Luis
Sansalvador (quienes doblaron respectivamente a Vader y a Tarkin en Una nueva esperanza) fallecieron hace
unos años, y sus reemplazos en esta película no solo lo hacen peor, sino que en
mi opinión están pésimamente elegidos.
Para terminar con los personajes, Mads Mikkelsen hace lo que puede
como Galen Erso, el padre de Jyn, pero éste es más un recurso de guion que un
auténtico ser humano. Existe solo para justificar la implicación de su hija en
la trama, por lo que adivinamos desde el principio que en algún momento va a
morir y que ese momento, artificialmente dramático, hará que su hija se
implique más con la Rebelión. Para justificar todo eso, tiran de nuevo del Manual de trucos
para guionistas vagos y nos
meten un flashback de lo más
prescindible (narrado desde el punto de vista de Jyn), que nos muestra cómo en
otros tiempos sus padres se llevaban relativamente bien con Krennic. Daos
cuenta de que, hasta ahora, ninguna película de Star Wars había necesitado
jamás recurrir a flashbacks (los del Episodio VII son más bien visiones
provocadas por la fuerza), pero aquí lo hacen para mostrar algo innecesario,
mientras que, como he dicho antes, otras partes mucho más interesantes del
pasado de Jyn se nos explican con un par de frases. Por cierto, toda la escena que
lleva a la muerte de Galen no solo se hace interminable, sino que además
fracasa a la hora de crear tensión. Cassian, obedeciendo órdenes, le apunta con
un fusil para matarlo, pero por razones que la película no explica, de repente decide que eso de hacer “cosas horribles”
está muy mal y que ya es hora de dejarlo. Eso sí, como necesitamos más trauma
familiar para que el público empatice con Jyn, hacemos que una bomba rebelde hiera
mortalmente a su padre y que él muera en brazos de ella después de que ambos se
reúnan por primera vez en años. ¡Otras! ¿Verdad que ninguno de vosotros lo
habíais visto venir? Ahora, imaginaos por un momento que Cassian sí hubiera matado a Galen. Imaginaos el
conflicto que eso hubiera creado entre Cassian y Jyn justo cuando ambos deben
luchar juntos contra el Imperio. ¿No habría sido algo mucho más complejo he
interesante de ver? En fin, resulta muy llamativo que el personaje más
simpático y con más personalidad de todos sea el droide de turno, K-2S0. Os
aseguro que fue el único cuya muerte (o más bien, destrucción) llegué a
lamentar. Eso me lleva a la principal diferencia entre esta película y El despertar de la Fuerza. Como dije en
mi anterior crítica, dicha peli funciona porque crea una implicación emocional
con los protagonistas. Vale, quizá no con todos ellos, pero al menos sí con la
mayoría. Rogue One, por el
contrario, es casi totalmente incapaz de hacer lo mismo. Nunca sentimos un
verdadero apego por nuestros “héroes” y los intentos de que lo sintamos a
menudo resultan contraproducentes, como la escena en la que Jyn Erso salva a
una niña durante un tiroteo. Dicha escena también está metida con calzador para
que la prota carapalo nos genere alguna simpatía (otra vez el Manual de trucos para…). Y qué decir de
su evolución en el tercio final de la historia, cuando empieza a sonreír y a
soltar discursitos acerca de que “las rebeliones se basan en la esperanza”,
porque esto es una precuela de Una nueva
esperanza y hay que hacer algún giño a eso, por muy cutre y ramplón que
resulte. ¿Recodáis algún momento de la trilogía original en el que Luke, Han o
Leia dieran discursitos moralizantes como los que se daban en las pelis de los
años cuarenta y cincuenta del pasado siglo? No, yo tampoco.
Uno de los aspectos más criticados del Episodio VII fue que su argumento se parecía demasiado al del Episodio IV. Sin duda eso era cierto,
pero al menos la historia tenía un cierto ritmo y se hacía llevadera. En Rogue One, por el contrario, uno tiene
la sensación de que la historia avanza a trompicones y de que simplemente vamos
saltando de un escenario a otro, esperando que ocurra algo interesante. Resulta
muy significativo que esta sea la primera peli de la saga –y hasta el momento de escribir estas líneas, la
única– en la que se utilizan subtítulos para indicarnos en qué planeta estamos;
otro claro ejemplo de torpeza narrativa. Sospecho que la principal causa de
todo esto son los muchos cambios que se hicieron en la historia original y las
muchas escenas que volvieron a rodarse, como demuestra el hecho de que la
mayoría de las imágenes vistas en los trailers no aparezcan en la película.
Irónicamente, una de las mejores escenas –la reaparición de Darth Vader cerca
del final–, fue uno de los añadidos que se hicieron a posteriori, así que no sé
decir si los cambios fueron para bien o para mal. Lo que sí parece es que el
director Gareth Edwards quería hacer la primera verdadera peli de guerra del
universo Star Wars –y es que por
algo está ahí la palabra “Wars” –, pero la jefa de Lucasfilm, Kathleen Kennedy,
decidió después que era mejor tirar por senderos más tradicionales.
Posteriormente se ha confirmado que esa es una tendencia bastante habitual en
Kennedy (quizás, de nuevo, influenciada por Disney), como demuestra el hecho de
que apostara por Han Solo,
básicamente una precuela encubierta, y luego despidiera a sus dos codirectores
por improvisar demasiado. Parece que a mucha gente eso no le ha importado y que
han disfrutado mucho con Rogue One,
especialmente con la larga batalla final. Por desgracia, fue justo ahí donde yo
perdí la esperanza –sí, otra vez la puñetera palabrita– de que las cosas
mejoraran. Y es que desde pequeño he sido muy aficionado a las pelis de guerra,
especialmente las que transcurren en la Segunda Guerra Mundial. Cuando Jyn Erso
y Cassian se infiltran disfrazados de imperiales en la base donde están los
planos –otra cosa extremadamente original en el universo Star Wars, ¿verdad?–, a mí no dejaba de parecerme una copia muy
inferior de Where Eagles Dare (en
España, El desafío de las águilas). Igualmente,
cuando sus compañeros inician un ataque de distracción para ayudarlos, me
pareció una burda imitación de Kelly’s
Heroes (en España, Los violentos de
Kelly) y de muchas otras películas similares. Y cuando la flota rebelde
llega para echar una mano y se enfrenta a los destructores imperiales, también
me pareció una repetición de los peores excesos de La amenaza fantasma. El motivo de todo ello es, como ya he dicho
antes, la falta de implicación emocional. Difícilmente puede importarte la
muerte de unos personajes a los que apenas conoces y por los que no sientes
nada, especialmente cuando parecen morir no como resultado del peligro que
corren, sino simplemente porque lo dice el guion. En un universo como éste,
donde estamos acostumbrados a que las tropas imperiales tengan peor puntería
que Rompetechos, hace falta esforzarse mucho para dar la sensación de que los
buenos lo tienen crudo. La única escena que me transmitió esa sensación fueron
precisamente los momentos finales de K-2S0. La muerte de todos los demás
personajes es un simple trámite, especialmente en el caso de Jyn y Cassian,
quienes aceptan su destino sin molestarse siquiera en buscar una nave para
escapar, dejando que la Estrella de la Muerte los desintegre. Vaya, igual que
Saw Gerrera. ¡Qué casualidad!
Finalmente, debo mencionar lo poco que sí me gustó de la película
(aparte de K-2S0). En primer lugar, la ambientación de las escenas situadas en
el planeta Jedha. Aparte de varios momentos en El despertar de la Fuerza, esta es la primera vez en muchos años
que vemos un entorno de Star Wars
tan real como los de las primeras películas. Es justo por eso por lo que
resulta tan frustrante que no se utilice para narrar una historia mejor. Una
buena muestra es la aparición de los dos delincuentes de la cantina del Episodio IV. Se trata de un guiño
simpático, pero que a la vez resalta la incapacidad de Rogue One para crear algo original y memorable. Las apariciones de
Genevieve O’Reilly como Mon Mothma y de Jimmy Smiths como el senador Bial
Organa también están muy bien, pero por desgracia ninguno de los dos tiene gran
cosa que hacer. Al menos, la primera ha podido resarcirse de que George Lucas
cortara casi todas sus escenas en La venganza
de los Sith. Y la ya mencionada escena final de Darth Vader es una pasada,
aunque instantes después es echada a perder por la aparición de la horrible
Princesa Leia digital. Y es que, aunque entiendo muy bien que era necesario
conectar con el inicio de Una nueva esperanza,
la pobre princesa casi parece sacada de un episodio de Rebels. El hecho de que Carrie Fisher falleciera a los pocos días
de estrenarse esta película tampoco ayuda precisamente a que el “homenaje”
funcione.
Ah, por cierto, la banda sonora me pareció muy floja. Vale que es
imposible igualar a la original, pero esta me pareció creada por un compositor
mediocre con pretensiones. Dicen que Michael Giacchino es bastante bueno, pero
al parecer solo tuvo un mes para escribir la música tras reemplazar al
originalmente elegido Alexandre Desplat (otra consecuencia de los múltiples
cambios que sufrió el montaje original).
A pesar de todo lo anterior, Rogue One parece haber gustado a muchos
fans de Star Wars, especialmente a
aquellos a quienes no les gustó El despertar
de la Fuerza. Quizás la razón de que a mí no me guste sea precisamente que
sí me gustó el Episodio VII. Lo que
me resulta más decepcionante, sin embargo, son las enormes posibilidades que
tenía un proyecto como este, desde luego muchas más que la innecesaria precuela
sobre la juventud de Han Solo. Tras ver Rogue
One por primera vez a finales de 2016, pensé que Lucasfilm simplemente
había metido la pata. Desde entonces, he podido comprobar que se trataba de un
problema más bien estructural –palabreja ésta muy de moda últimamente–, que
tiene mucho que ver con el empeño de la productora –y posiblemente también de
Disney– en jugar sobre seguro y no correr ni el más mínimo riesgo, confiando en
que las nostalgia baste para que millones de fans sigamos pasando por taquilla.
Todo eso me recuerda una triste experiencia que tuvimos todos hace ya más de
una década. ¿Recordáis cuando se estrenó Indiana
Jones y el reino de la calavera de cristal, allá por 2008? ¿Recordáis la
alegría y la ilusión con las que acudisteis a verla? ¿Recordáis cómo os
sentíais dos horas después, al salir del cine? Pues Kathleen Kennedy y sus
adláteres parecen creer que si aquello funcionó una vez, ¿por qué no va a
funcionar más veces? Sobre todo en estos tiempos en que la nostalgia ochentera
lo ha invadido casi todo. Y quizá eso sea suficiente para los muchos fans no
demasiado exigentes que aún no han llegado a cierta edad. Sin embargo, para los
que ya estamos más cerca de los 50 tacos que de los 40, la nostalgia no basta
ni de lejos. La nostalgia es, de hecho, un arma de doble filo, porque nunca
cesa de establecer comparaciones entre lo que fue y lo que es. Y si lo que es
resulta tan solo un pálido y decepcionante reflejo de lo que fue, entonces lo
único que puede hacernos sentir es decepción. Por muchos años que pasen, La guerra de las galaxias y El imperio contraataca seguirán siendo
pelis míticas para muchos de nosotros. Soy plenamente consciente de que no es
realista esperar que alguien haga algo similar teniendo el listón tan alto,
pero el problema es que los responsables de Lucasfilm parecen haber renunciado a
intentarlo y se conforman con crear imitaciones y sucedáneos, sin dar muestras
de entender lo que hace tan especiales a esas dos películas. Dos pruebas
irrefutables de ello son Los últimos
Jedi y Han Solo, pero sobre
ellas tendré que hacer otra entrada aparte, porque si no me entra la depre.
Mientras tanto, recemos para que The
Mandalorian, que se estrena el próximo 12 de noviembre, sea lo que debió
haber sido Rogue One. Porque
respecto al Episodio IX, yo ya no
albergo ninguna esperanza. ¡Jo, y dale con la palabra de los…!