martes, 8 de octubre de 2019

Capítulo de muestra de 'Vientos de Invierno': Tyrion

¡Ajá! ¿Creíais que ya me había olvidado de este blog, verdad? Bueno, pues casi acertasteis. Los últimos tres años me han tenido absorbido en nuevos estudios para conseguir un empleo en la administración pública. Ya sabéis, esa gente que apenas trabaja y a la que no se puede despedir. Algún día yo seré uno de ellos y os miraré a todos los demás desde mi pedestal con apenas disimulado desprecio. ¡Ja, ja ja!
Bueno, ya más en serio, solo los dioses saben cuánto tardaré en ser funcionario. También estoy explorando otras opciones como personal laboral de la administración, así que ahora mismo mi futuro laboral sigue siendo una incógnita.
Imagino que muchos habréis visto ya las últimas temporadas de Juego de Tronos. Personalmente, me ha hecho gracia el modo en que muchos parecen haberse dado cuenta de repente de que la serie llevaba años yendo cuesta abajo. Como podéis comprobar en una de mis entradas de 2016, la quinta temporada supuso para mí un cambio irreparable a peor. Sin embargo, muchos siguieron defendiendo a la serie contra viento y marea y no fue hasta la séptima temporada cuando la mayoría empezaron a cambiar de opinión (o al menos, a reconocerlo abiertamente). La octava temporada ha generado una oleada de opiniones tan negativas que no he podido dejar de sorprenderme. ¿De verdad tanta gente ha tardado cuatro años en darse cuenta de cómo iban las cosas? Supongo que muchos confiaban en que todo mejorara al final y en que tuviéramos un desenlace como mínimo decente. Pero no ha sido así, y ya se sabe que las masas son muy dadas tanto a auto engañarse como a desatar su ira cuando se sienten engañadas... por otros.
En cualquier caso, ahora al menos podemos relajarnos y aguardar a la publicación de Vientos de Invierno para seguir disfrutando de la historia original. Por supuesto, seguimos sin saber cuándo George R. R. Martin va a terminar el dichoso libro. ¿Recordáis que allá por 2015 escribí que a ver si lo hacía antes de 2020? Pues en el momento de escribir estas líneas, ese año ya esta a la vuelta de la esquina y aún no tenemos fecha de publicación. Pero como decía el profesor Farnsworth en Futurama, "un hombre puede soñar". Mientras tanto, además de soñar yo he traducido el segundo de los dos capítulos de Tyrion Lannister que Martin ha leído en convenciones durante estos años. Me hubiera gustado traducir antes el primero, pero por desgracia solo lo he encontrado en forma resumida. El segundo es el único del que he hallado transcripciones completas en la red, de modo que he tenido que conformarme con ese. Espero que disfrutéis de él. También tengo pendientes de colgar aquí mis críticas de Rogue One y Los Últimos Jedi, pero la verdad es que aún no he sido capaz de completarlas debido a la gran decepción que ambas me produjeron. Confiemos en que The Mandalorian sea un cambio a mejor para la saga, porque personalmente yo ya no tengo ninguna expectativa con respecto a El ascenso de Skywalker.
Dicho todo esto, ahí va el nuevo capítulo.

TYRION 2

            En algún lugar a lo lejos, en la distancia, un moribundo llamaba a gritos a su madre.
-        ¡A caballo! –gritaba un hombre en ghiscari, en el campo justo al norte del de los Segundos Hijos– ¡A caballo! ¡A caballo!
Su voz, aguda y chillona, se oía desde lejos en el aire de la mañana, mucho más allá de su propio campamento. Tyrion sólo sabía el suficiente ghiscari como para entender las palabras, pero el miedo en su voz habría estado claro en cualquier lengua. <<Sé cómo se siente>>.
Supo que era el momento de buscar su propio caballo, el momento de ponerse la armadura de algún cadáver, ceñirse una daga y una espada al cinto y deslizar su mellado yelmo sobre su cabeza. Había despuntado el alba y una franja de sol naciente, cegadoramente brillante, era visible tras las murallas y torres de la ciudad. Al oeste las estrellas se desvanecían una tras otra. Sonaban las trompetas a lo largo del Skahazadhan y los cuernos de guerra respondían desde las murallas de Meereen. Un barco ardiendo se hundía en la boca del río. Muertos y dragones se movían por el cielo, mientras que los barcos de guerra chocaban y se golpeaban en la Bahía de los Esclavos. Tyrion no podía verlos desde allí, pero podía oír sus sonidos: el choque de casco contra casco cuando los barcos se golpeaban entre sí, los guturales cuernos de guerra de los Hombres de Hierro y los extraños y agudos silbatos de Qarth, los remos haciéndose astillas, los alaridos y gritos de guerra, el choque de hacha contra armadura, de espada contra escudo, todos mezclados con los chillidos de los heridos. Muchos de los barcos aún estaban lejos en la bahía, por lo que los sonidos que producían parecían débiles y lejanos, pero él los reconoció a todos igualmente. La música de la matanza.
A trescientas yardas de donde él estaba se alzaba la Hermana Malvada. Su largo brazo oscilaba hacia arriba con un pequeño montón de cadáveres. ¡Zas! ¡Pum! Y allá volaban, desnudos e hinchados, pálidos pájaros muertos que deshuesados caían por el aire. Los campos de asedio relucían con una chillona neblina de rosa y oro, pero las famosas pirámides escalonadas de Meereen se alzaban negras frente al resplandor. Vio que algo se movía en la cima de una de ellas. Un dragón, ¿pero cuál? A aquella distancia, con la misma facilidad habría podido ser un águila. Un águila muy grande.
Tras pasar días oculto en las mohosas tiendas de los Segundos Hijos, el aire de fuera olía fresco y despejado. Aunque no podía ver la bahía desde donde estaba, el olor salobre le dijo que estaba cerca. Tyrion se llenó los pulmones con él. Un buen día para una batalla. Desde el este, el sonido de tambores rodaba a través de la reseca llanura. Una columna de hombres a caballo apareció fugazmente más allá del Harridan, ondeando los estandartes azules de los Hijos del Viento.
Un hombre más joven quizá hubiera encontrado todo aquello estimulante. Un hombre más estúpido quizá hubiera pensado que era grande y glorioso, hasta el momento en que algún soldado esclavo yunkio, feo como el culo y con aros en los pezones, le plantara un hacha entre los ojos. Tyrion Lannister lo entendía mejor. <<Los dioses no me moldearon para blandir una espada,>> pensó <<así que, ¿por qué no dejan de meterme en medio de batallas?>>
Nadie le oyó. Nadie respondió. A nadie le importó.
Tyrion se descubrió recordando su primera batalla. Shae había sido la primera en moverse cuando la despertaron las trompetas de su padre. La dulce ramera que le había dado placer durante la mitad de la noche había temblado desnuda en sus brazos como un niño asustado. <<¿O también fue todo aquello una mentira, una estratagema que ella empleaba para hacerme sentir valiente y genial?>> Qué actriz habría sido. Cuando Tyrion había gritado a Podrick que lo ayudara con su armadura, había encontrado al muchacho dormido y roncando. No era el mozo más listo que había conocido, pero sí un escudero decente, al fin y al cabo. <<Espero que encontrara un hombre mejor al que servir>>.
Era extraño, pero Tyrion recordaba mucho mejor el Forca Verde que Aguasnegras. <<Fue mi primera. Nunca olvidas la primera.>> Recordaba la niebla que venía del río, serpenteando entre los juncos como pálidos dedos blancos. Y la belleza del amanecer, eso también lo recordaba: estrellas desparramadas por un cielo púrpura, la hierba reluciendo como cristal con el rocío de la mañana, esplendor rojo al este. Recordaba el tacto de los dedos de Shae mientras ella ayudaba a Pod con la desparejada armadura de Tyrion. El maldito yelmo, como un cubo con un pincho. Aunque el pincho le había salvado y le había conseguido su primera victoria, pero Céntimo y Penny jamás habían parecido ni la mitad de ridículos que de lo que él debía de haber parecido aquel día. Fíjate que Shae lo había llamado “temible” al verlo con su acero. <<¿Cómo pude ser tan ciego, tan sordo, tan estúpido? Debí haber sido más listo, en lugar de pensar con la polla>>.
Los Segundos Hijos estaban ensillando sus caballos. Lo hacían con calma, sin prisas, eficientemente; no era nada que no hubieran hecho cien veces antes. Algunos de ellos se pasaban un pellejo de mano en mano, aunque él no supo decir si era de vino o de agua. Bokkoko estaba besando desvergonzadamente a su amante, sobando las nalgas del muchacho con una enorme mano y con la otra enredada en su cabello. Tras ellos, Ser Garibald estaba cepillando la melena de su gran caballo castrado. Kem se sentaba sobre una roca, mirando fijamente el suelo… recordando a su hermano muerto, quizás, o soñando con aquel amigo allá en Desembarco del Rey. Martillo y Clavo pasaban de hombre a hombre, comprobando lanzas y espadas, ajustando armaduras y dándole filo a cualquier hoja que lo necesitara. Snatch mascaba su hojamarga, haciendo burlas y rascándose los huevos con el garfio de su mano. Algo en sus modales le hizo a Tyrion recordar a Bron. <<Ahora Ser Bron de Aguasnegras, a no ser que mi hermana lo haya matado. Eso podría no ser tan sencillo como ella cree.>> Se preguntó en cuántas batallas habían luchado aquellos Segundos Hijos. ¿Cuántas escaramuzas, cuántos pillajes? ¿Cuántas ciudades habían asaltado, cuántos hermanos habían enterrado o dejado atrás para que se pudrieran? Comparados con ellos, Tyrion era un joven novato y aún sin poner a prueba, aunque contara más años que la mitad de la compañía.
Esta sería su tercera batalla. <<Aguerrido y cubierto de sangre, sellado y lacrado, un guerrero probado, ese soy yo. He matado a algunos hombres y he herido a otros, he recibido heridas yo mismo y he vivido para contarlas. He dirigido cargas, he oído a hombres gritar mi nombre, he acabado con hombres más grandes y mejores, incluso he saboreado un poco la gloria… ¿y no era aquél un vino bueno y generoso para los héroes? ¿Acaso no me gustaría otro trago?>> Sin embargo, con todo cuanto había hecho y todo cuanto había visto, la perspectiva de otra batalla le enfriaba la sangre. Había viajado a través de medio mundo en palanquín, barcaza y cerdo, había navegado en barcos de esclavos y en galeras comerciales, había montado putas y caballos, diciéndose todo el tiempo que no le importaba si vivía o moría… solo para descubrir que le importaba mucho, al fin y al cabo.
El Desconocido había montado su yegua clara y cabalgaba hacia ellos con su espada en la mano, pero a Tyrion Lannister no le interesaba encontrarse de nuevo con él. <<Ahora no. Aún no. No este día. Vaya fraude eres, gnomo. Dejaste que un centenar de guardias violaran a tu esposa, disparaste a tu padre en el vientre por una pendencia, retorciste una cadena de oro alrededor de la garganta de tu amante hasta que su rostro se volvió negro, y aun así, de algún modo, todavía crees que mereces vivir>>.
Penny ya tenía puesta su armadura cuando Tyrion entró sigilosamente en la tienda que compartían. Ella llevaba años poniéndose una armadura de madera al servicio de sus representaciones; la armadura de verdad y la cota de malla no eran tan distintas una vez dominados todos los cierres y hebillas. Y si el acero de la compañía estaba mellado aquí y oxidado allá, arañado, manchado y descolorido, eso no importaba. Aún debería ser lo bastante bueno como para detener una espada.
La única pieza que aún no se había puesto era su yelmo. Cuando él entró, ella levantó la vista.
-        No llevas armadura. ¿Qué ocurre?
-        Lo habitual. Barro, sangre y heroísmo. Matar y morir. Se está librando una batalla en la bahía y otra bajo las murallas de la ciudad. Allá hacia donde se vuelvan los yunkios, tendrán un enemigo tras ellos. La lucha más cercana aún está a una legua de distancia, pero pronto estaremos en ella.
En un bando o en otro. Los Segundos Hijos estaban listos para otro cambio de amos. Tyrion estaba casi seguro de ello… aunque había un gran abismo entre “seguro” y “casi seguro”. <<Si he juzgado mal a mi hombre, estamos todos perdidos>>.
-        Ponte tu yelmo y asegúrate de que los cierres están puestos. Una vez me quité el mío para evitar ahogarme y me costó una nariz –le dijo.
-        Antes necesitamos meterte en tu armadura.
-        Si así lo deseas… Primero el chaleco. El cuero endurecido con los corchetes de hierro. La malla por encima y luego el gorjal –paseó la mirada por la tienda–. ¿Hay vino?
-        No.
-        Nos quedaba media jarra de la cena.
-        Un cuarto de jarra, y te la bebiste.
El suspiró.
-        Vendería a mi hermana por una copa de vino.
-        Venderías a tu hermana por una copa de orín de caballo.
Aquello fue tan inesperado que lo hizo reír con fuerza.
-        ¿Tan conocido es mi gusto por el orín de caballo o es que has conocido a mi hermana?
-        Solo la vi aquella vez, en el torneo para el joven rey. Céntimo pensó que era hermosa.
<<Céntimo era un pequeño y raquítico gusano con un nombre estúpido>>.
-        Solo un tonto cabalga sobrio a una batalla. Plumm tendrá algo de vino. ¿Y si muere en la batalla? Sería un crimen desperdiciarlo.
-        Contén tu lengua. Tengo que atarte este chaleco.
Tyrion lo intentó, pero le parecía que los sonidos de la matanza sonaban más fuertes, y su lengua no se contenía.
-        Cara de Flan quiere usar a la compañía para arrojar al mar a los Hombres de Hierro –se oyó decirle a Penny mientras ella lo vestía–. Lo que debería haber hecho es enviar toda su caballería contra los eunucos, a plena carga, antes de que llegaran a diez pies de las puertas; enviar a los Gatos contra ellos desde la izquierda, a nosotros y a los Hijos del Viento desde la derecha y destrozar sus flancos por ambos extremos. Hombre contra hombre, los Inmaculados no son ni mejores ni peores que cualquiera otros lanceros. Es su disciplina lo que los hace peligrosos, pero si no pueden formar un muro de lanzas…
-        Levanta los brazos –dijo Penny–. Ahí. Eso está mejor. Quizá tú deberías mandar a los hombres de Yunkai.
-        Emplean a soldados esclavos. ¿Por qué no a comandantes esclavos? Aunque eso arruinaría la contienda. Para los sabios amos, esto es solo una partida de cyvasse. Nosotros somos las piezas –Tyrion inclinó la cabeza hacia un lado, pensando–. Eso es algo que los esclavistas tienen en común con mi señor padre.
-        ¿Tu padre? ¿Qué quieres decir?
-        Solo estaba recordando mi primera batalla. Forca Verde. Luchamos entre el río y el camino. Cuando vi desplegarse a las huestes de mi padre, recuerdo haber pensado lo hermoso que era. Como una flor abriendo sus pétalos al sol. Una rosa carmesí con espinas de hierro. Y mi padre, ah, jamás pareció tan resplandeciente. Llevaba una armadura carmesí, con aquel enorme sobretodo hecho de tejido dorado. Un par de leones dorados en sus hombros y otro en su yelmo. Su semental era magnífico. Su señoría contempló toda la batalla desde lo alto de aquel caballo y jamás se acercó a menos de cien yardas de ningún enemigo. Jamás se movió, jamás sonrió, jamás sudó ni una gota mientras miles morían debajo de él. Imagíname encaramado en un taburete, mirando fijamente un tablero de cyvasse. Casi podríamos ser gemelos… si yo tuviera un caballo, una armadura carmesí y un sobretodo hecho de tejido dorado. Él también era más alto. Y tenía más pelo.
Penny le besó.
Se movió tan deprisa que él no tuvo tiempo de pensar. Se abalanzó tan rápida como un pájaro y apretó sus labios contra los de él. Terminó igual de rápido. <<¿A qué ha venido eso?>>, casi dijo él, pero ya sabía a qué había venido. <<Gracias>>, pudo haber dicho, pero ella podría habérselo tomado como un permiso para hacerlo otra vez. <<Niña, no tengo deseos de hacerte daño>>, pudo haber intentado decir, pero Penny no era una niña, y los deseos de él no mitigarían el golpe. Por primera vez en más tiempo del que podía recordar, a Tyrion Lannister le faltaron las palabras.
<<Parece tan joven>>, pensó. <<Una muchacha, eso es todo lo que es. Una muchacha, y casi bonita, si puedes olvidar que es una enana.>> Su cabello era de un castaño cálido, espeso y rizado, y sus ojos eran grandes y llenos de confianza, demasiado llenos de confianza.
-        ¿Oyes ese sonido? –dijo Tyrion.
Ella escuchó.
-        ¿Qué es? –dijo, mientras sujetaba un par de desparejadas grebas a sus raquíticas piernas.
-        La guerra. A ambos lados de nosotros y ni a una legua de distancia. Eso es matanza, Penny. Son hombres dando traspiés en el barro con las entrañas colgándoles por fuera.  Son miembros cercenados, huesos rotos y charcos de sangre. ¿Sabes cómo salen los gusanos tras una lluvia intensa? He oído que hacen lo mismo tras una gran batalla si el suelo se empapa de la suficiente sangre. Eso es el Desconocido acercándose, Penny. La Cabra Negra, el Niño Pálido, el de los muchos rostros, llámalo como quieras. Eso es la muerte.
-        Me estás asustando.
-        ¿Lo hago? Bien. Deberías asustarte. Tenemos a los Hombres de Hierro desembarcando en masa y a Ser Barristan y a sus Inmaculados saliendo en tropel por las puertas de la ciudad, con nosotros entre ellos, luchando en el maldito bando equivocado. Yo mismo estoy aterrado.
-        Dices eso, pero sigues bromeando.
-        Las bromas son una manera de alejar el miedo. El vino es otra.
-        Tú eres valiente. La gente pequeña puede ser valiente.
<<Mi gigante Lannister>>, escuchó él. <<Se está burlando de mí.>> Casi volvió a abofetearla. Le palpitaba la cabeza.
-        No pretendía enfadarte –dijo Penny–. Perdóname. Estoy asustada, eso es todo –ella tocó su mano.
Tyrion se soltó de ella. <<Estoy asustada.>> Aquellas eran las mismas palabras que había empleado Shae. <<Sus ojos eran grandes como huevos, y yo me tragué cada bocado de ello. Sabía lo que era ella. Le dije a Bron que encontrara una mujer para mí y me trajo a Shae.>> Sus manos se cerraron en puños y el rostro de Shae flotó ante él con una sonrisa burlona. Luego la cadena se tensó alrededor de su garganta, con las manos doradas hundiéndose profundamente en su carne mientras sus propias manos se batían contra el rostro de él con la misma fuerza que mariposas. Si él hubiera tenido una cadena a mano… si hubiera tenido una ballesta, una daga, cualquier cosa, habría… quizás habría… él…
Fue solo entonces cuando Tyrion oyó los gritos. Estaba perdido en una furia negra, ahogándose en un mar de recuerdos, pero los gritos se apresuraron a devolverlo al mundo. Abrió sus manos, tomó aliento y se apartó de Penny.
-        Algo ocurre.
Salió a descubrir qué era. Dragones.
La bestia verde volaba en círculo sobre la bahía, girando y ladeándose mientras barcoluengos y galeras chocaban y ardían debajo de ella, pero era el dragón blanco el que dejaba boquiabiertos a los mercenarios. A trescientas yardas de distancia, la Hermana Malvada hizo oscilar su brazo. ¡Zas! ¡Pum! Seis nuevos cadáveres bailaron a través del cielo. Se elevaron hacia arriba y más y más hacia arriba. Luego dos estallaron en llamas.
El dragón atrapó uno de los cuerpos ardiendo justo cuando empezaba a caer, haciéndolo crujir entre sus mandíbulas mientras pálidas llamas corrían por su dentadura. Alas blancas restallaron contra el aire de la mañana y la bestia volvió a ascender. El segundo cadáver rebotó en una garra extendida y se precipitó directamente hacia abajo para aterrizar entre unos jinetes yunkios. Algunos de ellos también se incendiaron. Un caballo se encabritó y arrojó a su jinete. Los demás huyeron, tratando de correr más que las llamas pero sin embargo avivándolas. Tyrion Lannister casi pudo saborear el pánico mientras éste se extendía como una oleada por los campamentos.
Un fuerte y familiar olor a orina llenó el aire. El enano miró a su alrededor y se sintió aliviado al ver que era Tintero quien se había meado encima y no él.
-        Más vale que vayas a cambiarte los calzones –le dijo Tyrion–. Y mientras lo haces, dale la vuelta a tu capa.
El tesorero palideció, pero no se movió. Aún seguía allí en pie, contemplando como el dragón atrapaba cadáveres en el aire, cuando el mensajero llegó llamando a golpes. <<Un maldito oficial>>, vio Tyrion enseguida. Iba ataviado con una armadura dorada y montaba un caballo dorado. Anunció en voz alta que lo había enviado el comandante supremo de los yunkios, el noble y poderoso Gorzhak zo Eraz.
-        Lord Gorzhak envía sus cumplidos al capitán Plumm y solicita que lleve su compañía a las orillas de la bahía. Están atacando nuestros barcos.
<<Vuestros barcos están hundiéndose, ardiendo y huyendo>>, pensó Tyrion. <<Están capturando vuestros barcos y pasando a vuestros hombres por la espada.>> Él era un Lannister de Roca Casterly, cerca de las Islas de Hierro. Los saqueadores de Hierro no eran raros en sus aguas. A lo largo de los siglos habían quemado Lannisport al menos en tres ocasiones y habían hecho dos docenas de incursiones allí. La gente de Poniente conocía el salvajismo del que eran capaces los hombres de Hierro; aquellos esclavistas solo estaban aprendiéndolo.
-        El capitán no está aquí ahora mismo –dijo Tintero al mensajero–. Ha ido a ver a la Niña General.
El jinete señaló hacia el sol.
-        El mando de Lady Malazza terminó al salir el sol. Seguid las instrucciones de Lord Gorzhak
-        ¿Atacar los barcos del calamar, queréis decir? ¿Los que están ahí fuera en el agua? –el tesorero frunció el ceño– Yo no veo cómo, pero en cuando regrese Ben el Moreno le diré lo que desea vuestro Gorzhak.
-        Os he dado una orden. La seguiréis ahora.
-        Seguimos las órdenes de nuestro capitán –dijo Tintero con su habitual tono afable–. Él no está aquí. Ya os lo he dicho.
El mensajero había perdido la paciencia. Tyrion podía verlo.
-        Os habéis unido a la batalla. Vuestro comandante debería estar con vosotros.
-        Quizás, pero no lo está. La Niña mandó a buscarlo. Y él se fue.
El mensajero enrojeció.
-        ¡Debéis cumplir vuestras órdenes!
Snatch escupió un taco de hojamarga bien mascada por el lado izquierdo de su boca.
-        Perdonad –le dijo al jinete yunkio–, pero aquí somos todos de caballería, al igual que mi señor. Un caballo de guerra bien entrenado cargaría contra un muro de lanzas. Algunos saltarían sobre una zanja en llamas. Pero yo jamás he visto un caballo que pudiera cabalgar sobre el agua.
-        De los barcos están desembarcando hombres –gritó el noble menor yunkio–. Han bloqueado la boca del Skahazadham con una nave en llamas, y cada momento que pasáis aquí hablando otro centenar de espadas viene chapoteando por los bajíos. ¡Reunid a vuestros hombres y empujadlos de vuelta al mar! ¡De inmediato! ¡Gorzhak lo ordena!
-        ¿Cuál es Gorzhak? –preguntó Kem–. ¿Es el Conejo?
-        Cara de Flan –dijo Tintero–. El Conejo no es tan tonto como para enviar caballería ligera contra barcoluengos.
El jinete ya había oído suficiente.
-        Informaré a Gorzhak zo Eraz de que os negáis a cumplir sus órdenes –dijo fríamente. Luego hizo dar la vuelta a su caballo dorado y regresó galopando por donde había venido, perseguido por un vendaval de risas de los mercenarios.
Tintero fue el primero en dejar morir a su sonrisa.
-        Ya basta –dijo, repentinamente solemne–. Volved a lo vuestro. Ensillad esos caballos. Quiero a cada uno de vosotros listo para cabalgar cuando Ben vuelva aquí con verdaderas órdenes. Y apagad ese fuego de cocina. Podréis desayunar cuando la lucha haya terminado, si es que vivís hasta entonces –su mirada cayó sobre Tyrion– ¿Por qué sonríes? Pareces un poco tonto en esa armadura, Mediohombre.
-        Mejor parecer un tonto que serlo –respondió el enano–. Estamos en el bando perdedor.
-        El Mediohombre está en lo cierto –dijo Jorah Mormont–. No querremos estar luchando para los esclavistas cuando Daenerys regrese… y lo hará, no os equivoquéis. Atacad ahora con dureza y la reina no lo olvidará. Encontrad a sus rehenes y liberadlos. Y yo juraré por el honor de mi casa y de mi hogar que ése fue el plan de Ben el Moreno desde el principio.
Afuera, en las aguas de la Bahía de los Esclavos, otra de las galeras de Quarth estalló en llamas. Tyrion pudo oír elefantes bramando al este. Los brazos de las seis hermanas se alzaron y cayeron, lanzando cadáveres. Escudos chocaron contra escudos cuando dos muros de lanzas se unieron bajo las murallas de Meereen. Los dragones revoloteaban en lo alto mientras sus sombras corrían sobre rostros vueltos hacia arriba, tanto de amigos como de enemigos.
Tintero levantó las manos.
-        Yo llevo los libros, guardo nuestro oro, redacto nuestros acuerdos, recaudo nuestras pagas, me aseguro de que tengamos suficientes monedas para comprar provisiones. No decido contra quién luchamos ni cuándo. Eso debe decirlo Ben el Moreno. Planteádselo a él cuando regrese.
Para cuando Plumm y sus acompañantes volvieron galopando del campamento de la Niña General, el dragón blanco ya había volado de vuelta a su guarida sobre Meereen. El verde aún merodeaba, elevándose en amplios círculos sobre la ciudad y la bahía con sus grandes alas verdes.
Ben Plumm el Moreno vestía armadura y cota de malla sobre cuero endurecido. La capa de seda que caía de sus hombros era su única concesión a la vanidad; se ondulaba cuando él se movía y el color cambiaba de violeta pálido a púrpura oscuro. Desmontó de su caballo y se lo pasó a un mozo de cuadra. Luego le dijo a Snatch que convocara a sus capitanes.
-        Diles que se den prisa –añadió Kasporio el Astuto.
Tyion ni siquiera era sargento, pero sus partidas de cyvasse lo habían convertido en alguien familiar en la tienda de Ben el Moreno y nadie intentó detenerlo cuando entró con los demás. Además de Kasporio y Tintero, Uhlan y Bokkoko estaban entre los convocados. El enano se sorprendió de ver también allí a Ser Jorah Mormont.
-        Se nos ordena defender a la Hermana Malvada –les informó Ben el Moreno. Los demás hombres intercambiaron miradas inquietas. Nadie parecía querer hablar hasta que Ser Jorah preguntó:
-        ¿Por autoridad de quién?
-        De la Niña. Ser Abuelo se dirige hacia el Harridan, pero ella teme que luego pueda dirigirse hacia la Hermana Malvada. El Fantasma ya ha caído. Los libertos de Marselen quebraron a las Lanzas Largas como a una vara podrida y la derribaron con cadenas. La niña se figura que Selmy tiene intención de derribar todos los trabuquetes.
-        Es lo que yo haría en su lugar –dijo Ser Jorah–. Solo que yo lo habría hecho antes.
-        ¿Por qué sigue la Niña dando órdenes? –Tintero sonaba perplejo– El alba ya ha llegado y se ha ido. ¿No puede ella ver el sol? Se comporta como si aún siguiera siendo la comandante suprema.
-        Si fuerais ella y supierais que Cara de Flan está a punto de asumir el mando, quizá también seguiríais dando órdenes –dijo Mormont.
-        La una no es mejor que el otro –insistió Kasporio.
-        Cierto –dijo Tyrion –, pero Malazza tiene mejores tetas.
-        A la Hermana Perversa se la conserva con ballestas –dijo Tintero–. Escorpiones. Mangoneles. Eso es lo que se necesita. No se emplea a hombres a caballo para defender una posición fija. ¿Pretende la niña que desmontemos? Si es así, ¿por qué no usa a sus lanceros y honderos?
Ken metió su pálida y rubia cabeza dentro de la tienda.
-        Lamento molestar, mis señores, pero ha venido otro jinete. Dice que tiene nuevas órdenes del comandante supremo.
Ben el Moreno miró hacia Tyrion y luego se encogió de hombros.
-        Haz que entre.
-        ¿Aquí? –preguntó Kem, confuso.
-        Aquí es donde parezco estar –dijo Plumm con un deje de irritación–. Si va a otro sitio, no me encontrará.
Ken salió. Cuando regresó, mantuvo abierta la solapa de la tienda para un noble yunkio con una capa de seda amarilla y pantalones a juego. El cabello graso y oscuro del hombre había sido torturado, retorcido y lacado para hacer que pareciera que un centenar de pequeñas rosas brotaban de su cabeza. En su peto había una escena de tan deliciosa depravación que Tyrion percibió a un espíritu afín al suyo.
-        Los Inmaculados avanzan hacia la Hija de la Harpía –anunció el mensajero –. Se enfrentan a Barbasangre y a dos legiones de ghiscarios. Mientras ellos mantienen la posición, vos debéis rodear a los eunucos y atacarlos por la retaguardia sin dejar a ninguno. Esto es por orden del más noble y poderoso Morghar zo Zherzyn, comandante supremo de los yunkios.
-        ¿Morghar? –Kasporio frunció el ceño– No, Gorzhak está al mando.
-        Gorzhak zo Eraz yace muerto, caído por una traición de los pénticos. El noble Morghar jura que el cambiacapas que se hace llamar Príncipe Desharrapado morirá entre alaridos por esta infamia.
Ben el Moreno se rascó la barba.
-        Los Hijos del Viento han cambiado de bando, ¿verdad? –dijo, con un tono de ligero interés.
Tyrion rió alegremente.
-        Y hemos cambiado a Cara de Flan por el Conquistador Borracho. Es un milagro que fuera capaz de salir gateando de la jarra el tiempo suficiente para dar una orden medio sensata.
El yunkio miró ferozmente al enano.
-        Contened vuestra lengua, pequeño piojoso… –su réplica se marchitó–. Este insolente enano es un esclavo fugado –declaró, sorprendido–. Es propiedad del noble Yezzan zo Qaggaz, sagrada sea su memoria.
-        Os equivocáis. Él es mi hermano de armas. Un hombre libre y un Segundo Hijo. Los esclavos de Yezzan llevan collares dorados –Ben el Moreno sonrió con su más afable sonrisa–. Collares dorados con campanillas. ¿Vos oís campanas? Yo no las oigo.
-        Los collares pueden quitarse. Exijo que el enano sea entregado para que se le castigue de inmediato.
-        Eso parece muy severo. Jorah, ¿qué opináis?
-        Esto.
Mormont tenía su espada larga en la mano. Mientras el jinete se volvía, Ser Jorah se la clavó en la garganta, La punta salió por la nuca del yunkio, roja y húmeda. La sangre burbujeó en sus labios y cayó por su barbilla. El hombre dio dos pasos tambaleantes y cayó sobre el tablero de cyvasse, esparciendo los ejércitos de madera por todas partes. Tembló algunas veces más, aferrando la espada de Mormont con una mano mientras la otra arañaba febrilmente la mesa volcada. Solo entonces pareció el de yunkio darse cuenta de que estaba muerto. Yació boca abajo sobre la alfombra en una mezcolanza de sangre roja y de aceitosas rosas negras. Ser Jorah arrancó su espada del cuello del muerto. La sangre corrió por las hendiduras de la hoja.
El dragón blanco del cyvasse acabó a los pies de Tyrion. Él lo recogió de la alfombra y lo limpió con su manga, pero algo de sangre yunkia se había acumulado en los finos surcos de su tallado, de modo que la pálida madera parecía tener vetas rojas.
-        Salve a nuestra amada reina Daenerys. <<Esté viva o muerta.>> –lanzó el dragón ensangrentado al aire, lo atrapó y sonrió.
-        Siempre hemos sido hombres de la reina –anunció Ben Plumm el Moreno–. Volver a unirnos a los yunkios fue solo un ardid.
-        Y qué ardid tan astuto ha sido –Tyrion le dio al muerto un empujón con su bota–. Si ese peto es de mi talla, lo quiero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario