¡Ajá! ¿Creíais que ya me había olvidado de este blog, verdad? Bueno, pues casi acertasteis. Los últimos tres años me han tenido absorbido en nuevos estudios para conseguir un empleo en la administración pública. Ya sabéis, esa gente que apenas trabaja y a la que no se puede despedir. Algún día yo seré uno de ellos y os miraré a todos los demás desde mi pedestal con apenas disimulado desprecio. ¡Ja, ja ja!
Bueno, ya más en serio, solo los dioses saben cuánto tardaré en ser funcionario. También estoy explorando otras opciones como personal laboral de la administración, así que ahora mismo mi futuro laboral sigue siendo una incógnita.
Imagino que muchos habréis visto ya las últimas temporadas de Juego de Tronos. Personalmente, me ha hecho gracia el modo en que muchos parecen haberse dado cuenta de repente de que la serie llevaba años yendo cuesta abajo. Como podéis comprobar en una de mis entradas de 2016, la quinta temporada supuso para mí un cambio irreparable a peor. Sin embargo, muchos siguieron defendiendo a la serie contra viento y marea y no fue hasta la séptima temporada cuando la mayoría empezaron a cambiar de opinión (o al menos, a reconocerlo abiertamente). La octava temporada ha generado una oleada de opiniones tan negativas que no he podido dejar de sorprenderme. ¿De verdad tanta gente ha tardado cuatro años en darse cuenta de cómo iban las cosas? Supongo que muchos confiaban en que todo mejorara al final y en que tuviéramos un desenlace como mínimo decente. Pero no ha sido así, y ya se sabe que las masas son muy dadas tanto a auto engañarse como a desatar su ira cuando se sienten engañadas... por otros.
En cualquier caso, ahora al menos podemos relajarnos y aguardar a la publicación de Vientos de Invierno para seguir disfrutando de la historia original. Por supuesto, seguimos sin saber cuándo George R. R. Martin va a terminar el dichoso libro. ¿Recordáis que allá por 2015 escribí que a ver si lo hacía antes de 2020? Pues en el momento de escribir estas líneas, ese año ya esta a la vuelta de la esquina y aún no tenemos fecha de publicación. Pero como decía el profesor Farnsworth en Futurama, "un hombre puede soñar". Mientras tanto, además de soñar yo he traducido el segundo de los dos capítulos de Tyrion Lannister que Martin ha leído en convenciones durante estos años. Me hubiera gustado traducir antes el primero, pero por desgracia solo lo he encontrado en forma resumida. El segundo es el único del que he hallado transcripciones completas en la red, de modo que he tenido que conformarme con ese. Espero que disfrutéis de él. También tengo pendientes de colgar aquí mis críticas de Rogue One y Los Últimos Jedi, pero la verdad es que aún no he sido capaz de completarlas debido a la gran decepción que ambas me produjeron. Confiemos en que The Mandalorian sea un cambio a mejor para la saga, porque personalmente yo ya no tengo ninguna expectativa con respecto a El ascenso de Skywalker.
Dicho todo esto, ahí va el nuevo capítulo.
TYRION 2
En
algún lugar a lo lejos, en la distancia, un moribundo llamaba a gritos a su
madre.
-
¡A
caballo! –gritaba un hombre en ghiscari, en el campo justo al norte del de los
Segundos Hijos– ¡A caballo! ¡A caballo!
Su voz, aguda
y chillona, se oía desde lejos en el aire de la mañana, mucho más allá de su
propio campamento. Tyrion sólo sabía el suficiente ghiscari como para entender
las palabras, pero el miedo en su voz habría estado claro en cualquier lengua. <<Sé
cómo se siente>>.
Supo que era
el momento de buscar su propio caballo, el momento de ponerse la armadura de
algún cadáver, ceñirse una daga y una espada al cinto y deslizar su mellado
yelmo sobre su cabeza. Había despuntado el alba y una franja de sol naciente,
cegadoramente brillante, era visible tras las murallas y torres de la ciudad.
Al oeste las estrellas se desvanecían una tras otra. Sonaban las trompetas a lo
largo del Skahazadhan y los cuernos de guerra respondían desde las murallas de
Meereen. Un barco ardiendo se hundía en la boca del río. Muertos y dragones se
movían por el cielo, mientras que los barcos de guerra chocaban y se golpeaban en
la Bahía de los Esclavos. Tyrion no podía verlos desde allí, pero podía oír sus
sonidos: el choque de casco contra casco cuando los barcos se golpeaban entre
sí, los guturales cuernos de guerra de los Hombres de Hierro y los extraños y
agudos silbatos de Qarth, los remos haciéndose astillas, los alaridos y gritos
de guerra, el choque de hacha contra armadura, de espada contra escudo, todos
mezclados con los chillidos de los heridos. Muchos de los barcos aún estaban
lejos en la bahía, por lo que los sonidos que producían parecían débiles y
lejanos, pero él los reconoció a todos igualmente. La música de la matanza.
A trescientas
yardas de donde él estaba se alzaba la Hermana Malvada. Su largo brazo oscilaba
hacia arriba con un pequeño montón de cadáveres. ¡Zas! ¡Pum! Y allá volaban,
desnudos e hinchados, pálidos pájaros muertos que deshuesados caían por el
aire. Los campos de asedio relucían con una chillona neblina de rosa y oro,
pero las famosas pirámides escalonadas de Meereen se alzaban negras frente al
resplandor. Vio que algo se movía en la cima de una de ellas. Un dragón, ¿pero
cuál? A aquella distancia, con la misma facilidad habría podido ser un águila.
Un águila muy grande.
Tras pasar
días oculto en las mohosas tiendas de los Segundos Hijos, el aire de fuera olía
fresco y despejado. Aunque no podía ver la bahía desde donde estaba, el olor
salobre le dijo que estaba cerca. Tyrion se llenó los pulmones con él. Un buen
día para una batalla. Desde el este, el sonido de tambores rodaba a través de
la reseca llanura. Una columna de hombres a caballo apareció fugazmente más
allá del Harridan, ondeando los estandartes azules de los Hijos del Viento.
Un hombre más joven
quizá hubiera encontrado todo aquello estimulante. Un hombre más estúpido quizá
hubiera pensado que era grande y glorioso, hasta el momento en que algún
soldado esclavo yunkio, feo como el culo y con aros en los pezones, le plantara
un hacha entre los ojos. Tyrion Lannister lo entendía mejor. <<Los dioses
no me moldearon para blandir una espada,>> pensó <<así
que, ¿por qué no dejan de meterme en medio de batallas?>>
Nadie le oyó.
Nadie respondió. A nadie le importó.
Tyrion se
descubrió recordando su primera batalla. Shae había sido la primera en moverse
cuando la despertaron las trompetas de su padre. La dulce ramera que le había
dado placer durante la mitad de la noche había temblado desnuda en sus brazos
como un niño asustado. <<¿O también fue todo aquello
una mentira, una estratagema que ella empleaba para hacerme sentir valiente y
genial?>> Qué actriz habría sido. Cuando Tyrion había gritado a
Podrick que lo ayudara con su armadura, había encontrado al muchacho dormido y
roncando. No era el mozo más listo que había conocido, pero sí un escudero
decente, al fin y al cabo. <<Espero que encontrara
un hombre mejor al que servir>>.
Era extraño,
pero Tyrion recordaba mucho mejor el Forca Verde que Aguasnegras. <<Fue
mi primera. Nunca olvidas la primera.>> Recordaba la niebla que venía del
río, serpenteando entre los juncos como pálidos dedos blancos. Y la belleza del
amanecer, eso también lo recordaba: estrellas desparramadas por un cielo
púrpura, la hierba reluciendo como cristal con el rocío de la mañana, esplendor
rojo al este. Recordaba el tacto de los dedos de Shae mientras ella ayudaba a
Pod con la desparejada armadura de Tyrion. El maldito yelmo, como un cubo con
un pincho. Aunque el pincho le había salvado y le había conseguido su primera
victoria, pero Céntimo y Penny jamás habían parecido ni la mitad de ridículos
que de lo que él debía de haber parecido aquel día. Fíjate que Shae lo había
llamado “temible” al verlo con su acero. <<¿Cómo pude ser tan ciego, tan
sordo, tan estúpido? Debí haber sido más listo, en lugar de pensar con la polla>>.
Los Segundos
Hijos estaban ensillando sus caballos. Lo hacían con calma, sin prisas,
eficientemente; no era nada que no hubieran hecho cien veces antes. Algunos de
ellos se pasaban un pellejo de mano en mano, aunque él no supo decir si era de
vino o de agua. Bokkoko estaba besando desvergonzadamente a su amante, sobando
las nalgas del muchacho con una enorme mano y con la otra enredada en su
cabello. Tras ellos, Ser Garibald estaba cepillando la melena de su gran caballo
castrado. Kem se sentaba sobre una roca, mirando fijamente el suelo… recordando
a su hermano muerto, quizás, o soñando con aquel amigo allá en Desembarco del
Rey. Martillo y Clavo pasaban de hombre a hombre, comprobando lanzas y espadas,
ajustando armaduras y dándole filo a cualquier hoja que lo necesitara. Snatch
mascaba su hojamarga, haciendo burlas y rascándose los huevos con el garfio de
su mano. Algo en sus modales le hizo a Tyrion recordar a Bron. <<Ahora Ser
Bron de Aguasnegras, a no ser que mi hermana lo haya matado. Eso podría no ser
tan sencillo como ella cree.>> Se preguntó en cuántas batallas habían
luchado aquellos Segundos Hijos. ¿Cuántas escaramuzas, cuántos pillajes?
¿Cuántas ciudades habían asaltado, cuántos hermanos habían enterrado o dejado
atrás para que se pudrieran? Comparados con ellos, Tyrion era un joven novato y
aún sin poner a prueba, aunque contara más años que la mitad de la compañía.
Esta sería su
tercera batalla. <<Aguerrido y cubierto de sangre, sellado y lacrado, un
guerrero probado, ese soy yo. He matado a algunos hombres y he herido a otros,
he recibido heridas yo mismo y he vivido para contarlas. He dirigido cargas, he
oído a hombres gritar mi nombre, he acabado con hombres más grandes y mejores,
incluso he saboreado un poco la gloria… ¿y no era aquél un vino bueno y
generoso para los héroes? ¿Acaso no me gustaría otro trago?>> Sin
embargo, con todo cuanto había hecho y todo cuanto había visto, la perspectiva
de otra batalla le enfriaba la sangre. Había viajado a través de medio mundo en
palanquín, barcaza y cerdo, había navegado en barcos de esclavos y en galeras
comerciales, había montado putas y caballos, diciéndose todo el tiempo que no
le importaba si vivía o moría… solo para descubrir que le importaba mucho, al fin
y al cabo.
El Desconocido
había montado su yegua clara y cabalgaba hacia ellos con su espada en la mano,
pero a Tyrion Lannister no le interesaba encontrarse de nuevo con él.
<<Ahora no. Aún no. No este día. Vaya fraude eres, gnomo. Dejaste que un
centenar de guardias violaran a tu esposa, disparaste a tu padre en el vientre por
una pendencia, retorciste una cadena de oro alrededor de la garganta de tu
amante hasta que su rostro se volvió negro, y aun así, de algún modo, todavía
crees que mereces vivir>>.
Penny ya tenía
puesta su armadura cuando Tyrion entró sigilosamente en la tienda que
compartían. Ella llevaba años poniéndose una armadura de madera al servicio de
sus representaciones; la armadura de verdad y la cota de malla no eran tan
distintas una vez dominados todos los cierres y hebillas. Y si el acero de la
compañía estaba mellado aquí y oxidado allá, arañado, manchado y descolorido, eso
no importaba. Aún debería ser lo bastante bueno como para detener una espada.
La única pieza
que aún no se había puesto era su yelmo. Cuando él entró, ella levantó la
vista.
-
No
llevas armadura. ¿Qué ocurre?
-
Lo
habitual. Barro, sangre y heroísmo. Matar y morir. Se está librando una batalla
en la bahía y otra bajo las murallas de la ciudad. Allá hacia donde se vuelvan
los yunkios, tendrán un enemigo tras ellos. La lucha más cercana aún está a una
legua de distancia, pero pronto estaremos en ella.
En un bando o
en otro. Los Segundos Hijos estaban listos para otro cambio de amos. Tyrion
estaba casi seguro de ello… aunque había un gran abismo entre “seguro” y “casi
seguro”. <<Si he juzgado mal a mi hombre, estamos todos perdidos>>.
-
Ponte
tu yelmo y asegúrate de que los cierres están puestos. Una vez me quité el mío
para evitar ahogarme y me costó una nariz –le dijo.
-
Antes
necesitamos meterte en tu armadura.
-
Si
así lo deseas… Primero el chaleco. El cuero endurecido con los corchetes de
hierro. La malla por encima y luego el gorjal –paseó la mirada por la tienda–.
¿Hay vino?
-
No.
-
Nos
quedaba media jarra de la cena.
-
Un
cuarto de jarra, y te la bebiste.
El suspiró.
-
Vendería
a mi hermana por una copa de vino.
-
Venderías
a tu hermana por una copa de orín de caballo.
Aquello fue
tan inesperado que lo hizo reír con fuerza.
-
¿Tan
conocido es mi gusto por el orín de caballo o es que has conocido a mi hermana?
-
Solo
la vi aquella vez, en el torneo para el joven rey. Céntimo pensó que era
hermosa.
<<Céntimo
era un pequeño y raquítico gusano con un nombre estúpido>>.
-
Solo
un tonto cabalga sobrio a una batalla. Plumm tendrá algo de vino. ¿Y si muere
en la batalla? Sería un crimen desperdiciarlo.
-
Contén
tu lengua. Tengo que atarte este chaleco.
Tyrion lo
intentó, pero le parecía que los sonidos de la matanza sonaban más fuertes, y
su lengua no se contenía.
-
Cara
de Flan quiere usar a la compañía para arrojar al mar a los Hombres de Hierro –se
oyó decirle a Penny mientras ella lo vestía–. Lo que debería haber hecho es
enviar toda su caballería contra los eunucos, a plena carga, antes de que
llegaran a diez pies de las puertas; enviar a los Gatos contra ellos desde la
izquierda, a nosotros y a los Hijos del Viento desde la derecha y destrozar sus
flancos por ambos extremos. Hombre contra hombre, los Inmaculados no son ni
mejores ni peores que cualquiera otros lanceros. Es su disciplina lo que los hace
peligrosos, pero si no pueden formar un muro de lanzas…
-
Levanta
los brazos –dijo Penny–. Ahí. Eso está mejor. Quizá tú deberías mandar a los
hombres de Yunkai.
-
Emplean
a soldados esclavos. ¿Por qué no a comandantes esclavos? Aunque eso arruinaría
la contienda. Para los sabios amos, esto es solo una partida de cyvasse.
Nosotros somos las piezas –Tyrion inclinó la cabeza hacia un lado, pensando–.
Eso es algo que los esclavistas tienen en común con mi señor padre.
-
¿Tu
padre? ¿Qué quieres decir?
-
Solo
estaba recordando mi primera batalla. Forca Verde. Luchamos entre el río y el
camino. Cuando vi desplegarse a las huestes de mi padre, recuerdo haber pensado
lo hermoso que era. Como una flor abriendo sus pétalos al sol. Una rosa carmesí
con espinas de hierro. Y mi padre, ah, jamás pareció tan resplandeciente.
Llevaba una armadura carmesí, con aquel enorme sobretodo hecho de tejido
dorado. Un par de leones dorados en sus hombros y otro en su yelmo. Su semental
era magnífico. Su señoría contempló toda la batalla desde lo alto de aquel
caballo y jamás se acercó a menos de cien yardas de ningún enemigo. Jamás se
movió, jamás sonrió, jamás sudó ni una gota mientras miles morían debajo de él.
Imagíname encaramado en un taburete, mirando fijamente un tablero de cyvasse. Casi
podríamos ser gemelos… si yo tuviera un caballo, una armadura carmesí y un
sobretodo hecho de tejido dorado. Él también era más alto. Y tenía más pelo.
Penny le besó.
Se movió tan
deprisa que él no tuvo tiempo de pensar. Se abalanzó tan rápida como un pájaro
y apretó sus labios contra los de él. Terminó igual de rápido. <<¿A qué
ha venido eso?>>, casi dijo él, pero ya sabía a qué había venido. <<Gracias>>,
pudo haber dicho, pero ella podría habérselo tomado como un permiso para
hacerlo otra vez. <<Niña, no tengo deseos de hacerte daño>>, pudo
haber intentado decir, pero Penny no era una niña, y los deseos de él no
mitigarían el golpe. Por primera vez en más tiempo del que podía recordar, a
Tyrion Lannister le faltaron las palabras.
<<Parece
tan joven>>, pensó. <<Una muchacha, eso es todo lo que es. Una
muchacha, y casi bonita, si puedes olvidar que es una enana.>> Su cabello
era de un castaño cálido, espeso y rizado, y sus ojos eran grandes y llenos de
confianza, demasiado llenos de confianza.
-
¿Oyes
ese sonido? –dijo Tyrion.
Ella escuchó.
-
¿Qué
es? –dijo, mientras sujetaba un par de desparejadas grebas a sus raquíticas
piernas.
-
La
guerra. A ambos lados de nosotros y ni a una legua de distancia. Eso es
matanza, Penny. Son hombres dando traspiés en el barro con las entrañas
colgándoles por fuera. Son miembros
cercenados, huesos rotos y charcos de sangre. ¿Sabes cómo salen los gusanos
tras una lluvia intensa? He oído que hacen lo mismo tras una gran batalla si el
suelo se empapa de la suficiente sangre. Eso es el Desconocido acercándose,
Penny. La Cabra Negra, el Niño Pálido, el de los muchos rostros, llámalo como
quieras. Eso es la muerte.
-
Me
estás asustando.
-
¿Lo
hago? Bien. Deberías asustarte. Tenemos a los Hombres de Hierro desembarcando
en masa y a Ser Barristan y a sus Inmaculados saliendo en tropel por las
puertas de la ciudad, con nosotros entre ellos, luchando en el maldito bando
equivocado. Yo mismo estoy aterrado.
-
Dices
eso, pero sigues bromeando.
-
Las
bromas son una manera de alejar el miedo. El vino es otra.
-
Tú
eres valiente. La gente pequeña puede ser valiente.
<<Mi
gigante Lannister>>, escuchó él. <<Se está burlando de mí.>>
Casi volvió a abofetearla. Le palpitaba la cabeza.
-
No
pretendía enfadarte –dijo Penny–. Perdóname. Estoy asustada, eso es todo –ella
tocó su mano.
Tyrion se
soltó de ella. <<Estoy asustada.>> Aquellas eran las mismas
palabras que había empleado Shae. <<Sus ojos eran grandes como huevos, y
yo me tragué cada bocado de ello. Sabía lo que era ella. Le dije a Bron que
encontrara una mujer para mí y me trajo a Shae.>> Sus manos se cerraron
en puños y el rostro de Shae flotó ante él con una sonrisa burlona. Luego la
cadena se tensó alrededor de su garganta, con las manos doradas hundiéndose
profundamente en su carne mientras sus propias manos se batían contra el rostro
de él con la misma fuerza que mariposas. Si él hubiera tenido una cadena a
mano… si hubiera tenido una ballesta, una daga, cualquier cosa, habría… quizás
habría… él…
Fue solo
entonces cuando Tyrion oyó los gritos. Estaba perdido en una furia negra,
ahogándose en un mar de recuerdos, pero los gritos se apresuraron a devolverlo
al mundo. Abrió sus manos, tomó aliento y se apartó de Penny.
-
Algo
ocurre.
Salió a
descubrir qué era. Dragones.
La bestia
verde volaba en círculo sobre la bahía, girando y ladeándose mientras barcoluengos
y galeras chocaban y ardían debajo de ella, pero era el dragón blanco el que
dejaba boquiabiertos a los mercenarios. A trescientas yardas de distancia, la
Hermana Malvada hizo oscilar su brazo. ¡Zas! ¡Pum! Seis nuevos cadáveres
bailaron a través del cielo. Se elevaron hacia arriba y más y más hacia arriba.
Luego dos estallaron en llamas.
El dragón
atrapó uno de los cuerpos ardiendo justo cuando empezaba a caer, haciéndolo
crujir entre sus mandíbulas mientras pálidas llamas corrían por su dentadura.
Alas blancas restallaron contra el aire de la mañana y la bestia volvió a
ascender. El segundo cadáver rebotó en una garra extendida y se precipitó
directamente hacia abajo para aterrizar entre unos jinetes yunkios. Algunos de
ellos también se incendiaron. Un caballo se encabritó y arrojó a su jinete. Los
demás huyeron, tratando de correr más que las llamas pero sin embargo
avivándolas. Tyrion Lannister casi pudo saborear el pánico mientras éste se
extendía como una oleada por los campamentos.
Un fuerte y
familiar olor a orina llenó el aire. El enano miró a su alrededor y se sintió
aliviado al ver que era Tintero quien se había meado encima y no él.
-
Más
vale que vayas a cambiarte los calzones –le dijo Tyrion–. Y mientras lo haces,
dale la vuelta a tu capa.
El tesorero
palideció, pero no se movió. Aún seguía allí en pie, contemplando como el dragón
atrapaba cadáveres en el aire, cuando el mensajero llegó llamando a golpes. <<Un
maldito oficial>>, vio Tyrion enseguida. Iba ataviado con una armadura
dorada y montaba un caballo dorado. Anunció en voz alta que lo había enviado el
comandante supremo de los yunkios, el noble y poderoso Gorzhak zo Eraz.
-
Lord
Gorzhak envía sus cumplidos al capitán Plumm y solicita que lleve su compañía a
las orillas de la bahía. Están atacando nuestros barcos.
<<Vuestros
barcos están hundiéndose, ardiendo y huyendo>>, pensó Tyrion. <<Están
capturando vuestros barcos y pasando a vuestros hombres por la espada.>>
Él era un Lannister de Roca Casterly, cerca de las Islas de Hierro. Los
saqueadores de Hierro no eran raros en sus aguas. A lo largo de los siglos
habían quemado Lannisport al menos en tres ocasiones y habían hecho dos docenas
de incursiones allí. La gente de Poniente conocía el salvajismo del que eran
capaces los hombres de Hierro; aquellos esclavistas solo estaban aprendiéndolo.
-
El
capitán no está aquí ahora mismo –dijo Tintero al mensajero–. Ha ido a ver a la
Niña General.
El jinete
señaló hacia el sol.
-
El
mando de Lady Malazza terminó al salir el sol. Seguid las instrucciones de Lord
Gorzhak
-
¿Atacar
los barcos del calamar, queréis decir? ¿Los que están ahí fuera en el agua? –el
tesorero frunció el ceño– Yo no veo cómo, pero en cuando regrese Ben el Moreno
le diré lo que desea vuestro Gorzhak.
-
Os
he dado una orden. La seguiréis ahora.
-
Seguimos
las órdenes de nuestro capitán –dijo Tintero con su habitual tono afable–. Él
no está aquí. Ya os lo he dicho.
El mensajero
había perdido la paciencia. Tyrion podía verlo.
-
Os
habéis unido a la batalla. Vuestro comandante debería estar con vosotros.
-
Quizás,
pero no lo está. La Niña mandó a buscarlo. Y él se fue.
El mensajero
enrojeció.
-
¡Debéis
cumplir vuestras órdenes!
Snatch escupió
un taco de hojamarga bien mascada por el lado izquierdo de su boca.
-
Perdonad
–le dijo al jinete yunkio–, pero aquí somos todos de caballería, al igual que
mi señor. Un caballo de guerra bien entrenado cargaría contra un muro de
lanzas. Algunos saltarían sobre una zanja en llamas. Pero yo jamás he visto un caballo
que pudiera cabalgar sobre el agua.
-
De
los barcos están desembarcando hombres –gritó el noble menor yunkio–. Han
bloqueado la boca del Skahazadham con una nave en llamas, y cada momento que
pasáis aquí hablando otro centenar de espadas viene chapoteando por los bajíos.
¡Reunid a vuestros hombres y empujadlos de vuelta al mar! ¡De inmediato!
¡Gorzhak lo ordena!
-
¿Cuál
es Gorzhak? –preguntó Kem–. ¿Es el Conejo?
-
Cara
de Flan –dijo Tintero–. El Conejo no es tan tonto como para enviar caballería
ligera contra barcoluengos.
El jinete ya
había oído suficiente.
-
Informaré
a Gorzhak zo Eraz de que os negáis a cumplir sus órdenes –dijo fríamente. Luego
hizo dar la vuelta a su caballo dorado y regresó galopando por donde había
venido, perseguido por un vendaval de risas de los mercenarios.
Tintero fue el
primero en dejar morir a su sonrisa.
-
Ya
basta –dijo, repentinamente solemne–. Volved a lo vuestro. Ensillad esos
caballos. Quiero a cada uno de vosotros listo para cabalgar cuando Ben vuelva
aquí con verdaderas órdenes. Y apagad ese fuego de cocina. Podréis desayunar
cuando la lucha haya terminado, si es que vivís hasta entonces –su mirada cayó
sobre Tyrion– ¿Por qué sonríes? Pareces un poco tonto en esa armadura,
Mediohombre.
-
Mejor
parecer un tonto que serlo –respondió el enano–. Estamos en el bando perdedor.
-
El
Mediohombre está en lo cierto –dijo Jorah Mormont–. No querremos estar luchando
para los esclavistas cuando Daenerys regrese… y lo hará, no os equivoquéis.
Atacad ahora con dureza y la reina no lo olvidará. Encontrad a sus rehenes y
liberadlos. Y yo juraré por el honor de mi casa y de mi hogar que ése fue el
plan de Ben el Moreno desde el principio.
Afuera, en las
aguas de la Bahía de los Esclavos, otra de las galeras de Quarth estalló en
llamas. Tyrion pudo oír elefantes bramando al este. Los brazos de las seis
hermanas se alzaron y cayeron, lanzando cadáveres. Escudos chocaron contra
escudos cuando dos muros de lanzas se unieron bajo las murallas de Meereen. Los
dragones revoloteaban en lo alto mientras sus sombras corrían sobre rostros
vueltos hacia arriba, tanto de amigos como de enemigos.
Tintero
levantó las manos.
-
Yo
llevo los libros, guardo nuestro oro, redacto nuestros acuerdos, recaudo
nuestras pagas, me aseguro de que tengamos suficientes monedas para comprar
provisiones. No decido contra quién luchamos ni cuándo. Eso debe decirlo Ben el
Moreno. Planteádselo a él cuando regrese.
Para cuando
Plumm y sus acompañantes volvieron galopando del campamento de la Niña General,
el dragón blanco ya había volado de vuelta a su guarida sobre Meereen. El verde
aún merodeaba, elevándose en amplios círculos sobre la ciudad y la bahía con
sus grandes alas verdes.
Ben Plumm el
Moreno vestía armadura y cota de malla sobre cuero endurecido. La capa de seda
que caía de sus hombros era su única concesión a la vanidad; se ondulaba cuando
él se movía y el color cambiaba de violeta pálido a púrpura oscuro. Desmontó de
su caballo y se lo pasó a un mozo de cuadra. Luego le dijo a Snatch que
convocara a sus capitanes.
-
Diles
que se den prisa –añadió Kasporio el Astuto.
Tyion ni siquiera
era sargento, pero sus partidas de cyvasse lo habían convertido en alguien
familiar en la tienda de Ben el Moreno y nadie intentó detenerlo cuando entró
con los demás. Además de Kasporio y Tintero, Uhlan y Bokkoko estaban entre los
convocados. El enano se sorprendió de ver también allí a Ser Jorah Mormont.
-
Se
nos ordena defender a la Hermana Malvada –les informó Ben el Moreno. Los demás
hombres intercambiaron miradas inquietas. Nadie parecía querer hablar hasta que
Ser Jorah preguntó:
-
¿Por
autoridad de quién?
-
De
la Niña. Ser Abuelo se dirige hacia el Harridan, pero ella teme que luego pueda
dirigirse hacia la Hermana Malvada. El Fantasma ya ha caído. Los libertos de
Marselen quebraron a las Lanzas Largas como a una vara podrida y la derribaron
con cadenas. La niña se figura que Selmy tiene intención de derribar todos los
trabuquetes.
-
Es
lo que yo haría en su lugar –dijo Ser Jorah–. Solo que yo lo habría hecho
antes.
-
¿Por
qué sigue la Niña dando órdenes? –Tintero sonaba perplejo– El alba ya ha
llegado y se ha ido. ¿No puede ella ver el sol? Se comporta como si aún
siguiera siendo la comandante suprema.
-
Si
fuerais ella y supierais que Cara de Flan está a punto de asumir el mando,
quizá también seguiríais dando órdenes –dijo Mormont.
-
La
una no es mejor que el otro –insistió Kasporio.
-
Cierto
–dijo Tyrion –, pero Malazza tiene mejores tetas.
-
A
la Hermana Perversa se la conserva con ballestas –dijo Tintero–. Escorpiones.
Mangoneles. Eso es lo que se necesita. No se emplea a hombres a caballo para defender
una posición fija. ¿Pretende la niña que desmontemos? Si es así, ¿por qué no
usa a sus lanceros y honderos?
Ken metió su
pálida y rubia cabeza dentro de la tienda.
-
Lamento
molestar, mis señores, pero ha venido otro jinete. Dice que tiene nuevas
órdenes del comandante supremo.
Ben el Moreno
miró hacia Tyrion y luego se encogió de hombros.
-
Haz
que entre.
-
¿Aquí?
–preguntó Kem, confuso.
-
Aquí
es donde parezco estar –dijo Plumm con un deje de irritación–. Si va a otro
sitio, no me encontrará.
Ken salió.
Cuando regresó, mantuvo abierta la solapa de la tienda para un noble yunkio con
una capa de seda amarilla y pantalones a juego. El cabello graso y oscuro del
hombre había sido torturado, retorcido y lacado para hacer que pareciera que un
centenar de pequeñas rosas brotaban de su cabeza. En su peto había una escena
de tan deliciosa depravación que Tyrion percibió a un espíritu afín al suyo.
-
Los
Inmaculados avanzan hacia la Hija de la Harpía –anunció el mensajero –. Se
enfrentan a Barbasangre y a dos legiones de ghiscarios. Mientras ellos
mantienen la posición, vos debéis rodear a los eunucos y atacarlos por la
retaguardia sin dejar a ninguno. Esto es por orden del más noble y poderoso Morghar
zo Zherzyn, comandante supremo de los yunkios.
-
¿Morghar?
–Kasporio frunció el ceño– No, Gorzhak está al mando.
-
Gorzhak
zo Eraz yace muerto, caído por una traición de los pénticos. El noble Morghar jura
que el cambiacapas que se hace llamar Príncipe Desharrapado morirá entre
alaridos por esta infamia.
Ben el Moreno
se rascó la barba.
-
Los
Hijos del Viento han cambiado de bando, ¿verdad? –dijo, con un tono de ligero
interés.
Tyrion rió
alegremente.
-
Y
hemos cambiado a Cara de Flan por el Conquistador Borracho. Es un milagro que
fuera capaz de salir gateando de la jarra el tiempo suficiente para dar una
orden medio sensata.
El yunkio miró
ferozmente al enano.
-
Contened
vuestra lengua, pequeño piojoso… –su réplica se marchitó–. Este insolente enano
es un esclavo fugado –declaró, sorprendido–. Es propiedad del noble Yezzan zo
Qaggaz, sagrada sea su memoria.
-
Os
equivocáis. Él es mi hermano de armas. Un hombre libre y un Segundo Hijo. Los
esclavos de Yezzan llevan collares dorados –Ben el Moreno sonrió con su más
afable sonrisa–. Collares dorados con campanillas. ¿Vos oís campanas? Yo no las
oigo.
-
Los
collares pueden quitarse. Exijo que el enano sea entregado para que se le
castigue de inmediato.
-
Eso
parece muy severo. Jorah, ¿qué opináis?
-
Esto.
Mormont tenía
su espada larga en la mano. Mientras el jinete se volvía, Ser Jorah se la clavó
en la garganta, La punta salió por la nuca del yunkio, roja y húmeda. La sangre
burbujeó en sus labios y cayó por su barbilla. El hombre dio dos pasos tambaleantes
y cayó sobre el tablero de cyvasse, esparciendo los ejércitos de madera por
todas partes. Tembló algunas veces más, aferrando la espada de Mormont con una
mano mientras la otra arañaba febrilmente la mesa volcada. Solo entonces
pareció el de yunkio darse cuenta de que estaba muerto. Yació boca abajo sobre
la alfombra en una mezcolanza de sangre roja y de aceitosas rosas negras. Ser
Jorah arrancó su espada del cuello del muerto. La
sangre corrió por las hendiduras de la hoja.
El dragón
blanco del cyvasse acabó a los pies de Tyrion. Él lo recogió de la alfombra y
lo limpió con su manga, pero algo de sangre yunkia se había acumulado en los
finos surcos de su tallado, de modo que la pálida madera parecía tener vetas
rojas.
-
Salve
a nuestra amada reina Daenerys. <<Esté viva o muerta.>> –lanzó el
dragón ensangrentado al aire, lo atrapó y sonrió.
-
Siempre
hemos sido hombres de la reina –anunció Ben Plumm el Moreno–. Volver a unirnos
a los yunkios fue solo un ardid.
-
Y
qué ardid tan astuto ha sido –Tyrion le dio al muerto un empujón con su bota–.
Si ese peto es de mi talla, lo quiero.
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