domingo, 27 de octubre de 2019

'Rogue One', ésta no es la buena peli de Star Wars que buscáis.

Ya sé que esta crítica llega con casi tres años de retraso. La verdad es que me costó mucho empezar a escribirla y aún más terminarla, por la sencilla razón de que esta película me dejó tan frío que apenas tuve ánimos para hacer una entrada sobre ella. Decidí esperar a verla por segunda vez para ver si mi opinión mejoraba, pero el resultado terminó siendo exactamente el opuesto: cada nuevo visionado me resultaba más tedioso que el anterior, hasta el punto de que pronto empecé a ver solo las partes que me parecían más entretenidas. Y entonces descubrí que esas partes suman muy pocos minutos de metraje.
Lo peor de todo es que Rogue One tenía un potencial enorme. Por primera vez íbamos a ver una historia sobre los héroes olvidados de la Rebelión, gente anónima sin apellidos famosos como Skywalker, Organa o Solo, obligada a luchar contra el Imperio sin ayuda de la Fuerza, sin un carisma de nivel 10 y sin un millón de puntos en las habilidades de disparar blaster y pilotar naves espaciales. Y por fin íbamos a ver a gente al menos un poco parecida a los personajes que una vez tuvimos en Star Wars, el juego de rol: no muy guapos a veces, feos de narices–, sobrepasados por las circunstancias, propensos a meter la pata y a merced de un Director de Juego implacable, que nos guardaba rencor por haber matado a su personaje en El Señor de los Anillos o La llamada de Cthulhu. En otras palabras, que la fantasía épica iba a dar paso a un cierto y moderado realismo.
Pero no. Aquí lo único que hay es una recopilación del Manual de trucos para guionistas vagos de Hollywood. El primer truco se manifiesta nada más empezar la película: conocemos a la prota, Jyn Erso, cuando es una sólo una cría y sufre el trauma emocional de ver morir a su madre. Nótese que la madre podía haberse salvado, pero ella misma se hace matar de manera estúpida solo para que su hija lo vea. Se supone que eso debería hacernos sentir pena por el personaje y simpatizar con ella, pero todo es tan forzado y se ha visto ya en tantas otras pelis que a mí personalmente me parece muy cutre. A continuación, y durante gran parte del primer acto, asistimos a una serie de escenas muy mal engarzadas unas con otras donde se nos presenta al resto de los personajes principales.
Cassian Andor es un tipo torturado por todas las cosas horribles que ha hecho por la Rebelión. Como muestra, lo vemos matando a un contacto para evitar que los imperiales lo capturen vivo y lo hagan hablar. El problema es que el contacto en cuestión es tan quejica e insoportable que su muerte más bien nos produce un cierto alivio. Además, la escena tampoco transmite la urgencia y la tensión necesarias para indicarnos que matar al muy llorica era la única solución posible. De hecho, después de matarlo, Cassian escapa escalando una pared y ni siquiera vemos a los soldados de asalto dándole caza. Su huida se da por supuesta, lo que hace que toda la escena parezca aún más aburrida e innecesaria. ¡Y esa es la única “cosa horrible” que le vemos hacer en toda la peli! En varios comics de Star Wars se puede ver a los buenos haciendo cosas mucho peores y quedando marcados por ellas. Me refiero a los comics de Dark Horse, por supuesto, porque los de Marvel arriesgan mucho menos en ese sentido. Como tampoco se arriesga esta película, desgraciadamente.
Luego conocemos a Bodhi Rook, un piloto imperial a quien el padre de Jyn ha convencido para que cambie de bando y lleve información crucial al líder rebelde Saw Gerrera. Rook es un personaje de lo más plano, aunque no lo sería tanto si lo hubiéramos conocido cuando aún era fiel al Imperio y además hubiéramos presenciado cómo Galen Erso le hizo ver que estaba trabajando para los malos. En vez de mostrárnoslo, la peli simplemente lo explica con unas pocas líneas de diálogo. Algunos dirán que eso es economía narrativa, pero en realidad es una muestra de que esta peli desconoce una de las claves del relato audiovisual: las cosas importantes se cuentan con imágenes, no con palabras. Y si ya hemos perdido varios minutos viendo por enésima vez cómo la prota pierde a su madre, ¿por qué no vemos algo más interesante, como un personaje principal descubriendo que en realidad él es el malo? En lugar de ello, tenemos que aburrirnos viendo cómo un paranoico Saw Gerrera lo entrega a un bicho con tentáculos para que le lea la mente y lo deje medio tarado en el proceso (aunque más adelante se recupera como si nada). Lo más irónico es que esa lectura mental no nos aporta ninguna información sobre ambos personajes, sólo confirma que Rook dice la verdad y que Guerrera no confía en nadie. Esos son los únicos rasgos que a definen respectivamente a ambos personajes durante toda la historia.
Más tarde, cuando nos reencontramos con Jyn Erso, ésta ya es adulta y está interpretada por una Felicity Jones con cara de mala leche. Esta cara es la que tendrá durante tres cuartas partes de la peli, porque es una putada que mataran a su madre, secuestraran a su padre y que Saw Gerrera la tomara bajo su protección para luego abandonarla tras mil y una aventuras. Aventuras que, por supuesto, nunca vemos, sino que se nos explican con unas líneas de diálogo otra vez– cuando ella y Gerrera se reúnen al fin. A esto hay que añadir que la floja interpretación de ambos actores no ayuda a que nos interesemos en ellos. En mi humilde opinión, Jones está muy por debajo de lo que Daisy Ridley hizo en El despertar de la Fuerza. Claro que esa película se toma varios minutos para presentarnos a Rey en condiciones, a través de lo que ella hace y no de lo que dice. Y ya puestos, también creo que Ridley es mucho más guapa que Jones, lo cual es innegable que ayuda un poco. Forest Whitaker, por su parte, interpreta a Gerrera recurriendo a sus habituales excesos interpretativos, los cuales lo hacen bastante cargante. Hay que matizar que este personaje ya apareció en cuatro episodios de la serie Star Wars: The Clone Wars, donde se narraban los sucesos que lo convirtieron en el capullo irascible y amargado que aparece aquí. Rogue One asume que todos hemos visto esos episodios yo sí los había visto, pero apenas los recordaba–, lo cual no deja de ser una cierta falta de respeto hacia el público, por mucho que a algunos nos encante The Clone Wars. Tampoco se exploran para nada las diferencias entre Gerrera y la Rebelión, a pesar de que hubiera sido interesantísimo mostrar cómo algunos de quienes luchan contra el Imperio lo hacen utilizando sus mismos métodos y una ética peligrosamente similar, pero está claro que Lucasfilm –o Disney, o ambos– no querían meterse en camisa de once varas y prefirieron jugar sobre seguro. El resultado es que las escenas con el personaje apenas aportan nada a la película y solo sirven para lastrar el ritmo de la historia. De hecho, el propio guion parece ser consciente de ello, pues cuando la Estrella de la Muerte destruye la guarida del personaje, éste ni siquiera intenta escapar y opta simplemente por dejar que lo liquiden.
Por cierto, ¿recordáis que al principio dije que al fin íbamos a ver a personajes que luchaban contra el Imperio sin ayuda de la Fuerza? Eso fue lo que en su día nos vendieron, pero resulta que al final les entro el canguelo. En vez de jedis, tenemos a un monje, Chirrut Imwe, y a su guardaespaldas, Baze Malbus. El primero cumple las mismas funciones que cumpliría un jedi en cualquier otra peli de Star Wars, pero sin sables de luz ni duelos espectaculares. En vez de eso, el tipo es ciego y lucha con una vara –copia descarada de decenas de pelis de samuráis, empezando por la saga Zatoichi– y además se comporta como un miembro de una secta destructiva: en su escena cumbre, se expone como un pato de feria al fuego de las tropas imperiales mientras repite sin cesar el mantra “Soy uno con la fuerza, la fuerza está conmigo”, consiguiendo que no le acierten hasta justo después de haber cumplido su misión. Malbus, por su parte, solo cuenta con dos rasgos particulares: lleva barba y tiene un blaster de repetición mucho más poderoso que los de los malos (¿por qué ningún soldado imperial usa armas así?). Lo más triste es que la verdadera función de ambos personajes no es servir al argumento, sino tratar de hacer atractiva la película para los espectadores chinos. Para aquellos de vosotros que no estéis al tanto, desde hace ya unos años China es uno de los principales mercados internacionales del cine de Hollywood. El problema es que la trilogía original de Star Wars no se estrenó en su día en los cines de ese país, y durante mucho tiempo solo se pudo ver a través del vídeo pirata. Las precuelas sí que se estrenaron en salas, al igual que las películas más recientes, pero aun hoy en día Star Wars tiene muchos menos fans en China que otras sagas como The Fast and the Furious. Para solucionar ese problema, Lucasfilm y Disney recurrieron al viejo truco de meter en la película a dos actores bien conocidos por el público chino: Donnie Yeng (Chirrut) y Wen Jiang (Malbus). El resultado fue el mismo que si hubieran metido a Antonio Banderas y Paz Vega en una película sobre fútbol americano con la intención de que triunfara en España.
Toda esta vagancia a la hora de crear a los personajes aparece también en el villano principal, el comandante Krennic. Al menos él tiene un rasgo interesante, y es que su objetivo principal es medrar dentro del Imperio. Eso sí que recuerda a otros villanos más carismáticos del universo expandido de Star Wars, pero las similitudes acaban ahí. Krennic tiene muy poca personalidad, lo que se acentúa en las escenas en las que aparece junto a Darth Vader y el Moff Tarkin. Y eso a pesar de que el segundo es una creación digital, porque Peter Cushing falleció en 1994. Temo que parte de la culpa es del doblaje, no solo en el caso de Krennic, sino también en el de los otros dos villanos. Constantino Romero y José Luis Sansalvador (quienes doblaron respectivamente a Vader y a Tarkin en Una nueva esperanza) fallecieron hace unos años, y sus reemplazos en esta película no solo lo hacen peor, sino que en mi opinión están pésimamente elegidos.
Para terminar con los personajes, Mads Mikkelsen hace lo que puede como Galen Erso, el padre de Jyn, pero éste es más un recurso de guion que un auténtico ser humano. Existe solo para justificar la implicación de su hija en la trama, por lo que adivinamos desde el principio que en algún momento va a morir y que ese momento, artificialmente dramático, hará que su hija se implique más con la Rebelión. Para justificar todo eso, tiran de nuevo del Manual de trucos para guionistas vagos y nos meten un flashback de lo más prescindible (narrado desde el punto de vista de Jyn), que nos muestra cómo en otros tiempos sus padres se llevaban relativamente bien con Krennic. Daos cuenta de que, hasta ahora, ninguna película de Star Wars había necesitado jamás recurrir a flashbacks (los del Episodio VII son más bien visiones provocadas por la fuerza), pero aquí lo hacen para mostrar algo innecesario, mientras que, como he dicho antes, otras partes mucho más interesantes del pasado de Jyn se nos explican con un par de frases. Por cierto, toda la escena que lleva a la muerte de Galen no solo se hace interminable, sino que además fracasa a la hora de crear tensión. Cassian, obedeciendo órdenes, le apunta con un fusil para matarlo, pero por razones que la película no explica, de repente decide que eso de hacer “cosas horribles” está muy mal y que ya es hora de dejarlo. Eso sí, como necesitamos más trauma familiar para que el público empatice con Jyn, hacemos que una bomba rebelde hiera mortalmente a su padre y que él muera en brazos de ella después de que ambos se reúnan por primera vez en años. ¡Otras! ¿Verdad que ninguno de vosotros lo habíais visto venir? Ahora, imaginaos por un momento que Cassian hubiera matado a Galen. Imaginaos el conflicto que eso hubiera creado entre Cassian y Jyn justo cuando ambos deben luchar juntos contra el Imperio. ¿No habría sido algo mucho más complejo he interesante de ver? En fin, resulta muy llamativo que el personaje más simpático y con más personalidad de todos sea el droide de turno, K-2S0. Os aseguro que fue el único cuya muerte (o más bien, destrucción) llegué a lamentar. Eso me lleva a la principal diferencia entre esta película y El despertar de la Fuerza. Como dije en mi anterior crítica, dicha peli funciona porque crea una implicación emocional con los protagonistas. Vale, quizá no con todos ellos, pero al menos sí con la mayoría. Rogue One, por el contrario, es casi totalmente incapaz de hacer lo mismo. Nunca sentimos un verdadero apego por nuestros “héroes” y los intentos de que lo sintamos a menudo resultan contraproducentes, como la escena en la que Jyn Erso salva a una niña durante un tiroteo. Dicha escena también está metida con calzador para que la prota carapalo nos genere alguna simpatía (otra vez el Manual de trucos para…). Y qué decir de su evolución en el tercio final de la historia, cuando empieza a sonreír y a soltar discursitos acerca de que “las rebeliones se basan en la esperanza”, porque esto es una precuela de Una nueva esperanza y hay que hacer algún giño a eso, por muy cutre y ramplón que resulte. ¿Recodáis algún momento de la trilogía original en el que Luke, Han o Leia dieran discursitos moralizantes como los que se daban en las pelis de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo? No, yo tampoco.
Uno de los aspectos más criticados del Episodio VII fue que su argumento se parecía demasiado al del Episodio IV. Sin duda eso era cierto, pero al menos la historia tenía un cierto ritmo y se hacía llevadera. En Rogue One, por el contrario, uno tiene la sensación de que la historia avanza a trompicones y de que simplemente vamos saltando de un escenario a otro, esperando que ocurra algo interesante. Resulta muy significativo que esta sea la primera peli de la saga y hasta el momento de escribir estas líneas, la única– en la que se utilizan subtítulos para indicarnos en qué planeta estamos; otro claro ejemplo de torpeza narrativa. Sospecho que la principal causa de todo esto son los muchos cambios que se hicieron en la historia original y las muchas escenas que volvieron a rodarse, como demuestra el hecho de que la mayoría de las imágenes vistas en los trailers no aparezcan en la película. Irónicamente, una de las mejores escenas –la reaparición de Darth Vader cerca del final–, fue uno de los añadidos que se hicieron a posteriori, así que no sé decir si los cambios fueron para bien o para mal. Lo que sí parece es que el director Gareth Edwards quería hacer la primera verdadera peli de guerra del universo Star Wars –y es que por algo está ahí la palabra “Wars” –, pero la jefa de Lucasfilm, Kathleen Kennedy, decidió después que era mejor tirar por senderos más tradicionales. Posteriormente se ha confirmado que esa es una tendencia bastante habitual en Kennedy (quizás, de nuevo, influenciada por Disney), como demuestra el hecho de que apostara por Han Solo, básicamente una precuela encubierta, y luego despidiera a sus dos codirectores por improvisar demasiado. Parece que a mucha gente eso no le ha importado y que han disfrutado mucho con Rogue One, especialmente con la larga batalla final. Por desgracia, fue justo ahí donde yo perdí la esperanza –sí, otra vez la puñetera palabrita– de que las cosas mejoraran. Y es que desde pequeño he sido muy aficionado a las pelis de guerra, especialmente las que transcurren en la Segunda Guerra Mundial. Cuando Jyn Erso y Cassian se infiltran disfrazados de imperiales en la base donde están los planos –otra cosa extremadamente original en el universo Star Wars, ¿verdad?–, a mí no dejaba de parecerme una copia muy inferior de Where Eagles Dare (en España, El desafío de las águilas). Igualmente, cuando sus compañeros inician un ataque de distracción para ayudarlos, me pareció una burda imitación de Kelly’s Heroes (en España, Los violentos de Kelly) y de muchas otras películas similares. Y cuando la flota rebelde llega para echar una mano y se enfrenta a los destructores imperiales, también me pareció una repetición de los peores excesos de La amenaza fantasma. El motivo de todo ello es, como ya he dicho antes, la falta de implicación emocional. Difícilmente puede importarte la muerte de unos personajes a los que apenas conoces y por los que no sientes nada, especialmente cuando parecen morir no como resultado del peligro que corren, sino simplemente porque lo dice el guion. En un universo como éste, donde estamos acostumbrados a que las tropas imperiales tengan peor puntería que Rompetechos, hace falta esforzarse mucho para dar la sensación de que los buenos lo tienen crudo. La única escena que me transmitió esa sensación fueron precisamente los momentos finales de K-2S0. La muerte de todos los demás personajes es un simple trámite, especialmente en el caso de Jyn y Cassian, quienes aceptan su destino sin molestarse siquiera en buscar una nave para escapar, dejando que la Estrella de la Muerte los desintegre. Vaya, igual que Saw Gerrera. ¡Qué casualidad!
Finalmente, debo mencionar lo poco que sí me gustó de la película (aparte de K-2S0). En primer lugar, la ambientación de las escenas situadas en el planeta Jedha. Aparte de varios momentos en El despertar de la Fuerza, esta es la primera vez en muchos años que vemos un entorno de Star Wars tan real como los de las primeras películas. Es justo por eso por lo que resulta tan frustrante que no se utilice para narrar una historia mejor. Una buena muestra es la aparición de los dos delincuentes de la cantina del Episodio IV. Se trata de un guiño simpático, pero que a la vez resalta la incapacidad de Rogue One para crear algo original y memorable. Las apariciones de Genevieve O’Reilly como Mon Mothma y de Jimmy Smiths como el senador Bial Organa también están muy bien, pero por desgracia ninguno de los dos tiene gran cosa que hacer. Al menos, la primera ha podido resarcirse de que George Lucas cortara casi todas sus escenas en La venganza de los Sith. Y la ya mencionada escena final de Darth Vader es una pasada, aunque instantes después es echada a perder por la aparición de la horrible Princesa Leia digital. Y es que, aunque entiendo muy bien que era necesario conectar con el inicio de Una nueva esperanza, la pobre princesa casi parece sacada de un episodio de Rebels. El hecho de que Carrie Fisher falleciera a los pocos días de estrenarse esta película tampoco ayuda precisamente a que el “homenaje” funcione.
Ah, por cierto, la banda sonora me pareció muy floja. Vale que es imposible igualar a la original, pero esta me pareció creada por un compositor mediocre con pretensiones. Dicen que Michael Giacchino es bastante bueno, pero al parecer solo tuvo un mes para escribir la música tras reemplazar al originalmente elegido Alexandre Desplat (otra consecuencia de los múltiples cambios que sufrió el montaje original).
A pesar de todo lo anterior, Rogue One parece haber gustado a muchos fans de Star Wars, especialmente a aquellos a quienes no les gustó El despertar de la Fuerza. Quizás la razón de que a mí no me guste sea precisamente que sí me gustó el Episodio VII. Lo que me resulta más decepcionante, sin embargo, son las enormes posibilidades que tenía un proyecto como este, desde luego muchas más que la innecesaria precuela sobre la juventud de Han Solo. Tras ver Rogue One por primera vez a finales de 2016, pensé que Lucasfilm simplemente había metido la pata. Desde entonces, he podido comprobar que se trataba de un problema más bien estructural –palabreja ésta muy de moda últimamente–, que tiene mucho que ver con el empeño de la productora –y posiblemente también de Disney– en jugar sobre seguro y no correr ni el más mínimo riesgo, confiando en que las nostalgia baste para que millones de fans sigamos pasando por taquilla. Todo eso me recuerda una triste experiencia que tuvimos todos hace ya más de una década. ¿Recordáis cuando se estrenó Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, allá por 2008? ¿Recordáis la alegría y la ilusión con las que acudisteis a verla? ¿Recordáis cómo os sentíais dos horas después, al salir del cine? Pues Kathleen Kennedy y sus adláteres parecen creer que si aquello funcionó una vez, ¿por qué no va a funcionar más veces? Sobre todo en estos tiempos en que la nostalgia ochentera lo ha invadido casi todo. Y quizá eso sea suficiente para los muchos fans no demasiado exigentes que aún no han llegado a cierta edad. Sin embargo, para los que ya estamos más cerca de los 50 tacos que de los 40, la nostalgia no basta ni de lejos. La nostalgia es, de hecho, un arma de doble filo, porque nunca cesa de establecer comparaciones entre lo que fue y lo que es. Y si lo que es resulta tan solo un pálido y decepcionante reflejo de lo que fue, entonces lo único que puede hacernos sentir es decepción. Por muchos años que pasen, La guerra de las galaxias y El imperio contraataca seguirán siendo pelis míticas para muchos de nosotros. Soy plenamente consciente de que no es realista esperar que alguien haga algo similar teniendo el listón tan alto, pero el problema es que los responsables de Lucasfilm parecen haber renunciado a intentarlo y se conforman con crear imitaciones y sucedáneos, sin dar muestras de entender lo que hace tan especiales a esas dos películas. Dos pruebas irrefutables de ello son Los últimos Jedi y Han Solo, pero sobre ellas tendré que hacer otra entrada aparte, porque si no me entra la depre. Mientras tanto, recemos para que The Mandalorian, que se estrena el próximo 12 de noviembre, sea lo que debió haber sido Rogue One. Porque respecto al Episodio IX, yo ya no albergo ninguna esperanza. ¡Jo, y dale con la palabra de los…!

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